Compañeras y compañeros revolucionarios:
Fue un día del mes de julio o agosto de 1955 cuando conocimos al Che. Y en una noche —como él cuenta en sus narraciones— se convirtió en un futuro expedicionario del “Granma”. Pero en aquel entonces aquella expedición no tenla ni barco, ni armas, ni tropas. Y fue así corno, junto con Raúl, el Che integró el grupo de los dos primeros de la lista del “Granma”.
Han pasado desde entonces 12 años; han sido 12 años cargados de lucha y de historia. A lo largo de esos años la muerte segó muchas vidas valiosas e irreparables; pero, a la vez, a lo largo de esos años, surgieron personas extraordinarias en estos años de nuestra Revolución y se forjaron entre los hombres de la Revolución, y entre los hombres y el pueblo, lazos de afecto y lazos de amistad que van más allá de toda expresión posible.
Y en esta noche nos reunimos, ustedes y nosotros, para tratar de expresar de algún modo esos sentimientos con relación a quien fue uno de los más familiares, uno de los más admirados, uno de los más queridos y, sin duda alguna, el más extraordinario de nuestros compañeros de revolución; expresar esos sentimientos a él y a los héroes que con él han combatido y a los héroes que con él han caído de ese, su ejército internacionalista, que ha estado escribiendo una página gloriosa e imborrable de la historia.
Che era una de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente, por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por su originalidad, aun cuando todavía no se le conocían las demás singulares virtudes que lo caracterizaron.
En aquellos primeros momentos era el médico de nuestra tropa. Y así fueron surgiendo los lazos y así fueron surgiendo los sentimientos.
Se le veía impregnado de un profundo espíritu de odio y desprecio al imperialismo, no solo porque ya su formación política había adquirido un considerable grado de desarrollo, sino porque hacía muy poco tiempo había tenido la oportunidad de presenciar en Guatemala la criminal intervención imperialista a través de los soldados mercenarios que dieron al traste con la revolución de aquel país.
Para un hombre como él no eran necesarios muchos argumentos. Le bastaba saber que Cuba vivía en una situación similar, le bastaba saber que había hombres decididos a combatir con las armas en la mano esa situación, le bastaba saber que aquellos hombres estaban inspirados en sentimientos genuinamente revolucionarios y patrióticos. Y eso era más que suficiente.
De este modo, un día, a fines de noviembre de 1956, con nosotros emprendió la marcha hacia Cuba. Recuerdo que aquella travesía fue muy dura para él puesto que, dadas las circunstancias en que fue necesario organizar la partida, no pudo siquiera proveerse de las medicinas que necesitaba y toda la travesía la pasó bajo un fuerte ataque de asma sin un solo alivio, pero también sin una sola queja.
Llegamos, emprendimos las primeras marchas, sufrimos el primer revés, y al cabo de algunas semanas nos volvimos a reunir —como ustedes saben— un grupo de los que quedaban de la expedición del “Granma”. Che continuaba siendo médico de nuestra tropa.
Sobrevino el primer combate victorioso y Che fue soldado ya de nuestra tropa y, a la vez, era todavía el médico; sobrevino el segundo combate victorioso y el Che ya no solo fue soldado, sino que fue el más distinguido de los soldados en ese combate, realizando por primera vez una de aquellas proezas singulares que lo caracterizaban en todas las acciones; continuó desarrollándose nuestra fuerza y sobrevino ya un combate de extraordinaria importancia en aquel momento.
La situación era difícil. Las informaciones eran en muchos sentidos erróneas. Ibamos a atacar en pleno día, al amanecer, una posición fuertemente defendida, a orillas del mar, bien armada y con tropas enemigas a nuestra retaguardia, a no mucha distancia, y en medio de aquella situación de confusión en que fue necesario pedirles a los hombres un esfuerzo supremo, una vez que el compañero Juan Almeida asumió una de las misiones más difíciles, sin embargo quedaba uno de los flancos completamente desprovisto de fuerzas, quedaba uno de los flancos sin una fuerza atacante que podía poner en peligro la operación. Y en aquel instante Che, que todavía era médico, pidió tres o cuatro hombres, entre ellos un hombre con un fusil ametralladora, y en cuestión de segundos emprendió rápidamente la marcha para asumir la misión de ataque desde aquella dirección.
Y en aquella ocasión no solo fue combatiente distinguido, sino que además fue también médico distinguido, prestando asistencia a los compañeros heridos, asistiendo a la vez a los soldados enemigos heridos. Y cuando fue necesario abandonar aquella posición, una vez ocupadas todas las armas y emprender una larga marcha, acosados por distintas fuerzas enemigas, fue necesario que alguien permaneciese junto a los heridos, y junto a los heridos permaneció el Che. Ayudado por un grupo pequeño de nuestros soldados, los atendió, les salvó la vida y se incorporó con ellos ulteriormente a la columna.
Ya a partir de aquel instante descollaba como un jefe capaz y valiente, de ese tipo de hombres que cuando hay que cumplir una misión difícil no espera que le pidan que lleve a cabo la misión.
Así hizo cuando el combate de El Uvero, pero así había hecho también en una ocasión no mencionada cuando en los primeros tiempos, merced a una traición, nuestra pequeña tropa fue sorpresivamente atacada por numerosos aviones y cuando nos retirábamos bajo el bombardeo y habíamos caminado ya un trecho nos recordamos de algunos fusiles, de algunos soldados campesinos que habían estado con nosotros en las primeras acciones y habían pedido después permiso para visitar a sus familiares cuando todavía no había en nuestro incipiente ejército mucha disciplina. Y en aquel momento se consideró la posibilidad de que aquellos fusiles se perdieran.
Recordamos cómo nada más planteado el problema, y bajo el bombardeo, el Che se ofreció, y ofreciéndose salió rápidamente a recuperar aquellos fusiles.
Esa era una de sus características esenciales: la disposición inmediata, instantánea, a ofrecerse para realizar la misión más peligrosa. Y aquello, naturalmente, suscitaba la admiración, la doble admiración hacia aquel compañero que luchaba junto a nosotros, que no había nacido en esta tierra, que era un hombre de ideas profundas, que era un hombre en cuya mente bullían sueños de lucha en otras partes del continente y, sin embargo, aquel altruismo, aquel desinterés, aquella disposición a hacer siempre lo más difícil, a arriesgar su vida constantemente.
Fue así como se ganó los grados de Comandante y de jefe de la segunda columna que se organizara en la Sierra Maestra; fue así como comenzó a crecer su prestigio, como comenzó a adquirir su fama de magnífico combatiente que hubo de llevar a los grados más altos en el transcurso de la guerra.
Che era un insuperable soldado; Che era un insuperable jefe; Che era, desde el punto militar, un hombre extraordinariamente capaz, extraordinariamente valeroso, extraordinariamente agresivo. Si como guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, era su absoluto desprecio al peligro.
Los enemigos pretenden sacar conclusiones de su muerte. ¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la lucha guerrillera! Y lo demostró infinidad de veces pero lo demostró sobre todo en dos extraordinarias proezas, como fue una de ellas la invasión al frente de una columna, perseguida esa columna por miles de soldados por territorio absolutamente llano y desconocido, realizando —junto con Camilo— una formidable hazaña militar. Pero, además, lo demostró en su fulminante campaña en Las Villas; y lo demostró, sobre todo, en su audaz ataque a la ciudad de Santa Clara, penetrando con una columna de apenas 300 hombres en una ciudad defendida por tanques, artillería y varios miles de soldados de infantería.
Esas dos hazañas lo consagran como un jefe extraordinariamente capaz, como un maestro, como un artista de la guerra revolucionaria.
Sin embargo, de su muerte heroica y gloriosa pretenden negar la veracidad o el valor de sus concepciones y sus ideas guerrilleras.
Podrá morir el artista, sobre todo cuando se es artista de un arte tan peligroso como es la lucha revolucionaria, pero lo que no morirá de ninguna forma es el arte al que consagró su vida y al que consagró su inteligencia.
¿Qué tiene de extraño que ese artista muera en un combate? Todavía tiene mucho más de extraordinario el hecho de que en las innumerables ocasiones en que arriesgó esa vida durante nuestra lucha revolucionaria no hubiese muerto en algún combate. Y muchas fueron las veces en que fue necesario actuar para impedir que en acciones de menor trascendencia perdiera la vida.
Y así, en un combate, ¡en uno de los tantos combates que libró!, perdió la vida. No poseemos suficientes elementos de juicio para poder hacer alguna deducción acerca de todas las circunstancias que precedieron ese combate, acerca de hasta qué grado pudo haber actuado de una manera excesivamente agresiva, pero —repetimos— si como guerrillero tenia un talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, su absoluto desprecio por el peligro.
Es eso en lo que resulta difícil coincidir con él, puesto que nosotros entendemos que su vida, su experiencia, su capacidad de jefe aguerrido, su prestigio y todo lo que él significaba en vida, era mucho más, incomparablemente más, que la evaluación que tal vez él hizo de si mismo.
Puede haber influido profundamente en su conducta la idea de que los hombres tienen un valor relativo en la historia, la idea de que las causas no son derrotadas cuando los hombres caen y la incontenible marcha de la historia no se detiene ni se detendrá ante la caída de los jefes.
Y eso es cierto, eso no se puede poner en duda. Eso demuestra su fe en los hombres, su fe en las ideas, su fe en el ejemplo. Sin embargo —como dije hace unos días— habríamos deseado de todo corazón verlo forjador de las victorias, forjando bajo su jefatura, forjando bajo su dirección las victorias, puesto que los hombres de su experiencia, de su calibre, de su capacidad realmente singular, son hombres poco comunes.
Somos capaces de apreciar todo el valor de su ejemplo y tenemos la más absoluta convicción de que ese ejemplo servirá de emulación y servirá para que del seno de los pueblos surjan hombres parecidos a él.
No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar. Pero diremos también que hombres como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él.
Es que en Che no solo admiramos al guerrero, al hombre capaz de grandes proezas. Y lo que él hizo, y lo que él estaba haciendo, ese hecho en sí mismo de enfrentarse solo con un puñado de hombres a todo un ejército oligárquico, instruido por los asesores yankis suministrados por el imperialismo yanki, apoyado por las oligarquías de todos los países vecinos, ese hecho en sí mismo constituye una proeza extraordinaria.
Y si se busca en las páginas de la historia, no se encontrará posiblemente ningún caso en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido una tarea de más envergadura, en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido la lucha contra fuerzas tan considerables. Esa prueba de confianza en sí mismo, esa prueba de confianza en los pueblos, esa prueba de fe en la capacidad de los hombres para el combate, podrá buscarse en las páginas de la historia y, sin embargo, no podrá encontrarse nada semejante.
Y cayó.
Los enemigos creen haber derrotado sus ideas, haber derrotado su concepción guerrillera, haber derrotado sus puntos de vista sobre la lucha revolucionaria armada. Y lo que lograron fue, con un golpe de suerte, eliminar su vida física; lo que pudieron fue lograr las ventajas accidentales que en la guerra puede alcanzar un enemigo. Y ese golpe de suerte, ese golpe de fortuna no sabemos hasta qué grado ayudado por esa característica a que nos referíamos antes de agresividad excesiva, de desprecio absoluto por el peligro, en un combate como tantos combates.
Como ocurrió también en nuestra Guerra de Independencia. En un combate en Dos Ríos mataron al Apóstol de nuestra independencia. En un combate en Punta Brava mataron a Antonio Maceo, veterano de cientos de combates. En similares combates murieron infinidad de jefes, infinidad de patriotas de nuestra guerra independentista. Y, sin embargo, eso no fue la derrota de la causa cubana.
La muerte del Che —como decíamos hace unos días— es un golpe duro, es un golpe tremendo para el movimiento revolucionario, en cuanto le priva sin duda de ninguna clase de su jefe más experimentado y capaz.
Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones guerrilleras, la derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que cayó como hombre mortal, como hombre que se exponía muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil veces más capaz que aquellos que con un golpe de suerte lo mataron.
Sin embargo, ¿cómo tienen los revolucionarios que afrontar ese golpe adverso? ¿Cómo tienen que afrontar esa pérdida? ¿Cuál sería la opinión del Che si tuviese que emitir un juicio sobre este particular? Esa opinión la dijo, esa opinión la expresó con toda claridad, cuando escribió en su mensaje a la conferencia de solidaridad de los pueblos de Asia, Africa y América Latina que si en cualquier parte le sorprendía la muerte, bienvenida fuera siempre que ese, su grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se extienda para empuñar el arma.
Y ese, su grito de guerra, llegará no a un oído receptivo, ¡llegará a millones de oídos receptivos! Y no una mano, sino que ¡millones de manos, inspiradas en su ejemplo, se extenderán para empuñar las armas!
Nuevos jefes surgirán. Y los hombres, los oídos receptivos y las manos que se extiendan, necesitarán jefes que surgirán de las filas del pueblo, como han surgido los jefes en todas las revoluciones.
No contarán esas manos con un jefe ya de la experiencia extraordinaria, de la enorme capacidad del Che. Esos jefes se formarán en el proceso de la lucha, esos jefes surgirán del seno de los millones de oídos receptivos, de las millones de manos que, más tarde o más temprano, se extenderán para empuñar las armas.
No es que consideremos que en el orden práctico de la lucha revolucionaria su muerte haya de tener una inmediata repercusión, que en el orden práctico del desarrollo de la lucha su muerte pueda tener una repercusión inmediata. Pero es que el Che, cuando empuñó de nuevo las armas, no estaba pensando en una victoria inmediata, no estaba pensando en un triunfo rápido frente a las fuerzas de las oligarquías y del imperialismo. Su mente de combatiente experimentado estaba preparada para una lucha prolongada de 5, de 10, de 15, de 20 años si fuera necesario. ¡El estaba dispuesto a luchar cinco, diez, quince, veinte años, toda la vida si fuese necesario!
Y es con esa perspectiva en el tiempo en que su muerte, en que su ejemplo —que es lo que debemos decir—, tendrá una repercusión tremenda, tendrá una fuerza invencible.
Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan de negarlas quienes se aferran al golpe de fortuna. Che era un jefe militar extraordinariamente capaz. Pero cuando nosotros recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no estamos pensando fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No! La guerra es un medio y no un fin, la guerra es un instrumento de los revolucionarios. ¡Lo importante es la revolución, lo importante es la causa revolucionaria, las ideas revolucionarias, los objetivos revolucionarios, los sentimientos revolucionarios, las virtudes revolucionarias!
Y es en ese campo, en el campo de las ideas, en el campo de los sentimientos, en el campo de las virtudes revolucionarias, en el campo de la inteligencia, aparte de sus virtudes militares, donde nosotros sentimos la tremenda pérdida que para el movimiento revolucionario ha significado su muerte.
Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas. El descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no solo era un hombre de acción insuperable: Che era un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un hombre de profunda cultura. Es decir que reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción.
Pero no es que reuniera esa doble característica de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, la de ser hombre de acción, sino que Che reunía como revolucionario las virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un revolucionario: hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario.
Suele, a la hora de la muerte de los hombres, hacerse discursos, suele destacarse virtudes, pero pocas veces como en esta ocasión se puede decir con más justicia, con más exactitud de un hombre lo que decimos del Che: ¡Que constituyó un verdadero ejemplo de virtudes revolucionarias!
Pero además añadía otra cualidad, que no es una cualidad del intelecto, que no es una cualidad de la voluntad, que no es una cualidad derivada de la experiencia, de la lucha, sino una cualidad del corazón, ¡porque era un hombre extraordinariamente humano, extraordinariamente sensible!
Por eso decimos, cuando pensamos en su vida, cuando pensamos en su conducta, que constituyó el caso singular de un hombre rarísimo en cuanto fue capaz de conjugar en su personalidad no solo las características de hombre de acción, sino también de hombre de pensamiento, de hombre de inmaculadas virtudes revolucionarias y de extraordinaria sensibilidad humana, unidas a un carácter de hierro, a una voluntad de acero, a una tenacidad indomable.
Y por eso le ha legado a las generaciones futuras no solo su experiencia, sus conocimientos como soldado destacado, sino que a la vez las obras de su inteligencia. Escribía con la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus narraciones de la guerra son insuperables. La profundidad de su pensamiento es impresionante. Nunca escribió sobre nada absolutamente que no lo hiciese con extraordinaria seriedad, con extraordinaria profundidad; y algunos de sus escritos no dudamos de que pasarán a la posteridad como documentos clásicos del pensamiento revolucionario.
Y así, como fruto de esa inteligencia vigorosa y profunda, nos dejó infinidad de recuerdos, infinidad de relatos que, sin su trabajo, sin su esfuerzo, habrían podido tal vez olvidarse para siempre.
Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como Presidente del Banco Nacional, como director de la Junta de Planificación, como Ministro de Industrias, como Comandante de regiones militares, como jefe de delegaciones de tipo político, o de tipo económico, o de tipo fraternal.
Su inteligencia multifacética era capaz de emprender con el máximo de seguridad cualquier tarea en cualquier orden, en cualquier sentido. Y así, representó de manera brillante a nuestra patria en numerosas conferencias internacionales, de la misma manera que dirigió brillantemente a los soldados en el combate, de la misma manera que fue un modelo de trabajador al frente de cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡y para él no hubo días de descanso, para él no hubo horas de descanso! y si mirábamos para las ventanas de sus oficinas, permanecían las luces encendidas hasta altas horas de la noche, estudiando, o mejor dicho, trabajando o estudiando. Porque era un estudioso de todos los problemas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era prácticamente insaciable, y las horas que le arrebataba al sueño las dedicaba al estudio; y los días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo voluntario.
Fue él el inspirador y el máximo impulsor de ese trabajo que hoy es actividad de cientos de miles de personas en todo el país, el impulsor de esa actividad que cada día cobra en las masas de nuestro pueblo mayor fuerza.
Y como revolucionario, como revolucionario comunista, verdaderamente comunista, tenía una infinita fe en los valores morales, tenía una infinita fe en la conciencia de los hombres. Y debemos decir que en su concepción vio con absoluta claridad en los resortes morales la palanca fundamental de la construcción del comunismo en la sociedad humana.
Muchas cosas pensó, desarrolló y escribió. Y hay algo que debe decirse un día como hoy, y es que los escritos del Che, el pensamiento político y revolucionario del Che tendrán un valor permanente en el proceso revolucionario cubano y en el proceso revolucionario en América Latina. Y no dudamos que el valor de sus ideas, de sus ideas tanto como hombre de acción, como hombre de pensamiento, como hombre de acrisoladas virtudes morales, como hombre de insuperable sensibilidad humana, como hombre de conducta intachable, tienen y tendrán un valor universal.
Los imperialistas cantan voces de triunfo ante el hecho del guerrillero muerto en combate; los imperialistas cantan el triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó a eliminar tan formidable hombre de acción. Pero los imperialistas tal vez ignoran o pretenden ignorar que el carácter de hombre de acción era una de las tantas facetas de la personalidad de ese combatiente. Y que si de dolor se trata, a nosotros nos duele no solo lo que se haya perdido como hombre de acción, nos duele lo que se ha perdido como hombre virtuoso, nos duele lo que se ha perdido como hombre de exquisita sensibilidad humana y nos duele la inteligencia que se ha perdido. Nos duele pensar que tenía solo 39 años en el momento de su muerte, nos duele pensar cuántos frutos de esa inteligencia y de esa experiencia que se desarrollaba cada vez más hemos perdido la oportunidad de percibir.
Nosotros tenemos idea de la dimensión de la pérdida para el movimiento revolucionario. Pero, sin embargo, ahí es donde está el lado débil del enemigo imperialista: creer que con el hombre físico ha liquidado su pensamiento, creer que con el hombre físico ha liquidado sus ideas, creer que con el hombre físico ha liquidado sus virtudes, creer que con el hombre físico ha liquidado su ejemplo. Y lo creen de manera tan impúdica que no vacilan en publicar, como la cosa más natural del mundo, las circunstancias casi universalmente ya aceptadas en que lo ultimaron después de haber sido herido gravemente en combate. No han reparado siquiera en la repugnancia del procedimiento, no han reparado siquiera en la impudicia del reconocimiento. Y han divulgado como derecho de los esbirros, han divulgado como derecho de los oligarcas y de los mercenarios, el disparar contra un combatiente revolucionario gravemente herido.
Y lo peor es que explican además por qué lo hicieron, alegando que habría sido tremendo el proceso en que hubiesen tenido que juzgar al Che, alegando que habría sido imposible sentar en el banquillo de un tribunal a semejante revolucionario.
Y no solo eso, sino que además no han vacilado en hacer desaparecer sus restos. Y sea verdad o sea mentira, es el hecho que anuncian haber incinerado su cadáver, con lo cual empiezan a demostrar su miedo, con lo cual empiezan a demostrar que no están tan convencidos de que liquidando la vida física del combatiente liquidan sus ideas y liquidan su ejemplo.
Che no cayó defendiendo otro interés, defendiendo otra causa que la causa de los explotados y los oprimidos en este continente; Che no cayó defendiendo otra causa que la causa de los pobres y de los humildes de esta Tierra. Y la forma ejemplar y el desinterés con que defendió esa causa no osan siquiera discutirlo sus más encarnizados enemigos.
y ante la historia, los hombres que actúan como él, los hombres que lo hacen todo y lo dan todo por la causa de los humildes, cada día que pasa se agigantan, cada da que pasa se adentran más profundamente en el corazón de los pueblos.
Y esto ya lo empiezan a percibir los enemigos imperialistas, y no tardarán en comprobar que su muerte será a la larga como una semilla de donde surgirán muchos hombres decididos a emularlo, muchos hombres decididos a seguir su ejemplo.
Y nosotros estamos absolutamente convencidos de que la causa revolucionaria en este continente se repondrá del golpe, que la causa revolucionaria en este continente no será derrotada por ese golpe.
Desde el punto de vista revolucionario, desde el punto de vista de nuestro pueblo, ¿cómo debemos mirar nosotros el ejemplo del Che? ¿Acaso pensamos que lo hemos perdido? Cierto es que no volveremos a ver nuevos escritos, cierto es que no volveremos a escuchar de nuevo su voz. Pero el Che le ha dejado al mundo un patrimonio, un gran patrimonio, y de ese patrimonio nosotros —que lo conocimos tan de cerca— podemos ser en grado considerable herederos suyos.
Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó su carácter, su voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo. En una palabra, ¡nos dejó su ejemplo! ¡Y el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del Che debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo!
Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡Que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros niños, debemos decir sin vacilación: ¡Queremos que se eduquen en el espíritu del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che! Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡Queremos que sean como el Che!
Che se ha convertido en un modelo de hombre no solo para nuestro pueblo, sino para cualquier pueblo de América Latina. Che llevó a su más alta expresión el estoicismo revolucionario, el espíritu de sacrificio revolucionario, la combatividad del revolucionario, el espíritu de trabajo del revolucionario, y Che llevó las ideas del marxismo-leninismo a su expresión más fresca, más pura, más revolucionaria.
¡Ningún hombre como él en estos tiempos ha llevado a su nivel más alto el espíritu internacionalista proletario!
Y cuando se hable de internacionalista proletario, y cuando se busque un ejemplo de internacionalista proletario, ¡ese ejemplo, por encima de cualquier otro ejemplo, es el ejemplo del Che! En su mente y en su corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los egoísmos, ¡y su sangre generosa estaba dispuesto a verterla por la suerte de cualquier pueblo, por la causa de cualquier pueblo, y dispuesto a verterla espontáneamente, y dispuesto a verterla instantáneamente!
Y así, sangre suya fue vertida en esta tierra cuando lo hirieron en diversos combates; sangre suya por la redención de los explotados y los oprimidos, de los humildes y los pobres, se derramó en Bolivia. ¡Esa sangre se derramó por todos los explotados, por todos los oprimidos; esa sangre se derramó por todos los pueblos de América y se derramó por Viet Nam, porque él allá, combatiendo contra las oligarquías, combatiendo contra el imperialismo, sabía que brindaba a Viet Nam la más alta expresión de su solidaridad!
Es por eso, compañeros y compañeras de la Revolución, que nosotros debemos mirar con firmeza el porvenir y con decisión; es por eso que debemos mirar con optimismo el porvenir. ¡Y buscaremos siempre en el ejemplo del Che la inspiración, la inspiración en la lucha, la inspiración en la tenacidad, la inspiración en la intransigencia frente al enemigo y la inspiración en el sentimiento internacionalista!
Es por eso que nosotros, en la noche de hoy, después de este impresionante acto, después de esta increíble —por su magnitud, por su disciplina y por su devoción— muestra multitudinaria de reconocimiento, que demuestra cómo este es un pueblo sensible, que demuestra cómo este es un pueblo agradecido, que demuestra cómo este pueblo sabe honrar la memoria de los valientes que caen en el combate, que demuestra cómo este pueblo sabe reconocer a los que le sirven, que demuestra cómo este pueblo se solidariza con la lucha revolucionaria, cómo este pueblo levanta y mantendrá siempre en alto y cada vez más en alto las banderas revolucionarias y los principios revolucionarios; hoy, en estos instantes de recuerdo, elevemos nuestro pensamiento y, con optimismo en el futuro, con optimismo absoluto en la victoria definitiva de los pueblos, le digamos al Che, y con él a los héroes que combatieron y cayeron junto a él:
¡Hasta la victoria siempre!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
Discurso pronunciado por Fidel Castro en memoria del comandante Ernesto "Che" Guevara, Plaza del Revolución, La Havana, 18 de octubre1967.
Compagne e compagni rivoluzionari,
conobbi il Che un giorno di luglio o agosto del 1955. E una sera - come lui stesso racconta nei suoi testi - si impegnò nella spedizione del "Granma". Ma in quel momento non possedevamo né barca, né armi, né truppe. Fu così che, assieme a Raúl, il Che si unì al primo dei due gruppi della lista del "Granma".
Da allora sono trascorsi dodici anni; sono stati dodici anni carichi di lotta e di storia. Durante questi anni la morte ha mietuto molte vite coraggiose e insostituibili; ma, allo stesso tempo, durante questi anni della nostra Rivoluzione sono sorte persone straordinarie; e tra gli uomini della Rivoluzione, e tra questi uomini e il popolo, si sono stabiliti legami di affetto e rapporti di amicizia che vanno al di là di ogni possibile espressione.
Questa notte ci siamo riuniti, voi e noi, per cercare di esprimere in qualche modo questi sentimenti nei confronti di colui che fu uno dei più familiari, uno dei più ammirati, uno dei più amati e, senza alcun dubbio, il più straordinario dei nostri compagni di rivoluzione; esprimere questi sentimenti a lui e agli eroi che hanno combattuto con lui, agli eroi che con lui sono caduti nell'esercito internazionalista, che hanno scritto una pagina gloriosa e incancellabile della storia.
Il Che era una persona a cui tutti si affezionavano immediatamente per la sua semplicità, il suo carattere, la sua naturalezza, il suo cameratismo, la sua personalità, la sua originalità, senza conoscere le altre virtù singolari che lo caratterizzavano.
In quei primi momenti era il medico della nostra truppa. E così si andarono formando i legami, e così si andarono plasmando i sentimenti. Lo si vedeva impregnato di un profondo spirito d'odio e disprezzo verso l'imperialismo, non solo perché la sua formazione politica aveva raggiunto un considerevole grado di maturità, ma perché pochissimo tempo prima aveva avuto l'opportunità di essere presente in Guatemala al momento del criminale intervento imperialista di soldati mercenari che avevano represso la rivoluzione di quel paese.
Un uomo come lui non aveva bisogno di molti argomenti. Gli era sufficiente sapere che Cuba versava in una situazione difficile, gli bastava sentir dire che vi erano uomini decisi a combattere questa situazione armi alla mano, gli bastava essere certo che quegli uomini si ispiravano a sentimenti puramente rivoluzionari e patriottici. E ciò era più che sufficiente.
Così, un giorno, alla fine del novembre 1956, iniziò con noi la marcia verso Cuba. Ricordo che quel viaggio fu molto duro per lui poiché, date le circostanze in cui fu necessario organizzare la partenza, non poté neppure rifornirsi delle medicine di cui aveva bisogno e passò tutta la traversata in preda a un forte attacco d'asma, senza un momento di sollievo, ma anche senza un solo lamento.
Arrivammo, iniziammo le prime marce, soffrimmo i primi rovesci, e dopo alcune settimane tornammo a riunire - come voi sapete - il gruppo di quelli che restavano della spedizione del "Granma". Il Che continuava a essere il medico delle nostre truppe.
Si verificò il primo combattimento vittorioso e il Che fu soldato nella nostra truppa pur continuando ad esserne il medico; si verificò il secondo combattimento vittorioso e il Che non fu solo soldato, ma anche il più illustre dei soldati in quel combattimento, realizzando per la prima volta una di quelle prodezze singolari che lo avrebbero distinto in tutte le azioni; la nostra forza continuava infatti ad accrescersi, quando sopravvenne un combattimento di straordinaria importanza.
La situazione era difficile. Le informazioni erano sbagliate in molti sensi. Dovevamo attaccare in pieno giorno una postazione molto ben difesa, in riva al mare, ben armata e con truppe nemiche a poca distanza dalla nostra retroguardia; nel mezzo di quella situazione confusa, in cui fu necessario chiedere agli uomini uno sforzo supremo, il compagno Juan Almeida si incaricò di una delle missioni più difficili; restava tuttavia un fianco completamente scoperto, senza forza d'attacco, cosa che poteva mettere in pericolo l'operazione.
In quel momento il Che, che era ancora il medico, chiese tre o quattro uomini, tra cui uno con un fucile mitragliatore e, fu questione di secondi, intraprese la marcia per comandare la missione d'attacco da quella direzione.
In quell'occasione non solo fu un combattente straordinario, fu anche un medico eccellente, assistette i compagni feriti, e assistette contemporaneamente i soldati nemici feriti. E quando si dovette abbandonare quella posizione, una volta sconfitte tutte le truppe e, intrapresa una lunga marcia, incalzati da diverse forze nemiche, fu necessario che qualcuno rimanesse vicino ai feriti, vicino ai feriti rimase il Che. Aiutato da un piccolo gruppo di nostri soldati, li curò, salvò loro la vita e con essi raggiunse la colonna.
Già da quel momento si segnalò come un capo capace e coraggioso, di quel tipo d'uomini che quando bisogna svolgere una missione difficile non aspetta che glielo chiedano.
Così fece nella battaglia di El Uvero, ma così aveva fatto anche in un episodio mai ricordato: quando, nei primi tempi, per colpa di un tradimento, la nostra piccola truppa fu attaccata di sorpresa da numerosi aerei e, dopo esserci ritirati sotto il bombardamento e aver camminato già per un tratto, ci ricordammo dei fucili di alcuni soldati contadini che erano stati con noi durante le prime azioni e avevano poi chiesto permesso di visitare i loro familiari - era il periodo in cui nel nostro esercito appena organizzato non c'era ancora molta disciplina. E in quel momento pensammo alla possibilità che quei fucili andassero perduti. Stavamo esaminando il problema, sotto il bombardamento, ed ecco che il Che si offrì e partì immediatamente per recuperare quei fucili.
Era una delle sue caratteristiche principali: la disponibilità immediata, istantanea, a offrirsi per realizzare la missione più pericolosa. E ciò, naturalmente, suscitava ammirazione, doppia ammirazione verso quel compagno che lottava assieme a noi, che non era nato in questa terra, che era un uomo dalle idee profonde, nella cui mente brulicavano sogni di lotta in altre parti del continente; ammirazione per quell'altruismo, quel disinteresse, quella disponibilità a fare sempre la cosa più difficile, a mettere costantemente a rischio la propria vita.
Fu così che si guadagnò i gradi di comandante e di capo della seconda colonna organizzata nella Sierra Maestra; fu così che iniziò a crescere il suo prestigio, che iniziò a prendere forma il magnifico combattente che durante la guerra avrebbe portato i gradi più alti.
Il Che era un soldato insuperabile; il Che era un capo insuperabile; il Che era, dal punto di vista militare, un uomo straordinariamente aggressivo. Se come guerrigliero aveva un tallone d'Achille, quel tallone d'Achille era la sua eccessiva aggressività, il suo assoluto disprezzo del pericolo.
I nemici pretendono ora di trarre delle conclusioni dalla sua morte. Il Che era un maestro della guerra, il Che era un artista della guerriglia! E lo dimostrò un'infinità di volte, ma lo dimostrò soprattutto in due straordinari atti eroici: uno fu l'invasione del fronte con una colonna incalzata da migliaia di soldati su un terreno assolutamente piano e sconosciuto, realizzando, assieme a Camilo, una formidabile impresa militare. Lo dimostrò, inoltre, nella sua fulminea campagna di Las Villas e lo dimostrò, soprattutto, nel suo audace attacco alla città di Santa Clara, penetrando con una colonna di soli trecento uomini in una città difesa da carri armati, artiglieria e varie migliaia di soldati di fanteria.
Queste due imprese lo consacrano un capo straordinariamente capace, un maestro, un artista della guerra rivoluzionaria. Tuttavia, alcuni pretendono di negare la veridicità della sua morte eroica e gloriosa o il valore dei suoi concetti e delle sue idee di guerriglia. Potrà morire l'artista, soprattutto quando si è un artista di un'arte così pericolosa come la lotta rivoluzionaria, ma ciò che assolutamente non morirà è l'arte alla quale dedicò la sua vita e alla quale dedicò la sua intelligenza.
È forse strano che questo artista muoia in combattimento? E' più singolare ancora il fatto che, nel corso delle innumerevoli occasioni nelle quali mise a repentaglio la sua vita durante la nostra lotta rivoluzionaria, non sia mai morto. E furono molte le volte in cui fu necessario agire per impedire che perdesse la vita in situazioni di minor importanza.
E così, in un combattimento, in uno dei tanti combattimenti a cui partecipò, perse la vita. Non abbiamo sufficienti elementi di giudizio per poter trarre deduzioni da tutte le circostanze che precedettero quella battaglia, né per sapere fino a che punto possa aver agito in modo eccessivamente aggressivo, ma, ripetiamo, se come guerrigliero aveva un tallone d'Achille, quel tallone d'Achille era la sua eccessiva aggressività, il suo assoluto disprezzo del pericolo.
E in questo ci è difficile essere d'accordo con lui, poiché per noi la sua vita, la sua esperienza, le sue capacità di capo battagliero, il suo prestigio e tutto ciò che egli significava in vita erano molto di più, straordinariamente più di quanto forse egli giudicasse se stesso. Sul suo comportamento può avere influito l'idea che gli uomini hanno un valore relativo nella storia, che le cause non vengono sconfitte quando gli uomini cadono, e che l'incontenibile cammino della storia non si trattiene né si tratterrà davanti alla caduta dei capi.
E ciò è certo, non si può mettere in dubbio. Dimostra la sua fede negli uomini, la sua fede nelle idee, la sua fiducia nell'esempio. Tuttavia, come dissi pochi giorni or sono, avremmo preferito di tutto cuore vederlo fautore di vittorie: le plasmava sotto il suo comando, le plasmava sotto la sua direzione, le vittorie, poiché gli uomini della sua esperienza, del suo calibro, con le sue capacità davvero singolari, sono uomini fuori dal comune.
Siamo in grado di apprezzare tutto il valore del suo esempio e siamo assolutamente convinti che il suo esempio verrà emulato e servirà affinché dal seno dei popoli nascano altri uomini come lui.
Non è facile coniugare in una persona tutte le virtù presenti in lui. Non è facile che una persona, spontaneamente, sia in grado di sviluppare una personalità come la sua. Direi che si tratta di quel genere di uomini difficili da eguagliare e praticamente impossibili da superare. Ma diremmo anche che uomini come lui contribuiscono, con il loro esempio, a creare uomini della stessa stirpe.
Nel Che non ammiriamo solo il guerriero, l'uomo capace di grandi prodigi, ciò che fece, ciò che stava facendo, il fatto stesso di confrontarsi da solo assieme a un pugno di uomini contro un esercito oligarchico, istruito dai comandanti yankee forniti dall'imperialismo yankee, appoggiato dalle oligarchie di tutti i paesi vicini - questo fatto di per se stesso costituisce un prodigio straordinario. E se si cerca tra le pagine della storia, forse non si troverà nessun caso in cui qualcuno, con un numero così ridotto di uomini, abbia intrapreso un compito altrettanto prestigioso, in cui qualcuno con un numero così ridotto di uomini abbia ingaggiato la lotta contro forze così cospicue. Tale prova di fiducia in se stesso, tale prova di fiducia nei popoli, tale prova di fede nella capacità degli uomini in combattimento, si potrà forse intravedere nelle pagine della storia, ma comunque non si potrà trovare nulla di simile.
E cadde.
I nemici credono di avere sconfitto le sue idee, di avere sconfitto il suo concetto di guerriglia, di avere sconfitto le sue convinzioni sulla lotta rivoluzionaria armata. Ma ciò che hanno ottenuto è stato, con un colpo di fortuna, eliminare la sua vita fisica; ciò che riuscì loro fu di ottenere i vantaggi fortuiti che nella guerra può ottenere un nemico. E quel colpo di fortuna, non sappiamo fino a che punto è stato aiutato da quella caratteristica a cui abbiamo fatto riferimento prima, quell'eccessiva aggressività, quell'assoluto disprezzo per il pericolo durante i combattimenti.
Così accadde anche nella nostra guerra di indipendenza. Durante un combattimento a Punta Brava. In un combattimento a Dos Rios uccisero Antonio Maceo, apostolo della nostra indipendenza, veterano di centinaia di combattimenti. In simili combattimenti morì un'infinità di patrioti della nostra guerra independentista. E, tuttavia, ciò non causò la sconfitta della causa cubana.
La morte del Che, come abbiamo detto alcuni giorni fa, è un colpo duro, è un colpo tremendo per il movimento rivoluzionario poiché lo priva indubbiamente di un capo della sua classe, esperienza e capacità.
Ma si sbaglia chi canta vittoria. Si sbagliano coloro che credono che la sua morte rappresenti la sconfitta dei suoi ideali, la sconfitta delle sue tattiche, la sconfitta delle sue idee di guerriglia, la sconfitta delle sue tesi. Perché quell'uomo che cadde come un uomo mortale, come un uomo che si era esposto molte volte alle pallottole, come militare, come capo, è mille volte più capace di quelli che lo uccisero grazie a un colpo di fortuna.
Tuttavia, come devono affrontare i rivoluzionari questo colpo avverso? Come devono affrontare questa perdita?
Quale sarebbe l'opinione del Che se dovesse esprimere un giudizio su questo punto? La sua opinione la espresse chiaramente quando scrisse, nel suo messaggio alla Conferencia de Solidaridad Latinoamericana, che se la morte lo avesse sorpreso sarebbe stata sempre la benvenuta, purché quel suo grido di guerra fosse giunto a un orecchio in ascolto e un'altra mano si fosse allungata per impugnare l'arma.
E quel suo grido di guerra non raggiungerà un orecchio in ascolto, raggiungerà milioni di orecchie in ascolto! E non una mano, ma milioni di mani, ispirate dal suo esempio, si allungheranno per impugnare le armi! Nasceranno nuovi capi. E gli uomini, le orecchie in ascolto e le mani che si tendono hanno bisogno di capi che sorgeranno dalle fila del popolo, così come sono nati i capi di tutte le rivoluzioni.
Quelle mani non potranno contare su un capo dall'esperienza straordinaria, dall'enorme capacità del Che. Quei capi si formeranno durante la lotta, quei capi nasceranno in seno ai milioni di orecchie in ascolto, ai milioni di mani che prima o poi si allungheranno per impugnare le armi. Non pensiamo che, nell'ordine pratico della lotta rivoluzionaria, la sua morte debba avere una ripercussione immediata. Ma il Che, quando impugnò di nuovo le armi, non stava pensando a una vittoria immediata, non stava pensando a un trionfo rapido davanti alle forze delle oligarchie e dell'imperialismo. La sua mente di combattente esperto era preparata a una lotta prolungata, di cinque, dieci, quindici, vent'anni, se necessario. Egli era disposto a lottare cinque, dieci, quindici, vent'anni, tutta la vita se fosse stato necessario!
È con questa prospettiva nel tempo, che la sua morte, che il suo esempio - è così che dobbiamo dire - avrà una ripercussione tremenda, avrà una forza invincibile.
Coloro che si appigliano al colpo di fortuna cercano invano di negare la sua capacità come capo e la sua esperienza. Il Che era un capo militare straordinariamente capace. Ma quando ricordiamo il Che, quando pensiamo al Che non stiamo pensando solo alle sue virtù militari. No! La guerra è un mezzo e non un fine, la guerra è uno strumento dei rivoluzionari.
L'importante è la Rivoluzione, l'importante è la causa rivoluzionaria, sono le idee rivoluzionarie, gli obiettivi rivoluzionari, i sentimenti rivoluzionari, le virtù rivoluzionarie!
Ed è in quel campo, nel campo delle idee, nel campo dei sentimenti, nel campo delle virtù rivoluzionarie, nel campo dell'intelligenza, oltre alle sue virtù militari, che noi sentiamo l'immensa perdita che la sua morte ha significato per il movimento rivoluzionario.
Perché il Che riuniva, nella sua straordinaria personalità, virtù che raramente si presentano assieme. Spiccò come insuperabile uomo d'azione, ma il Che non era solo un insuperabile uomo d'azione; il Che era un uomo dal pensiero profondo, di intelligenza visionaria, un uomo di profonda cultura. Riuniva nella sua persona l'uomo di idee e l'uomo d'azione.
Ma il Che poteva riunire questa doppia caratteristica di uomo di idee, e di idee profonde, e di uomo d'azione, solo perché riuniva le virtù che si possono definire come l'espressione più precisa delle virtù di un rivoluzionario: uomo integerrimo, uomo dall'onore supremo, di assoluta sincerità, uomo dalla vita stoica e spartana, uomo nel cui comportamento è impossibile trovare una sola macchia. Con le sue virtù creò ciò che si può chiamare un vero modello di rivoluzionario.
Quando scocca l'ora della morte, di solito si fanno discorsi, si decantano le virtù dei defunti, ma poche volte come in questa occasione si può dire di un uomo, con maggiore esattezza, quello che diciamo del Che: che costituì un vero esempio di virtù rivoluzionarie!
Aveva un'altra qualità, che non è una qualità dell'intelletto, che non è una qualità della volontà, che non è una qualità che deriva dall'esperienza, dalla lotta: è una qualità del cuore, perché era un uomo straordinariamente umano, straordinariamente sensibile! Per questo diciamo, quando pensiamo alla sua vita, quando pensiamo al suo comportamento, che costituì il caso singolare di un uomo rarissimo, in quanto fu in grado di coniugare nella sua personalità non solo le caratteristiche di uomo d'azione, ma anche quelle di uomo di pensiero, di uomo dalle immacolate virtù rivoluzionarie e di eccezionale sensibilità umana, unite a un carattere di ferro, a una volontà d'acciaio, a una tenacia indomabile. E per questo ha lasciato in eredità alle generazioni future non solo la sua esperienza, le sue conoscenze di soldato insigne, ma anche le opere della sua intelligenza. Scriveva con il virtuosismo di un classico. I suoi racconti sulla guerra sono insuperabili. La profondità del suo pensiero è impressionante. Non scrisse mai su alcun argomento se non con straordinaria serietà, con straordinaria profondità, e non dubitiamo che alcuni dei suoi scritti passeranno ai posteri come classici del pensiero rivoluzionario.
E così, quale frutto della sua intelligenza forte e profonda, ci ha lasciato un'infinità di ricordi, un'infinità di resoconti che, senza il suo lavoro, senza i suoi sforzi, si sarebbero potuti dimenticare forse per sempre.
Lavoratore instancabile, negli anni in cui fu al servizio della nostra patria non conobbe un solo giorno di riposo. Molte furono le responsabilità assegnategli: presidente del Banco Nacional, direttore della Giunta per la pianificazione, ministro dell'Industria, comandante di regioni militari, capo di delegazioni politiche, economiche o amichevoli.
La sua intelligenza dalle mille sfaccettature era in grado di intraprendere con il massimo della sicurezza qualsiasi compito in qualsiasi ordine, in qualsiasi senso. Così rappresentò in modo brillante la nostra patria in numerose conferenze internazionali, diresse brillantemente i soldati durante i combattimenti, nello stesso modo fu un modello di lavoratore in ciascuna delle istituzioni a cui dovette sovrintendere, e per lui non ci fu un giorno di riposo, non ci fu un'ora di riposo! E se osservavamo le finestre del suo ufficio, le luci restavano accese fino alle ore piccole, studiava o, meglio ancora, lavorava e studiava. Perché era uno studioso di tutti i problemi, era un lettore infaticabile. La sua sete di comprendere lo scibile umano era praticamente insaziabile e dedicava allo studio le ore tolte al sonno.
Dedicava i regolari giorni di riposo al lavoro volontario. Fu l'ispiratore e il massimo propulsore di quel lavoro che è oggi l'attività di centinaia di migliaia di persone in tutto il paese, il propulsore di quell'attività che ogni giorno assume maggior forza tra le masse del nostro popolo.
E come rivoluzionario, come rivoluzionario comunista, veramente comunista, aveva una fiducia infinita nei valori morali, aveva una fiducia infinita nella coscienza degli uomini. E dobbiamo dire che col suo modo di pensare vide con assoluta chiarezza nelle risorse morali la leva fondamentale per la costruzione del comunismo nella società umana.
Pensò, sviluppò e scrisse molte cose. E vi è qualcosa che bisogna ricordare in un giorno come oggi, cioè che gli scritti del Che, il pensiero politico e rivoluzionario del Che, avranno un valore permanente nel processo rivoluzionario cubano e nel processo rivoluzionario dell'America Latina. È fuor di dubbio che il valore delle sue idee, delle sue idee sia come uomo d'azione, sia come uomo di pensiero, sia come uomo di chiare virtù morali, sia come uomo di insuperabile sensibilità umana, sia come uomo dalla condotta impeccabile, ha e avrà un valore universale.
Gli imperialisti cantano vittoria davanti al guerrigliero morto in combattimento; gli imperialisti cantano vittoria davanti al colpo di fortuna che li ha portati a eliminare un uomo d'azione così formidabile. Ma forse gli imperialisti ignorano o vogliono ignorare che il carattere dell'uomo d'azione era una delle tante sfaccettature della personalità di questo combattente. E se si tratta di dolore, noi piangiamo non solo la perdita dell'uomo d'azione, noi piangiamo la perdita dell'uomo virtuoso, noi piangiamo la perdita dell'uomo dalla squisita sensibilità umana: e ci addolora pensare che aveva solo trentanove anni al momento della morte, ci addolora pensare che abbiamo perso l'opportunità di ricevere i frutti di quell'intelligenza e di quell'esperienza in continuo sviluppo.
Noi ci rendiamo conto dell'entità della perdita per il movimento rivoluzionario. Ma tuttavia è lì che si trova il lato debole del nemico imperialista: credere che con l'uomo fisico si liquidi il suo pensiero, credere che con l'uomo fisico si liquidino le sue idee, credere che con l'uomo fisico si liquidino le sue virtù, credere che con l'uomo fisico si liquidi il suo esempio. E lo credono in modo talmente immorale che non temono di divulgare, come fosse la cosa più naturale del mondo, ciò che successe dopo che il Che era stato ferito gravemente in combattimento. Non si sono tirati indietro neppure davanti alla ripugnanza della procedura, non si sono tirati indietro di fronte all'indecenza del riconoscimento. E hanno divulgato come diritto degli sbirri, hanno divulgato come diritto degli oligarchi e dei mercenari, l'aver sparato contro un combattente della rivoluzione ferito gravemente. Il peggio è che hanno anche spiegato il perché l'hanno fatto, aggiungendo che il processo in cui avrebbero dovuto giudicare il Che sarebbe stato tremendo, adducendo che sarebbe stato impossibile far sedere su un banco di tribunale un rivoluzionario simile.
E non solo questo: non hanno vacillato nel far sparire i suoi resti. E, verità o menzogna, annunciano di aver cremato il cadavere, fatto con il quale iniziano a dimostrare la loro paura, con il quale iniziano a dimostrare che non sono convinti che liquidando la vita fisica del combattente liquidano le sue idee e liquidano il suo esempio.
Il Che non cadde per difendere un altro interesse, per difendere altra causa che non fosse la causa degli sfruttati e degli oppressi di questo continente; il Che non cadde per difendere altra causa se non quella dei poveri e degli umili di questa terra. E i suoi nemici più accaniti non osano neppure discutere il modo esemplare e il disinteresse con cui difese tale causa.
E di fronte alla storia, gli uomini che agiscono come lui, gli uomini che fanno di tutto e danno tutto alla causa degli umili, diventano ogni giorno più grandi, dei giganti, ogni giorno che passa si addentrano più velocemente nel cuore dei popoli. E questo i nemici imperialisti iniziano già a percepirlo, e non tarderanno a verificare che, alla lunga, la sua morte sarà come un seme dal quale nasceranno molti uomini decisi a emularlo, molti uomini decisi a seguire il suo esempio.
E noi siamo assolutamente convinti che la causa rivoluzionaria in questo continente si rimetterà dal colpo, che la causa rivoluzionaria in questo continente non verrà sconfitta da questo colpo.
Dal punto di vista rivoluzionario, dal punto di vista del nostro popolo, come dobbiamo guardare all'esempio del Che? Pensiamo forse d'averlo perso? È certo che non vedremo nuovi scritti, è certo che non torneremo ad ascoltare di nuovo la sua voce. Ma il Che ha lasciato al mondo un patrimonio, un grande patrimonio, e di questo patrimonio noi - che lo conosciamo così bene - possiamo essere, in modo considerevole, i suoi eredi.
Ci ha lasciato il suo pensiero rivoluzionario, ci ha lasciato le sue virtù rivoluzionarie, ci ha lasciato il suo carattere, la sua volontà, la sua tenacia, il suo spirito di lavoro. In una parola, ci ha lasciato il suo esempio! E l'esempio del Che deve essere un modello per il nostro popolo, l'esempio del Che deve essere il modello ideale per il nostro popolo!
Se desideriamo esprimere come vogliamo che siano i nostri combattenti rivoluzionari, i nostri militanti, i nostri uomini, dobbiamo dire senza vacillare in nessun modo: che siano come il Che! Se desideriamo esprimere come vogliamo che siano gli uomini delle future generazioni, dobbiamo dire: che siano come il Che! Se desideriamo dire come vogliamo che vengano educati i nostri bambini, dobbiamo dire senza vacillare: che siano educati nello spirito del Che! Se vogliamo un modello d'uomo, un modello d'uomo che non appartiene a questo tempo, un modello d'uomo che appartiene al futuro, dico di cuore che questo modello senza una sola macchia nel comportamento, senza una sola macchia nell'atteggiamento, senza una sola macchia nel modo d'agire, questo modello è il Che! Se vogliamo esprimere come desideriamo che siano i nostri figli, dobbiamo dire con tutto il cuore di veementi rivoluzionari: vogliamo che siano come il Che!
Il Che si è trasformato in un modello non solo per il nostro popolo, ma per qualsiasi popolo dell'America Latina. Il Che innalzò alla più alta espressione lo stoicismo rivoluzionario, lo spirito di sacrificio rivoluzionario, la combattività del rivoluzionario, lo spirito di lavoro del rivoluzionario e il Che portò le idee del marxismo-leninismo alla loro espressione più fresca, più pura, più rivoluzionaria. In questi tempi, nessun uomo come lui ha condotto al livello supremo lo spirito internazionalista proletario!
E quando si parla di internazionalista proletario, e quando si cerca un esempio di internazionalista proletario, quell'esempio, al di sopra di qualsiasi altro, è l'esempio del Che! Nella sua mente e nel suo cuore erano scomparsi le bandiere, i pregiudizi, gli sciovinismi, gli egoismi: era disposto a versare il suo sangue generoso per la sorte di qualsiasi popolo, per la causa di qualsiasi popolo, e disposto a versarlo spontaneamente e disposto a versarlo subito! E così, il suo sangue fu versato su questa terra quando lo ferirono in diversi combattimenti; il suo sangue per la redenzione degli sfruttati e degli oppressi, degli umili e dei poveri, venne versato in Bolivia. Quel sangue fu versato per tutti gli sfruttati, per tutti gli oppressi; quel sangue fu versato per tutti i popoli d'America e fu versato per il Vietnam, perché là, combattendo contro le oligarchie, combattendo contro l'imperialismo, sapeva di offrire al Vietnam la più alta espressione della sua solidarietà!
Ecco perché, compagni e compagne della Rivoluzione, noi dobbiamo guardare con fermezza e decisione al futuro; ecco perché dobbiamo guardare con ottimismo al futuro. E cercheremo sempre nell'esempio del Che l'ispirazione, l'ispirazione alla lotta, l'ispirazione alla tenacia, l'ispirazione all'intransigenza di fronte al nemico e l'ispirazione al sentimento internazionalista!
Ecco perché noi, stanotte, dopo questa manifestazione impressionante, dopo questo incredibile - per la sua grandezza, per la sua disciplina e per la sua devozione - atto di riconoscenza della folla, che dimostra come questo sia un popolo sensibile, che dimostra come questo sia un popolo grato, che dimostra come questo popolo sia solidale con la lotta rivoluzionaria, che dimostra come questo popolo sappia onorare la memoria dei coraggiosi che cadono in combattimento, che dimostra come questo popolo sappia riconoscere quelli che lo servono, che dimostra come questo popolo sia solidale con la lotta rivoluzionaria, che dimostra come questo popolo innalzi e mantenga sempre in alto e sempre più in alto le bandiere rivoluzionarie e i principi rivoluzionari; oggi, in questi momenti di ricordo, eleviamo il nostro pensiero, con ottimismo, al futuro, con ottimismo assoluto nella vittoria definitiva dei popoli e diciamo al Che, e con lui agli eroi che combatterono e caddero assieme a lui:
Fino alla vittoria, sempre!
Patria o morte!
Vinceremo!
Discorso pronunciato da Fidel Castro in memoria del comandante Ernesto "Che" Guevara, Plaza de la Revolución, L'Avana, 18 Ottobre 1967.
Parte precedente: Historias de guerrillas (1°pt)
Su "Senza perdere la tenerezza" c'è scritto: "Doveva essere accecante se anche i più opachi, al suo passaggio, erano illuminati". E le ho trovate parole bellissime. L'esercito boliviano e la Cia hanno ucciso un uomo e ci hanno consegnato un mito che vivrà per sempre. E mi chiedo chissà perché allora riuscirono a scovarlo in mezzo a quella foresta e oggi, con le straordinarie tecnologie che ci sono, la Cia non riesce a scovare Bin Laden. Forse l'orrore e il terrore che rappresenta fanno comodo a qualcuno.
RispondiEliminaNapolitano. C'è su Micromega un interessante commento di Travaglio sulle parole che anche te hai postato,e sono illuminanti. Napolitano sta facendo come Ponzio Pilato e credo che un Presidente debba assumere un comportamento molto più duro e retto in queste circostanze. Ciao, M.
Cara Mary,
RispondiEliminaQuelli del “Che” erano tempi diversi, per quanto riguardava il lavoro d'intelligence (“La disfatta della Cia”, Robert Baer), la guerra fredda, la contrapposizione ideologica, gli schieramenti e le sfere di influenza.
Oggi Bin Laden è espressione di una realtà diversa: fine dei blocchi e delle ideologie, integralismo religioso, nazionalismo arabo, totalitarismo inverso, imperialismo economico, colonialismo finanziario.
Su una cosa, però, hai ragione da vendere (e non so se siano in molti ad essersene resi pienamente conto): Bin Laden serve, e serve molto.
Serve a compattare il fronte dei “volenterosi”, in modo da appiattire l'Occidente sulle posizioni dell'Impero USA, e serve a spaventare i tanti regimi corrotti del Golfo, in modo da farli ancora più sottomessi e asserviti.
Quindi togli pure quel forse: Bin Laden fa comodo. E poi, Bin Laden non è pericoloso per il Sistema come lo era “Che” Guevara.
Napolitano?
Chi è? Dovrebbe rappresentarmi? Essere il mio presidente? Uno che era iscritto al P.C.I., Partito Comunista marxista-leninista, parte dell'internazionale comunista e del Cominform e che ora porta il borsalino (o il panama) e il cappottino di cachemire (o il completino di lino)? Cos'è, un caso di altzheimer? Uno scambio di persona? Trasformismo? Fregolismo? Schizofrenia? Oligofrenia?
Chi è Napolitano? Chi sono (e soprattutto saranno ancora) D'Alema, Veltroni, Fassino, Bertinotti, Rizzo, Franceschini, Rutelli (altro splendido esempio!).
Ecco, questo mi fa paura, mi fa spavento... Non sapere chi sono. Li guardo bene negli occhi, vedo le loro facce, li ascolto quando parlano, sento le parole che dicono. E mi fanno spavento. E mi fanno schifo.
Non sono l'Italia che siamo, quella che vogliamo, quella che meritiamo.
Ciao, D.