Memoria
La palabra recordar viene del latín re-cordis, que significa volver a pasar por el corazón.
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Desmemoria
Chicago está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.
Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada 1º de Mayo - Ha de ser por aquí - me dicen. Pero nadie sabe. Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.
Tras la inútil exploración de Heymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura curiosidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.
El cartel reproduce un proverbio del Africa:
Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.
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Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido.
El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.
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A fines del siglo dieciocho, los soldados de Napoleón descubrieron que muchos niños egipcios creían que las pirámides habían sido construidas por los franceses o por los ingleses.
A fines del siglo veinte, muchos niños japoneses creían que las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki habían sido arrojadas por los rusos.
En 1965, el pueblo de Santo Domingo resistió durante ciento treinta y dos noches la invasión de cuarenta y dos mil marines norteamericanos. La gente peleó casa por casa, cuerpo a cuerpo, con palos y cuchillos y carabinas y piedras y botellas rotas. ¿Qué creerán, de aquí a un tiempo, los niños dominicanos? El gobierno no celebra a la resistencia nacional en un Día de la Dignidad, sino el Día de la Confraternidad, poniendo un signo de igual entre quienes habian besado la mano del invasor y quienes habían puesto el pecho a los tanques.
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En 1839, el embajador norteamericano en Honduras, John Lloyd Sthephens, compró la ciudad maya de Cópan, con dioses y todo, por cincuenta dólares.
En 1892, en las cercanías de Nueva York, un jefe indígena iroqués vendió las cuatro fajas sagradas que su comunidad guardaba desde siempre. Como las ruinas alzadas en la maleza de Copán, esas fajas de conchillas contaban la historia colectiva. El general Henry B. Carrington las compró por setenta y cinco dólares.
Para blanquear la República Dominicana, el general Rafael Leónidas Trujillo asesinó a 18.000 negros en 1937. Eran todos haitianos, como su abuela materna. Trujillo pagó al gobierno de Haití una indemnización de veintinueve dólares por muerto.
En el año 2001, al cabo de varios procesos por sus crímenes, el general chileno Agusto Pinochet terminó pagando una multa de 3.500 dólares. Un dólar por muerto.
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El imperio otomano se caía a pedazos y los armenios pagaron el pato. Mientras ocurría la primera guerra mundial, una carnicería programada por el gobierno acabó con la mitad de los armenios en Turquía:
casas saqueadas y quemadas,
caravanas de desnudos arrojados al camino sin agua ni nada,
mujeres violadas a la luz del día en la plaza del pueblo,
cuerpos mutilados flotando en los ríos.
Quien no murió de sed o hambre o frío, murió de cuchillo o bala. O de horca. O de humo: en el desierto de Siria, los armenios expulsados de Turquía fueron encerrados en cuevas y asfixiados con humo, en lo que fue algo así como una profecía de las cámaras de gas de la Alemania nazi.
Veinte años después, Hitler estaba programando, con sus asesores, la invasión de Polonia. Midiendo los pros y los contras de la operación, Hitler advirtió que habría protestas, algún escándalo internacional, algún griterío, pero aseguró que ese ruido no duraría mucho. Y preguntando comprobó:
- ¿Quién se acuerda de los armenios?
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Hace cuatro siglos y medio, Miguel Servet fue quemado vivo, con leña verde, en Ginebra. Calvino lo mandó a la hoguera, porque Servet creía que nadie debía ser bautizado antes de llegar a la edad adulta, tenía sus dudas sobre el misterio de la Santísima Trinidad y era tan cabezadura que insistía en enseñar, en sus clases de medicina, que la sangre pasa por el corazón, pero se purifica en los pulmones.
Sus herejías lo habían condenado a una vida gitana. Antes de que lo atraparan, había cambiado muchas veces de país, de casa, de oficio y de nombre.
Servet ardió, muy lentamente, junto a los libros que había escrito. En la portada de uno de sus libros, un grabado mostraba a Sansón cargando, a la espalda, una muy pesada puerta. Debajo, se leía: Llevo mi libertad conmigo.
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Túpac Amaru había sido el último rey de los incas, que durante cuarenta años había peleado en las montañas del Perú. En 1572, cuando el sable del verdugo le partió el pescuezo, los profetas indios anunciaron que alguna vez la cabeza se juntaría con el cuerpo.
Y se juntó. Dos siglos después, José Gabriel Condorcanqui encontró el nombre que lo estaba esperando. Convertido en Túpac Amaru, él encabezó la más numerosa y peligrosa rebelión indígena en toda la historia de las Américas.
Ardieron los Andes. Desde la cordillera hasta la mar se alzaron las víctimas del trabajo forzado en las minas, las haciendas y los talleres. De victoria en victoria, amenazaban el menú colonial los sublevados que avanzaban, a paso imparable, vadeando ríos, trepando montañas, atravesando valles, pueblo tras pueblo. Y a punto estuvieron de conquistar el Cuzco.
La ciudad sagrada, el corazón del poder, estaba ahí: desde las cumbres se veía, se tocaba.
Habían pasado dieciocho siglos y medio, y se repetía la historia de Espartaco, que tuvo a Roma al alcance de la mano. Y tampoco Túpac Amaru se decidió a atacar. Tropas indias, al mando de un cacique vendido, defendían el Cuzco, ciudad sitiada, y él no mataba indios: eso no, eso nunca. Bien sabía que era necesario, que no había otra, pero...
Mientras él dudaba, que sí, que no, que quién sabe, pasaron los días y las noches y los soldados españoles, muchos, bien armados, iban llegando desde Lima.
Envano le enviaba desesperados mensajes su mujer, Micaela Bastidas, que comandaba la retaguardia:
— Tú me has de acabar de pesadumbres...
— Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto...
— Bastantes advertencias te di...
— Si tú quieres nuestra ruina, puedes echarte a dormir.
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¿Hasta cuándo habrá más penas y olvido? ¿No será hora de que nos olvidemos de olvidar? Este artículo nos invita a entrar al tema de las memorias y desmemorias, a través de seis puertas.
LA MEMORIA MUTILADA
"Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador."
(Proverbio africano)
La memoria del poder no recuerda: bendice. Ella justifica la perpetuación del privilegio por derecho de herencia, otorga impunidad a los crímenes de los que mandan y proporciona coartadas a su discurso, que miente con admirable sinceridad.
La memoria de pocos se impone como memoria de todos. Pero este reflector, que ilumina las cumbres, deja la base en la oscuridad. Los que no son ricos, ni blancos, ni machos, ni militares, rara vez actúan en la historia oficial de América Latina: más bien integran la escenografía, como los extras de Hollywood. Son los invisibles de siempre, que en vano buscan sus caras en este espejo obligatorio. Ellos no están.
La memoria del poder sólo escucha las voces que repiten la aburrida letanía de su propia sacralización. "Los que no tienen voz" son los que más voz tienen, pero llevan siglos obligados al silencio, y a veces da la impresión de que se han acostumbrado. El elitismo, el racismo, el machismo y el militarismo, que nos impiden ser, también nos impiden recordar.
Se enaniza la memoria colectiva, mutilada de lo mejor de sí, y se pone al servicio de las ceremonias de autoelogio de los mandones que en el mundo son.
LA MEMORIA ROTA
Que la fortuna se ha hecho titiritera
y tan pronto te muestra un país
como lo oculta.
(Abú Bakr b. Sárim, poeta de Sevilla, siglo XIII).
La cultura de consumo, que exige comprar, condena todo lo que vende al desuso inmediato: las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz.
El shopping center, templo donde se celebran las misas del consumo, es un buen símbolo de los mensajes dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria.
Y la televisión es el vehículo donde esos mensajes se irradian de la manera más eficaz. La tele nos acribilla con imágenes que nacen para ser olvidadas en el acto. Cada imagen sepulta a la imagen anterior y sólo sobrevive hasta la imagen siguiente.
Los acontecimientos humanos, convertidos en objeto de consumo, mueren, como las cosas, en el instante en que son usados. Cada noticia está divorciada de su propio pasado y divorciada del pasado de las demás. En la era del zapping, no se sabe si cuanto más nos informamos, más conocemos o más ignoramos.
Los medios de comunicación y los centros de educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la realidad y su memoria. La cultura de consumo, cultura del desvinculo, nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí. Incapaz de reconocer sus orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro como su propia repetición, mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que humilia a la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es une fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.
El poder no admite más raíces que las que necesita para proporcionar coartadas a sus crímenes; la impunidad exige la desmemoria.
Hay países y personas exitosas y hay países y personas fracasadas, porque la vida es un sistema de recompensas y castigos que premia a los eficientes y castiga a los inútiles.
Para que las infamias puedan ser convertidas en hazañas, hay que romper la memoria: la memoria del norte se divorcia de la memoria del sur, la acumulación se desvincula del vaciamiento, la opulencia no tiene nada que ver con el despojo.
La memoria rota nos hace creer que la riqueza es inocente de la pobreza y que la desgracia no paga, desde hace siglos o milenios, el precio de la gracia. Y nos hace creer que estamos condenados a la resignación.
LA MEMORIA QUEMADA
Para que el demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños.
(Del arzobispo de Uma, que en 1614 mandó quemar todas las quenas y demás instrumentos musicales de los indios).
En 1499, en Granada, el arzobispo Cisneros arrojó a las llamas los libros musulmanes, para reducir a cenizas ocho siglos de historia escrita de la cultura islámica en España.
En 1562, en Mani de Yucatán, fray Diego de Landa arrojó a las llamas los libros mayas, para reducir a cenizas ocho siglos de historia escrita de la cultura indígena en América.
En 1888, en Río de Janeiro, el emperador Pedro II arrojó a las llamas la documentación sobre la esclavitud en Brasil, para reducir a cenizas tres siglos y medio de historia escrita de la infamia negrera.
En 1983, en Buenos Aires, el general Reynaldo Bignone arrojó a las llamas la documentación sobre la guerra sucia de la dictadura militar argentina, para reducir a cenizas ocho años de historia escrita de la infamia carnicera.
En 1995, en la ciudad de Guatemala, el ejército arrojó a las llamas la documentación sobre la guerra sucia de la dictadura militar guatemalteca, para reducir a cenizas cuarenta años de historia escrita de la infamia carnicera.
LA MEMORIA PORFIADA
¿Dónde estaba yo, antes de estar?
(Pregunta de un niño de cinco años a la madre, según me contó la madre)
La historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
Los libros y las gentes achicharradas en las hogueras de la Santa Inquisición irradian une obstinada energía, energía de pluralidad y tolerancia, sobre los procesos de cambio de la España de hoy.
Las voces de la América precolombina, castigadas voces que hablan de la vida en comunidad y de la comunión con la naturaleza, resuenan muy nuevitas, abriendo brechas en los callejones sin salida de esta América actual.
Los brasileños están redescubriendo el más despreciado capítulo de su historia, la resistencia del reino de Palmares, aquel santuario de libertad donde los esclavos negros fugitivos derrotaron a más de cuarenta embestidas militares a lo largo de un siglo, y en esa perdida memoria estén empezando a celebrar el más certero símbolo de dignidad nacional.
Los argentinos empiezan a reconocer su mejor símbolo de salud mental en las madres de Plaza de Mayo, que habían sido llamadas locas cuando se negaron a olvidar, y en Guatemala el símbolo de otro país posible ya se llama Rigoberta Menchú, la mujer indígena que desde hace años encabeza el desafío contra la amnesia de los crímenes del terror de Estado.
LA MALA MEMORIA
Tenia tan mala memoria que se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo.
(Ramón Gómez de la Serna).
La amnesia, dice el poder, es sana.
Desde el punto de vista del poder, no sólo estaban y están locas las madres de sus víctimas, sino que también están locos sus propios instrumentos, los verdugos, cuando no pueden dormir a pata suelta, sin otra molestia que los mosquitos del verano.
No es mucha la gente que nace con esa incómoda glándula llamada conciencia, que segrega culpa, pero a veces se da: cuando un oficial del ejército argentino, el capitán Scilingo, reveló que no podía dormir sin lexotanil o borrachera desde que había arrojado al mar a treinta prisioneros vivos, sus superiores le recomendaron tratamiento psiquiátrico, porque se había vuelto loco.
El gobierno argentino ha enviado a Europa a más de un oficial nazi, aplicando la extradición por crímenes masivos cometidos hace más de medio siglo, al mismo tiempo que otorgaba impunidad, y aplausos, a los oficiales argentinos que habían cometido crímenes masivos hace un rato nomas.
La memoria y la justicia, ¿son lujos que los países latinoamericanos no pueden permitirse? ¿Estamos obligados a vivir en estado de perpetua mentira?
El poder identifica a la memoria con el desorden y a la justicia con la venganza. En nombre del orden democrático y de la conciliación nacional, se han dictado leyes de impunidad de los países latinoamericanos que vienen de sufrir dictaduras militares. Esas leyes, que entierran el pasado, destierran la justicia.
Cuando en 1989 se realizo en el Uruguay el plebiscito contra la impunidad, la mayoría de la gente cayó en la trampa de la propaganda oficial, que sembró el pánico bombardeando con amenazas a la opinión pública. Lavado de memoria, lavado de cerebro: si se castigaban los crímenes de la gente de uniforme, o si simplemente se abría la posibilidad de que semejante cosa ocurriera, la violencia volvería, se repetiría la historia. El olvido era el precio de la paz.
La experiencia dice todo lo contrario. Para que la historia no se repita, hay que recordarla la impunidad, que premia al delito, estimula al delincuente. Y cuando el delincuente es el Estado, que viola, robe, tortura y mata sin rendir cuentas a nadie, se emite desde el poder une luz verde que autoriza a la sociedad entera a violar, robar, torturar y matar. Y la democracia paga, a la corta o a la larga, las consecuencias.
La impunidad del poder, hija de la mala memoria, es une de las maestras de la Escuela del Crimen. A esa escuela acuden, hoy por hoy, muchos millones de niños latinoamericanos; y el alumnado crece día a día.
LA MEMORIA PROHIBIDA
El obispo Juan Gerardi presidió del grupo de trabajo que rescató la historia reciente del terror en Guatemala. Miles de voces, testimonios recogidos en todo el país, fueron juntando los pedacitos de 40 años de memoria del dolor: 150.000 guatemaltecos muertos, 50.000 desaparecidos, un millón de exiliados y refugiados, 200.000 huérfanos, 40.000 viudas, 9 de cada diez víctimas eran civiles desarmados, en su mayoría indígenas; y en ocho de cada diez casos, la responsabilidad era del ejército o de sus bandas paramilitares.
La iglesia hizo público el informe un jueves de abril del 98, dos días después, el obispo Gerardi apareció muerto, con el cráneo partido a golpes de piedra.
LA MEMORIA VIVA
Hermanito, me va a disculpar. Yo quisiera ir con usted, pero tengo mucho que hacer.
(En el entierro de Jorge López, en el valle del Bolsón. Palabras de su mejor amigo)
Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacer la, más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos. Ella, desde el aire, nos respira.
Es contradictoria, como nosotros. Nunca está quieta. Con nosotros, cambia. A medida que van pasando los años, y los años nos van cambiando, va cambiando también nuestro recuerdo de lo vivido, lo visto y lo escuchado. Y a menudo ocurre que ponemos en la memoria lo que en ella queremos encontrar, como suele hacer la policía con los allanamientos.
La nostalgia, por ejemplo, que tan gustosa es, y que tan generosamente nos brinda el calorcito de su refugio, es también tramposa: ¿Cuantas veces preferimos el pasado que inventamos al presente que nos desafía y al futuro que nos da miedo?
La memoria viva no nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta. Quiere ser puerto de partida, no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia, pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie. Creyeron los griegos que la memoria es hermana del tiempo y de la mar, y no se equivocaron.
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Resurrección de Arcimboldo
Cada persona era una fuente de sabores, olores y colores: la oreja, un tulipán; las cejas, dos langostinos; los ojos, dos uvas; los párpados, picos de pato; la nariz, una pera; la mejilla, una manzana; el mentón, una granada; y el pelo, un bosque de ramas.
Giuseppe Arcimboldo, pintor de corte, hizo reír a tres emperadores.
Lo celebraron, porque no lo entendieron. Sus obras parecían parques de diversiones. Y así pudo sobrevivir, y darse la gran vida, este artista pagano.
Arcimboldo se dio el lujo de cometer mortales pecados de idolatría, exaltando la comunión humana con la naturaleza exuberante y loca, y pintó retratos que decían ser juegos inofensivos pero eran burlas feroces.
Cuando murió, la memoria del arte lo suprimió, como si fuera pesadilla.
Cuatro siglos después, fue resucitado por los surrealistas, sus hijos tardíos.
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Resurrección de Vermeer
Sus obras se vendían por nada cuando murió. En 1676, la viuda pagó con dos cuadros lo que debía al panadero.
Después, Vermeer van Delft fue castigado con pena de olvido.
Dos siglos demoró en regresar al mundo. Los impresionistas, cazadores de la luz, lo rescataron. Renoir dijo que su retrato de la mujer haciendo encajes era la pintura más bella que había visto.
Vermeer, cronista de la trivialidad, no pintó más que su casa y algo del vecindario. Su mujer y sus hijas eran sus modelos, y sus temas los quehaceres
del hogar. Siempre lo mismo, nunca lo mismo: en esa casera rutina, él supo descubrir, como Rembrandt, los soles que el oscuro cielo del norte le negaba.
En sus cuadros, no hay jerarquías. Nada ni nadie es más ni menos luminoso. La luz del universo vibra, secretamente, en la copa de vino tanto como en la mano que la ofrece, en la carta tanto como en los ojos que la leen, en un gastado tapiz tanto como en la cara no usada de esa muchacha que te mira.
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Resurrección de Vivaldi
Antonio Vivaldi y Ezra Pound, hombres de cabellera llameante y flameante, han dejado honda huella de sus pasos. El mundo sería bastante menos vivible si no tuviera la música de Vivaldi y la poesía de Pound.
La música de Vivaldi estuvo callada durante dos siglos.
Pound la recuperó. Esos sones que el mundo había olvidado abrían y cerraban el programa de radio del poeta, que trasmitía propaganda fascista, desde Italia, en lengua inglesa.
El programa ganó pocos simpatizantes para Mussolini, si es que alguno ganó; pero conquistó muchos fervorosos para el músico de Venecia.
Cuando el poder fascista se derrumbó, Pound cayó preso. Los militares de Estados Unidos, su país, lo encerraron en una jaula de alambre de púas, a la intemperie, para que la gente le arrojara monedas y escupidas, y después lo mandaron al manicomio.
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En las profundidades de una cueva del río Pinturas, un cazador estampó en la piedra su mano roja de sangre. El dejó su mano allí, en alguna tregua entre la urgencia de matar y el pánico de morir. Y algún tiempo después, otro cazador imprimió, junto a esa mano, su propia mano negra de tizne. Y luego otros cazadores fueron dejando en la piedra las huellas de sus manos empapadas en colores que venían de la sangre y de las cenizas, de la tierra y de las flores.
Trece mil años después, cerquita del río Pinturas, en la ciudad de Perito Moreno, alguien escribe en una pared: "Yo estuve aquí".
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Seis siglos después de su fundación, Roma decidió que el año empezaría el primer día de enero. Hasta entonces, cada año nacía el 15 de marzo. No hubo más remedio que cambiar la fecha, por razón de guerra.
España ardía. La rebelión, que desafiaba el poderío imperial y devoraba miles y más miles de legionarios, obligó a Roma a cambiar la cuenta de sus días y los ciclos de sus asuntos de estado. Largos años duró el alzamiento, hasta que por fin la ciudad de Numancia, la capital de los rebeldes hispanos, fue sitiada, incendiada y arrasada.
En una colina rodeada de campos de trigo, a orillas del río Duero, yacen sus restos. Casi nada ha quedado de esta ciudad que cambió, para siempre, el calendario universal. Pero a la medianoche de cada 31 de diciembre, cuando alzamos las copas, brindamos por ella, aunque no lo sepamos, para que sigan naciendo los libres y los años.
Eduardo Galeano
La palabra recordar viene del latín re-cordis, que significa volver a pasar por el corazón.
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Desmemoria
Chicago está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.
Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada 1º de Mayo - Ha de ser por aquí - me dicen. Pero nadie sabe. Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.
Tras la inútil exploración de Heymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura curiosidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.
El cartel reproduce un proverbio del Africa:
Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.
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Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido.
El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.
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A fines del siglo dieciocho, los soldados de Napoleón descubrieron que muchos niños egipcios creían que las pirámides habían sido construidas por los franceses o por los ingleses.
A fines del siglo veinte, muchos niños japoneses creían que las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki habían sido arrojadas por los rusos.
En 1965, el pueblo de Santo Domingo resistió durante ciento treinta y dos noches la invasión de cuarenta y dos mil marines norteamericanos. La gente peleó casa por casa, cuerpo a cuerpo, con palos y cuchillos y carabinas y piedras y botellas rotas. ¿Qué creerán, de aquí a un tiempo, los niños dominicanos? El gobierno no celebra a la resistencia nacional en un Día de la Dignidad, sino el Día de la Confraternidad, poniendo un signo de igual entre quienes habian besado la mano del invasor y quienes habían puesto el pecho a los tanques.
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En 1839, el embajador norteamericano en Honduras, John Lloyd Sthephens, compró la ciudad maya de Cópan, con dioses y todo, por cincuenta dólares.
En 1892, en las cercanías de Nueva York, un jefe indígena iroqués vendió las cuatro fajas sagradas que su comunidad guardaba desde siempre. Como las ruinas alzadas en la maleza de Copán, esas fajas de conchillas contaban la historia colectiva. El general Henry B. Carrington las compró por setenta y cinco dólares.
Para blanquear la República Dominicana, el general Rafael Leónidas Trujillo asesinó a 18.000 negros en 1937. Eran todos haitianos, como su abuela materna. Trujillo pagó al gobierno de Haití una indemnización de veintinueve dólares por muerto.
En el año 2001, al cabo de varios procesos por sus crímenes, el general chileno Agusto Pinochet terminó pagando una multa de 3.500 dólares. Un dólar por muerto.
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El imperio otomano se caía a pedazos y los armenios pagaron el pato. Mientras ocurría la primera guerra mundial, una carnicería programada por el gobierno acabó con la mitad de los armenios en Turquía:
casas saqueadas y quemadas,
caravanas de desnudos arrojados al camino sin agua ni nada,
mujeres violadas a la luz del día en la plaza del pueblo,
cuerpos mutilados flotando en los ríos.
Quien no murió de sed o hambre o frío, murió de cuchillo o bala. O de horca. O de humo: en el desierto de Siria, los armenios expulsados de Turquía fueron encerrados en cuevas y asfixiados con humo, en lo que fue algo así como una profecía de las cámaras de gas de la Alemania nazi.
Veinte años después, Hitler estaba programando, con sus asesores, la invasión de Polonia. Midiendo los pros y los contras de la operación, Hitler advirtió que habría protestas, algún escándalo internacional, algún griterío, pero aseguró que ese ruido no duraría mucho. Y preguntando comprobó:
- ¿Quién se acuerda de los armenios?
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Hace cuatro siglos y medio, Miguel Servet fue quemado vivo, con leña verde, en Ginebra. Calvino lo mandó a la hoguera, porque Servet creía que nadie debía ser bautizado antes de llegar a la edad adulta, tenía sus dudas sobre el misterio de la Santísima Trinidad y era tan cabezadura que insistía en enseñar, en sus clases de medicina, que la sangre pasa por el corazón, pero se purifica en los pulmones.
Sus herejías lo habían condenado a una vida gitana. Antes de que lo atraparan, había cambiado muchas veces de país, de casa, de oficio y de nombre.
Servet ardió, muy lentamente, junto a los libros que había escrito. En la portada de uno de sus libros, un grabado mostraba a Sansón cargando, a la espalda, una muy pesada puerta. Debajo, se leía: Llevo mi libertad conmigo.
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Túpac Amaru había sido el último rey de los incas, que durante cuarenta años había peleado en las montañas del Perú. En 1572, cuando el sable del verdugo le partió el pescuezo, los profetas indios anunciaron que alguna vez la cabeza se juntaría con el cuerpo.
Y se juntó. Dos siglos después, José Gabriel Condorcanqui encontró el nombre que lo estaba esperando. Convertido en Túpac Amaru, él encabezó la más numerosa y peligrosa rebelión indígena en toda la historia de las Américas.
Ardieron los Andes. Desde la cordillera hasta la mar se alzaron las víctimas del trabajo forzado en las minas, las haciendas y los talleres. De victoria en victoria, amenazaban el menú colonial los sublevados que avanzaban, a paso imparable, vadeando ríos, trepando montañas, atravesando valles, pueblo tras pueblo. Y a punto estuvieron de conquistar el Cuzco.
La ciudad sagrada, el corazón del poder, estaba ahí: desde las cumbres se veía, se tocaba.
Habían pasado dieciocho siglos y medio, y se repetía la historia de Espartaco, que tuvo a Roma al alcance de la mano. Y tampoco Túpac Amaru se decidió a atacar. Tropas indias, al mando de un cacique vendido, defendían el Cuzco, ciudad sitiada, y él no mataba indios: eso no, eso nunca. Bien sabía que era necesario, que no había otra, pero...
Mientras él dudaba, que sí, que no, que quién sabe, pasaron los días y las noches y los soldados españoles, muchos, bien armados, iban llegando desde Lima.
Envano le enviaba desesperados mensajes su mujer, Micaela Bastidas, que comandaba la retaguardia:
— Tú me has de acabar de pesadumbres...
— Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto...
— Bastantes advertencias te di...
— Si tú quieres nuestra ruina, puedes echarte a dormir.
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¿Hasta cuándo habrá más penas y olvido? ¿No será hora de que nos olvidemos de olvidar? Este artículo nos invita a entrar al tema de las memorias y desmemorias, a través de seis puertas.
LA MEMORIA MUTILADA
"Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador."
(Proverbio africano)
La memoria del poder no recuerda: bendice. Ella justifica la perpetuación del privilegio por derecho de herencia, otorga impunidad a los crímenes de los que mandan y proporciona coartadas a su discurso, que miente con admirable sinceridad.
La memoria de pocos se impone como memoria de todos. Pero este reflector, que ilumina las cumbres, deja la base en la oscuridad. Los que no son ricos, ni blancos, ni machos, ni militares, rara vez actúan en la historia oficial de América Latina: más bien integran la escenografía, como los extras de Hollywood. Son los invisibles de siempre, que en vano buscan sus caras en este espejo obligatorio. Ellos no están.
La memoria del poder sólo escucha las voces que repiten la aburrida letanía de su propia sacralización. "Los que no tienen voz" son los que más voz tienen, pero llevan siglos obligados al silencio, y a veces da la impresión de que se han acostumbrado. El elitismo, el racismo, el machismo y el militarismo, que nos impiden ser, también nos impiden recordar.
Se enaniza la memoria colectiva, mutilada de lo mejor de sí, y se pone al servicio de las ceremonias de autoelogio de los mandones que en el mundo son.
LA MEMORIA ROTA
Que la fortuna se ha hecho titiritera
y tan pronto te muestra un país
como lo oculta.
(Abú Bakr b. Sárim, poeta de Sevilla, siglo XIII).
La cultura de consumo, que exige comprar, condena todo lo que vende al desuso inmediato: las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz.
El shopping center, templo donde se celebran las misas del consumo, es un buen símbolo de los mensajes dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria.
Y la televisión es el vehículo donde esos mensajes se irradian de la manera más eficaz. La tele nos acribilla con imágenes que nacen para ser olvidadas en el acto. Cada imagen sepulta a la imagen anterior y sólo sobrevive hasta la imagen siguiente.
Los acontecimientos humanos, convertidos en objeto de consumo, mueren, como las cosas, en el instante en que son usados. Cada noticia está divorciada de su propio pasado y divorciada del pasado de las demás. En la era del zapping, no se sabe si cuanto más nos informamos, más conocemos o más ignoramos.
Los medios de comunicación y los centros de educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la realidad y su memoria. La cultura de consumo, cultura del desvinculo, nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí. Incapaz de reconocer sus orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro como su propia repetición, mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que humilia a la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es une fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.
El poder no admite más raíces que las que necesita para proporcionar coartadas a sus crímenes; la impunidad exige la desmemoria.
Hay países y personas exitosas y hay países y personas fracasadas, porque la vida es un sistema de recompensas y castigos que premia a los eficientes y castiga a los inútiles.
Para que las infamias puedan ser convertidas en hazañas, hay que romper la memoria: la memoria del norte se divorcia de la memoria del sur, la acumulación se desvincula del vaciamiento, la opulencia no tiene nada que ver con el despojo.
La memoria rota nos hace creer que la riqueza es inocente de la pobreza y que la desgracia no paga, desde hace siglos o milenios, el precio de la gracia. Y nos hace creer que estamos condenados a la resignación.
LA MEMORIA QUEMADA
Para que el demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños.
(Del arzobispo de Uma, que en 1614 mandó quemar todas las quenas y demás instrumentos musicales de los indios).
En 1499, en Granada, el arzobispo Cisneros arrojó a las llamas los libros musulmanes, para reducir a cenizas ocho siglos de historia escrita de la cultura islámica en España.
En 1562, en Mani de Yucatán, fray Diego de Landa arrojó a las llamas los libros mayas, para reducir a cenizas ocho siglos de historia escrita de la cultura indígena en América.
En 1888, en Río de Janeiro, el emperador Pedro II arrojó a las llamas la documentación sobre la esclavitud en Brasil, para reducir a cenizas tres siglos y medio de historia escrita de la infamia negrera.
En 1983, en Buenos Aires, el general Reynaldo Bignone arrojó a las llamas la documentación sobre la guerra sucia de la dictadura militar argentina, para reducir a cenizas ocho años de historia escrita de la infamia carnicera.
En 1995, en la ciudad de Guatemala, el ejército arrojó a las llamas la documentación sobre la guerra sucia de la dictadura militar guatemalteca, para reducir a cenizas cuarenta años de historia escrita de la infamia carnicera.
LA MEMORIA PORFIADA
¿Dónde estaba yo, antes de estar?
(Pregunta de un niño de cinco años a la madre, según me contó la madre)
La historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
Los libros y las gentes achicharradas en las hogueras de la Santa Inquisición irradian une obstinada energía, energía de pluralidad y tolerancia, sobre los procesos de cambio de la España de hoy.
Las voces de la América precolombina, castigadas voces que hablan de la vida en comunidad y de la comunión con la naturaleza, resuenan muy nuevitas, abriendo brechas en los callejones sin salida de esta América actual.
Los brasileños están redescubriendo el más despreciado capítulo de su historia, la resistencia del reino de Palmares, aquel santuario de libertad donde los esclavos negros fugitivos derrotaron a más de cuarenta embestidas militares a lo largo de un siglo, y en esa perdida memoria estén empezando a celebrar el más certero símbolo de dignidad nacional.
Los argentinos empiezan a reconocer su mejor símbolo de salud mental en las madres de Plaza de Mayo, que habían sido llamadas locas cuando se negaron a olvidar, y en Guatemala el símbolo de otro país posible ya se llama Rigoberta Menchú, la mujer indígena que desde hace años encabeza el desafío contra la amnesia de los crímenes del terror de Estado.
LA MALA MEMORIA
Tenia tan mala memoria que se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo.
(Ramón Gómez de la Serna).
La amnesia, dice el poder, es sana.
Desde el punto de vista del poder, no sólo estaban y están locas las madres de sus víctimas, sino que también están locos sus propios instrumentos, los verdugos, cuando no pueden dormir a pata suelta, sin otra molestia que los mosquitos del verano.
No es mucha la gente que nace con esa incómoda glándula llamada conciencia, que segrega culpa, pero a veces se da: cuando un oficial del ejército argentino, el capitán Scilingo, reveló que no podía dormir sin lexotanil o borrachera desde que había arrojado al mar a treinta prisioneros vivos, sus superiores le recomendaron tratamiento psiquiátrico, porque se había vuelto loco.
El gobierno argentino ha enviado a Europa a más de un oficial nazi, aplicando la extradición por crímenes masivos cometidos hace más de medio siglo, al mismo tiempo que otorgaba impunidad, y aplausos, a los oficiales argentinos que habían cometido crímenes masivos hace un rato nomas.
La memoria y la justicia, ¿son lujos que los países latinoamericanos no pueden permitirse? ¿Estamos obligados a vivir en estado de perpetua mentira?
El poder identifica a la memoria con el desorden y a la justicia con la venganza. En nombre del orden democrático y de la conciliación nacional, se han dictado leyes de impunidad de los países latinoamericanos que vienen de sufrir dictaduras militares. Esas leyes, que entierran el pasado, destierran la justicia.
Cuando en 1989 se realizo en el Uruguay el plebiscito contra la impunidad, la mayoría de la gente cayó en la trampa de la propaganda oficial, que sembró el pánico bombardeando con amenazas a la opinión pública. Lavado de memoria, lavado de cerebro: si se castigaban los crímenes de la gente de uniforme, o si simplemente se abría la posibilidad de que semejante cosa ocurriera, la violencia volvería, se repetiría la historia. El olvido era el precio de la paz.
La experiencia dice todo lo contrario. Para que la historia no se repita, hay que recordarla la impunidad, que premia al delito, estimula al delincuente. Y cuando el delincuente es el Estado, que viola, robe, tortura y mata sin rendir cuentas a nadie, se emite desde el poder une luz verde que autoriza a la sociedad entera a violar, robar, torturar y matar. Y la democracia paga, a la corta o a la larga, las consecuencias.
La impunidad del poder, hija de la mala memoria, es une de las maestras de la Escuela del Crimen. A esa escuela acuden, hoy por hoy, muchos millones de niños latinoamericanos; y el alumnado crece día a día.
LA MEMORIA PROHIBIDA
El obispo Juan Gerardi presidió del grupo de trabajo que rescató la historia reciente del terror en Guatemala. Miles de voces, testimonios recogidos en todo el país, fueron juntando los pedacitos de 40 años de memoria del dolor: 150.000 guatemaltecos muertos, 50.000 desaparecidos, un millón de exiliados y refugiados, 200.000 huérfanos, 40.000 viudas, 9 de cada diez víctimas eran civiles desarmados, en su mayoría indígenas; y en ocho de cada diez casos, la responsabilidad era del ejército o de sus bandas paramilitares.
La iglesia hizo público el informe un jueves de abril del 98, dos días después, el obispo Gerardi apareció muerto, con el cráneo partido a golpes de piedra.
LA MEMORIA VIVA
Hermanito, me va a disculpar. Yo quisiera ir con usted, pero tengo mucho que hacer.
(En el entierro de Jorge López, en el valle del Bolsón. Palabras de su mejor amigo)
Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacer la, más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos. Ella, desde el aire, nos respira.
Es contradictoria, como nosotros. Nunca está quieta. Con nosotros, cambia. A medida que van pasando los años, y los años nos van cambiando, va cambiando también nuestro recuerdo de lo vivido, lo visto y lo escuchado. Y a menudo ocurre que ponemos en la memoria lo que en ella queremos encontrar, como suele hacer la policía con los allanamientos.
La nostalgia, por ejemplo, que tan gustosa es, y que tan generosamente nos brinda el calorcito de su refugio, es también tramposa: ¿Cuantas veces preferimos el pasado que inventamos al presente que nos desafía y al futuro que nos da miedo?
La memoria viva no nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta. Quiere ser puerto de partida, no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia, pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie. Creyeron los griegos que la memoria es hermana del tiempo y de la mar, y no se equivocaron.
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Resurrección de Arcimboldo
Cada persona era una fuente de sabores, olores y colores: la oreja, un tulipán; las cejas, dos langostinos; los ojos, dos uvas; los párpados, picos de pato; la nariz, una pera; la mejilla, una manzana; el mentón, una granada; y el pelo, un bosque de ramas.
Giuseppe Arcimboldo, pintor de corte, hizo reír a tres emperadores.
Lo celebraron, porque no lo entendieron. Sus obras parecían parques de diversiones. Y así pudo sobrevivir, y darse la gran vida, este artista pagano.
Arcimboldo se dio el lujo de cometer mortales pecados de idolatría, exaltando la comunión humana con la naturaleza exuberante y loca, y pintó retratos que decían ser juegos inofensivos pero eran burlas feroces.
Cuando murió, la memoria del arte lo suprimió, como si fuera pesadilla.
Cuatro siglos después, fue resucitado por los surrealistas, sus hijos tardíos.
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Resurrección de Vermeer
Sus obras se vendían por nada cuando murió. En 1676, la viuda pagó con dos cuadros lo que debía al panadero.
Después, Vermeer van Delft fue castigado con pena de olvido.
Dos siglos demoró en regresar al mundo. Los impresionistas, cazadores de la luz, lo rescataron. Renoir dijo que su retrato de la mujer haciendo encajes era la pintura más bella que había visto.
Vermeer, cronista de la trivialidad, no pintó más que su casa y algo del vecindario. Su mujer y sus hijas eran sus modelos, y sus temas los quehaceres
del hogar. Siempre lo mismo, nunca lo mismo: en esa casera rutina, él supo descubrir, como Rembrandt, los soles que el oscuro cielo del norte le negaba.
En sus cuadros, no hay jerarquías. Nada ni nadie es más ni menos luminoso. La luz del universo vibra, secretamente, en la copa de vino tanto como en la mano que la ofrece, en la carta tanto como en los ojos que la leen, en un gastado tapiz tanto como en la cara no usada de esa muchacha que te mira.
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Resurrección de Vivaldi
Antonio Vivaldi y Ezra Pound, hombres de cabellera llameante y flameante, han dejado honda huella de sus pasos. El mundo sería bastante menos vivible si no tuviera la música de Vivaldi y la poesía de Pound.
La música de Vivaldi estuvo callada durante dos siglos.
Pound la recuperó. Esos sones que el mundo había olvidado abrían y cerraban el programa de radio del poeta, que trasmitía propaganda fascista, desde Italia, en lengua inglesa.
El programa ganó pocos simpatizantes para Mussolini, si es que alguno ganó; pero conquistó muchos fervorosos para el músico de Venecia.
Cuando el poder fascista se derrumbó, Pound cayó preso. Los militares de Estados Unidos, su país, lo encerraron en una jaula de alambre de púas, a la intemperie, para que la gente le arrojara monedas y escupidas, y después lo mandaron al manicomio.
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En las profundidades de una cueva del río Pinturas, un cazador estampó en la piedra su mano roja de sangre. El dejó su mano allí, en alguna tregua entre la urgencia de matar y el pánico de morir. Y algún tiempo después, otro cazador imprimió, junto a esa mano, su propia mano negra de tizne. Y luego otros cazadores fueron dejando en la piedra las huellas de sus manos empapadas en colores que venían de la sangre y de las cenizas, de la tierra y de las flores.
Trece mil años después, cerquita del río Pinturas, en la ciudad de Perito Moreno, alguien escribe en una pared: "Yo estuve aquí".
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Seis siglos después de su fundación, Roma decidió que el año empezaría el primer día de enero. Hasta entonces, cada año nacía el 15 de marzo. No hubo más remedio que cambiar la fecha, por razón de guerra.
España ardía. La rebelión, que desafiaba el poderío imperial y devoraba miles y más miles de legionarios, obligó a Roma a cambiar la cuenta de sus días y los ciclos de sus asuntos de estado. Largos años duró el alzamiento, hasta que por fin la ciudad de Numancia, la capital de los rebeldes hispanos, fue sitiada, incendiada y arrasada.
En una colina rodeada de campos de trigo, a orillas del río Duero, yacen sus restos. Casi nada ha quedado de esta ciudad que cambió, para siempre, el calendario universal. Pero a la medianoche de cada 31 de diciembre, cuando alzamos las copas, brindamos por ella, aunque no lo sepamos, para que sigan naciendo los libres y los años.
Eduardo Galeano
Memoria
La parola ricordare viene dal latino re-cordis, che significa passare di nuovo nel cuore.
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Dismemoria
Chicago è piena di fabbriche. Ci sono fabbriche perfino in pieno centro cittadino, intorno all'edificio più alto del mondo. Chicago è piena di fabbriche, Chicago è piena di operai.
Arrivato nel quartiere di Heymarket, chiedo ai miei amici che mi mostrino il posto dove furono impiccati, nel 1886, quegli operai che il mondo intero saluta ogni 1º di Maggio. - Deve essere qui -, mi dicono. Ma nessuno sa. Nessuna statua è stata eretta in memoria dei martiri di Chicago, nella città di Chicago. Né statua, né stele, né targa di bronzo, né niente.
Il primo maggio è l'unico giorno davvero universale dell'umanità intera, l'unico giorno in cui coincidono tutte le storie e tutte le geografie, tutte le lingue e le religioni e le culture del mondo; ma negli Stati Uniti, il primo maggio è un giorno qualunque. Quel giorno, la gente lavora normalmente, e nessuno, o quasi nessuno, ricorda che i diritti della classe operaia non sono germogliati dall'orecchio di una capra, né della mano di Dio o del padrone.
Dopo l'inutile esplorazione di Heymarket, i miei amici mi portano a conoscere la migliore libreria della città. E lì, per pura curiosità, per pura casualità, scopro un vecchio manifesto che sta lì come ad aspettarmi, messo tra molte altre locandine di cinema e musica rock.
Il manifesto riporta un proverbio dell'Africa:
"Fino a quando i leoni non avranno i propri storiografi, le storie di caccia continueranno a glorificare il cacciatore".
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Sto leggendo un romanzo di Louise Erdrich.
Ad un certo punto, un bisnonno incontra il suo bisnipote.
Il bisnonno è completamente rimbambito (i suoi pensieri hanno il colore dell'acqua) e sorride con lo stesso serafico sorriso del suo bisnipote neonato.
Il bisnonno è felice perché ha perso la memoria che aveva. Il bisnipote è felice perché non ha, ancora, nessuna memoria.
Ecco qui, penso, la felicità perfetta. Io non la voglio.
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Alla fine del diciottesimo secolo, i soldati di Napoleone scoprirono che molti bambini egiziani credevano che le piramidi fossero state costruite dai francesi o dagli inglesi.
Alla fine del ventesimo secolo, molti bambini giapponesi credevano che le bombe su Hiroshima e Nagasaki fossero state lanciate dai russi.
Nel 1965, il paese di Santo domingo resistette per centotrentadue notti all'invasione di quarantaduemila marines nordamericani. La gente combattè casa per casa, corpo a corpo, con bastoni e coltelli e carabine e pietre e bottiglie rotte. Che cosa crederanno, di qui a non molto tempo, i bambini dominicani? Il governo non celebra la resistenza nazionale in un Giorno della Dignità, bensì il Giorno della Fratellanza, mettendo un segno uguale tra chi aveva baciato la mano dell'invasore e chi avevano mostrato il petto ai carri armati.
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Nel 1839, l'ambasciatore nordamericano in Honduras, John Lloyd Sthephens, comprò la città maya di Cópan, con divinità e tutto, per cinquanta dollari.
Nel 1892, nelle vicinanze di New York, un capo indiano irochese vendè le quattro fasce sacre che la sua comunità conservava da sempre. Come le rovine alzate nella sterpaglia di Copán, quelle fasce di conchiglie raccontavano la storia collettiva. Il generale Henry B. Carrington le comprò per settantacinque dollari.
Per sbiancare la Repubblica Dominicana, il generale Rafael Leónidas Trujillo assassinò 18.000 neri nel 1937. Erano tutti haitiani, come la sua nonna materna. Trujillo pagò al governo di Haiti un'indennità di ventinove dollari per morto.
Nell'anno 2001, dopo vari processi per i suoi crimini, il generale cileno Agusto Pinochet finì per pagare una multa di 3.500 dollari. Un dollaro a morto.
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L'impero ottomano cadeva a pezzi e gli armeno pagarono lo scotto. Mentre infuriava la prima guerra mondiale, una macelleria programmata dal governo mise fine alla metà degli armeni in Turchia: case saccheggiate e bruciate, carovane di persone nude e coraggiose in marcia senza acqua né niente, donne violentate alla luce del giorno nella piazza del paese, corpi mutilati a galleggiare nei fiumi.
Chi non morì di sete o fame o freddo, morì di coltello o pallottola. O di forca. O di fumo: nel deserto di Siria, gli armeni sloggiati della Turchia furono rinchiusi in grotte e soffocati col fumo, in quella che fu qualcosa come una profezia delle camere a gas della Germania nazista.
Venti anni dopo, Hitler stava programmando, coi suoi gerarchi, l'invasione della Polonia. Misurando i pro ed i contro dell'operazione, Hitler osservò che ci sarebbero state proteste, un certo scandalo internazionale, qualche schiamazzo, ma assicurò che quel clamore non sarebbe durato molto. E a conferma domandò:
- Chi si ricorda degli armeni?
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Quattro secoli e mezzo fa, Miguel Servet fu bruciato vivo, con legna verde, a Ginevra. Calvino ordinò il falò, perché Servet credeva che nessuno doveva essere battezzato prima di arrivare all'età adulta, aveva i suoi dubbi sul mistero della Santa Trinità ed era tanto caparbio che insisteva ad insegnare, nelle sue aule di medicina, che il sangue passa per il cuore, ma si purifica nei polmoni.
Le sue eresie l'avevano condannato ad una vita errante. Prima che l'acchiappassero, aveva cambiato molte volte paese, casa, mestiere e nome.
Servet bruciò, molto lentamente, vicino ai libri che aveva scritto. Nella facciata di uno dei suoi libri, un'incisione mostrava Sansone che portava sulla schiena, curvo sotto il carico, un porta molto pesante. Sotto, si leggeva: Porto la mia libertà con me.
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Túpac Amaru era stato l'ultimo re degli inca, che per quarant'anni aveva combattuto sulle montagne del Perù. Nel 1572, quando la sciabola del boia gli spaccò la nuca, i profeti indios annunciarono che sarebbe venuto il giorno in cui la testa si sarebbe riunita al corpo.
E si riunì. Due secoli dopo, José Gabriel Condorcanqui trovò il nome che lo stava aspettando. Convertito in Túpac Amaru, egli capeggiò la più numerosa e pericolosa ribellione indigena in tutta la storia delle Indie.
Arsero le Ande. Dalla cordigliera fino alla mare si sollevarono le vittime dal lavoro forzato nelle miniere, nelle tenute agricole e nelle officine. Di vittoria in vittoria, il menù coloniale era minacciato dai ribelli che avanzavano, a passo inarrestabile, guadando fiumi, valicando montagne, attraversando valli, paese dietro paese. E ad un certo momento furono sul punto di conquistare Cuzco.
La città sacra, il cuore del potere, stava lì: dalle cime si vedeva, si toccava.
Erano passati diciotto secoli e mezzo, e si ripeteva la storia di Spartaco che ebbe a portata di mano Roma. E neanche Túpac Amaru si decise ad attaccare. Truppe indios, al comando di un cacique venduto, difendevano Cuzco, città assediata, ed egli non ammazzava indios: quello no, quello mai. Sapeva bene che era necessario, che non aveva altra scelta, ma...
Mentre egli dubitava sul sì, sul no, sul chi sa, passarono i giorni e le notti ed i soldati spagnoli, molti, ben armati, continuavano ad arrivare da Lima.
Invano gli inviava disperati messaggi sua moglie, Micaela Bastidas, che comandava la retroguardia:
- Tu devi finirla di dispiacermi...
- Io oramai non ho più la pazienza per sopportare tutto questo...
- Ti ho già dato abbastanza avvertimenti...
- Se vuoi la nostra rovina, puoi metterti a dormire.
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Fino a quando si avranno ancora pene e dimenticanza? Non sarà ora che ci dimentichiamo di dimenticare? Questo articolo c'invita ad entrare nel tema delle memorie e smemoratezze, attraverso sei porte.
LA MEMORIA MUTILATA
"Fino a quando i leoni non avranno i propri storiografi, le storie di caccia continueranno a glorificare il cacciatore."
(Proverbio africano)
La memoria del potere non ricorda: benedice. Essa giustifica la perpetuazione del privilegio per diritto d'eredità, concede impunità ai crimini di quanti comandano e fornisce alibi al loro discorso che mente con ammirabile sincerità.
La memoria di pochi si impone come memoria di tutti. Ma questo riflettore che illumina le cime, lascia la base nell'oscurità. Quelli che non sono ricchi, né bianchi, né maschi, né militari, raramente agiscono nella storia ufficiale dall'America Latina: piuttosto completano la scenografia, come le comparse di Hollywood. Sono da sempre gli invisibili che cercano invano i loro volti in questo specchio obbligatorio. Essi non ci sono.
La memoria del potere ascolta solo le voci che ripetono la noiosa litania della sua propria sacralizzazione. "Quelli che non hanno voce" sono quelli che più hanno voce, ma sono da secoli obbligati al silenzio, ed a volte danno l'impressione che si siano abituati. L'elitarismo, il razzismo, il machismo ed il militarismo, che ci ostacolano l'esistenza, ci impediscono anche di ricordare.
Si rimpicciolisce la memoria collettiva, mutilata della parte migliore di sé, e la si mette al servizio delle cerimonie di autoelogio dei prepotenti che sono nel mondo.
LA MEMORIA ROTTA
Che la fortuna si è fatta burattinaia
e tanto prontamente ti mostra un paese
allo stesso modo in cui lo nasconde.
(Abú Bakr b. Sárim, poeta di Siviglia, secolo XIII)
La cultura del consumo che esige di comprare, condanna tutto quello che vende all'obsolescenza immediata: le cose invecchiano in un lampo, per essere rimpiazzate da altre cose dalla vita fugace.
Lo shopping center, tempio dove si celebrano le messe del consumo, è un buon simbolo dei messaggi dominanti nella nostra epoca: esiste fuori dal tempo e dallo spazio, senza età e senza radici, e non ha memoria.
E la televisione è il mezzo col quale quei messaggi si irradiano nella maniera più efficace. La tele ci bombarda con immagini che nascono per essere dimenticate nell'atto stesso. Ogni immagine seppellisce l'immagine anteriore e sopravvive solo fino all'immagine seguente.
Gli avvenimenti umani, convertiti in oggetto di consumo, muoiono, come le cose, nell'istante in cui sono usati. Ogni notizia è divorziata dal suo proprio passato e divorziata dal passato di tutte le altre. Nell'era dello zapping, non si sa se, quanto più c'informiamo, più conosciamo o più ignoriamo.
I mezzi di comunicazione ed i centri di educazione normalmente non contribuiscono molto, diciamo così, all'integrazione della realtà e la sua memoria. La cultura del consumo, cultura del disimpegno, ci abitua a credere che le cose succedono perché sì.
Incapace di riconoscere le sue origini, il tempo presente proietta il futuro come sua propria ripetizione, il domani è come un altro nome dell'oggi: l'organizzazione disuguale del mondo che umilia la condizione umana, appartiene all'ordine eterno, e l'ingiustizia è una fatalità che siamo obbligati ad accettare o accettare.
Il potere non ammette più radici di quelle necessarie a fornire alibi ai suoi crimini; l'impunità esige la smemoratezza.
Ci sono paesi e persone di successo e ci sono paesi e persone fallite, perché la vita è un sistema di ricompense e punizioni che premia gli efficienti e punisce gli incapaci.
Affinché le infamie possano essere convertite in imprese, bisogna rompere la memoria: la memoria del nord divorzia dalla memoria del sud, l'accumulazione si stacca dalla depredazione, l'opulenza non ha niente a che vedere con la privazione.
La memoria rotta ci fa credere che la ricchezza non ha colpa della povertà e che la disgrazia non paga, da secoli o millenni, il prezzo della grazia. E ci fa credere che siamo condannati alla rassegnazione.
LA MEMORIA BRUCIATA
"Affinché il demonio non possa continuare ad esercitare i suoi inganni".
(L'arcivescovo di Uma che nel 1614 fece bruciare tutte le quenas ed altri strumenti musicali degli indios)
Nel 1499, a Granada, l'arcivescovo Cisneros gettò nelle fiamme i libri musulmani, per ridurre in cenere otto secoli di storia scritta della cultura islamica in Spagna.
Nel 1562, a Mani nello Yucatan, frate Diego de Landa gettò nelle fiamme i libri maya, per ridurre in cenere otto secoli di storia scritta della cultura indigena in America.
Nel 1888, a Río de Janeiro, l'imperatore Pedro II gettò nelle fiamme la documentazione sulla schiavitú in Brasile, per ridurre in cenere tre secoli e mezzo di storia scritta dell'infamia negriera.
Nel 1983, a Buenos Aires, il generale Reynaldo Bignone gettò nelle fiamme la documentazione sulla guerra sporca della dittatura militare argentina, per ridurre in cenere otto anni di storia scritta dell'infamia macellaia.
Nel 1995, nella città di Guatemala, l'esercito gettò nelle fiamme la documentazione sulla guerra sporca della dittatura militare guatemalteca, per ridurre in cenere quarant'anni di storia scritta dell'infamia macellaia.
LA MEMORIA TESTARDA
Dove ero io, prima di essere?
(Domanda di un bambino di cinque anni alla madre, come mi raccontò la madre)
La storia si ripete? O si ripete solo come penitenza di quanti sono incapaci di ascoltarla?
Non c'è storia muta. Per quanto la brucino, per quanto la rompano, per quanto la falsifichino, la memoria umana si rifiuta di tapparsi la bocca. Il tempo che fu continua a battere, vivo, dentro il tempo che è, benché il tempo che è non lo voglia o non lo sappia.
I libri e le genti bruciate nei falò della Santa Inquisizione irradiano una ostinata energia, energia di pluralismo e tolleranza, sui processi di cambiamento della Spagna di oggi.
Le voci dell'America precolombiana, castigate voci che parlano della vita in comunità e della comunione con la natura, risuonano molto innovative, aprendo brecce nei vicoli ciechi di questa America attuale.
I brasiliani stanno riscoprendo il più disprezzato capitolo della sua storia, la resistenza del regno di Palmares, quel santuario di libertà dove gli schiavi neri fuggitivi sconfissero oltre quaranta attacchi militari nel corso di un secolo, ed in quella memoria perduta stanno incominciando a celebrare il più saldo simbolo di dignità nazionale.
Gli argentini incominciano a riconoscere il loro miglior simbolo di salute mentale nelle madri di Plaza de Mayo che erano state chiamate pazze quando si rifiutarono di dimenticare, ed in Guatemala il simbolo di un altro paese possibile si chiama già Rigoberta Menchú, la donna indigena che da anni guida la sfida contro l'amnesia dei crimini del terrore di Stato.
LA CATTIVA MEMORIA
Aveva una così cattiva memoria che si dimenticò che aveva cattiva memoria e si ricordò di tutto.
(Ramón Gómez de la Serna)
L'amnesia, dice il potere, è sana.
Dal punto di vista del potere, non solo erano e sono pazze le madri delle sue vittime, ma sono pazzi anche i suoi propri strumenti, i boia, quando non possono dormire a piede libero, senza altro disturbo che le zanzare d'estate.
Non è molta la gente che nasce con quella scomoda ghiandola chiamata coscienza che secerne colpa, ma a volte si dà il caso: quando un ufficiale dell'esercito argentino, il capitano Scilingo, rivelò che non poteva dormire senza lexotan o sbornia da quando aveva gettato in mare aperto trenta prigionieri vivi, i suoi superiori lo raccomandarono per il trattamento psichiatrico, perché era diventato pazzo.
Il governo argentino ha mandato in Europa più di un ufficiale nazista, applicando l'estradizione per crimini di massa commessi più di mezzo secolo fa, mentre allo stesso tempo concedeva impunità, ed applausi, agli ufficiali argentini che avevano commesso crimini di massa non più di un momento prima.
La memoria e la giustizia, sono lussi che i paesi latinoamericani non possono permettersi? Siamo obbligati a vivere in stato di perpetua bugia?
Il potere identifica la memoria col disordine e la giustizia con la vendetta. A nome dell'ordine democratico e della riconciliazione nazionale, si sono dettate leggi di impunità nei paesi latinoamericani che escono dall'aver sofferto dittature militari. Quelle leggi che seppelliscono il passato, confinano la giustizia.
Quando nel 1989 si svolse in Uruguay il plebiscito contro l'impunità, la maggioranza della gente cadde nella trappola dalla propaganda ufficiale che seminò il panico bombardando di minacce l'opinione pubblica. Lavaggio di memoria, lavaggio di cervello: se si punivano i crimini della gente di uniforme, o se semplicemente si apriva la possibilità che una simile cosa succedesse, la violenza sarebbe tornata di nuovo, si sarebbe ripetuta la storia. La dimenticanza era il prezzo della pace.
L'esperienza insegna tutto il contrario. Affinché la storia non si ripeta, bisogna ricordare l'impunità, che premia il delitto, stimola il delinquente. E quando il delinquente è lo Stato che stupra, ruba, tortura ed ammazza senza rendere conto a nessuno, dal potere proviene una luce verde che autorizza la società intera a stuprare, rubare, torturare ed ammazzare. E la democrazia ne paga, in breve o alla lunga, le conseguenze.
L'impunità del potere, figlia della brutta memoria, è una delle maestre della Scuola del Crimine. A quella scuola accorrono, attualmente, molti milioni di bambini latinoamericani; e la scolaresca cresce giorno per giorno.
LA MEMORIA PROIBITA
Il vescovo Juan Gerardi presidiò il gruppo di lavoro che riscattò la storia recente del terrore in Guatemala. Migliaia di voci, testimonianze raccolte in tutto il paese, andarono ricostruendo le tessere di 40 anni di mmemoria del dolore: 150.000 guatemaltechi morti, 50.000 desaparecidos, un milione di esiliati e rifugiati, 200.000 orfani, 40.000 vedove, le vittime, 9 su dieci, erano civili disarmati, nella maggioranza indigeni; e in otto casi su dieci, la responsabilità era dell'esercito o delle sue bande paramilitari.
La chiesa rese pubblica la relazione un giovedì di aprile del 98, due giorni dopo, il vescovo Gerardi venne trovato morto, col cranio spaccato a colpi di pietra.
LA MEMORIA VIVA
Scusami tanto, fratello. Vorrei venire con te, ma ho molto da fare
(Al funerale di Jorge López, nella valle del Bolsón. Parole del suo migliore amico)
Quando è davvero viva, la memoria non contempla la storia, ma invita a farla, più che nei musei, dove la poveretta si annoia, la memoria sta nell'aria che respiriamo. Essa, dall'aria, ci respira.
È contraddittoria, come noi. Non è mai quieta. Con noi, cambia. Man mano che continuano a passare gli anni, e gli anni ci vanno cambiando, continua a cambiare anche il nostro ricordo di quanto vissuto, visto e ascoltato. E spesso succede che conserviamo nella memoria quello che vogliamo trovare in lei, come normalmente fa la polizia con le perquisizioni.
La nostalgia, per esempio, che è tanto invitante, e che tanto generosamente ci offre il suo caldo rifugio, è anche bara: Quante volte preferiamo il passato che inventiamo al presente che ci sfida ed al futuro che ci fa paura?
La memoria viva non è nata per essere àncora. Ha, piuttosto, vocazione di catapulta. Vuole essere porto di partenza, non di arrivo. Ella non rinnega la nostalgia, ma preferisce la speranza, il suo pericolo, le sue intemperie. I greci credevano che la memoria fosse sorella del tempo e della mare, e non si sbagliavano.
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Resurrezione di Arcimboldo
Ogni persona era una fonte di sapori, odori e colori: l'orecchio, un tulipano;
le sopracciglia, due gamberetti; gli occhi, due chicchi uve; le palpebre, becchi di papero; il naso, una pera; la guancia, una mela; il mento, una melagrana; ed i capelli, un bosco di rami.
Giuseppe Arcimboldo, pittore di corte, fece ridere tre imperatori.
Lo celebrarono, perché non lo capirono. Le sue opere sembravano parchi dei divertimenti. E così potè sopravvivere, e darsi alla bella vita, questo artista pagano.
Arcimboldo si concesse il lusso di commettere mortali peccati di idolatria, esaltando la comunione umana con la natura esuberante e pazza, e dipinse ritratti che si dicevano essere giochi inoffensivi ma erano scherzi feroci.
Quando morì, la memoria dell'arte lo soppresse, come se fosse un incubo.
Quattro secoli dopo, fu resuscitato dai surrealisti, i suoi figli tardivi.
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Resurrezione di Vermeer
Quando morì le sue opere si vendevano per un niente. Nel 1676, la vedova pagò con due quadri quello che doveva al panettiere.
Dopodiche, Vermeer van Delft fu punito con la pena dell'oblio.
Due secoli tardò a ritornare al mondo. Gli impressionisti, cacciatori della luce, lo riscattarono. Renoir disse che il suo ritratto della donna che ricama era la pittura più bella che aveva mai visto.
Vermeer, cronista della trivialità, non dipinse più che la sua casa e qualcosa del vicinato. Sua moglie e le sue figlie erano i suoi modelli, ed i suoi temi le faccende domestiche. Sempre la stessa cosa, mai la stessa cosa: in quella routine casalinga, egli seppe scoprire, come Rembrandt, i soli che l'oscuro cielo del nord gli negava.
Nei suoi quadri, non ci sono gerarchie. Niente e nessuno è più o meno luminoso. La luce dell'universo vibra, segretamente, tanto nel bicchiere di vino quanto nella mano che lo offre, tanto nella lettera quanto negli occhi che la leggono, tanto in un consumato arazzo quanto nel viso non usuale di quella ragazza che ti guarda.
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Resurrezione di Vivaldi
Antonio Vivaldi ed Ezra Pound, uomini dalla chioma fiammeggiante e ardente, hanno lasciato orme profonde coi loro passi. Il mondo sarebbe molto meno vivibile se non avesse la musica di Vivaldi e la poesia di Pound.
La musica di Vivaldi fu silenziosa per due secoli.
Pound la recuperò. Quei suoni che il mondo aveva dimenticato aprivano e chiudevano il programma radiofonico del poeta che trasmetteva, dall'Italia, propaganda fascista in lingua inglese.
Il programma guadagnò pochi simpatizzanti a Mussolini, se mai ne guadagnò qualcuno; ma conquistò molti ferventi ammiratori per il musicista di Venezia.
Quando il potere fascista crollò, Pound finì carcerato. I militari degli Stati Uniti, il suo paese, lo rinchiusero in una gabbia di filo spinato, alle intemperie, affinché la gente gli lanciasse monete e sputi, e dopo lo mandarono in manicomio.
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Nelle profondità di una grotta del fiume Pinturas, un cacciatore impresse sulla pietra la sua mano rossa di sangue. Egli lasciò lì la sua mano, in una qualche tregua tra l'urgenza di ammazzare e il panico di morire. E qualche tempo dopo, un altro cacciatore impresse, vicino a quella mano, la sua mano nera di fuliggine. E dopo altri cacciatori lasciarono sulla pietra le orme delle loro mani inzuppate in colori che venivano dal sangue e dalle ceneri, dalla terra e dai fiori.
Tredicimila anni dopo, vicino al fiume Pinturas, nella città di Perito Moreno, qualcuno scrive su una parete: "Io sono stato qui".
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Sei secoli dopo la sua fondazione, Roma decise che l'anno sarebbe cominciato il primo giorno di gennaio. Fino ad allora, ogni anno iniziava il 15 di marzo. A motivo della guerra, non ci fu altro rimedio che cambiare la data.
La Spagna ardeva. La ribellione che sfidava il potere imperiale e divorava migliaia e migliaia di legionari, obbligò a Roma a cambiare il conto dei suoi giorni e i periodi delle cariche di stato.
Lunghi anni durò la sollevazione, fino a che finalmente la città di Numancia, la capitale dei ribelli ispanici, fu assediata, incendiata e rasa al suolo.
In una collina circondata di campi di grano, sulle rive del fiume Duero, giacciono i suoi resti. Quasi niente è rimasto di questa città che cambiò, per sempre, il calendario universale. Ma alla mezzanotte di ogni 31 dicembre, quando leviamo i bicchieri, brindiamo per lei, benché non lo sappiamo, affinché continuino a nascere i liberi e gli anni.
Eduardo Galeano
La parola ricordare viene dal latino re-cordis, che significa passare di nuovo nel cuore.
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Dismemoria
Chicago è piena di fabbriche. Ci sono fabbriche perfino in pieno centro cittadino, intorno all'edificio più alto del mondo. Chicago è piena di fabbriche, Chicago è piena di operai.
Arrivato nel quartiere di Heymarket, chiedo ai miei amici che mi mostrino il posto dove furono impiccati, nel 1886, quegli operai che il mondo intero saluta ogni 1º di Maggio. - Deve essere qui -, mi dicono. Ma nessuno sa. Nessuna statua è stata eretta in memoria dei martiri di Chicago, nella città di Chicago. Né statua, né stele, né targa di bronzo, né niente.
Il primo maggio è l'unico giorno davvero universale dell'umanità intera, l'unico giorno in cui coincidono tutte le storie e tutte le geografie, tutte le lingue e le religioni e le culture del mondo; ma negli Stati Uniti, il primo maggio è un giorno qualunque. Quel giorno, la gente lavora normalmente, e nessuno, o quasi nessuno, ricorda che i diritti della classe operaia non sono germogliati dall'orecchio di una capra, né della mano di Dio o del padrone.
Dopo l'inutile esplorazione di Heymarket, i miei amici mi portano a conoscere la migliore libreria della città. E lì, per pura curiosità, per pura casualità, scopro un vecchio manifesto che sta lì come ad aspettarmi, messo tra molte altre locandine di cinema e musica rock.
Il manifesto riporta un proverbio dell'Africa:
"Fino a quando i leoni non avranno i propri storiografi, le storie di caccia continueranno a glorificare il cacciatore".
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Sto leggendo un romanzo di Louise Erdrich.
Ad un certo punto, un bisnonno incontra il suo bisnipote.
Il bisnonno è completamente rimbambito (i suoi pensieri hanno il colore dell'acqua) e sorride con lo stesso serafico sorriso del suo bisnipote neonato.
Il bisnonno è felice perché ha perso la memoria che aveva. Il bisnipote è felice perché non ha, ancora, nessuna memoria.
Ecco qui, penso, la felicità perfetta. Io non la voglio.
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Alla fine del diciottesimo secolo, i soldati di Napoleone scoprirono che molti bambini egiziani credevano che le piramidi fossero state costruite dai francesi o dagli inglesi.
Alla fine del ventesimo secolo, molti bambini giapponesi credevano che le bombe su Hiroshima e Nagasaki fossero state lanciate dai russi.
Nel 1965, il paese di Santo domingo resistette per centotrentadue notti all'invasione di quarantaduemila marines nordamericani. La gente combattè casa per casa, corpo a corpo, con bastoni e coltelli e carabine e pietre e bottiglie rotte. Che cosa crederanno, di qui a non molto tempo, i bambini dominicani? Il governo non celebra la resistenza nazionale in un Giorno della Dignità, bensì il Giorno della Fratellanza, mettendo un segno uguale tra chi aveva baciato la mano dell'invasore e chi avevano mostrato il petto ai carri armati.
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Nel 1839, l'ambasciatore nordamericano in Honduras, John Lloyd Sthephens, comprò la città maya di Cópan, con divinità e tutto, per cinquanta dollari.
Nel 1892, nelle vicinanze di New York, un capo indiano irochese vendè le quattro fasce sacre che la sua comunità conservava da sempre. Come le rovine alzate nella sterpaglia di Copán, quelle fasce di conchiglie raccontavano la storia collettiva. Il generale Henry B. Carrington le comprò per settantacinque dollari.
Per sbiancare la Repubblica Dominicana, il generale Rafael Leónidas Trujillo assassinò 18.000 neri nel 1937. Erano tutti haitiani, come la sua nonna materna. Trujillo pagò al governo di Haiti un'indennità di ventinove dollari per morto.
Nell'anno 2001, dopo vari processi per i suoi crimini, il generale cileno Agusto Pinochet finì per pagare una multa di 3.500 dollari. Un dollaro a morto.
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L'impero ottomano cadeva a pezzi e gli armeno pagarono lo scotto. Mentre infuriava la prima guerra mondiale, una macelleria programmata dal governo mise fine alla metà degli armeni in Turchia: case saccheggiate e bruciate, carovane di persone nude e coraggiose in marcia senza acqua né niente, donne violentate alla luce del giorno nella piazza del paese, corpi mutilati a galleggiare nei fiumi.
Chi non morì di sete o fame o freddo, morì di coltello o pallottola. O di forca. O di fumo: nel deserto di Siria, gli armeni sloggiati della Turchia furono rinchiusi in grotte e soffocati col fumo, in quella che fu qualcosa come una profezia delle camere a gas della Germania nazista.
Venti anni dopo, Hitler stava programmando, coi suoi gerarchi, l'invasione della Polonia. Misurando i pro ed i contro dell'operazione, Hitler osservò che ci sarebbero state proteste, un certo scandalo internazionale, qualche schiamazzo, ma assicurò che quel clamore non sarebbe durato molto. E a conferma domandò:
- Chi si ricorda degli armeni?
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Quattro secoli e mezzo fa, Miguel Servet fu bruciato vivo, con legna verde, a Ginevra. Calvino ordinò il falò, perché Servet credeva che nessuno doveva essere battezzato prima di arrivare all'età adulta, aveva i suoi dubbi sul mistero della Santa Trinità ed era tanto caparbio che insisteva ad insegnare, nelle sue aule di medicina, che il sangue passa per il cuore, ma si purifica nei polmoni.
Le sue eresie l'avevano condannato ad una vita errante. Prima che l'acchiappassero, aveva cambiato molte volte paese, casa, mestiere e nome.
Servet bruciò, molto lentamente, vicino ai libri che aveva scritto. Nella facciata di uno dei suoi libri, un'incisione mostrava Sansone che portava sulla schiena, curvo sotto il carico, un porta molto pesante. Sotto, si leggeva: Porto la mia libertà con me.
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Túpac Amaru era stato l'ultimo re degli inca, che per quarant'anni aveva combattuto sulle montagne del Perù. Nel 1572, quando la sciabola del boia gli spaccò la nuca, i profeti indios annunciarono che sarebbe venuto il giorno in cui la testa si sarebbe riunita al corpo.
E si riunì. Due secoli dopo, José Gabriel Condorcanqui trovò il nome che lo stava aspettando. Convertito in Túpac Amaru, egli capeggiò la più numerosa e pericolosa ribellione indigena in tutta la storia delle Indie.
Arsero le Ande. Dalla cordigliera fino alla mare si sollevarono le vittime dal lavoro forzato nelle miniere, nelle tenute agricole e nelle officine. Di vittoria in vittoria, il menù coloniale era minacciato dai ribelli che avanzavano, a passo inarrestabile, guadando fiumi, valicando montagne, attraversando valli, paese dietro paese. E ad un certo momento furono sul punto di conquistare Cuzco.
La città sacra, il cuore del potere, stava lì: dalle cime si vedeva, si toccava.
Erano passati diciotto secoli e mezzo, e si ripeteva la storia di Spartaco che ebbe a portata di mano Roma. E neanche Túpac Amaru si decise ad attaccare. Truppe indios, al comando di un cacique venduto, difendevano Cuzco, città assediata, ed egli non ammazzava indios: quello no, quello mai. Sapeva bene che era necessario, che non aveva altra scelta, ma...
Mentre egli dubitava sul sì, sul no, sul chi sa, passarono i giorni e le notti ed i soldati spagnoli, molti, ben armati, continuavano ad arrivare da Lima.
Invano gli inviava disperati messaggi sua moglie, Micaela Bastidas, che comandava la retroguardia:
- Tu devi finirla di dispiacermi...
- Io oramai non ho più la pazienza per sopportare tutto questo...
- Ti ho già dato abbastanza avvertimenti...
- Se vuoi la nostra rovina, puoi metterti a dormire.
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Fino a quando si avranno ancora pene e dimenticanza? Non sarà ora che ci dimentichiamo di dimenticare? Questo articolo c'invita ad entrare nel tema delle memorie e smemoratezze, attraverso sei porte.
LA MEMORIA MUTILATA
"Fino a quando i leoni non avranno i propri storiografi, le storie di caccia continueranno a glorificare il cacciatore."
(Proverbio africano)
La memoria del potere non ricorda: benedice. Essa giustifica la perpetuazione del privilegio per diritto d'eredità, concede impunità ai crimini di quanti comandano e fornisce alibi al loro discorso che mente con ammirabile sincerità.
La memoria di pochi si impone come memoria di tutti. Ma questo riflettore che illumina le cime, lascia la base nell'oscurità. Quelli che non sono ricchi, né bianchi, né maschi, né militari, raramente agiscono nella storia ufficiale dall'America Latina: piuttosto completano la scenografia, come le comparse di Hollywood. Sono da sempre gli invisibili che cercano invano i loro volti in questo specchio obbligatorio. Essi non ci sono.
La memoria del potere ascolta solo le voci che ripetono la noiosa litania della sua propria sacralizzazione. "Quelli che non hanno voce" sono quelli che più hanno voce, ma sono da secoli obbligati al silenzio, ed a volte danno l'impressione che si siano abituati. L'elitarismo, il razzismo, il machismo ed il militarismo, che ci ostacolano l'esistenza, ci impediscono anche di ricordare.
Si rimpicciolisce la memoria collettiva, mutilata della parte migliore di sé, e la si mette al servizio delle cerimonie di autoelogio dei prepotenti che sono nel mondo.
LA MEMORIA ROTTA
Che la fortuna si è fatta burattinaia
e tanto prontamente ti mostra un paese
allo stesso modo in cui lo nasconde.
(Abú Bakr b. Sárim, poeta di Siviglia, secolo XIII)
La cultura del consumo che esige di comprare, condanna tutto quello che vende all'obsolescenza immediata: le cose invecchiano in un lampo, per essere rimpiazzate da altre cose dalla vita fugace.
Lo shopping center, tempio dove si celebrano le messe del consumo, è un buon simbolo dei messaggi dominanti nella nostra epoca: esiste fuori dal tempo e dallo spazio, senza età e senza radici, e non ha memoria.
E la televisione è il mezzo col quale quei messaggi si irradiano nella maniera più efficace. La tele ci bombarda con immagini che nascono per essere dimenticate nell'atto stesso. Ogni immagine seppellisce l'immagine anteriore e sopravvive solo fino all'immagine seguente.
Gli avvenimenti umani, convertiti in oggetto di consumo, muoiono, come le cose, nell'istante in cui sono usati. Ogni notizia è divorziata dal suo proprio passato e divorziata dal passato di tutte le altre. Nell'era dello zapping, non si sa se, quanto più c'informiamo, più conosciamo o più ignoriamo.
I mezzi di comunicazione ed i centri di educazione normalmente non contribuiscono molto, diciamo così, all'integrazione della realtà e la sua memoria. La cultura del consumo, cultura del disimpegno, ci abitua a credere che le cose succedono perché sì.
Incapace di riconoscere le sue origini, il tempo presente proietta il futuro come sua propria ripetizione, il domani è come un altro nome dell'oggi: l'organizzazione disuguale del mondo che umilia la condizione umana, appartiene all'ordine eterno, e l'ingiustizia è una fatalità che siamo obbligati ad accettare o accettare.
Il potere non ammette più radici di quelle necessarie a fornire alibi ai suoi crimini; l'impunità esige la smemoratezza.
Ci sono paesi e persone di successo e ci sono paesi e persone fallite, perché la vita è un sistema di ricompense e punizioni che premia gli efficienti e punisce gli incapaci.
Affinché le infamie possano essere convertite in imprese, bisogna rompere la memoria: la memoria del nord divorzia dalla memoria del sud, l'accumulazione si stacca dalla depredazione, l'opulenza non ha niente a che vedere con la privazione.
La memoria rotta ci fa credere che la ricchezza non ha colpa della povertà e che la disgrazia non paga, da secoli o millenni, il prezzo della grazia. E ci fa credere che siamo condannati alla rassegnazione.
LA MEMORIA BRUCIATA
"Affinché il demonio non possa continuare ad esercitare i suoi inganni".
(L'arcivescovo di Uma che nel 1614 fece bruciare tutte le quenas ed altri strumenti musicali degli indios)
Nel 1499, a Granada, l'arcivescovo Cisneros gettò nelle fiamme i libri musulmani, per ridurre in cenere otto secoli di storia scritta della cultura islamica in Spagna.
Nel 1562, a Mani nello Yucatan, frate Diego de Landa gettò nelle fiamme i libri maya, per ridurre in cenere otto secoli di storia scritta della cultura indigena in America.
Nel 1888, a Río de Janeiro, l'imperatore Pedro II gettò nelle fiamme la documentazione sulla schiavitú in Brasile, per ridurre in cenere tre secoli e mezzo di storia scritta dell'infamia negriera.
Nel 1983, a Buenos Aires, il generale Reynaldo Bignone gettò nelle fiamme la documentazione sulla guerra sporca della dittatura militare argentina, per ridurre in cenere otto anni di storia scritta dell'infamia macellaia.
Nel 1995, nella città di Guatemala, l'esercito gettò nelle fiamme la documentazione sulla guerra sporca della dittatura militare guatemalteca, per ridurre in cenere quarant'anni di storia scritta dell'infamia macellaia.
LA MEMORIA TESTARDA
Dove ero io, prima di essere?
(Domanda di un bambino di cinque anni alla madre, come mi raccontò la madre)
La storia si ripete? O si ripete solo come penitenza di quanti sono incapaci di ascoltarla?
Non c'è storia muta. Per quanto la brucino, per quanto la rompano, per quanto la falsifichino, la memoria umana si rifiuta di tapparsi la bocca. Il tempo che fu continua a battere, vivo, dentro il tempo che è, benché il tempo che è non lo voglia o non lo sappia.
I libri e le genti bruciate nei falò della Santa Inquisizione irradiano una ostinata energia, energia di pluralismo e tolleranza, sui processi di cambiamento della Spagna di oggi.
Le voci dell'America precolombiana, castigate voci che parlano della vita in comunità e della comunione con la natura, risuonano molto innovative, aprendo brecce nei vicoli ciechi di questa America attuale.
I brasiliani stanno riscoprendo il più disprezzato capitolo della sua storia, la resistenza del regno di Palmares, quel santuario di libertà dove gli schiavi neri fuggitivi sconfissero oltre quaranta attacchi militari nel corso di un secolo, ed in quella memoria perduta stanno incominciando a celebrare il più saldo simbolo di dignità nazionale.
Gli argentini incominciano a riconoscere il loro miglior simbolo di salute mentale nelle madri di Plaza de Mayo che erano state chiamate pazze quando si rifiutarono di dimenticare, ed in Guatemala il simbolo di un altro paese possibile si chiama già Rigoberta Menchú, la donna indigena che da anni guida la sfida contro l'amnesia dei crimini del terrore di Stato.
LA CATTIVA MEMORIA
Aveva una così cattiva memoria che si dimenticò che aveva cattiva memoria e si ricordò di tutto.
(Ramón Gómez de la Serna)
L'amnesia, dice il potere, è sana.
Dal punto di vista del potere, non solo erano e sono pazze le madri delle sue vittime, ma sono pazzi anche i suoi propri strumenti, i boia, quando non possono dormire a piede libero, senza altro disturbo che le zanzare d'estate.
Non è molta la gente che nasce con quella scomoda ghiandola chiamata coscienza che secerne colpa, ma a volte si dà il caso: quando un ufficiale dell'esercito argentino, il capitano Scilingo, rivelò che non poteva dormire senza lexotan o sbornia da quando aveva gettato in mare aperto trenta prigionieri vivi, i suoi superiori lo raccomandarono per il trattamento psichiatrico, perché era diventato pazzo.
Il governo argentino ha mandato in Europa più di un ufficiale nazista, applicando l'estradizione per crimini di massa commessi più di mezzo secolo fa, mentre allo stesso tempo concedeva impunità, ed applausi, agli ufficiali argentini che avevano commesso crimini di massa non più di un momento prima.
La memoria e la giustizia, sono lussi che i paesi latinoamericani non possono permettersi? Siamo obbligati a vivere in stato di perpetua bugia?
Il potere identifica la memoria col disordine e la giustizia con la vendetta. A nome dell'ordine democratico e della riconciliazione nazionale, si sono dettate leggi di impunità nei paesi latinoamericani che escono dall'aver sofferto dittature militari. Quelle leggi che seppelliscono il passato, confinano la giustizia.
Quando nel 1989 si svolse in Uruguay il plebiscito contro l'impunità, la maggioranza della gente cadde nella trappola dalla propaganda ufficiale che seminò il panico bombardando di minacce l'opinione pubblica. Lavaggio di memoria, lavaggio di cervello: se si punivano i crimini della gente di uniforme, o se semplicemente si apriva la possibilità che una simile cosa succedesse, la violenza sarebbe tornata di nuovo, si sarebbe ripetuta la storia. La dimenticanza era il prezzo della pace.
L'esperienza insegna tutto il contrario. Affinché la storia non si ripeta, bisogna ricordare l'impunità, che premia il delitto, stimola il delinquente. E quando il delinquente è lo Stato che stupra, ruba, tortura ed ammazza senza rendere conto a nessuno, dal potere proviene una luce verde che autorizza la società intera a stuprare, rubare, torturare ed ammazzare. E la democrazia ne paga, in breve o alla lunga, le conseguenze.
L'impunità del potere, figlia della brutta memoria, è una delle maestre della Scuola del Crimine. A quella scuola accorrono, attualmente, molti milioni di bambini latinoamericani; e la scolaresca cresce giorno per giorno.
LA MEMORIA PROIBITA
Il vescovo Juan Gerardi presidiò il gruppo di lavoro che riscattò la storia recente del terrore in Guatemala. Migliaia di voci, testimonianze raccolte in tutto il paese, andarono ricostruendo le tessere di 40 anni di mmemoria del dolore: 150.000 guatemaltechi morti, 50.000 desaparecidos, un milione di esiliati e rifugiati, 200.000 orfani, 40.000 vedove, le vittime, 9 su dieci, erano civili disarmati, nella maggioranza indigeni; e in otto casi su dieci, la responsabilità era dell'esercito o delle sue bande paramilitari.
La chiesa rese pubblica la relazione un giovedì di aprile del 98, due giorni dopo, il vescovo Gerardi venne trovato morto, col cranio spaccato a colpi di pietra.
LA MEMORIA VIVA
Scusami tanto, fratello. Vorrei venire con te, ma ho molto da fare
(Al funerale di Jorge López, nella valle del Bolsón. Parole del suo migliore amico)
Quando è davvero viva, la memoria non contempla la storia, ma invita a farla, più che nei musei, dove la poveretta si annoia, la memoria sta nell'aria che respiriamo. Essa, dall'aria, ci respira.
È contraddittoria, come noi. Non è mai quieta. Con noi, cambia. Man mano che continuano a passare gli anni, e gli anni ci vanno cambiando, continua a cambiare anche il nostro ricordo di quanto vissuto, visto e ascoltato. E spesso succede che conserviamo nella memoria quello che vogliamo trovare in lei, come normalmente fa la polizia con le perquisizioni.
La nostalgia, per esempio, che è tanto invitante, e che tanto generosamente ci offre il suo caldo rifugio, è anche bara: Quante volte preferiamo il passato che inventiamo al presente che ci sfida ed al futuro che ci fa paura?
La memoria viva non è nata per essere àncora. Ha, piuttosto, vocazione di catapulta. Vuole essere porto di partenza, non di arrivo. Ella non rinnega la nostalgia, ma preferisce la speranza, il suo pericolo, le sue intemperie. I greci credevano che la memoria fosse sorella del tempo e della mare, e non si sbagliavano.
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Resurrezione di Arcimboldo
Ogni persona era una fonte di sapori, odori e colori: l'orecchio, un tulipano;
le sopracciglia, due gamberetti; gli occhi, due chicchi uve; le palpebre, becchi di papero; il naso, una pera; la guancia, una mela; il mento, una melagrana; ed i capelli, un bosco di rami.
Giuseppe Arcimboldo, pittore di corte, fece ridere tre imperatori.
Lo celebrarono, perché non lo capirono. Le sue opere sembravano parchi dei divertimenti. E così potè sopravvivere, e darsi alla bella vita, questo artista pagano.
Arcimboldo si concesse il lusso di commettere mortali peccati di idolatria, esaltando la comunione umana con la natura esuberante e pazza, e dipinse ritratti che si dicevano essere giochi inoffensivi ma erano scherzi feroci.
Quando morì, la memoria dell'arte lo soppresse, come se fosse un incubo.
Quattro secoli dopo, fu resuscitato dai surrealisti, i suoi figli tardivi.
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Resurrezione di Vermeer
Quando morì le sue opere si vendevano per un niente. Nel 1676, la vedova pagò con due quadri quello che doveva al panettiere.
Dopodiche, Vermeer van Delft fu punito con la pena dell'oblio.
Due secoli tardò a ritornare al mondo. Gli impressionisti, cacciatori della luce, lo riscattarono. Renoir disse che il suo ritratto della donna che ricama era la pittura più bella che aveva mai visto.
Vermeer, cronista della trivialità, non dipinse più che la sua casa e qualcosa del vicinato. Sua moglie e le sue figlie erano i suoi modelli, ed i suoi temi le faccende domestiche. Sempre la stessa cosa, mai la stessa cosa: in quella routine casalinga, egli seppe scoprire, come Rembrandt, i soli che l'oscuro cielo del nord gli negava.
Nei suoi quadri, non ci sono gerarchie. Niente e nessuno è più o meno luminoso. La luce dell'universo vibra, segretamente, tanto nel bicchiere di vino quanto nella mano che lo offre, tanto nella lettera quanto negli occhi che la leggono, tanto in un consumato arazzo quanto nel viso non usuale di quella ragazza che ti guarda.
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Resurrezione di Vivaldi
Antonio Vivaldi ed Ezra Pound, uomini dalla chioma fiammeggiante e ardente, hanno lasciato orme profonde coi loro passi. Il mondo sarebbe molto meno vivibile se non avesse la musica di Vivaldi e la poesia di Pound.
La musica di Vivaldi fu silenziosa per due secoli.
Pound la recuperò. Quei suoni che il mondo aveva dimenticato aprivano e chiudevano il programma radiofonico del poeta che trasmetteva, dall'Italia, propaganda fascista in lingua inglese.
Il programma guadagnò pochi simpatizzanti a Mussolini, se mai ne guadagnò qualcuno; ma conquistò molti ferventi ammiratori per il musicista di Venezia.
Quando il potere fascista crollò, Pound finì carcerato. I militari degli Stati Uniti, il suo paese, lo rinchiusero in una gabbia di filo spinato, alle intemperie, affinché la gente gli lanciasse monete e sputi, e dopo lo mandarono in manicomio.
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Nelle profondità di una grotta del fiume Pinturas, un cacciatore impresse sulla pietra la sua mano rossa di sangue. Egli lasciò lì la sua mano, in una qualche tregua tra l'urgenza di ammazzare e il panico di morire. E qualche tempo dopo, un altro cacciatore impresse, vicino a quella mano, la sua mano nera di fuliggine. E dopo altri cacciatori lasciarono sulla pietra le orme delle loro mani inzuppate in colori che venivano dal sangue e dalle ceneri, dalla terra e dai fiori.
Tredicimila anni dopo, vicino al fiume Pinturas, nella città di Perito Moreno, qualcuno scrive su una parete: "Io sono stato qui".
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Sei secoli dopo la sua fondazione, Roma decise che l'anno sarebbe cominciato il primo giorno di gennaio. Fino ad allora, ogni anno iniziava il 15 di marzo. A motivo della guerra, non ci fu altro rimedio che cambiare la data.
La Spagna ardeva. La ribellione che sfidava il potere imperiale e divorava migliaia e migliaia di legionari, obbligò a Roma a cambiare il conto dei suoi giorni e i periodi delle cariche di stato.
Lunghi anni durò la sollevazione, fino a che finalmente la città di Numancia, la capitale dei ribelli ispanici, fu assediata, incendiata e rasa al suolo.
In una collina circondata di campi di grano, sulle rive del fiume Duero, giacciono i suoi resti. Quasi niente è rimasto di questa città che cambiò, per sempre, il calendario universale. Ma alla mezzanotte di ogni 31 dicembre, quando leviamo i bicchieri, brindiamo per lei, benché non lo sappiamo, affinché continuino a nascere i liberi e gli anni.
Eduardo Galeano
La vida según Galeano:
Mujeres
Niños
Los primeros americanos
Fútbolerias (primera parte)
Fútbolerias (segunda parte)
Amares
Memorias y desmemorias
Hijos de África
Los nadies
El arcoiris terrestre
El miedo manda
Mapamundi
Te doy mi palabra
Mundo se rifa
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