69 Miradas Contra Polifemo



Mensaje del subcomandante insurgente Marcos con motivo de la inauguración de la exposición fotográfica "69 Miradas Contra Polifemo"


Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Es un honor para mí compartir la mesa con las personas que, supongo, me han antecedido a la palabra. No digo los nombres por si ha habido algún cambio de última hora en el programa y resulta que no se miran quienes responden a esos nombres. Porque la mirada es importante.
Una forma de referirse al movimiento zapatista tiene qué ver con el mirar. En alguna ocasión hemos señalado que la dignidad se puede definir en relación al mirar al otro, al ser mirados por el otro, y al mirarnos a nosotros mismos.
El Poder, ése cíclope que ha globalizado la miseria y la desesperación, tiene un su modo de mirar. Él se mira como uno, único y eterno, y mira al otro con ese apetito antropófago que ha caracterizado al poderoso a lo largo de la historia y que ahora, en la época del neoliberalismo, ha alcanzado niveles bestiales nunca antes vistos. El Poder sólo admite una mirada si ésta es sumisa y le profesa admiración. Cualquier otra mirada es para él un desafío.
Al mirar, el Poder cataloga al otro y archiva esa mirada: acá tenemos al Poder mirando a la mujer y catalogándola como objeto de decoración, de satisfacción y de desprecio. Archívese entonces esa mirada, si es aceptada por la mujer, en el rubro de “mujeres de éxito”. Si, en cambio, la mujer se resiste a esa mirada, archívese en la sección de “pendientes por eliminar”. Y por “eliminar” no me refiero sólo a la eliminación física, también al mirar condenatorio, a la mirada de una sociedad que sigue dócilmente las indicaciones del Poder. Si, por ejemplo, una mujer reclama su derecho a decidir sobre su cuerpo, entonces es una disoluta, una criminal. Y en política el Poder es sospechosamente masculino, porque las mujeres que incursionan ahí tienen éxito si reproducen las pautas, los modos, las maneras y hasta el lenguaje de los políticos varones. Tómese, por ejemplo, la reunión de féminas del Poder que trivializó, por la alquimia de los medios de comunicación, la lucha femenina en el reciente aniversario del voto de la mujer. Lo menos que se puede decir es que lucían muy masculinas, es decir, impostadas.
Cuando el Poder mira a un joven, o a una “jovena” (para usar el término empleado por el Comandante Zebedeo), lo o la cataloga en la carpeta de “rebeldías momentáneas”, y deja que el reloj corra junto al arrepentimiento para que ambos, el tiempo y la contrición, hagan madurar al objeto mirado. Si el tiempo pasa y el joven o la”jovena” no sienten culpa alguna por la rebeldía que les ilumina la mirada propia, entonces el Poder archiva su mirar en el cajón de “delincuente en potencia”. Para el Poder, la juventud, y la rebeldía que suele acompañarla, son tolerables si prescinden de la conciencia. Que los jóvenes se “revienten” en los “antros”, vaya y pase; pero que luchen por educación, trabajo, cultura, o que abracen alguna causa, eso sí nomás no.
Para los indígenas el Poder no tenía programada una mirada. En el mundo que su ojo único imaginaba, esos seres extraños del color de la tierra nomás no aparecían. Ergo, no eran mirados, tal y como no se miran a los muertos. Si, entre otras cosas, el alzamiento zapatista de hace diez años los hace visibles no deja de ser una molestia. Desconcertado, Polifemo recurre entonces a su archivo de “miradas del pasado” y descubre en él las miradas de curiosidad turística o antropológica, de lástima (que es una de las formas elegantes del desprecio) y de objeto de chistes y limosnas. Quiero decir que las únicas imágenes que tenía en su archivo eran las de Pedro Infante en “Tizoc” y las de la India María. Fuera de eso, había imágenes de artesanías pero no de quien las producía. Al mirar a los indígenas ahora, Polifemo se desconcierta y archiva esas miradas en el cajón de “¿What?” o en la “I” de “Incógnitas”, “Incomprensibles”, “Irreverentes”. Sí, porque la mirada del Poder es una especie de religión y quienes faltan a ella son unos irreverentes.
Estamos aquí para presentar una exposición fotográfica. En ella se presentan una serie de fotografías que se refieren al período que va del primero de enero de 1994 al 10 de agosto del 2003, es decir, 10 años. La década referida ha contenido muchas cosas, una de ellas es el alzamiento zapatista protagonizado fundamentalmente por indígenas, en las montañas del sureste mexicano. Con miles de pueblos indios en su eje articulador, el zapatismo ha hecho uso, en estos diez años, del fuego y de la palabra.
Una foto es una mirada. No sólo una mirada, pero también una mirada. Es, sobre todo, una mirada que se muestra, que dice “esto miro”. Pero también dice “esto miro de esta manera”.
Mirar al zapatismo de los últimos diez años es mirar el fuego y mirar la palabra. Y las fotos sobre el zapatismo actual (o “neozapatismo”) son miradas al fuego y a la palabra.
En esta exposición, 68 fotógrafos han sido generosos y nos comparten sus miradas a los zapatistas en estos diez años. No sólo. También han colaborado económicamente para que esta exposición sea posible. Digo sus nombres, pero en realidad estoy nombrando sus miradas:

Adrián Mealand, Alberto Contreras, Alejandro Meléndez, Alfredo Estrella, Ángeles Torrejón, Antonio Turok, Araceli Herrera, Arturo Fuentes, Arturo Talavera, Carlos Cisneros, Carlos Ramos Mamahua, Cecilia Candelaria, Claudio Cruz, Cristina Rodríguez, Eduardo Verdugo, Elsa Medina, Emiliano Thibaut, Eniac Martínez, Erik Mesa, Ernesto Ramírez, Fabrizio León, Félix Cúneo, Fernando Castillo, Fernando Luna, Fernando Villa del Ángel, Francisco Mata, Francisco Olvera, Fred Jacquemont, Frida Hartz, Georges Bartoli, Gildardo Magaña, Guiomar Rovira, Heriberto Rodríguez, Javier García, Jesús Ramírez, Jesús Villaseca, Jorge Claro, José Ángel Rodríguez, José Carlo González, José Nuñez, Juan Ramón Martínez León, Julio Candelaria, Leonor Solís, Lourdes Grobet, Luis Cortés, Luis Jorge Gallegos, Marco Antonio Cruz, Marco Peláez, Marco Ugarte, María Melendrez, Omar Meneses, Oriana Elicabe, Pascual Gorriz, Patricia Aridjis, Paulo Vidales, Pedro Valtierra, Rafael Seguí i Serres, Raúl Ortega, Ricardo Deneke, Rosaura Pozos, Simona Grannati, Tim Russo, Victor Flores Olea, Victor Mendiola, Xóchitl Zepeda, Yazmín Ortega Cortés, Yolanda Andrade y Yuriria Pantoja Millán.

Ojalá y no se me haya escapado algún nombre, es decir, alguna mirada. Y ojalá todos hayan colaborado económicamente, porque si no pues todos los van a “mirar”, pero al modo de las comunidades zapatistas.
Fuera de la inmediatez de los medios de comunicación, del impacto noticioso, del dramatismo del fuego y la palabra, estas 68 miradas se declaran irreverentes y desafían la mirada única del Polifemo del Poder.
No miran al indígena menesteroso que tanto añoran Martha Sahagún y Xóchitl Gálvez. Tampoco al indio politeísta que aterra a Abascal y sus Legionarios. Ni al precolonial sacrificador con un corazón sangrante en una mano y el pedernal en la otra, la imagen preferida de Aznar y sus anexos de letras agonizantes. No miran al indio dócil y domesticado sirviente que prefieren Creel y Fernández de Cevallos.
Son miradas honestas. No esconden que miran desde fuera y que, junto a la lente de su cámara, descubren algo que estaba ahí y que, sin embargo, no era mirado. O, más bien, que no quería ser mirado.
Sin el frenesí de los acontecimientos, estos fotógrafos y fotógrafas nos dicen, con su ahora serena mirada, “mira lo que yo miré”.
Pero no nos contentemos con mirar lo que miran. Miremos también su mirar, porque ahí está una de las claves para entender estos diez años del neozapatismo. Miremos su mirar y descubramos que tiene mucho de irreverente desafío. Su mirada es distinta a la del Polifemo del Poder y es, así, una cuarteadura en el código visual que se impone y que establece que el indio debe verse siempre de arriba hacia abajo, y debe estar o sumiso o muerto.
Una foto es una mirada. Y una mirada es una manera de iluminar algo. Como sol, la lente de estos fotógrafos ilumina diversos momentos del zapatismo. No agotan, ni pretenden agotar, la totalidad de lo mirado. Son honestos y declaran con su mirada que sólo miran una parte de lo mirado. Pero ahí está su principal virtud, porque así puede uno interrogar su mirada y preguntarse sobre lo que no es mirado. Con las respuestas se va completando el rompecabezas de miradas que el neozapatismo reclama desde aquella fría madrugada del inicio del año de 1994.
He dicho que una foto es una mirada. Pero también es una forma de mirar. Y una forma de mirar es una forma de preguntar. Con sus fotos, es decir, con sus miradas, estos fotógrafos y fotógrafas preguntan, por ejemplo, ¿quiénes son?, ¿por qué luchan?, y, sobre todo, ¿qué miran?
Y éstas son preguntas fundamentales.
He hablado de 68 fotógrafos y, sin embargo, la exposición habla de 69 miradas. Resulta que el Sup ha agregado una mirada más, sin más intención que conseguir que la suma diera 69, número universal y generoso como el mundo que queremos para todos.
En concreto, esta exposición fotográfica se llama “69 miradas contra Polifemo”. En la carta que les dirigimos los zapatistas a cada uno de ellos y ellas, para agradecerles su participación, escribimos:
"El cíclope del Poder, el Polifemo neoliberal, nos impone la mirada de su único ojo. No sólo para que nos veamos como él nos ve, también para que lo veamos como él quiere que lo veamos. Y sobre todo, nos impone la mirada para ver al otro. 68 fotógrafos y un anti fotógrafo (o sea yo) se rebelan contra la imagen que Polifemo impone sobre los indígenas zapatistas y, generosos, nos ofrecen otros ojos, los suyos, para mirar, para mirar su mirada, y para mirar su ser mirados por estos indígenas rebeldes que se hacen llamar “nadie” con la malicia de quien sabe que el mañana incluye muchas y distintas miradas."
La mirada agregada por el autodenominado “anti fotógrafo” se llama “Las Cuatro Jinetas del Apocalipsis” y es una foto de cuatro niñas. Sus nombres son, de izquierda a derecha, la Chelo, la Maricela, la Grabiela (y no “Gabriella”) y la Chagüa. La foto debe ser de por ahí de 1996, así que debían andar las cuatro en los 8 años en promedio. Ellas viven en La Realidad y en la realidad, es decir, en el poblado de La Realidad y en la realidad zapatista.
Juntas eran entonces una especie de terremoto cuyo epicentro se movía por todo el pueblo. La Chagüa era respetada incluso por los niños varones de más edad. Claro que algo tenía que ver su habilidad con la tiradora. La Chelo suspiraba y provocaba tormentas con el aletear de sus pestañas. La Maricela era como la intelectual de la banda porque ya iba a la escuela, y la Grabiela era veloz como ninguna, sobre todo a la hora de huir. Hasta el Olivio y el Marcelo se hacían a un lado cuando en el horizonte aparecían las cuatro.
La última vez que estuve en La Realidad, encabecé a un grupo de niños en el asalto a la tienda “La Naná”, en el extinto “Aguascalientes”. El plan era sencillo: se trataba de distraer al encargado de la tienda con un pedido imposible de satisfacer, es decir, alguien debía preguntar si tenían galletas pancrema y, puesto que no había (porque yo había decomisado todas), debía trincarse en que quería las pancrema y hacer una chilladera. Con el encargado aturdido, el resto debíamos introducirnos subrepticiamente a la tienda y sacar todas las bolsas de “Totis” (que son una especie de fritura de harina y es lo único que tenían en abundancia).
El Ismita debía pedir las pancrema, apoyado por el Olivio y el Marcelo, quienes se encargarían de pellizcarlo para que la chilladera fuera más real. El resto de la columna estaba formado por la Chagüa, la Chelo, la Grabiela, la Maricela, la Yeniper. Por supuesto que a la hora de la verdad los varones se quedaron a distancia prudente, esperando el desarrollo de los acontecimientos, y sólo las hembras se mantuvieron firmes y en la primera línea de combate. Tuvimos que entrar usando el tráfico de influencias, o sea que yo charolée con las tres estrellas de subcomandante, y no corrimos con mucha suerte porque todos los “totis” estaban aguados.
Contra lo que se pueda pensar, las niñas no se empacaron lo que habían “recuperado” de la tienda. No, fueron a donde estaban los niños varones y les dieron a cada uno lo que les tocaba. Después fueron a sus casas para compartir lo que tenían con sus familias.
Yo sólo saque una cajita de cerillos, así que encendí la pipa, monté en el caballo y me fui silbando la canción del Piporro llamada “El Tragabalas”.
¿En qué me quedé?
¡Ah sí! Antes he dicho que una foto es una serie de preguntas, y que una foto de los zapatistas pregunta “¿quiénes son?”, “¿por qué luchan?” y “¿qué miran?”. Bueno, pues las respuestas a esas preguntas están en esa foto.
Si una foto es una mirada y una mirada ilumina a quien es mirado y a quien mira, agradezcamos al sol que sobre los zapatistas han puesto estos 68 fotógrafos.
A Polifemo y a su ojo único démosle un sentido pésame, porque su mirar excluyente ha sido derrotado, aunque sea por el breve instante del abrir y cerrar del obturador.
Y al Sup no le agradezcamos nada, porque sólo se puso en la exposición para hacer rabiar a los fotógrafos y para decir sus albures groseros sobre el número 69.
Vale. Salud y que todas miradas iluminen el mañana.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos



Buon giorno, buona sera, buona notte. È un onore per me condividere il tavolo con le persone che, suppongo, mi hanno preceduto nella parola. Non faccio nomi per il caso ci fosse stato qualche cambiamento dell'ultima ora nel programma e a causa del posto vacante non si possano guardare quanti rispondono a quei nomi. Perché lo sguardo è importante.
Un modo di riferirsi al movimento zapatista ha qualcosa a che vedere col guardare. In alcune occasioni abbiamo segnalato che la dignità si può definire in relazione al guardare l'altro, all'essere guardati dall'altro ed al guardarci noi stessi.
Il Potere, questo ciclope che ha globalizzato la miseria e la disperazione, ha un suo modo di guardare. Egli si guarda come uno, unico ed eterno, e guarda all'altro con quell'appetito antropofago che ha caratterizzato il poderoso durante la storia e che ora, nell'epoca del neoliberalismo, ha raggiunto livelli bestiali mai visti prima. Il Potere ammette un solo sguardo, se questo si mostra sottomesso e gli professa ammirazione. Qualunque altro sguardo è per lui una sfida.
Guardando, il Potere cataloga l'altro ed archivia quello sguardo: qua abbiamo il Potere che guardando la donna la cataloga come oggetto di arredamento, di soddisfazione e di disprezzo. Si archivi allora quello sguardo, se è accettato dalla donna, sotto il titolo di "donne in carriera". Se, invece, la donna resiste a quello sguardo, la si archivi nella sezione di "pendenze da eliminare". E per "eliminare" non mi riferisco solo all'eliminazione fisica, bensì allo sguardo di condanna, allo sguardo di una società che segue docilmente le indicazioni del Potere. Se, per esempio, una donna reclama il suo diritto a decidere del proprio corpo, allora è una dissoluta, una criminale. Ed in politica il Potere è sospettosamente maschile, perché lì le donne che compiono incursioni hanno successo se riproducono i modelli, i modi, le maniere e perfino il linguaggio dei politici maschi. Si prenda, per esempio, la riunione di donne di Potere che traviò, attraverso l'alchimia dei mezzi di comunicazione, la lotta femminile nel recente anniversario del voto alle donne. Il meno che si può dire è che risplendevano molto maschili, cioè, impostate.
Quando il Potere guarda un giovane, o ad una "giovana" (per utilizzare il termine usato dal Comandante Zebedeo) lo o la cataloga nella cartelletta di "disubbidienze momentanee", e lascia che l'orologio corra vicino al pentimento affinché ambedue, il tempo e la contrizione, facciano maturare l'oggetto guardato. Se il tempo passa ed il giovane o la "giovana" non sentono colpa alcuna per la disubbidienza che illumina il proprio sguardo, allora il Potere archivia il loro guardare nel cassetto di "delinquente in potenza". Per il Potere, la gioventù, e la disubbidienza che normalmente l'accompagna, sono tollerabili se prescindono dalla coscienza. Che i giovani "esplodano" nelle "discoteche", vada e passi; ma che lottino per educazione, lavoro, cultura, o che abbraccino qualche causa, quello sì non sia mai.
Per gli indigeni il Potere non aveva programmato un sguardo. Nel mondo che il suo occhio unico immaginava, quegli esseri strani del colore della terra giammai non apparivano. Ergo, non erano guardati, tal quale come non si guardano i morti. Se, tra le altre cose, l'innalzamento zapatista di dieci anni fa li rende visibili non per questo smettono di essere un disturbo. Sconcertato, Polifemo ricorre allora al suo archivio di "sguardi" del passato e scopre in esso gli sguardi di curiosità turistica o antropologica, di pena (che è una delle forme eleganti del disprezzo), e di oggetto di barzellette ed elemosine. Voglio dire che le uniche immagini che aveva nel suo archivio erano quelle di Pedro Infante in "Tizoc" e quelle dell'India María. Al di fuori di questo, c'erano immagini di prodotti artigianali ma non di chi li produceva. Guardando ora gli indigeni, Polifemo si altera ed archivia quegli sguardi nel cassetto di "What?" o della "I" di "Incognite", "Incomprensibili", "Irriverenti". Sì, perché lo sguardo del Potere è una specie di religione e quanti non ne fanno parte sono una specie di irriverenti.
Stiamo qui per presentare un'esposizione fotografica. In essa si espongono una serie di fotografie che si riferiscono al periodo che va del primo gennaio del 1994 al 10 agosto del 2003, cioè, 10 anni. Il decennio cui si fa riferimento ha contenuto molte cose, una di esse è l'innalzamento zapatista capeggiato fondamentalmente dagli indigeni, nelle montagne del sudest messicano. Con migliaia di popoli indios nel suo cardine organizzativo, lo zapatismo ha fatto uso, in questi dieci anni, del fuoco e della parola.
Una foto è un sguardo. Non solo uno sguardo, ma anche un sguardo. È, soprattutto, uno sguardo che si mostra, che dice "guardo questo". Ma dice anche "guardo questo in questa maniera".
Guardare allo zapatismo degli ultimi dieci anni è guardare il fuoco e guardare la parola. E le foto sulla zapatismo attuale (o "neozapatismo") sono sguardi al fuoco e alla parola.
In questa esposizione, 68 fotografi sono stati generosi e condividono con noi i loro sguardi sugli zapatistas in questi dieci anni. Non solo. Hanno collaborato anche economicamente affinché questa esposizione fosse possibile. Dico i loro nomi, ma in realtà sto nominando i loro sguardi:

Adrián Mealand, Alberto Contreras, Alejandro Meléndez, Alfredo Estrella, Ángeles Torrejón, Antonio Turok, Araceli Herrera, Arturo Fuentes, Arturo Talavera, Carlos Cisneros, Carlos Ramos Mamahua, Cecilia Candelaria, Claudio Cruz, Cristina Rodríguez, Eduardo Verdugo, Elsa Medina, Emiliano Thibaut, Eniac Martínez, Erik Mesa, Ernesto Ramírez, Fabrizio León, Félix Cúneo, Fernando Castillo, Fernando Luna, Fernando Villa del Ángel, Francisco Mata, Francisco Olvera, Fred Jacquemont, Frida Hartz, Georges Bartoli, Gildardo Magaña, Guiomar Rovira, Heriberto Rodríguez, Javier García, Jesús Ramírez, Jesús Villaseca, Jorge Claro, José Ángel Rodríguez, José Carlo González, José Nuñez, Juan Ramón Martínez León, Julio Candelaria, Leonor Solís, Lourdes Grobet, Luis Cortés, Luis Jorge Gallegos, Marco Antonio Cruz, Marco Peláez, Marco Ugarte, María Melendrez, Omar Meneses, Oriana Elicabe, Pascual Gorriz, Patricia Aridjis, Paulo Vidales, Pedro Valtierra, Rafael Seguí i Serres, Raúl Ortega, Ricardo Deneke, Rosaura Pozos, Simona Grannati, Tim Russo, Victor Flores Olea, Victor Mendiola, Xóchitl Zepeda, Yazmín Ortega Cortés, Yolanda Andrade e Yuriria Pantoja Millán.

Caspita, speriamo che non mi sia fuggito qualche nome, cioè qualche sguardo. E speriamo che tutti abbiano collaborato economicamente, perché altrimenti tutti li "guarderanno", ma al modo delle comunità zapatiste.
Fuori dall'immediatezza dei mezzi di comunicazione, dall'impatto dell'informazione, dalla drammaticità del fuoco e della parola, questi 68 sguardi si dichiarano irriverenti e sfidano lo sguardo unico del Polifemo del Potere.
Non guardano l'indigeno bisognoso di cui tanto sente la mancanza Martha Sahagún e Xóchitl Gálvez. Neanche l'indio politeistico che atterrisce Abascal ed i suoi Legionari. Né il precolombiano sacrificatore con un cuore sanguinante in una mano e la selce nell'altra, l'immagine preferita di Aznar e le sue appendici di lettere agonizzanti. Non guardano l'indio docile e servile domestico che preferiscono Creel e Fernández de Cevallos.
Sono sguardi onesti. Non nascondono che guardano dal di fuori e che, attraverso la lente della loro fotocamera, scoprono qualcosa che stava lì e che, tuttavia, non era guardato. O, piuttosto, che non voleva essere guardato.
Senza la frenesia degli avvenimenti, questi fotografi e fotografe ci dicono, col loro sguardo ora sereno, "guarda quello che io ho guardato".
Ma non ci accontentiamo di guardare quello che guardano. Guardiamo anche il loro guardare, perché lì sta una delle chiavi per capire questi dieci anni del neozapatismo. Guardiamo il loro guardare e scopriamo che ha molto della sfida irriverente. Il loro sguardo è diverso da quello del Polifemo del Potere ed è, così, una incrinatura nel codice visuale che si vuole imporre e che stabilisce che l'indio deve vedersi sempre dall'alto verso il basso, e deve stare o sottomesso o morto.
Una foto è un sguardo. E un sguardo è una maniera di illuminare qualcosa. Come il sole, la lente di questi fotografi illumina diversi momenti dello zapatismo. Non esauriscono, né pretendono di esaurire, la totalità di quanto guardato. Sono onesti e dichiarano col loro sguardo che guardano solo una parte di quanto guardato. Ma lì sta la loro principale virtù, perché così uno può interrogare il proprio sguardo e domandarsi su quello che non è guardato. Con le risposte si va completando il puzzle di sguardi che il neozapatismo reclama da quella fredda alba dell'inizio dell'anno 1994.
Ho detto che una foto è un sguardo. Ma è anche un modo di guardare. Ed un modo di guardare è un modo di domandare. Con le loro foto, cioè coi loro sguardi, questi fotografi e fotografe domandano, per esempio, chi sono?, perché lottano?, e, soprattutto, che cosa guardano?
E queste sono domande fondamentali.
Ho parlato di 68 fotografi e, tuttavia, l'esposizione parla di 69 sguardi. Si dà il caso che il Sup abbia aggiunto uno sguardo in più, senza altro motivo che fare in modo che la somma desse 69, numero universale e generoso come il mondo che vogliamo per tutti.
Difatti, questa esposizione fotografica si chiama "69 sguardi contro Polifemo". Nella lettera che indirizziamo, noi zapatistas, ad ognuno di essi ed esse per ringraziarli della loro partecipazione, scriviamo:
"Il ciclope del Potere, il Polifemo neoliberale, ci impone lo sguardo del suo unico occhio. Non solo affinché ci vediamo come egli ci vede, ma anche affinché lo vediamo come egli vuole che lo vediamo. E soprattutto, ci impone lo sguardo per vedere l'altro. Sessantotto fotografi ed un antifotografo, cioè io, si ribellano contro l'immagine che Polifemo impone sugli indigeni zapatisti e, generosi, ci offrono altri occhi, i loro, per guardare, per guardare il loro sguardo, e per guardare il loro essere guardati da questi indigeni ribelli che si fanno chiamare "nessuno", con la malizia di chi sa che il domani include molte e distinti sguardi."
Lo sguardo aggiunto dall'autodenominato "antifotografo" si chiama "Las Cuatro Jinetas del Apocalipsis" ed è una foto di quattro bambine. I loro nomi sono, da sinistra a destra, la Chelo, la Maricela, la Grabiela (e non "Gabriella") e la Chagüa. La foto deve essere del 1996 o giù di lì, cosicché le quattro in media dovevano avere intorno agli 8 anni. Esse vivono a La Realidad e nella realtà, cioè, nel villaggio di La Realidad e nella realtà zapatista.
Insieme erano allora una specie di terremoto il cui epicentro si muoveva per tutto il paese. La Chagüa era rispettata perfino dai bambini maschi più grandi. Indubbiamente doveva averci qualcosa a che vedere la sua abilità con la fionda. La Chelo sospirava e provocava temporali con l'aleggiare delle sue ciglia. La Maricela era come l'intellettuale della banda perché andava già a scuola, e la Grabiela era veloce come nessuna, soprattutto nel momento di fuggire. Perfino l'Olivio ed il Marcelo si facevano da parte quando all'orizzonte apparivano le quattro.
L'ultima volta che sono stato a La Realidad, hanno capeggiato un gruppo di bambini nell'assalto al negozio "La Naná", nell'estinta "Aguascalientes". Il piano era semplice: si trattava di distrarre il commesso del negozio con una domanda impossibile da soddisfare, cioè qualcuno doveva domandare se avevano biscotti pancrema e, dato che non ce n'erano (perché io li avevo requisiti tutti) dovevano impuntarsi nel volere i pancrema e fare una piazzata. Col commesso stordito, il resto della banda doveva introdursi surrettiziamente nel negozio e sgraffignare tutti i sacchetti di "Totis", che sono una specie di frittura di farina ed è l'unica cosa che avevano in abbondanza.
L'Ismita doveva chiedere le pancrema, appoggiata dall'Olivio e dal Marcelo che s'erano incaricati di pizzicarla affinché la lagna fosse più reale. Il resto della colonna era formato dalla Chagüa, la Chelo, la Grabiela, la Maricela, la Yeniper. Ovviamente nell'ora della verità gli uomini rimasero a prudente distanza, aspettando lo sviluppo degli avvenimenti, e solo le femmine si mantennero ferme nel proposito e in prima linea di combattimento. Dovemmo intervenire facendo ricorso a tutta la nostra influenza, cioè io giganteggiai con le tre stelle di subcomandante, ma non accorremmo con molta fortuna perché tutti i "totis" erano annacquati.
Contrariamente a quello che si possa pensare, le bambine non si ingollarono quello che avevano "recuperato" dal negozio. No, andarono dove stavano i bambini maschi e diedero ad ognuno quello che toccava loro. Poi andarono alle loro case per condividere quello che avevano con le proprie famiglie.
Io sgraffignai solo una scatolina di cerini, cosicché accesi la pipa, montai a cavallo e ristetti fischiettando la canzone del Piporro dal titolo "El Tragabalas".
Dove ero rimasto?
Ah sì! Prima ho detto che una foto è una serie di domande, e che una foto degli zapatisti domanda "chi sono?", "perché lottano?" "che cosa guardano?". Bene, perché le risposte a quelle domande stanno in quella foto.
Se una foto è uno sguardo e uno sguardo illumina chi è guardato e chi guarda, ringraziamo il sole che sopra gli zapatisti hanno messo questi 68 fotografi.
A Polifemo ed al suo unico occhio, diamo le più sentite condoglianze, perché il suo guardare escludente è stato sconfitto, sia pure per il breve istante dell'aprirsi e chiudersi dell'otturatore.
E al Sup non porgiamo alcun ringraziamento, perché s'è infilato nell'esposizione solo per far arrabbiare i fotografi e per fare i suoi oracoli grossolani sul numero 69.
Vale. Salute e che tutti gli sguardi illuminino il domani.

Dalle montagne del Sudest Messicano
Subcomandante Insurgente Marcos

Las Cuatro Jinetas del Apocalipsis, foto del Subcomandante Marcos





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