Historias de guerrillas (3°pt)



Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?

La clase obrera es la clase fecunda y creadora, la clase obrera es la que produce cuanta riqueza material existe en un país. Y mientras el poder no esté en sus manos, mientras la clase obrera permita que el poder en manos de los patronos que la explotan, en manos de los especuladores, en manos de los terratenientes, en manos de los monopolios, en manos de los intereses extranjeros o nacionales, mientras las armas estén en manos al servicio de esos intereses y no en sus propias manos, la clase obrera estará obligada a una existencia miserable por muchas que sean las migajas que les lancen esos intereses desde la mesa del festín.
Fidel Castro

Nunca en América se había producido un hecho de tan extraordinarias características, tan profundas raíces y tan trascendentales consecuencias para el destino de los movimientos progresistas del continente como nuestra guerra revolucionaria. A tal extremo, que ha sido calificada por algunos como el acontecimiento cardinal de América y el que sigue en importancia a la trilogía que constituyen la Revolución rusa, el triunfo sobre las armas hitlerianas con las transformaciones sociales siguientes, y la victoria de la Revolución china.
Este movimiento, grandemente heterodoxo en sus formas y manifestaciones, ha seguido, sin embargo - no podía ser de otra manera -, las líneas generales de todos los grandes acontecimientos históricos del siglo, caracterizados por las luchas anticoloniales y el tránsito al socialismo.
Sin embargo, algunos sectores, interesadamente o de buena fe, han pretendido ver en ella una serie de raíces y características excepcionales, cuya importancia relativa frente al profundo fenómeno histórico-social elevan artificialmente, hasta constituirlas en determinantes. Se habla del excepcionalismo de la Revolución cubana al compararla con las líneas de otros partidos progresistas de América y se establece, en consecuencia, que la forma y caminos de la Revolución cubana son el producto único de la revolución y que en los demás países de América será diferente el tránsito histórico de los pueblos.
Aceptamos que hubo excepciones que le dan sus características peculiares a la Revolución cubana, es un hecho claramente establecido que cada revolución cuenta con este tipo de factores específicos, pero no está menos establecido que todas ellas seguirán leyes cuya violación no está al alcance de las posibilidades de la sociedad. Analicemos, pues, los factores de este pretendido excepcionalismo.
El primero, quizás, el más importante, el más original, es esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro Ruz, nombre que en pocos años ha alcanzado proyecciones históricas. El futuro colocará en su lugar exacto los méritos de nuestro primer ministro, pero a nosotros se nos antoja comparable con los de las más altas figuras históricas de toda Latinoamérica. Y, ¿cuáles son las circunstancias excepcionales que rodean la personalidad de Fidel Castro? Hay varias características en su vida y en su carácter que lo hacen sobresalir ampliamente por sobre todos sus compañeros y seguidores; Fidel es un hombre de tan enorme personalidad que, en cualquier movimiento donde participe, debe llevar la conducción y así lo ha hecho en el curso de su carrera desde la vida estudiantil hasta el premierato de nuestra patria y de los pueblos oprimidos de América. Tiene las características de gran conductor, que sumadas a sus dotes personales de audacia, fuerza y valor, y a su extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo, lo han llevado al lugar de honor y de sacrificio que hoy ocupa. Pero tiene otras cualidades importantes, como son su capacidad para asimilar los conocimientos y las experiencias, para comprender todo el conjunto de una situación dada sin perder de vista los detalles, su fe inmensa en el futuro, y su amplitud de visión para prevenir los acontecimientos y anticiparse a los hechos, viendo siempre más lejos y mejor que su compañeros. Con estas grandes cualidades cardinales, con su capacidad de aglutinar, de unir, oponiéndose a la división que debilita; su capacidad de dirigir a la cabeza de todos la acción del pueblo; su amor infinito por él, su fe en el futuro y su capacidad de preverlo, Fidel Castro hizo más que nadie en Cuba para construir de la nada el aparato hoy formidable de la Revolución cubana.
Sin embargo, nadie podría afirmar que en Cuba había condiciones político-sociales totalmente diferentes a las de otros países de América y que, precisamente por esa diferencia se hizo la Revolución. Tampoco se podría afirmar por el contrario, que, a pesar de esa diferencia Fidel Castro hizo la Revolución. Fidel, grande y hábil conductor, dirigió la Revolución en Cuba, en el momento y en la forma en que lo hizo, interpretando las profundas conmociones políticas que preparaban al pueblo para el gran salto hacia los caminos revolucionarios. También existieron ciertas condiciones, que no eran tampoco específicas de Cuba, pero que difícilmente serán aprovechables de nuevo por otros pueblos, porque el imperialismo, al contrario de algunos grupos progresistas, sí aprende con sus errores.
La condición que pudiéramos calificar de excepción, es que el imperialismo norteamericano estaba desorientado y nunca pudo aquilatar los alcances verdaderos de la Revolución cubana. Hay algo en esto que explica muchas de las aparentes contradicciones del llamado cuarto poder norteamericano. Los monopolios, como es habitual en estos casos comenzaban a pensar en un sucesor de Batista precisamente porque sabían que el pueblo no estaba conforme y que también lo buscaba, pero por caminos revolucionarios. ¿Qué golpe más inteligente y más hábil que quitar al dictadorzuelo inservible y poner en su lugar a los nuevos "muchachos" que podrían, en su día, servir altamente a los intereses del imperialismo? Jugó algún tiempo el imperio sobre esta carta su baraja continental y perdió lastimosamente. Antes del triunfo, sospechaban de nosotros, pero no nos temían; más bien apostaban a dos barajas, con la experiencia que tienen para este juego donde habitualmente no se pierde. Emisarios del Departamento de Estado, fueron varias veces, disfrazados de periodistas, a calar la revolución montuna, pero no pudieron extraer de ella el síntoma del peligro inminente. Cuando quiso reaccionar el imperialismo, cuando se dio cuanta que el grupo de jóvenes inexpertos que paseaban en triunfo por las calles de La Habana, tenían una amplia conciencia de su deber político y una férrea decisión de cumplir con ese deber, ya era tarde. Y así, amanecía, en enero de 1959, la primera revolución social de toda esta zona caribeña y la más profunda de las revoluciones americanas.
No creemos que se pueda considerar excepcional el hecho de que la burguesía o, por lo menos, una buena parte de ella, se mostrara favorable a la guerra revolucionaria contra la tiranía, al mismo tiempo que apoyaba y promovía los movimientos tendientes a buscar soluciones negociadas que les permitieran sustituir el gobierno de Batista por elementos dispuestos a frenar la Revolución.
Teniendo en cuenta las condiciones en que se libró la guerra revolucionaria y la complejidad de las tendencias políticas que se oponían a la tiranía, tampoco resulta excepcional el hecho de que algunos elementos latifundistas adoptaran una actitud neutral o, al menos, no beligerante hacia las fuerzas insurreccionales.
Es comprensible que la burguesía nacional, acogotada por el imperialismo y por la tiranía, cuyas tropas caían a saco sobre la pequeña propiedad y hacían del cohecho un medio diario de vida, viera con cierta simpatía que estos jóvenes rebeldes de las montañas castigaran al brazo armado del imperialismo que era el ejército mercenario.
Así, fuerzas no revolucionarias ayudaron de hecho a facilitar el camino del advenimiento del poder revolucionario.
Extremando las cosas podemos agregar un nuevo factor de excepcionalidad, y es que, en la mayoría de los lugares de Cuba, el campesino se había proletarizado por las exigencias del gran cultivo capitalista semimecanizado y había entrado en una etapa organizativa que le daba una mayor conciencia de clase. Podemos admitirlo. Pero debemos apuntar, en honor a la verdad, que sobre el territorio primario de nuestro Ejército Rebelde, constituido por los sobrevivientes de la derrotada columna que hace el viaje del Granma, se asienta precisamente un campesinado de raíces sociales y culturales diferentes a las que pueden encontrarse en los parajes del gran cultivo semimecanizado cubano. En efecto, la Sierra Maestra, escenario de la primera columna revolucionaria, es un lugar donde se refugian todos los campesinos que, luchando a brazo partido contra el latifundio, van allí a buscar un nuevo pedazo de tierra que arrebatan al Estado o a algún voraz propietario latifundista para crear su pequeña riqueza. Deben estar en continua lucha contra las exacciones de los soldados, aliados siempre del poder latifundista, y su horizonte se cierra en el título de propiedad. Concretamente, el soldado que integraba nuestro primer ejército guerrillero de tipo campesino, sale de la parte de esta clase social que demuestra más agresivamente su amor por la tierra y su posesión, es decir, que demuestra más perfectamente lo que puede catalogarse como espíritu pequeñoburgués; el campesino lucha porque quiere tierra; para él, para sus hijos, para manejarla, para venderla y enriquecerse a través de su trabajo.
A pesar de su espíritu pequeñoburgués, el campesino aprende pronto que no puede satisfacer su afán de posesión de la tierra, sin romper el sistema de la propiedad latifundista. La reforma agraria radical, que es la única que puede dar la tierra al campesino, choca con los intereses directos de los imperialistas, latifundistas y de los magnates azucareros y ganaderos. La burguesía teme chocar con esos intereses. El proletariado no teme chocar con ellos. De este modo, la marcha misma de la Revolución une a los obreros y a los campesinos. Los obreros sostienen la reivindicación contra el latifundio. El campesino pobre, beneficiado con la propiedad de la tierra, sostiene lealmente al poder revolucionario y lo defiende frente a los enemigos imperialistas y contrarrevolucionarios.
Creemos que no se pueden alegar más factores de excepcionalismo. Hemos sido generosos en extremarlos, veremos ahora, cuáles son las raíces permanentes de todos los fenómenos sociales de América, las contradicciones que, madurando en el seno de las sociedades actuales, provocan cambios que pueden adquirir la magnitud de una revolución como la cubana.
En orden cronológico, aunque no de importancia en estos momentos, figura el latifundio; el latifundio fue la base del poder económico de la clase dominante durante todo el período que sucedió a la gran revolución libertadora anticolonial del siglo pasado. Pero esa clase social latifundista, que existe en todos los países, está por regla general a la zaga de los acontecimientos sociales que conmueven al mundo. En alguna parte, sin embargo, lo más alerta y esclarecido de esa clase latifundista advierte el peligro y va cambiando el tipo de inversión de sus capitales, avanzando a veces para efectuar cultivos mecanizados de tipo agrícola, trasladando una parte de sus intereses a algunas industrias o convirtiéndose en agentes comerciales del monopolio. En todo caso, la primera revolución libertadora no llegó nunca a destruir las bases latifundistas que actuando siempre en forma reaccionaria, mantienen el principio de servidumbre sobre la tierra. Este es el fenómeno que asoma sin excepciones en todos los países de América y que ha sido substrato de todas las injusticias cometidas desde la época en que el rey de España concediera a los muy nobles conquistadores las grandes mercedes territoriales, dejando, en el caso cubano, para los nativos, criollos y mestizos, solamente los realengos, es decir, la superficie que separa tres mercedes circulares que se tocan entre sí.
El latifundista comprendió en la mayoría de los países, que no podía sobrevivir sólo, y rápidamente entró en alianza con los monopolios, vale decir con el más fuerte y fiero opresor de los pueblos americanos. Los capitales norteamericanos llegaron a fecundar las tierras vírgenes, para llevarse después, insensiblemente, todas las divisas que antes "generosamente" habían regalado, más otras partidas que constituyen varias veces la suma originalmente invertida en el país "beneficiado".
América fue campo de la lucha interimperialista y las "guerras" entre Costa Rica y Nicaragua; la segregación de Panamá; la infamia cometida contra Ecuador en su disputa contra el Perú; la lucha entre Paraguay y Bolivia; no son sino expresiones de esta batalla gigantesca entre los grandes consorcios monopolistas del mundo, batalla decidida casi completamente a favor de los monopolios norteamericanos después de la segunda guerra mundial. De ahí en adelante el imperio se ha dedicado a perfeccionar su posesión colonial y a estructurar lo mejor posible todo un andamiaje para evitar que penetren los viejos o nuevos competidores de otros países imperialistas. Todo esto da por resultado una economía monstruosamente distorsionada, que ha sido descrita por los economistas pudorosos del régimen imperial con una frase inocua, demostrativa de la profunda piedad que nos tienen a nosotros, los seres inferiores ( llaman "inditos" a nuestros indios explotados miserablemente, vejados y reducidos a la ignominia, llaman "de color" a todos los hombres de raza negra o mulata preteridos, discriminados, instrumentos, como persona y como idea de clase, para dividir a las masas obreras en su lucha por mejores destinos económicos); a nosotros, pueblos de América, se nos llama con otro nombre pudoroso y suave: "subdesarrollados".
¿Qué es subdesarrollo?
Un enano de cabeza enorme y tórax enchido es "subdesarrollado" en cuanto a que sus débiles piernas o sus cortos brazos no articulan con el resto de su economía, es el producto de un fenómeno teratológico que ha distorsionado su desarrollo. Eso es lo que en realidad somos nosotros, los suavemente llamados "subdesarrollados", en verdad países coloniales, semicoloniales o dependientes. Somos países de economía distorsionada por la acción imperial, que ha desarrollado anormalmente las ramas industriales o agrícolas necesarias para complementar su compleja economía. El "subdesarrollo" o el desarrollo distorsionado, conlleva peligrosas especializaciones en materias primas que mantienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros, los "subdesarrollados", somos también los del monocultivo, los del monoproducto, los del monomercado. Un producto único cuya incierta venta depende de un mercado único que impone y fija condiciones, he aquí la gran fórmula de la dominación económica imperial que se agrega a la vieja y eternamente joven divisa romana, divide e impera.
El latifundio, pues, a través de sus conexiones con el imperialismo, plasma, completamente el llamado "subdesarrollo" que da por resultado los bajos salarios y el desempleo. Este fenómeno de bajos salarios y desempleo es un círculo vicioso que da cada vez más bajos salarios y cada vez más desempleo, según se agudicen las grandes contradicciones del sistema y, constantemente a merced de las variaciones cíclicas de su economía, crean lo que es el denominador común de los pueblos de América desde el río Bravo al Polo Sur. Ese denominador común que pondremos con mayúscula y que sirve de base de análisis para todos los que piensan en estos fenómenos sociales, se llama Hambre del Pueblo, cansancio de estar oprimido, vejado, explotado al máximo, cansancio de vender día a día miserablemente la fuerza de trabajo ( ante el miedo de engrosar la enorme masa de desempleados), para que se exprima de cada cuerpo humano el máximo de utilidades, derrochadas luego en las orgías de los dueños del capital.
Vemos pues, como hay grandes e inesquivables denominadores comunes de América Latina, y cómo no podemos nosotros decir que hemos estado exentos de ninguno de estos entes ligados que desembocan en el más terrible y permanente: hambre del pueblo. El latifundio, ya como forma de explotación primitiva, ya como expresión de monopolio capitalista de la tierra, se conforma a las nuevas condiciones y se alía al imperialismo, forma de explotación del capital financiero y monopolista más allá de las fronteras nacionales para crear el colonialismo económico, eufemísticamente llamado "subdesarrollo", que da por resultado el bajo salario, el subempleo, el desempleo; el hambre de los pueblos. Todo existía en Cuba. Aquí también había hambre, aquí había una de las cifras porcentuales de desempleo más alta de América Latina, aquí el imperialismo era más feroz que en muchos de los países de América y aquí el latifundio existía con tanta fuerza como en cualquier país hermano.
¿Qué hicimos nosotros para liberarnos del gran fenómeno del imperialismo con su secuela de gobernantes títeres en cada país y sus ejércitos mercenarios, dispuestos a defender a ese títere y a todo el complejo sistema social de la explotación del hombre por el hombre? Aplicamos algunas fórmulas que ya otras veces hemos dado como descubrimiento de nuestra medicina empírica para los grandes males de nuestra querida América Latina, medicina empírica que rápidamente se enmarcó dentro de las explicaciones de la verdad científica.
Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el hambre del pueblo, la reacción frente a esa hambre, el temor desatado para aplastar la reacción popular y la ola de odio que la represión crea. Faltaron en América condiciones subjetivas de las cuales la más importante es la conciencia de la posibilidad de la victoria por la vía violenta frente a los poderes imperiales y sus aliados internos. Esas condiciones se crean mediante la lucha armada que va haciendo más clara la necesidad del cambio (y permite preverlo) y de la derrota del ejército por las fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición imprescindible a toda revolución verdadera).
Apuntando ya que las condiciones se completan mediante el ejercicio de la lucha armada, tenemos que explicar una vez más que el escenario de esa lucha debe ser el campo, y que, desde el campo, con un ejército campesino que persigue los grandes objetivos por los que debe luchar el campesinado (el primero de los cuales es la justa distribución de la tierra), tomará las ciudades. Sobre la base ideológica de la clase obrera, cuyos grandes pensadores descubrieron las bases sociales que nos rigen, la clase campesina de América dará el gran ejército libertador del futuro, como lo dio ya en Cuba. Ese ejército creado en el campo, en el cual van madurando las condiciones subjetivas para la toma del poder, que va conquistando las ciudades desde afuera, uniéndose a la clase obrera y aumentando el caudal ideológico con esos nuevos aportes, puede y debe derrotar al ejército opresor en escaramuzas, combates, sorpresas, al principio; en grandes batallas al final, cuando haya crecido hasta dejar su minúscula situación de guerrilla para alcanzar la de un gran ejército popular de liberación. Etapa de la consolidación del poder revolucionario será la liquidación del antiguo ejército, como apuntáramos arriba.
Si todas estas condiciones que se han dado en Cuba se pretendieran aplicar en los demás países de América Latina, en otras por conquistar el poder para las clases desposeídas, ¿qué pasaría? ¿sería factible o no? Si es factible. ¿Sería más fácil o más difícil que en Cuba? Vamos a exponer las dificultades que a nuestro parecer harán más duras las nuevas luchas revolucionarias de América; hay dificultades generales para todos los países y dificultades más específicas para algunos cuyo grado de desarrollo o peculiaridades nacionales los diferencian de otros. Habíamos apuntado, al principio de este trabajo, que se podían considerar como factores de excepción la actitud del imperialismo, desorientado frente a la Revolución cubana y, hasta cierto punto, la actitud de la misma clase burguesa nacional, también desorientada, incluso mirando con cierta simpatía la acción de los rebeldes debido a la presión del imperio sobre sus intereses (situación esta última que es, por lo demás, general a todos nuestros países). Cuba ha hecho de nuevo la raya en la arena y se vuelve al dilema de Pizarro; de un lado, están los que quieren al pueblo, y del otro están los que lo odian y entre ellos, cada vez más determinada, la raya que divide indefectiblemente a las dos grandes fuerzas sociales: la burguesía y la clase trabajadora, que cada vez están definiendo con más claridad sus respectivas posiciones a medida que avanza el proceso de la Revolución cubana.
Esto quiere decir que el imperialismo ha aprendido a fondo la lección de Cuba, y que no volverá a ser tomado de sorpresa en ninguna de nuestras veinte repúblicas, en ninguna de las colonias que todavía existen, en ninguna parte de América. Quiere decir esto que grandes luchas populares contra poderosos ejércitos de invasión aguardan a los que pretendan ahora violar la paz de los sepulcros, la paz romana. Importante, porque, si dura fue la guerra de liberación cubana con sus dos años de continuo combate, zozobra e inestabilidad, infinitamente más duras serán las batallas que esperan al pueblo en otros lugares de América Latina.
Los Estados Unidos apresuran la entrega de armas a los gobiernos títeres que ve más amenazados; los hace firmar pactos de dependencia, para hacer jurídicamente más fácil el envío de instrumentos de represión y de matanza y tropas encargadas de ello. Además, aumenta la preparación militar de los cuadros en los ejércitos represivos, con la intención de que sirvan de punta de lanza eficiente contra el pueblo.
¿Y la burguesía? se preguntará. Porque en muchos países de América existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda los mercados con sus artículos para derrotar en desigual pelea al industrial nacional, así como otras formas o manifestaciones de lucha por la plusvalía y la riqueza.
No obstante estas contradicciones las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha contra el imperialismo.
Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento de patriótico y coloniza la economía.
La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo y el latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino a la Revolución.
Un imperialismo desesperado e histérico, decidido a emprender toda clase de maniobra y a dar armas y hasta tropas a sus títeres para aniquilar a cualquier pueblo que se levante; un latifundismo feroz, inescrupuloso y experimentado en las formas más brutales de represión y una burguesía dispuesta a cerrar, por cualquier medio, los caminos a la revolución popular, son las grandes fuerzas aliadas que se oponen directamente a las nuevas revoluciones populares en América Latina.
Tales son las dificultades que hay que agregar a todas las provenientes de luchas de este tipo en las nuevas condiciones de América Latina, después de consolidado el fenómeno irreversible de la Revolución cubana.
Hay otras más específicas. Los países que, aun sin poder hablar de una efectiva industrialización, han desarrollado su industria media y ligera o, simplemente, han sufrido procesos de concentración de su población en grandes centros, encuentran más difícil preparar guerrillas. Además la influencia ideológica de los centros poblados inhibe la lucha guerrillera y da vuelo a luchas de masas organizadas pacíficamente.
Esto último da origen a cierta "institucionalidad", a que en períodos más o menos "normales", las condiciones sean menos duras que el trato habitual que se da al pueblo.
Llega a concebirse incluso la idea de posibles aumentos cuantitativos en las bancas congresionales de los elementos revolucionarios hasta un extremo que permita un día un cambio cualitativo.
Esta esperanza, según creemos, es muy difícil que llegue a realizarse, en las condiciones actuales, en cualquier país de América. Aunque no esté excluida la posibilidad de que el cambio en cualquier país se inicie por vía electoral, las condiciones prevalecientes en ellos hacen muy remota esa posibilidad.
Los revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha de su programa liberador. La real capacidad de un revolucionario se mide por el saber encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación, en tener presente todas las tácticas y en explotarlas al máximo. Sería error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que sería imperdonable limitarse a tan sólo lo electoral y no ver los otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el poder, que es el instrumento indispensable para aplicar y desarrollar el programa revolucionario, pues si no se alcanza el poder, todas las demás conquistas son inestables, insuficientes, incapaces de dar las soluciones que se necesitan, por más avanzadas que puedan parecer.
Y cuando se habla de poder por vía electoral nuestra pregunta es siempre la misma: si un movimiento popular ocupa el gobierno de un país por amplia votación popular y resuelve, consecuentemente, iniciar las grandes transformaciones sociales que constituyen el programa por el cual triunfó, ¿no entraría en conflicto inmediatamente con las clases reaccionarias de ese país?, ¿no ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que ese ejército tomará el partido por su clase y entrará en conflicto con el gobierno constituido. Puede ser derribado ese gobierno mediante un golpe de estado más o menos incruento y volver a empezar el juego de nunca acabar; puede a su vez, el ejército opresor ser derrotado mediante la acción popular armada en apoyo a su gobierno; lo que nos parece difícil es que las fuerzas armadas acepten de buen grado reformas sociales profundas y se resignen, mansamente a su liquidación como casta.
En cuanto a lo que antes nos referimos de las grandes concentraciones urbanas, nuestro modesto parecer es que, aun en estos casos, en condiciones de atraso económico, puede resultar aconsejable desarrollar la lucha fuera de los límites de la ciudad, con características de larga duración. Más explícitamente, la presencia de un foco guerrillero en una montaña cualquiera, en un país con populosas ciudades, mantiene perenne el foco de rebelión, pues es muy difícil que los poderes represivos puedan rápidamente, y aun en el curso de años, liquidar guerrillas con bases sociales asentadas en un terreno favorable a la lucha guerrillera donde existan gentes que empleen consecuentemente la táctica y la estrategia de este tipo de guerra.
Es muy diferente lo que ocurriría en las ciudades; puede ahí desarrollarse hasta extremos insospechados la lucha armada contra el ejército represivo pero, esa lucha se hará frontal solamente cuando haya un ejército poderoso que lucha contra otro ejército; no se puede entablar una lucha frontal contra un ejército poderoso y bien armado cuando sólo se cuenta con un pequeño grupo.
La lucha frontal se haría, entonces con muchas armas y, surge la pregunta: ¿dónde están las armas? Las armas no existen de por sí, hay que tomárselas al enemigo; pero, para tomárselas a ese enemigo hay que luchar, y no se puede luchar de frente. Luego, la lucha en las grandes ciudades debe iniciarse por un procedimiento clandestino para captar los grupos militares o para ir tomando armas, una a una en sucesivos golpes de mano.
En este segundo caso se puede avanzar mucho y no nos atreveríamos a afirmar que estuviera negado el éxito a una rebelión popular con base guerrillera dentro de la ciudad. Nadie puede objetar teóricamente esta idea, por lo menos no es nuestra intención, pero si debemos anotar lo fácil que sería mediante alguna delación, o, simplemente, por exploraciones sucesivas, eliminar a los jefes de la Revolución. En cambio, aún considerando que efectúen todas las maniobras concebibles en la ciudad, que se recurra al sabotaje organizado y, sobre todo, a una forma particularmente eficaz de la guerrilla que es la guerrilla suburbana, pero manteniendo el núcleo en terrenos favorables para la lucha guerrillera, si el poder opresor derrota a todas las fuerzas populares de la ciudad y las aniquila, el poder político revolucionario permanece incólume, porque está relativamente a salvo de las contingencias de la guerra. Siempre considerando que está relativamente a salvo, pero no fuera de la guerra, ni la dirige desde otro país o desde lugares distantes; está dentro de su pueblo, luchando. Esas son las consideraciones que nos hacen pensar que, aun analizando países en que el predominio urbano es muy grande, el foco central político de la lucha puede desarrollarse en el campo.
Volviendo al caso de contar con células militares que ayuden a dar el golpe y suministren las armas, hay dos problemas que analizar: primero, si esos militares realmente se unen a las fuerzas populares para dar el golpe, considerándose ellos mismos como núcleo organizado y capaz de autodecisión; en ese caso será un golpe de una parte del ejército contra otra y permanecerá, muy probablemente, incólume la estructura de casta en el ejército. El otro caso, el de que los ejércitos se unieran rápida y espontáneamente a las fuerzas populares, en nuestro concepto, solamente se puede producir después que aquellos hayan sido batidos violentamente por un enemigo poderoso y persistente, es decir, en condiciones de catástrofe para el poder constituido. En condiciones de un ejército derrotado, destruida su moral, puede ocurrir este fenómeno, pero para que ocurra es necesaria la lucha y siempre volvemos al punto primero, ¿cómo realizar esa lucha? La respuesta nos llevará al desarrollo de la lucha guerrillera en terrenos favorables, apoyada por la lucha en las ciudades y contando siempre con la más amplia participación posible de las masas obreras y, naturalmente, guiados por la ideología de esa clase.
Hemos analizado suficientemente las dificultades con que tropezarán los movimientos revolucionarios de América Latina, ahora cabe preguntarse si hay o no algunas facilidades con respecto a la etapa anterior, la de Fidel Castro en la Sierra Maestra. Creemos que también aquí hay condiciones generales que faciliten el estallido de estos brotes de rebeldía y condiciones específicas de algunos países que las facilitan aún más. Debemos apuntar dos razones subjetivas como las consecuencias más importantes de la Revolución cubana: la primera es la posibilidad del triunfo, pues ahora se sabe perfectamente la capacidad de coronar con el éxito una empresa como la acometida por aquel grupo de ilusos expedicionarios del Granma en su lucha de dos años en la Sierra Maestra; eso indica inmediatamente que se puede hacer un movimiento revolucionario que actúe desde el campo, que se ligue a las masas campesinas, que crezca de menor a mayor, que destruya al ejército en lucha frontal, que tome las ciudades desde el campo, que vaya incrementando, con su lucha, las condiciones subjetivas necesarias para tomar el poder.
La importancia que tiene este hecho, se ve por la cantidad de excepcionalistas que han surgido en estos momentos. Los excepcionalistas son los seres especiales que encuentran que la Revolución cubana es un acontecimiento único e inimitable en el mundo, conducido por un hombre que tiene o no fallas, según que el excepcionalista sea de derecha o de izquierda, pero que, evidentemente, ha llevado a la Revolución por unos senderos que se abrieron única y exclusivamente para que por ella caminara la Revolución cubana. Falso de toda falsedad, decimos nosotros; la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos, en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad desde el campo, en la disolución del ejército como primera etapa de la ruptura total de la superestructura del mundo colonialista anterior.
Podemos apuntar, como segundo factor subjetivo, que las masas no sólo saben las posibilidades de triunfo; ya conocen su destino. Saben cada vez con mayor certeza que, cualesquiera que sean las tribulaciones de la historia durante períodos cortos, el porvenir es del pueblo, porque el porvenir es de la justicia social. Esto ayudará a levantar el fermento revolucionario aún a mayores alturas que las alcanzadas actualmente en Latinoamérica.
Podríamos anotar algunas consideraciones no tan genéricas y que no se dan con la misma intensidad en todos los países. Una de ellas, sumamente importante, es que hay más explotación campesina en general, en todos los países de América, que la que hubo en Cuba. Recuérdese, para los que pretenden ver en el período insurrecional de nuestra lucha el papel de la proletarización del campo, que, en nuestro concepto, la proletarización del campo sirvió para acelerar profundamente la etapa de cooperativización en el paso siguiente a la toma del poder y la Reforma Agraria, pero que, en la lucha primera, el campesino, centro y médula del Ejército Rebelde, es el mismo que está hoy en la Sierra Maestra, orgullosamente dueño de su parcela e intransigentemente individualista. Claro que en América hay particularidades; un campesino argentino no tiene la misma mentalidad que un campesino comunal del Perú, Bolivia o Ecuador, pero el hambre de tierra está permanentemente presente en los campesinos y el campesinado da la tónica general de América, y como, en general, está más explotado aún de lo que había sido en Cuba, aumenta las posibilidades de que esta clase se levante en armas.
Además, hay otro hecho. El ejército de Batista, con todos sus enormes defectos, era un ejército estructurado de tal forma que todos eran cómplices desde el último soldado al general más encumbrado, en la explotación del pueblo. Eran ejércitos mercenarios completos, y esto le daba una cierta cohesión al aparato represivo. Los ejércitos de América, en su gran mayoría, cuentan con una oficialidad profesional y con reclutamientos periódicos. Cada año, los jóvenes que abandonan su hogar escuchando los relatos de los sufrimientos diarios de sus padres, viéndolos con sus propios ojos, palpando la miseria y la injusticia social, son reclutados. Si un día son enviados como carne de cañón para luchar contra los defensores de una doctrina que ellos sienten como justa en su carne, su capacidad agresiva estará profundamente afectada y con sistemas de divulgación adecuados, haciendo ver a los reclutas la justicia de la lucha, el porqué de la lucha, se lograrán resultados magníficos.
Podemos decir, después de este somero estudio del hecho revolucionario, que la Revolución cubana ha contado con factores excepcionales que le dan su peculiaridad y factores comunes a todos los pueblos de América que expresan la necesidad interior de esta Revolución. Y vemos también que hay nuevas condiciones que harán más fácil el estallido de los movimiento revolucionarios, al dar a las masas la conciencia de su destino; la conciencia de la necesidad y la certeza de la posibilidad y que, al mismo tiempo, hay condiciones que dificultarán el que las masas en armas puedan rápidamente lograr su objetivo de tomar el poder. Tales son la alianza estrecha del imperialismo con todas las burguesías americanas, para luchar a brazo partido contra la fuerza popular. Días negros esperan a América Latina y las últimas declaraciones de los gobernantes de los Estados Unidos parecen indicar que días negros esperan al mundo. Lumumba, salvajemente asesinado, en la grandeza de su martirio muestra la enseñanza de los trágicos errores que no se deben cometer. Una vez iniciada la lucha antiimperialista, es indispensable ser consecuente y se debe dar duro, donde duela, constantemente y nunca dar un paso atrás; siempre adelante, siempre contragolpeando, siempre respondiendo a cada agresión con una más fuerte presión de las masas populares. Es la forma de triunfar. Analizaremos en otra oportunidad, si la Revolución cubana después de la toma del poder, caminó por estas nuevas vías revolucionarias con factores de excepcionalidad o si también aquí, respetando ciertas características especiales, hubo fundamentalmente un camino lógico derivado de leyes inmanentes a los procesos sociales.

Ernesto "Che" Guevara

[Publicado en: Revista Verde Olivo, 9 de abril de 1961]






































Cuba: eccezione storica o avanguardia nella lotta al colonialismo?

La classe operaia è la classe feconda e creativa, la classe operaia è quella che produce quanta ricchezza materiale esiste in un paese. E finché il potere non sta nelle sue mani, finché la classe operaia permette che il potere stia nelle mani dei patroni che la sfruttano, nelle mani degli speculatori, nelle mani dei proprietari terrieri, nelle mani dei monopoli, nelle mani degli interessi stranieri o nazionali, finché le armi stanno in mani al servizio di quegli interessi e non nelle sue proprie mani, la classe operaia sarà obbligata ad un'esistenza miserabile per molte che siano le briciole che lancino loro quegli interessi dal tavolo del banchetto.
Fidel Castro

Mai prima d'ora, in America, si era verificato un fatto dalle caratteristiche tanto straordinarie, con così profonde radici e con conseguenze di tale importanza ai fini del destino dei movimenti progressisti del continente, che sia paragonabile alla nostra guerra rivoluzionaria. Al punto che questa guerra è stata da alcuni definita l'avvenimento cardine dell'America, che per importanza viene subito dopo la triade formata dalla Rivoluzione d'Ottobre, dal trionfo sulle armi hitleriane con le successive trasformazioni sociali, e dalla vittoria della Rivoluzione Cinese.
Il nostro movimento, fortemente eterodosso nelle sue forme e manifestazioni esteriori, ha tuttavia seguito - né poteva essere altrimenti - le linee generali proprie a tutti i grandi avvenimenti storici del nostro secolo, caratterizzati dalle lotte anticoloniali e dal passaggio al socialismo.
Tuttavia certi settori, per interesse o in buona fede, han preteso di scorgere nella rivoluzione cubana un certo numero di radici e di caratteristiche eccezionali e ne elevano artificiosamente l'importanza, relativa in confronto al profondo fenomeno storico sociale, fino a definirle determinanti. Si parla dell'eccezionalità della Rivoluzione Cubana a paragone della linea di altri partiti progressisti d'America e si deduce, pertanto, che la forma e la via della Rivoluzione cubana costituiscono un prodotto a sé, proprio di essa, e che negli altri paesi dell'America diverso sarà il cammino storico percorso dai popoli.
Ammettiamo che ci siano delle eccezioni che conferiscono alla Rivoluzione cubana le sue caratteristiche peculiari: è un fatto ormai stabilito che ogni rivoluzione annoveri dei fattori specifici di questo tipo, né è meno incontrovertibile però che tutte le rivoluzioni seguiranno delle leggi la cui violazione non è alla portata delle possibilità della società. Analizziamo quindi i fattori di questa pretesa eccezionalità.
Il primo, e forse il più importante, il più originale, è rappresentato da quella forza tellurica che risponde al nome di Fidel Castro Ruz, un nome che nel giro di pochi anni ha raggiunto dimensioni storiche. Il futuro riserverà il posto adeguato ai meriti del Primo Ministro, ma noi già li riteniamo paragonabili a quelli delle figure più alte della storia di tutta l'America latina. E quali sono le circostanze eccezionali che circondano la personalità di Fidel Castro?
Sono parecchie le caratteristiche della sua vita e del suo carattere che lo pongono di gran lunga al di sopra di tutti i suoi compagni e seguaci. Fidel è uomo di tale possente personalità da dover prendere la guida di qualunque movimento a cui partecipi: e cosi è avvenuto nel corso della sua carriera, da quando era studente fino ad ora che si trova alla guida della nostra patria e dei popoli oppressi d'America. Egli possiede le caratteristiche del grande condottiero, che, sommate alle sue doti personali di audacia, di energia e di valore, ed alla sua eccezionale cura nell'ascoltare sempre la volontà del popolo, lo hanno portato al posto di onore e di sacrificio da lui oggi occupato. Ma possiede delle altre importanti qualità, come, per esempio, la capacità di assimilare le nozioni e le esperienze, di afferrare tutto l'insieme di una data situazione senza perdere di vista i particolari, la fede immensa nel futuro, e l'ampia visuale che lo mette in grado di prevenire gli eventi e di anticipare i fatti, scorgendo sempre più lontano e meglio dei suoi compagni.
Con queste grandi qualità fondamentali, con la sua capacità di coagulare, di unire gli uomini, opponendosi alla divisione, fonte di debolezza; con la sua capacità di dirigere, alla guida di tutti, l'azione del popolo; con il suo amore infinito per il popolo, la sua fede nel futuro e la sua capacità di prevederlo, Fidel Castro ha fatto più di chiunque altro a Cuba per costruire dal nulla l'apparato, oggi formidabile, della Rivoluzione cubana.
Tuttavia, nessuno potrebbe affermare che a Cuba vi siano condizioni politico-sociali del tutto diverse da quelle degli altri paesi d'America e che proprio a causa di tali diversità vi si sia fatta la Rivoluzione. Né d'altro canto, a maggior ragione, si potrebbe affermare al contrario che Fidel Castro abbia fatto la Rivoluzione nonostante questa differenza. Fidel, condottiero grande e abile, ha diretto la Rivoluzione a Cuba, nel momento e nel modo in cui l'ha fatto, facendosi interprete dei profondi sommovimenti politici che stavano preparando il popolo al grande balzo verso le vie della rivoluzione. Esistevano inoltre certe condizioni, che non erano neanche esse specifiche di Cuba, ma di cui difficilmente altri popoli potranno approfittare, giacché l'imperialismo, al contrario di certi gruppi progressisti, sa trarre insegnamento dai propri errori.
Una condizione che potremmo definire un'eccezione è nel fatto che l'imperialismo nordamericano si trovò disorientato e non riuscì mai a valutare esattamente la reale portata della Rivoluzione cubana. C'è qualcosa in ciò che serve a spiegare molte delle apparenti contraddizioni del cosiddetto quarto potere nordamericano.
I monopoli, com'è loro abitudine in questi casi, cominciavano a pensare ad un successore di Batista, proprio perché sapevano che a questo dittatore il popolo non ubbidiva e gli stava cercando anche lui un successore, ma per via rivoluzionaria.
Quale astuzia più intelligente e più abile di quella di gettare a mare il dittatorucolo ormai inservibile e mettere al suo posto dei nuovi ,"ragazzi" in grado, quando ne venisse il momento, di fare gli interessi dell'imperialismo? Per un po' di tempo l'imperialismo puntò su questa carta del suo mazzo continentale e finì per perdere miserevolmente. Prima della vittoria, sospettavano di noi, ma non ci temevano: puntavano piuttosto su due carte, con tutta l'esperienza che hanno in questo gioco in cui di solito non si perde. Parecchie volte, emissari del Dipartimento di Stato, travestiti da giornalisti, vennero a tastare il polso alla Rivoluzione montanara, ma non ne riuscirono a rilevare il sintomo di pericolo imminente. Quando poi l'imperialismo volle reagire, quando si rese conto che il gruppo di giovincelli inesperti che percorreva in trionfo le strade dell'Avana aveva chiara coscienza del proprio dovere politico ed era ferreamente deciso a compiere fino in fondo tale dovere, ormai era troppo tardi. Fu così che nel gennaio del 1959, spuntò d'improvviso l'alba della prima Rivoluzione sociale di tutta la zona dei Caraibi e la più profonda delle rivoluzioni americane.
Non crediamo che si possa considerare eccezionale il fatto che la borghesia, o almeno una buona parte di essa, si mostrasse favorevole alla guerra rivoluzionaria contro la tirannia, mentre nello stesso tempo appoggiava e promuoveva i movimenti tendenti a ricercare soluzioni negoziate che le permettessero di sostituire il governo di Batista con elementi disposti a frenare la Rivoluzione.
Tenendo conto delle condizioni in cui si sollevò la guerra rivoluzionaria e della complessità delle tendenze politiche che si opponevano alla tirannia, non risulti eccezionale neanche il fatto che certi elementi latifondisti adottassero un atteggiamento neutrale, o almeno di non belligeranza, nei confronti delle forze insurrezionali.
È comprensibile che la borghesia nazionale, soffocata dall'imperialismo e dalla tirannia, le cui truppe scorrevano saccheggiando le piccole proprietà e facevano della corruzione un mezzo di sostentamento quotidiano, vedesse con una certa simpatia il fatto che questi giovani ribelli della montagna punissero il braccio armato dell'imperialismo, rappresentato dall'esercito mercenario.
Sicché, forze non rivoluzionarie aiutarono di fatto a facilitare il cammino all'avvento del potere rivoluzionario. Portando le cose all'estremo, possiamo aggiungere un nuovo elemento di eccezionalità, vale a dire il fatto che, nella maggior parte dei luoghi di Cuba, il contadino si era proletarizzato a causa delle esigenze della grande coltivazione capitalista semimeccanizzata ed era entrato in una fase organizzativa che gli dava una maggior coscienza di classe. Si può anche ammettere. Ma dobbiamo notare, ad onor del vero, che sul territorio originario del nostro Esercito Ribelle, costituito dai superstiti della colonna sconfitta che aveva compiuto il viaggio sul Granma, risiede proprio un mondo contadino dalle radici culturali e sociali diverse da quelle che si possono trovare nelle vicinanze della grande piantagione semimeccanizzata cubana. In effetti, la Sierra Maestra, paesaggio del primo alveare rivoluzionario, è un luogo in cui si rifugiano tutti i contadini che, nel loro braccio di ferro contro il latifondo, salgono lí per cercare un nuovo pezzo di terra, che essi strappano allo Stato o a qualche vorace proprietario latifondista, allo scopo di crearsi una piccola ricchezza. Questi contadini devono stare in lotta continua contro le esazioni dei soldati, sempre alleati del potere latifondista e il loro orizzonte è chiuso dal possesso del titolo di proprietà. In concreto, il soldato che veniva a formare il nostro primo esercito guerrigliero di tipo contadino, esce da quella parte di questa classe sociale che dimostra con maggiore aggressività il proprio amore per la terra e per il suo possesso, che dimostra, cioè, più perfettamente ciò che si può definire spirito piccolo borghese; il contadino lotta perché vuole terra: per sé, per i suoi figli, per amministrarla, per venderla e per arricchirsi mediante il proprio lavoro.
Nonostante il suo spirito piccolo borghese, il contadino impara presto che il suo desiderio di posseder terra non può venir soddisfatto senza rompere il sistema della proprietà latifondista. La riforma agraria radicale, l'unica che possa dare la terra al contadino, si scontra con gli interessi diretti degli imperialisti, dei latifondisti e dei magnati dello zucchero e dell'allevamento. La borghesia ha paura di scontrarsi con questi interessi. Il proletariato no. In tal modo, il cammino stesso della Rivoluzione unisce operai e contadini. Gli operai sostengono le rivendicazioni contro il latifondo. Il contadino povero, beneficiato dal possesso della terra, sostiene lealmente il potere rivoluzionario e lo difende di fronte ai nemici imperialisti e controrivoluzionari.
Crediamo che non si possano allegare altri fattori di eccezionalità. Siamo tanto generosi da portarli agli estremi: vedremo ora quali sono le radici permanenti di tutti i fenomeni sociali d'America, le contraddizioni che, maturando in seno alle società attuali, provocano dei mutamenti che possono tendere ad acquistare l'ampiezza di una Rivoluzione come quella cubana.
In ordine cronologico, e nonostante non sia di grande importanza attualmente, va posto il latifondo. Il latifondo è stato la base del potere economico della classe dominante per tutto il periodo successivo alla grande rivoluzione anticoloniale del secolo scorso. Ma quella classe sociale latifondista, esistente in tutti i paesi, sta di regola in coda agli avvenimenti sociali che scuotono il mondo. In certi posti, tuttavia, la parte più attenta e avvertita di questa classe latifondista s'accorge del pericolo e procede ad un mutamento dei suoi investimenti di capitale, talvolta migliorando in modo da effettuare coltivazioni meccanizzate, a volte trasferendo una parte dei suoi profitti nell'industria o a volte diventando agenti commerciali del monopolio. In ogni caso, la prima rivoluzione libertadora non arrivò mai a distruggere le basi del latifondo che, agendo sempre in modo reazionario, mantengono sulla terra il principio della servitù. È questo il fenomeno che senza eccezioni si affaccia in tutti i paesi dell'America latina e che ha costituito il substrato di tutte le ingiustizie commesse fin dall'epoca in cui il re di Spagna concedeva ai nobilissimi conquistadores grandi compensi territoriali, lasciando, nel caso di Cuba, ai nativi, ai creoli e ai meticci, solamente i realengos, vale a dire i beni demaniali costituiti dalla superficie restante tra tre grandi proprietà di forma circolare, tangenti tra loro.
Il latifondista comprese, nella maggior parte dei paesi, che non sarebbe riuscito a sopravvivere da solo, e rapidamente strinse alleanza con i monopoli, cioè con gli oppressori più forti e feroci dei popoli americani. I capitali nordamericani arrivarono a fecondare le terre vergini, per portarsi poi via, insensibilmente, tutta la valuta che in precedenza, "generosamente", avevano regalato, più altri guadagni che rappresentavano la somma originariamente investita nel paese "beneficiato" moltiplicata parecchie volte.
L'America divenne il campo della lotta interimperialista: e le "guerre" tra il Costa Rica e il Nicaragua; la secessione di Panama; l'infamia commessa ai danni dell'Ecuador nella sua disputa col Perú; la lotta tra Paraguay e Bolivia; tutte queste cose non sono che espressioni di questa battaglia gigantesca tra i grandi consorzi monopolisti del mondo, battaglia che si è decisa quasi completamente a favore dei monopoli nordamericani a partire dalla Seconda guerra mondiale. Da allora in poi l'imperialismo si è dedicato a perfezionare il proprio dominio coloniale e a strutturare il meglio possibile tutta la baracca per evitare che vi penetrino i vecchi e nuovi concorrenti degli altri paesi imperialisti.
Tutto ciò dà come risultato un'economia mostruosamente distorta, che dai pudichi economisti del regime imperiale è stata descritta con una parola innocua, dimostrativa della profonda pietà che nutrono per noi, esseri inferiori (essi chiamano "inditos" i nostri indios spietatamente sfruttati, vessati e ridotti all'ignominia, chiamano "di colore" tutti gli uomini di razza negra o mulatta, diseredati, discriminati, strumenti, come persone e come idea di classe, per dividere le masse operaie nella loro lotta per migliori destini economici): ci chiamano, noi, popoli d'America, ci chiamano con un altro nome pudico e soave: "sottosviluppati."
Che cos'è il sottosviluppo?
Un nano con una testa enorme ed un torace possente è "sottosviluppato" in quanto le deboli gambe e le corte braccia non sono adeguate al resto della sua anatomia: si tratta del prodotto di un fenomeno teratologico che ha distorto il suo sviluppo. Ecco che cosa siamo in realtà noi, definiti dolcemente "sottosviluppati" e in realtà paesi coloniali, semicoloniali o vassalli. Siamo paesi ad economia distorta a causa dell'azione imperialista, che ha sviluppato in maniera anormale i rami dell'industria o dell'agricoltura necessari a far da complemento alla sua complessa economia. Il "sottosviluppo", o sviluppo distorto, comporta pericolose specializzazioni in materie prime, le quali mantengono sotto la minaccia della fame tutti i nostri popoli. Noi sottosviluppati siamo anche quelli della monocoltura, del monoprodotto, del monomercato. Un unico prodotto la cui incerta vendita dipende da un mercato unico che impone e fissa le condizioni: ecco la grande formula del dominio economico imperialista, che va ad aggiungersi all'antico ma sempre giovane motto romano: divide et impera.
Il latifondo quindi, mediante le sue collusioni con l'imperialismo, plasma completamente il cosiddetto "sottosviluppo" il quale dà come risultato bassi salari e disoccupazione. Questo fenomeno dei bassi salari e della disoccupazione apre un circolo vizioso che sbocca ancora in più bassi salari e in ulteriore disoccupazione, nella misura in cui si acutizzano le grandi contraddizioni del sistema che, costantemente alla mercé delle variazioni cicliche della sua economia, creano quello che è il denominatore comune dei popoli d'America, dal rio Bravo al polo Sud. Questo denominatore comune che scriveremo a tutte maiuscole e che serve di base d'analisi a tutti coloro che si occupano di questi fenomeni sociali, si chiama fame del popolo, stufo di essere oppresso, di essere vessato, di essere sfruttato al massimo, stufo di vendere giorno per giorno la propria forza lavoro per una miseria (davanti alla paura di andare ad ingrossare l'enorme massa dei disoccupati), perché da ogni corpo umano venga spremuto il massimo di utile, poi sperperato nelle orge dei padroni del capitale.
Vediamo quindi che vi sono grandi e inequivocabili denominatori comuni nell'America latina e che noi non possiamo dire di essere rimasti esenti da nessuno di questi elementi collegati i quali fan tutti capo al più terribile e permanente: la fame del popolo. Il latifondo, sia come forma di sfruttamento primitivo, sia come espressione di monopolio capitalistico della terra, si adegua alle nuove condizioni e si allea all'imperialismo, forma di sfruttamento del capitale finanziario e monopolista che viene da oltre le frontiere nazionali, allo scopo di creare il colonialismo economico, eufemisticamente chiamato "sottosviluppo", che dà per risultato il basso salario, la disoccupazione, la sottoccupazione: la fame dei popoli. Tutto ciò esisteva a Cuba. Anche qui c'era la fame, qui c'era una delle percentuali di disoccupati più alte dell'America latina, qui l'imperialismo era più feroce che in tanti altri paesi d'America e qui il latifondo esisteva con tutta la forza con cui è presente in qualunque paese fratello.
Che cosa abbiamo fatto per liberarci dell'imponente fenomeno dell'imperialismo con tutta la sequela di governanti fantoccio in ciascun paese e dei loro mercenari, disposti a difendere questi fantocci e tutto il complesso sistema sociale dello sfruttamento dell'uomo sull'uomo? Abbiamo applicato delle formule che già altre volte abbiamo dato come ritrovato della nostra medicina empirica per guarire i grandi mali della nostra amata America latina, medicina empirica che rapidamente si è fatta largo tra le spiegazioni della verità scientifica.
Le condizioni obbiettive per la lotta son date dalla fame del popolo, dalla reazione di fronte a questa fame, dal timore che insorge per schiacciare la reazione popolare e dall'alone di odio creato dalla repressione. Mancavano in America delle condizioni soggettive, la più importante delle quali è data dalla coscienza della possibilità della vittoria con l'uso della via violenta contro le forze imperialiste e i loro alleati interni. Queste condizioni si creano mediante la lotta armata, la quale sta rendendo più chiara la necessità del mutamento (e permette di prevederlo) e della sconfitta dell'esercito da parte delle forze popolari e del suo successivo annientamento (come imprescindibile condizione di ogni autentica rivoluzione).
Notando ormai che le condizioni sono al completo mediante l'esercizio della lotta armata, dobbiamo ribadire ancora una volta che sfondo di questa lotta deve essere la campagna e che, dalla campagna, con un esercito contadino che persegua i grandi obbiettivi per cui devono lottare i contadini (primo dei quali è l'equa distribuzione della terra) questa lotta conquisterà le città. Sulla base ideologica della classe operaia, i cui grandi pensatori scoprirono le leggi sociali che ci governano, la classe contadina d'America fornirà il grande esercito di liberazione del futuro, come già è avvenuto a Cuba. Questo esercito creato nelle campagne, nel quale si vanno maturando le condizioni soggettive per la presa del potere, che va conquistando le città dal di fuori, unendosi alla classe operaia e aumentando il capitale ideologico con questi nuovi apporti, può e deve sconfiggere l'esercito oppressore, da principio con scaramucce, attacchi di sorpresa, scontri di piccola entità, e alla fine in grandi battaglie, quando sia cresciuto al punto di abbandonare la sua minuscola dimensione di banda guerrigliera per raggiungere quella di grande esercito popolare di liberazione. Tappa fondamentale del consolidamento del potere rivoluzionario sarà la liquidazione dell'antico esercito, come osservavamo sopra.
Se si pretendesse di ritrovare tutte queste condizioni offerte da Cuba negli altri paesi dell'America latina, nelle altre lotte per la presa del potere in favore delle classi diseredate, che cosa avverrebbe? Sarebbe cosa fattibile o no? E se è fattibile, sarebbe più facile o più difficile che a Cuba?
Cerchiamo di esporre le difficoltà che a nostro parere renderanno più dure le nuove lotte rivoluzionarie d'America: si tratta di difficoltà generali per tutti i paesi e di difficoltà più specifiche per alcuni di essi, resi diversi dagli altri dal loro grado di sviluppo o dalle peculiarità nazionali.
Avevamo notato, all'inizio di questo lavoro, che potevano essere considerati fattori di eccezione l'atteggiamento dell'imperialismo, disorientato davanti alla Rivoluzione Cubana, e, fino a un certo punto, l'atteggiamento della stessa classe borghese nazionale, anch'essa disorientata al punto di guardare perfino con una certa simpatia all'azione dei ribelli a causa della pressione dell'imperialismo sui suoi interessi (situazione, quest'ultima, che è per lo più comune a tutti i nostri paesi). Cuba ha di nuovo tracciato la linea nella sabbia e torna al dilemma di Pizarro; da un lato ci sono coloro che amano il popolo, mentre dall'altro stanno coloro che lo odiano. E tra questi ultimi, ancor più profondo, è scavato il solco che divide inderogabilmente le due grandi forze sociali: la borghesia e la classe lavoratrice, le quali stanno definendo con sempre maggior chiarezza le proprie rispettive posizioni, man mano che avanza il processo della Rivoluzione Cubana.
Ciò vuol dire che l'imperialismo ha imparato fino in fondo la lezione di Cuba, e che non tornerà a farsi prendere di sorpresa in nessuna delle nostre venti repubbliche, in nessuna delle colonie ancora esistenti, in nessuna parte dell'America. Ciò vuol dire che grandi lotte popolari contro potenti eserciti di invasione attendono coloro che pretendono ora di violare la pace dei sepolcri, la pace romana. Importante questo, perché, se dura è stata la guerra di liberazione cubana con i suoi due anni di combattimento continuo, di sussulti e instabilità, infinitamente più dure saranno le nuove battaglie che attendono il popolo in altri luoghi dell'America latina.
Gli Stati Uniti affrettano la consegna di armi ai governi fantoccio che vedono più minacciati; fanno loro firmare patti di vassallaggio, per rendere giuridicamente più facile l'invio di strumenti di repressione e di uccisione e di truppe di ciò incaricate. Inoltre intensificano la preparazione militare dei quadri negli eserciti di repressione, con l'intenzione di servirsene da efficace pugnale contro il popolo.
E la borghesia? ci si chiederà. Giacché si sa che in molti paesi d'America esistono delle contraddizioni oggettive tra le borghesie nazionali che lottano per svilupparsi e l'imperialismo che inonda i mercati con i suoi articoli per sconfiggere in un impari lotta l'industria nazionale, così come vi sono altre forme o manifestazioni di lotta per il plusvalore e la ricchezza.
Nonostante queste contraddizioni le borghesie nazionali non sono capaci, in genere, di mantenere un atteggiamento coerente di lotta di fronte all'imperialismo.
Esse dimostrano di temere di più la rivoluzione popolare delle sofferenze sotto l'oppressione e il dominio dispotico dell'imperialismo, che soffoca la nazionalità, umilia il sentimento patriottico e colonizza l'economia.
La grande borghesia si oppone apertamente alla rivoluzione e non esita ad allearsi con l'imperialismo ed il latifondismo per combattere il popolo e chiudergli la via della Rivoluzione.
Un imperialismo disperato e isterico, deciso a intraprendere ogni genere di manovre e a dare armi e perfino truppe ai suoi fantocci per annientare qualunque popolo si sollevi; un latifondismo feroce, privo di scrupoli ed esperto delle forme più brutali di repressione; e una grande borghesia disposta a sbarrare, con qualunque mezzo, il passo alla rivoluzione popolare; queste sono le grandi forze alleate fra loro che si oppongono direttamente alle nuove rivoluzioni popolari dell'America latina.
Tali sono le difficoltà che vanno aggiunte a tutte quelle insite nelle lotte di questo tipo nelle nuove condizioni dell'America latina, in seguito al consolidamento del fenomeno irreversibile della Rivoluzione Cubana.
Ve ne sono altre più specifiche. I paesi che, anche senza che si possa parlare di un'effettiva industrializzazione, hanno sviluppato la propria industria media e leggera o hanno, semplicemente, subìto processi di concentrazione della popolazione in grandi centri urbani, trovano maggiore difficoltà a preparare la guerriglia. Inoltre l'influenza ideologica dei centri popolati impedisce la lotta guerrigliera e incoraggia lotte di massa organizzate pacificamente.
Quest'ultimo elemento dà origine ad una certa "istituzionalità", secondo la quale in periodi più o meno "normali", le condizioni siano meno dure del trattamento abituale riservato al popolo.
Si arriva perfino a concepire l'idea di possibili aumenti quantitativi degli elementi rivoluzionari sui banchi del parlamento fino ad arrivare ad un estremo che permetta un giorno un mutamento qualitativo.
Questa speranza, a nostro avviso, molto difficilmente riuscirà a realizzarsi, nelle condizioni attuali, in qualunque paese d'America. Benchè non sia da escludere la possibilità che il mutamento, in qualche paese, prenda l'avvio con i mezzi elettorali, le condizioni in tali paesi prevalenti rendono tale possibilità molto remota.
I rivoluzionari non possono prevedere a priori tutte le varianti tattiche che possono presentarsi nel corso della lotta per il loro programma di liberazione. La reale capacità di un rivoluzionario si misura in base al fatto se sappia trovare tattiche rivoluzionarie adeguate ad ogni cambiamento di situazione, se sappia tener presenti tutte le tattiche e sfruttarle al massimo. Errore imperdonabile sarebbe quello di sottovalutare i vantaggi che il programma rivoluzionario può ottenere da una data campagna elettorale; come sarebbe altrettanto imperdonabile, limitarsi alle elezioni e non vedere gli altri mezzi di lotta, compresa la lotta armata, volti ad ottenere il potere, che è lo strumento indispensabile per applicare e sviluppare il programma rivoluzionario, poiché se non si raggiunge il potere, tutte le altre conquiste sono instabili, insufficienti, incapaci di fornire le soluzioni necessarie, per quanto avanzate esse possano apparire.
E quando sentiamo parlare di presa del potere per via elettorale, la nostra domanda è sempre la stessa: se un movimento popolare giunge al governo di un paese spinto da una grande votazione popolare e decidesse, di conseguenza, di dare inizio alle grandi trasformazioni sociali previste dal programma in base al quale ha avuto la vittoria, non entrerebbe immediatamente in conflitto con le classi reazionarie del paese? E non è stato sempre l'esercito lo strumento di oppressione di tali classi? Se cosi è, è logico dedurre che tale esercito si schiererà dalla parte della sua classe ed entrerà in conflitto con il governo costituito. Può succedere che il governo venga rovesciato con un colpo di stato più o meno incruento e che ricominci il gioco che non finisce mai; ma può succedere invece che l'esercito oppressore venga sconfitto grazie all'azione popolare armata mossa in appoggio al proprio governo. Ciò che ci sembra difficile è che le Forze Armate accettino di buon grado delle riforme sociali profonde e si rassegnino come agnellini alla propria liquidazione come casta.
Quanto a ciò che prima accennavamo a proposito delle grandi concentrazioni urbane, è nostro modesto avviso che, anche in questi casi, in condizioni di arretratezza economica, possa risultare consigliabile sviluppare la lotta fuori dai confini cittadini, dandole caratteristiche di lunga durata. Per essere più espliciti, la presenza di un focolaio guerrigliero in montagna, in un paese dalle città popolose, alimenta perennemente il fuoco della ribellione, poiché è molto difficile che le forze di repressione possano liquidare rapidamente, e magari nel giro di anni, la guerriglia che fondi le sue basi sociali in terreno favorevole alla lotta guerrigliera e laddove esistano persone che adottino coerentemente la tattica e la strategia di questo tipo di guerra.
Molto diverso ciò che occorrerebbe fare nelle città: lì si può sviluppare in misura insospettata la lotta armata contro l'esercito di repressione, ma tale lotta diventerà frontale soltanto quando vi sia un esercito potente in lotta contro un altro esercito; né si può intraprendere una lotta frontale contro un esercito potente e ben armato quando si possa far conto soltanto su un gruppetto di uomini. La lotta frontale allora andrebbe effettuata con molte armi; e sorge la domanda: dove sono queste armi? Le armi non esistono di per sé, bisogna prenderle al nemico; ma per prenderle al nemico bisogna lottare, e non si può lottare frontalmente. Quindi la lotta nelle grandi città deve cominciare da una fase clandestina in cui accattivarsi dei gruppi militari o conquistarsi le armi, ad una ad una, in successivi colpi di mano.
In questo secondo caso si può fare molta strada, e non esiteremmo ad affermare che sarebbe inibito ogni successo ad una ribellione popolare che abbia base guerrigliera all'interno delle città. Nessuno può opporsi teoricamente a questa idea, non è questa almeno la nostra intenzione, ma dobbiamo d'altronde notare quanto sarebbe facile, per mezzo di qualche delazione o semplicemente con una serie di perquisizioni, eliminare i capi della rivoluzione. In compenso, ammettendo che vengano operate tutte le azioni pensabili in ambiente cittadino, che cioè si ricorra al sabotaggio organizzato e soprattutto a quella forma particolarmente efficace di guerriglia che è la guerriglia suburbana, conservando però il nucleo fondamentale su terreni favorevoli alla lotta guerrigliera, se le forze d'oppressione sconfiggono tutte le forze popolari della città, annientandole, il potere politico rivoluzionario rimane incolume, giacché si trova relativamente al riparo dalle vicende belliche. Purché sia sì relativamente al riparo, ma non fuori della guerra, né la diriga da un altro paese o da luoghi distanti: purché sia tra il suo popolo, nella lotta. Sono queste le considerazioni che ci fanno pensare che, anche prendendo in esame paesi in cui ci sia grande predominio urbano, il focolaio centrale della lotta si possa sviluppare nelle campagne.
Venendo al caso che si possa contare su cellule militari che aiutino a vibrare il colpo e che forniscano le armi, bisogna prendere in esame due problemi. Primo, se davvero tali gruppi militari si uniscono alle forze popolari per vibrare il colpo, considerandosi però essi stessi un nucleo organizzato e capace di autodecisione: in tal caso si tratterà di un colpo di una parte dell'esercito contro un'altra e, probabilmente, resterà incolume la struttura di casta dell'esercito.
L'altra eventualità, che cioè l'esercito si unisca rapidamente e spontaneamente alle forze popolari, a nostro avviso si può verificare soltanto in seguito al fatto che quell'esercito sia stato vigorosamente battuto da un nemico potente e incalzante, cioè in condizioni catastrofiche per il potere costituito. Alla condizione che si tratti di un esercito sconfitto, distrutto nel morale, si può verificare questo fenomeno, ma perché ciò accada è necessaria la lotta. Sicché si ritorna al primo punto: come realizzare questa lotta? La risposta ci condurrà allo sviluppo della lotta guerrigliera su terreno favorevole, appoggiata dalla lotta nelle città e contando sempre sulla più ampia partecipazione possibile delle masse operaie e, naturalmente, sotto la guida dell'ideologia di questa classe.
Abbiamo fin qui analizzato a sufficienza le difficoltà in cui incorreranno i movimenti rivoluzionari dell'America latina. Ora bisogna chiedersi se ci siano o no delle situazioni più vantaggiose rispetto alla fase precedente, quella cioè in cui si trovò Fidel Castro sulla Sierra Maestra. Crediamo anche in questo caso che vi siano delle condizioni generali che facilitano l'esplosione di questi focolai di ribellione e condizioni specifiche di certi paesi che la rendono ancor più facile.
Due ragioni soggettive dobbiamo notare quali conseguenze più importanti della Rivoluzione Cubana: la prima è la possibilità della vittoria, giacché ora si è perfettamente a conoscenza della possibilità di coronare col successo un'impresa come quella compiuta nella loro lotta di due anni sulla Sierra Maestra, da quel gruppo di illusi che avevano intrapreso la spedizione del Granma: ciò indica immediatamente che si può dar luogo ad un movimento rivoluzionario che agisca dalla campagna, che si leghi alle masse contadine, che vada via via crescendo, che distrugga l'esercito in lotta frontale, che conquisti le città dalla campagna, che riesca ad incrementare, mediante la lotta, le condizioni soggettive necessarie alla presa del potere. L'importanza detenuta da questo fatto è misurabile dalla grande quantità di "eccezionalisti" che sono spuntati in questi tempi.
Gli "eccezionalisti" sono quegli esseri speciali che trovano che la Rivoluzione Cubana sia un avvenimento unico ed inimitabile sulla terra, condotto da un uomo che, abbia difetti o no, a seconda che l"'eccezionalista" sia di destra o di sinistra, ha tuttavia guidato, evidentemente, la Rivoluzione per dei sentieri apertisi unicamente ed esclusivamente perché li percorresse la Rivoluzione Cubana. Completamente falso, diciamo noi: la possibilità di vittoria delle masse popolari dell'America latina è chiaramente espressa dalla via della lotta guerrigliera, basata sull'esercito contadino, sull'alleanza degli operai con i contadini, sulla sconfitta dell'esercito regolare in lotta frontale, sulla presa delle città partendo dalla campagna, sulla dissoluzione dell'esercito regolare come prima tappa del crollo totale della sovrastruttura del mondo colonialista precedente.
Possiamo osservare, quale secondo fattore soggettivo, che le masse non solo conoscono la possibilità della vittoria, ma ormai conoscono il proprio destino. Sanno con sempre maggior certezza che, quali che siano le vicissitudini della storia nel breve periodo, la vittoria finale è del popolo, perché la vittoria finale è della giustizia sociale. Ciò aiuterà a destare il fermento rivoluzionario a livelli anche superiori a quelli attualmente raggiunti nell'America latina.
Potremmo notare alcune considerazioni non tanto generiche e non applicabili con la stessa intensità a tutti i paesi.
Una di esse, sommamente importante, è l'esistenza di un maggiore sfruttamento contadino in genere, in tutti i paesi d'America, di quel che vi fosse a Cuba. Va ricordato a coloro che pretendono di vedere nel periodo insurrezionale della nostra lotta il ruolo della proletarizzazione delle campagne, che, a nostro avviso, la proletarizzazione delle campagne servì ad accelerare rapidamente la fase di cooperativizzazione nel successivo passaggio alla presa del potere ed alla Riforma Agraria, ma che, nella lotta originaria, il contadino, nucleo e spina dorsale dell'Esercito Ribelle, è lo stesso che oggi si trova sulla Sierra Maestra, padrone orgoglioso del suo podere, intransigente e individualista. È ovvio che in America esistano delle particolarità: un contadino argentino non ha la stessa mentalità di un comune contadino del Perù, della Bolivia o dell'Ecuador, ma la fame di terra è permanentemente presente nei contadini, e il mondo contadino dà il tono generale all'America; e siccome, in genere, esso è ancor più sfruttato di quanto fosse stato a Cuba, aumentano le possibilità che questa classe si levi in armi.
C'è inoltre un altro fatto. L'esercito di Batista, con tutti i suoi enormi difetti, era un esercito strutturato in modo tale che tutti, dall'ultimo soldato al generale più elevato in grado, erano complici nello sfruttamento del popolo. Era un esercito mercenario completo e ciò conferiva una certa coesione all'apparato repressivo. Gli eserciti d'America, per la maggior parte, contano su ufficiali di carriera e su un reclutamento a scaglioni.
Ogni anno perciò, i giovani ascoltando le lamentele per le quotidiane sofferenze patite dai loro padri, vedendole con i propri occhi, toccando con mano la miseria e l'ingiustizia sociale, abbandonano la loro casa e vengono arruolati e inquadrati nell'esercito. Se un giorno vengono mandati a fare da carne da cannone nella lotta contro i difensori di una dottrina che essi sentono essere giusta nella propria stessa carne, la loro combattività sarà profondamente incrinata e, con adeguati sistemi di propaganda, mostrando alle reclute la giustezza della lotta, il perché della lotta, si potranno ottenere dei risultati magnifici.
Possiamo dire, dopo questo sommario studio del fatto rivoluzionario, che la Rivoluzione Cubana ha contato su fattori eccezionali, che le conferiscono la sua particolarità, e su fattori comuni a tutti i popoli d'America, i quali esprimono la intima necessità di questa Rivoluzione. E vediamo anche che vi sono condizioni nuove che renderanno più facile l'esplosione dei movimenti rivoluzionari, dando alle masse coscienza del loro destino, la coscienza della necessità e la certezza della possibilità; e, allo stesso tempo, vi sono le condizioni che renderanno difficile che le masse in armi possano raggiungere rapidamente l'obbiettivo di prendere il potere. Tali sono le condizioni costituite dalla stretta alleanza esistenti tra l'imperialismo e tutte le borghesie americane, volta alla lotta spietata contro la forza popolare.
Tempi oscuri attendono l'America latina, e le recenti dichiarazioni degli uomini di governo degli Stati Uniti sembrano indicare che tempi oscuri attendono il mondo intero. Lumumba, selvaggiamente assassinato, nella grandezza del suo martirio insegna quali siano i tragici errori che non vanno commessi. Una volta dato il via alla lotta antimperialista, è indispensabile essere conseguenti e bisogna tener duro, costantemente e senza mai fare un passo indietro: avanti sempre, contrattaccando sempre, rispondendo sempre ad ogni aggressione con una pressione più forte delle masse popolari. Questo è il modo per trionfare.
In altra occasione esamineremo se la Rivoluzione Cubana, dopo la presa del potere, abbia percorso queste nuove vie rivoluzionarie con fattori di eccezionalità o se invece, anche in questo caso rispettando certe caratteristiche speciali, abbia seguito fondamentalmente un cammino logico derivante da leggi immanenti ai processi sociali.

Ernesto "Che" Guevara

[Pubblicato in Verde Olivo nell'aprile 1961]

Parti precedenti:
Historias de guerrillas (1°pt)
Historias de guerrillas (2°pt)

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