El Che, una cultura de liberación



Desde los históricos acontecimientos en Quebrada del Yuro, el Comandante Che Guevara se convirtió en un mito de la justicia universal entre los hombres y de la solidaridad entre los pueblos que, lejos de extinguirse con los años, crece y crecerá más hacia el futuro.
El Che fue una síntesis de hombre de acción y de pensamiento que trasciende en la historia americana y le infunde, a la vez, nuevos aliento y riqueza al ideal socialista. Los rasgos esenciales de su personalidad nos permiten apreciar las exigencias de una compleja época, la cual demanda una combinación de virtudes que suelen presentarse en la conciencia humana como contradictorias y que en su carácter hicieron síntesis: el guerrillero, el dirigente de la industria y la economía, el hombre de estado y de política; era también un infatigable investigador, un promotor de nuevos pensamientos, un combatiente de profunda vocación intelectual; se dijo que era un romántico, pero él respondió que era de esos que ponen el pellejo de por medio para mostrar sus verdades. Enemigo del dogma, de los esquemas, de las formas petrificadas, adepto a la búsqueda de la verdad y apasionado defensor del principio de que las dificultades deben abordarse con espíritu de creatividad. Era también modelo de disciplina intelectual y revolucionaria, y partidario de exigir responsabilidades a cada cual por sus actos. Había en él crítica a lo mal hecho, insistencia en la búsqueda de nuevos caminos, alto sentido de la responsabilidad social y un irrenunciable compromiso con los pobres.
No era un hombre de lo fácil, mostró que el rigor de un genuino revolucionario no se basa ni en el teoricismo ni en el academicismo, ni mucho menos en las posiciones intelectualistas alejadas de la vida real. Consideró a la retórica y el hipercriticismo - que no comprenden cómo se transforman las cosas - como muestras de mediocridad intelectual. Nadie puede acusarlo ni de dogmático ni de liberal. Disciplina consciente, pensamiento creador, todo eso reunió este soldado de América.
La primera vez que oí hablar del Che, fue en los meses posteriores a la amnistía política decre­tada en 1955 por Batista, bajo la presión de la opinión pública, que facilitó la salida de Fidel Castro y de los moncadistas de las cárceles de la tiranía. Corría el segundo semestre de ese año cuando Fidel, tras dos meses de libertad en Cuba, salió para su exilio en México.
De aquellos meses de 1955 y los primeros de 1956 recuerdo a muchos compañe­ros que conocí entonces, entre ellos estaba Antonio (Ñico) López, él que me enseñó mucho más que algunos académicos; fue quien me mencionó por primera vez el nombre de Ernesto Guevara.
Ñico viajó a Centroamérica, después que logró escapar de la represión, tras su participación en los acontecimientos del 26 de julio de 1953. Me dijo que durante su exilio había entrado en contacto con un médico argentino de ideas marxistas, y que estaba muy interesado en que Fidel lo conociera. Aquella inteligencia clarísima de Ñico, de profunda cubanía, y en la que se habían enraizado ya convicciones socialistas, veía en el encuentro entre Fidel y el Che un elemento esencial para el éxito de nuestros proyectos.
En julio de 1955 conoce en Ciudad México a Fidel Castro Ruz, fundador y líder del Movimiento 26 de Julio, quien comenzaba a realizar los preparativos para la insurrección armada contra la tiranía de Fulgencio Batista. Se incorpora al grupo de revolucionarios cubanos y participa activamente en el entrenamiento de los futuros combatientes. Desde entonces es conocido con el sobrenombre con el que quedará inmortalizado para la historia: Che.
Para nosotros era lógico que un hombre de América se inte­grara a nuestra causa, y ninguno de los compañeros con quienes traté en aquellos años consideraba que la circunstancia de que el Che hubiera nacido en otro país lo invalidaba para alcanzar una importante influencia política en el nuestro. Ya en Cuba habíamos tenido una experiencia excepcional: Máximo Gómez, figura cumbre con Martí y Maceo de la lucha independentista, no era cubano de nacimiento. Por eso, el ascenso de aquel argentino a las más altas responsabilidades en Cuba se vio sin ningún prejuicio nacionalista.
Muchos años después me ocurriría algo curioso. En los tiempos en que el Che ya preparaba su viaje definitivo "hacia otras tierras del mundo", sin comprender el alcance de lo que decía, le comenté, a propósito del Generalísimo Máximo Gómez, que este no había actuado en los años iniciales de la República porque, en el fondo, sentía el peso de no haber nacido en Cuba. De pronto me di cuenta de que no estaba hablando con un cubano cualquiera, sino con el cubano Ernesto Che Guevara. Me sentí apenado, el Che me respondió con una sonrisa.
En 1955, Raúl Castro viajó a México antes que Fidel para abrirle camino en sus empeños libertarios, allí conoció al Che y se concertó la primera entrevista en casa de María Antonia. Diez años más tarde, en su histórica carta de despedida a Fidel, el Che describió aquella escena: "Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusis­te venir, de toda la tensión de los preparativos. Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera)."
Aquellos dos hombres se entendieron en el acto, se inició, de inmediato y para siempre, una amistad que solo pueden profanar quienes no saben lo que es el honor y la lealtad. En el fondo de esta relación estaba la cultura espiritual de nuestra América, revelándose en una hermosa historia con caracteres de leyenda. No era un encuentro circunstancial y ligero, sino algo muy profundo con raíces antiguas: los hilos invisibles que unen a los grandes de la historia de que hablara Martí.
Después de los acontecimientos del 30 de noviembre - el alzamiento de Santiago de Cuba - y del 2 de diciembre - el desem­barco del Granma -, transcurrieron varios días de incertidumbre, pues ignorábamos la suerte de la expedición; finalmente hicimos contacto con Fidel, por vía de Celia Sánchez. Fue a mediados de febrero de 1957, que fuimos llamados para una entrevista con Fidel en las inmediaciones de la Sierra Maestra, allí lo conocí personalmente, el 17 de febrero de ese año, cuando se celebró la primera reunión entre la Sierra y el Llano. El médico del que me había hablado Ñico López (quien había caído en los primeros enfrentamientos), ya estaba en Cuba combatiendo junto a nosotros.
No fue hasta después del triunfo de la Revolución que tuve oportunidad de volver a tratarlo de manera personal, porque cuando volví a la Sierra, en diciembre de 1957, él no se hallaba junto a Fidel, pues le habían encomendado otras tareas fuera del campamento de la Columna 1, y al bajar de la Sierra para seguir cumplimentando mis trabajos clandestinos, caí preso hasta el triunfo de la Revolu­ción.
En solo un año el Che se convirtió en una leyenda fundada en su heroísmo, su estrategia, su capacidad de guerrillero y su pasión revolucionaria. Junto a Camilo reeditó la hazaña de Maceo y Gómez, es decir, la invasión. Protagonizó la batalla de Santa Clara, acción que coadyuvó de manera decisiva al desplome militar de la tiranía y a la victoria revolucionaria del primero de enero de 1959.
No se conformó con ser un talentoso e intrépido combatiente de la guerrilla, su vocación intelectual lo impul­só por el camino de describir las formas y los estilos que adoptaba la acción guerrillera. De su análisis surgiría una explicación que presentaba como un ejemplo avalado por la experiencia en la lucha cubana de 1957 y 1958. Para él, el guerrillero debía poseer un carácter basado en el valor personal, la audacia, la capacidad de maniobra; se trata de la capacidad de guerrear con intrepidez y de la astucia necesaria para conocer los aspectos débiles del enemigo y golpearlo fuertemente.
El guerrillero es un agitador y un educador de masas, que combate con las armas en la mano para ir ganando posiciones e ir incorpo­rando al pueblo a la lucha revoluciona­ria. En su libro "La guerra de guerrillas", concibe a esta como promotora inicial del movimiento de masas armadas. Y es en el vínculo entre la acción revolucionaria y el movimiento de masas - que Lenin formuló como el motor pequeño que mueve al motor gigante -, en la relación entre la vanguardia y la masa, entre la acción de una persona y la de un grupo y el movimiento social en su conjunto, donde se halla un punto central de la problemática revolucio­naria en todas las escalas.
Lo primero en el Che es su sentido heroico de la vida y su voluntad dispuesta al sacrificio útil en favor de la humanidad. Esto lo expuso de modo sencillo en respuesta a una carta que le enviara una admiradora desde Marruecos, en la cual le informaba que podía ser parienta suya, él le contestó: "De verdad que no sé bien de qué parte de España es mi familia (...) No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante."
Este sentido de la vida muchas veces ha sido tratado con superficialidad por quienes, inmersos en la realidad inmediata, se olvidan de la realidad misma. Sin embargo, ya Martí había dicho que en política, lo real es lo que no se ve. La esencia de la vocación latinoamericana por lo heroico, y de nuestra decisión de pelear por un objetivo trascendente se expresa en un realismo político que no pueden entender quienes tienen una visión superficial y deshumanizada de la sociedad y de la historia.
Cumplir cabalmente con esta exigencia científica y cultural, y descubrir las raíces sociales y económicas del paradigma que él representa es la única forma de ser fiel a la amistad entrañable que nos unió.

La originalidad del Che Guevara

Tras el trágico desenlace que sufrió el ideal socialista en Europa y la URSS, la euforia conservadora proclamó el fin de la historia, el triunfo pleno y perdurable de su sistema social y la muerte definitiva de los paradigmas éticos, sin embargo, la imagen del Che, sigue tomando fuerza renovada. Los males en el mundo de hoy tienden a agravarse y nos amenazan con el caos, los pueblos necesitan unirse alrededor de sus símbolos para forjar acciones colectivas y abordar con ellos los graves retos que tienen ante sí.
Los mitos perdurables no nacen de la simple fantasía, su fuerza y razón para afianzarse en la imaginación popular hay que buscarlas en un pasado que dejó al margen del curso histórico valores irrenunciables que se reclaman para marchar hacia adelante. El peruano José Carlos Mariátegui, figura emblemática del pensamiento socialista de América, estudió con rigor científico y amor por los pobres una cuestión clave de la política. Nos enseñó que los pueblos solo son capaces de crear cuando hacen nacer de sus entrañas un mito multitu­dinario. Ya Engels había advertido hace más de un siglo que la incongruencia no estaba en levantar móviles ideales sino en no estudiar, a partir de ellos, sus causas fundamentales. Esta conclusión del insigne compañero de Marx fue olvidada por el llamado socialismo real. Para estudiar a fondo el mensaje del Che, hay que ir a la raíz filosófica de los graves errores cometidos con relación a la importancia de los factores subjetivos, morales, que fue precisamente su reclamo esencial.
En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se refutó como sospechoso de idealismo filosófico el sentido heroico de la vida, la solidaridad humana y el amor, como si no fueran estos valores algo tan real que sin ellos desaparecería toda distinción del hombre con el reino animal. Han de acabarse de extraer las debidas conclusiones al hecho de que en virtud de la cultura y la espiritualidad nace y crece la vida del hombre en la tierra.
La realidad es testaruda y ejemplarizante y nos muestra que no hay régimen social perdurable, tanto menos el que aspire a establecer de forma universal los derechos del hombre, si no se reconoce la misión fundamental de la cultura y en especial de la ética en la historia humana. En ellas se sintetizan los elementos necesarios para incitar, orientar y materializar la acción.
Admirador de la hazaña portentosa de la URSS, apasionado defensor de que la obra iniciada por Lenin se consolidara históricamente, desde sus primeros contactos con ese país ofreció agudas observaciones de fenómenos preocupantes que se presentaban en el socialismo real. Señaló que en la URSS se habían tomado como verdaderas, cosas que teóricamente no lo eran, que eran hijas de la práctica, pero que era necesario revisar esa práctica y estudiar, además, la economía política del período de transición, que era un período nuevo y específico. Frente a determinadas desviaciones, se preguntó cuál había sido el error. Inmediatamente se contestó: no ir al punto de partida. Ilustró su punto de vista con el ejemplo de un aviador que pierde el rumbo y que trata de recobrarlo en pleno vuelo, en el momento en que toma conciencia del hecho, pero sin retornar al punto de partida: este sería el origen de multitud de aberraciones.
Es evidente que no podemos corregir errores sin ir a las fuentes originales, cualquiera que sea nuestra rectificación o, incluso, la concesión que tengamos que hacer a la realidad: no es correcto desconocer la esencia de nuestras más caras aspiraciones socialistas. Esta es una lección que la Revolución cubana ha comprendido.
La originalidad de Ernesto Guevara - y de la Revolución cubana - está en que, inspirado en la herencia espiritual de nuestra América, asume el pensamiento de Marx a partir de un compromiso ético y se plantea la posibilidad de emplear los factores subjetivos para incentivar y orientar la acción revolucionaria de las masas y la sociedad. Lo interesante para las ideas marxistas es que, desde tales perspectivas, el Che se acercó más radicalmente al pensamiento de Marx, que las interpretaciones marxistas prevalecientes en la segunda mitad del siglo XX. Y como una de las desviaciones sustanciales de la práctica socialista en las últimas décadas consistió en haberse alejado de la sustancia humanista universal de los forjadores del socialismo científico, la denuncia del Che contra tales desviaciones se convirtió en un llamado de alerta a los revolucionarios de su tiempo para volver por los caminos del marxismo consecuente.
Veinticinco años después se lanzó en la URSS, una campaña en favor del humanismo, sin embargo, el que allí se proponía no se asentaba en la más alta expresión del humanismo de la cultura occidental, es decir, en Marx y Lenin. El humanismo del Che tenía otra base: la de nuestra América. Su esencia son las tesis tercermundistas de la Revolución cubana; pertenece a la familia de los países explotados del orbe; no se pierde en debates intelectualoides, que pretenden validar viejos artificios burgueses. El Che señalaba las esencias del mensaje de liberación de forma clara y contundente. Así fue en El socialismo y el hombre en Cuba, en su memorable discurso del 11 de diciembre de 1964 en las Naciones Unidas y en el mensaje a la Cumbre de la Tricontinental, celebrada en La Habana en 1966. El llamado incluía el tema fundamental y concreto de la economía del siglo XX, que debían abordar los que abrazaban el pensamiento de Marx en nuestra época.
La tesis tercermundista implicaba que la práctica socialista volviera los ojos de forma radical hacia el Tercer Mundo. Era de una sabiduría política y de una ética, que al no ser comprendidas en su tiempo, no hicieron el aporte fundamental que estaban llamadas a hacer en la valoración de los problemas que aquejaban al socialismo real. Que tal llamado no se escuchara o no se pudiera escuchar no le resta valor al planteamiento realizado por el Che y la Revolución cubana. ¿Cuántas veces en la historia de las ciencias naturales un descubrimiento científico demora en ser entendido y aplicado? ¿Por qué no han de tener ese derecho las ciencias del hombre, infinitamente más complejas?
En su discurso de Argel, el 24 de febrero de 1965, aquel llamado adquirió caracteres dramáticos y polémicos. La historia, en forma de tragedia, habría de darle la razón. Lo más triste para los revolucionarios consiste en que esas realidades que llamamos tercermundistas habían sido esbozadas por Lenin, de manera especialmente concreta en sus últimos escritos, cuando resaltó el papel revolucionario de las luchas patrióticas y nacionalistas que se incubaban en el Oriente.
La contradicción entre los pueblos del Tercer Mundo y las oligarquías dominantes de un grupo de países constituía el reto esencial para los revolucionarios del siglo XX. Y aunque a estas alturas las batallas decisivas hayan quedado pospuestas, tenemos el deber y el derecho de decir nuestras verdades. No habrá solución para toda la humanidad sin abordar el problema crucial que plantearon el Che y la Revolución cubana en la década de la Crisis de Octubre y la batalla de la Quebrada del Yuro, sin el pensamiento tercermundista de Ho Chi Minh, sin las ideas expuestas en la Conferencia Tricontinental de Asia, África y América Latina celebrada en La Habana en enero de 1966.
Los procesos y acontecimientos fundamentales de la década de los años sesenta están signados por el hecho de que en todos, con mayor o menor conciencia, de una forma u otra, se planteó en el terreno práctico la necesidad de superar el esquema creado por la división del mundo en dos grandes esferas de influencias, surgidas de las alianzas militares, políticas y económicas, y de los acuerdos de Yalta y Potsdam. Una enumeración de esos hechos - ellos mismos de diverso cariz político - confirma este punto de vista; el triunfo de la Revolución cubana en 1959; la Crisis de Octubre de 1962; la escisión del movimiento comunista internacional, que produjo la ruptura entre China y la URSS; la guerra de liberación de Viet Nam; la guerra de liberación de Angola; el desplome del sistema colonial en Asia y África; el nacimiento y desarrollo del Movimiento de Países No Alineados; el crecimiento de los movimientos de liberación en América Latina, entre ellos del movimiento revolucionario sandinista; los movimientos militares progresistas de América Latina, en especial en Perú y Panamá; el Mayo francés; la crisis checoslovaca y, previamente, las situaciones creadas en Hungría y Polonia.

Cultura y Socialismo

Es indispensable tomar experiencia del desenlace trágico que tuvo el más vasto proyecto de liberación humana emprendido en el siglo XX, cuyas causas esenciales tienen fundamentos culturales. La subestimación de los factores subjetivos y de lo que se ha llamado superestructura, y su tratamiento anticultural, se hallan en la médula de los graves errores cometidos. Se pasó por alto que la cultura, en su acepción integral, está en el sistema nervioso central de toda civilización.
Esto solo puede comprenderse a partir de un concepto integral y universal de cultura y de sus raíces antropológicas. Ella confor­ma el proceder revolucionario del autor de La guerra de guerrillas, y se trataba de una cultura de liberación. En el trasfondo del quehacer de Guevara está la tradición espiritual y ética latinoamericana que estimula y orienta hacia la acción emancipadora de nuestros pueblos, y a forjar la República moral en América, soñada por Martí, mar­cada por el móvil ideal de la utopía universal del hombre. Si a la América del Norte el pensa­miento pragmático le ha impedido arribar a una idea tan abarcadora de la cultura, en la del Sur del Río Grande germinan como aspiración la integración y la síntesis universal de los valores culturales. La cúspide de este pensar está en José Martí.
Nuestros pueblos, ante la imposibilidad de alcanzar sus objetivos de manera inmediata, han desarrollado una conciencia histórica acerca de la importancia ejemplarizante de pelear y morir si fuera necesario en defensa del ideal. Nosotros los latinoamericanos -y se muestra de manera sublime en el Che- sabemos el valor histórico que tiene el ejemplo del sacrificio en la lucha por una aspiración política, social y moral más alta.
Ernesto Guevara recibió y enriqueció esa herencia y decidió forjar su carácter para asumir con la consagración de su vida el compromiso que estimó irrenunciable de defender el derecho de los pobres de América, y la aspiración bolivariana y martiana de integración moral de las patrias latinoamericanas. En su espíritu y psicología están esas raíces éticas y culturales de esa herencia, que lo alentaban hacia el humanismo de los pobres.
Esos sentimientos latinoamericanos unieron a Fidel y al Che. Si hubiera sido simplemente rebeldía la alianza podría haber sido transitoria. Si hubiera sido cultura sin rebeldía habría sido coyuntural. Fue en la rebeldía culta donde se hizo sólida la unión. Los nexos entre el Che y la patria de Martí se forjaron indisolubles: Fidel y el Che están unidos por una misma cultura, que enlaza la pasión por la justicia y la liberación social a un saber profundo.
Ya sabemos los límites y distorsiones humanas de la espiritualidad en los sistemas sociales vigentes hasta aquí; sin embargo, con sus inmensas limitaciones y aberraciones, las clases reaccionarias logran imponer una “espiritualidad oficial” para fortalecer su régimen de opresión. En las condiciones del socialismo, la verdadera espiritualidad debe alcanzar un plano realmente humano y, por tanto, universal, es decir, no reducido a capas sociales y grupos privilegiados. Pero hay más, en el socialismo se convierte esta necesidad en una exigencia mayor en la medida que no se dispone del resorte de la explotación del hombre por el hombre y se reclama una exaltación ética necesaria para que cada individuo participe y contribuya a la materialización de nuevas relaciones sociales. Esto -a mi juicio- estaba en el trasfondo de las preocupaciones del Che sobre lo que venía observando en la URSS.
En "El socialismo y el hombre en Cuba", está embriona­riamente presentado el análisis de los factores superestructurales y subjetivos en relación con la base material de la sociedad socialista. Sigue siendo, pues, un texto central que los revolucionarios contemporáneos debemos estudiar profundamente.
En esa obra, el Che aborda el tema crucial de la superestructura ideológica, política, moral y cultural y de sus relaciones con la base económica en la especificidad cubana de los primeros años de la Revolución. Subrayó que el socialismo estaba en pañales en cuanto a la elaboración de una teoría económica y política de largo alcance. En una época en que se insistía en los estímulos materiales para la movilización social y de la producción, él insistía en los instrumentos y mecanismos de índole moral, sin olvidar una correcta utilización de los estímulos materiales, sobre todo de naturaleza social. Todo lo que esbozaba -decía- era tentativo, porque todo ello requería de una ulterior elaboración que no pudo realizar.
El mal que aquejaba al socialismo real tenía que ver con la crisis político-moral que se revelaba en un deficiente sistema institucional, jurídico, político y cultural. Es evidente que hacía falta algo más que el crecimiento de los recursos materiales. Era indispensable promover la vida espiritual necesaria a toda civilización, y de manera más profunda al socialismo. En las condiciones del socialismo, la espiritualidad debe alcanzar un nivel realmente humano y, por tanto, universal, es decir, no reducido a capas sociales y grupos privilegiados. Pero hay más, en el socialismo es esta una exigencia mayor, dado que sin el “resorte” de la explotación del hombre por el hombre, se hace imprescindible una exaltación moral mayor. Y esto no puede alcanzarse sino se trabaja, de manera organizada, en la problemática de la superestructura social. Esto estaba en el trasfondo de las preocupaciones del Che sobre lo que venía observando en la URSS.
En la década de los años sesenta, que hoy despierta en muchos un sentimiento de nostalgia, no se escucharon sus advertencias por quienes estaban obligados a hacerlo, tampoco se oyeron los consejos de Fidel, expresados en su discurso ante los dramáticos sucesos de Checos­lovaquia en 1968. Dijo entonces nuestro Comandante que algo había andado mal en el socialismo cuando ocurrieron aquellas cosas. El socialismo europeo se había hecho tan “real” que acabó per­diendo, en los años ochenta y principios de los noventa, toda realidad.
Precisamente en la idea del Che acerca del papel central que desempeñan los factores éticos y morales en la historia, y en la búsqueda que emprendió con respecto a caminos eficaces hacia la sociedad socialista, están las claves esenciales para entender los dramáticos procesos ocurridos en la Europa del Este y en la URSS.
La insuficiencia o limitación cultural, y especialmente ética, impidieron al llamado socialismo real cohesionar a los pueblos en lo interno y combatir eficazmente en lo externo a los enemigos irrecon­ciliables de la liberación humana.
Mientras no se aborde con rigor científico el tema de la ética, y en general de la superestructura y, por tanto, de la cultura, no se hallarán las vías eficaces para marchar hacia adelante en favor de la Revolución y el socialismo. Para alcanzar una política eficaz en defensa de los explotados hay que descifrar en primer lugar, el tema de la moral y su papel en la lucha revolucionaria.
El comandante Ernesto Che Guevara es una señal de las mejores tradiciones éticas del siglo XX, y se proyecta con esa luz en esta nueva centuria. Fue el primero que habló de la necesidad de forjar al hombre del siglo XXI, hoy nos percatamos que arribamos a él, en medio de la más profunda crisis ética de la historia de la civilización occidental. Desde los tiempos de la caída del Imperio Romano no se observaba una situación similar.
La evolución posterior de la historia podría conducir a mediano y largo plazo a un colapso de pro­porciones incalculables si no se toma conciencia y no se actúa sobre presupuestos de una política basada en una cultura ética profundamente humanista.
Mucho se ha hablado de forma retórica y superficial acerca del humanismo. Sin embargo, la civi­lización podría sucumbir en sus propias redes si no retoma y asume en serio y cabalmente la herencia espiritual de quienes a lo largo de los siglos poseyeron sensibilidad, imaginación y talento para soñar, es decir, si no se exalta y afianza el espíritu que alentó a los grandes creadores desde el mítico Prometeo hasta Ernesto Che Guevara.
El reto intelectual está en demostrar, con una síntesis de cultura universal, el valor científico de la moral y de los móviles ideales en el curso real de la historia humana. Y es precisamen­te esa síntesis lo que se halla en la esencia de la vida y el ejemplo del Guerrillero Heroico. Sus ideas éticas fueron tildadas de idealismo filosófico y de subjetivismo por quienes, situados en la superficie de la realidad, no acertaron a penetrar en sus esencias. No pudieron, no quisieron, no les interesó entender que, como señalaba Hegel, tan real era la monarquía francesa del siglo XVIII como la Revo­lución que se gestaba en su seno.
No fueron capaces de entender en todas sus consecuencias, ni mucho menos asumir a plenitud, los principios internacionalistas que están en la esencia de las ideas socialistas. No supieron encontrar las formas nuevas de su aplicación en la segunda mitad del siglo XX, porque perdieron la consmovisión que sí poseía Ernesto Guevara. Mientras las leyes económicas venían trabajando desde adentro del socialismo real, para conducirlo a su destrucción, los que le imputaban al Che no tenerlas en cuenta, iban actuando de manera negativa o inhibiéndose frente a los efectos que estas producían. Se mostraron incapaces de asumir de manera creativa el reto que tenía ante sí el pensamiento socialista en la segunda mitad del siglo XX.
El desarrollo de la economía mundial hacía imposible la perdurabilidad de la bipolaridad. Los que tanto insistían en la antigua URSS, en ajustarse a las leyes económicas no lo comprendieron así, porque habían ido perdiendo la esencia universal del socialismo. Había que crear varios Vietnam para hacer avanzar el socialismo, nos dijo el Che. La historia le dio la razón en forma de tragedia. Resultaba indispensable superar el mundo bipolar desde la izquierda, él y Fidel lo sabían mejor que nadie. Y como tal superación no se produjo, en las últimas dos décadas del siglo XX, el cambio se impuso desde la derecha. Se abrió paso a una concepción política -que conjuga la tradicionalidad y el subjetivismo de las ultraderechas y los fundamentalismos con el pensar disociador de un liberalismo anárquico salvaje- que pretende establecer a escala planetaria, y lo viene haciendo, el reino del desorden y del capricho y del voluntarismo.
A la altura de los años noventa se hicieron evidentes tres importantes conclusiones, como resultado de que no fuera la posición del Che la que prevaleciera definitivamente: la primera es que aquel cambio expresaba una necesidad de la creciente internacionalización de las fuerzas productivas y, por consiguiente, de la evolución económica y política del mundo; la segunda, que al no ocurrir desde la izquierda, se produjo desde la derecha; y la tercera, que dicho cambio desde la izquierda solamente podía hacerse promoviendo la lucha de liberación nacional en Asia, África y América Latina, apoyándola y vinculándola con las ideas del socialismo, ese era el reto que el socialismo tenía ante sí.
Las formas de acción asumidas por el Che para la realización de sus ideales pueden ser diferentes a las que deben aplicarse en la actualidad, pero la esencia de su pensamiento tiene vigencia creciente. La experiencia nos enseña que cuando se han colocado “ismos” detrás del nombre de los grandes se han limitado y tergiversado sus luminosas ideas.
La victoria de enero de 1959 significó el ensamble del pensamiento social más avanzado de la cultura universal con el humanismo de nuestra América. Por tal razón, la síntesis que el héroe guerrillero representa nos puede conducir a conclusiones certeras en los más diversos campos de la filosofía, la cultura y la acción revolucionaria.
El Che y mi generación revolucionaria asimilaron las verdades que paso a paso fueron descubriendo los hombres y que culminaron con la exaltación de lo más avanzado de la razón y la inteligencia humana. Asimismo conservaron y desarrollaron el sentido de la lucha y la esperanza en un mundo más justo que permanecía viva en la tradición espiritual de nuestra América.
Al asumir esos valores y elevarlos con su talento, heroicidad y decisión al plano más alto, el Che se convirtió en uno de los símbolos éticos más prominentes de la historia de las civilizaciones. Las ambiciones de algunos que se han presentado como dioses han sido efímeras, pero el símbolo que encarna el Che perdura y centellea en las conciencias.
No fue simplemente un Quijote con la adarga al brazo. En él había un elemento muy particular: vocación para la conceptualización teórica. Estudió las ideas de Marx de modo autodidacta y en medio del combate político y social, que es la única forma de asimilarlo radicalmente. Antes de proclamarse socialista la Revolución cubana le preguntaron, como dirigente de nuestro país, si era admirador de Marx, y respondió que así como un físico tiene que admirar a Newton, un trabajador social tiene que situar en la más alta estima a Carlos Marx.
Apoyado en su ética personal y en su apasionada solidaridad humana, expresa ante nuestros ojos la aspiración de encontrar los nexos entre ciencia y conciencia que pueden hallarse en la articulación del pensamiento revolucionario de Europa y de América. El Che, que se formó como socialista sobre el fundamento de la cultura ética y humanista de América Latina, que escogió su oficio de médico por amor a los hombres y por interés de aliviar sus dolores, que había hablado con indios y con gente muy pobre, estaba dando desde el altiplano boliviano, en uno de los países más económicamente deprimidos de América y cercano a su patria chica, Argentina, a su ciudad natal, Rosario, una lección que no fue entendida entonces por quienes en el mundo tenían el poder y la tradición para entenderla, pero ese mensaje no ha muerto en el corazón de América.
En las tradiciones latinoamericanas no se presentó el antagonismo entre la ética y los principios y métodos científicos como sucedió en el viejo continente. Por esto Che dejó huellas imperecederas en el pensamiento político y social universal. En tanto pensador, exaltó la necesidad del rigor científico en el análisis de los hechos políticos, sociales, económicos e históricos. En tanto hombre de ética, destacó la necesidad de enseñar con su propio ejemplo y forjarse a sí mismo un carácter y un temperamento para encarar con valor a sus enemigos. Por esto, en sus horas finales, cuando se vio sin ningún recurso de defensa frente a sus captores, lanzó su última orden de combate: “¡Disparen, que van a matar a un hombre!
En las entrañas de su ejemplo se gesta el espectro victorioso de sus ideas. No ha terminado la prehistoria del hombre. Está por comenzar la historia.

Armando Hart Dávalos



Dagli storici avvenimenti della Quebrada del Yuro, il Comandante Che Guevara si è trasformato in un mito della giustizia universale tra gli uomini e della solidarietà tra i popoli che, lungi dall'estinguersi nel corso degli anni, cresce e crescerà ulteriormente in futuro.
Il Che fu una sintesi di uomo d'azione e di pensiero che trascende la storia americana e infonde, al tempo stesso, nuovo respiro e ricchezza all'ideale socialista. I tratti essenziali della sua personalità ci permettono di apprezzare le esigenze di un'epoca complessa, la quale richiede una combinazione di virtù che spesso si presentano nella coscienza umana come contraddittorie e che nel suo carattere si fecero sintesi: il guerrigliero, il dirigente dell'industria e dell'economia, lo statista ed il politico. Era anche un instancabile ricercatore, un ideatore di nuovi pensieri, un combattente dal profondo impegno intellettuale. Si disse di lui che era un romantico, ma egli rispose che era uno di quelli che mettono in gioco la pelle per dimostrare le proprie verità. Nemico dei dogmi, degli schemi, delle formule pietrificate, fautore della ricerca della verità ed appassionato difensore del principio che i problemi devono essere affrontati in uno spirito di creatività. E' stato anche un modello di disciplina intellettuale e rivoluzionaria, e un sostenitore dell'esigenza che ognuno sia responsabile delle proprie azioni. C'erano in lui la critica per quanto fatto male, l'ostinazione nella ricerca di nuove strade, un alto senso di responsabilità sociale e un impegno costante verso i poveri.
Non era uomo da cose facili, ha mostrato che il rigore di un vero rivoluzionario non ha alcun fondamento nel teoricismo o nell'accademismo, nè tanto meno in posizioni intellettuali lontane dalla vita reale. Considerò la retorica e l'ipercriticismo - che non comprendono come trasformare le cose -, come segni di mediocrità intellettuale. Nessuno può accusarlo di essere nè dogmatico nè liberale. Disciplina cosciente, pensiero creativo, tutto ciò ha riunito in sè questo soldato d'America.
La prima volta che sentii parlare del Che, fu nei mesi successivi l'amnistia politica che, decretata da Batista nel 1955 sotto la pressione dell'opinione pubblica, facilitò il rilascio di Fidel Castro e dei moncadisti dalle carceri della dittatura. Fu nella seconda metà di quell'anno che Fidel, dopo due mesi di libertà, lasciò Cuba per l'esilio in Messico.
In quei mesi tra la fine del 1955 e l'inizio del 1956, ricordo che ho incontrato tanti colleghi, tra i quali anche Antonio (Nico) Lopez, che mi ha insegnato molto più di certi studiosi accademici; fu lui per primo a farmi il nome di Ernesto Guevara.
Nico viaggiò in America Centrale dopo essere scampato alla repressione a seguito della sua partecipazione agli eventi del 26 luglio 1953. Mi disse che durante il suo esilio era entrato in contattato con un medico argentino di idee marxiste che era molto interessato a fare la conoscenza di Fidel. Con la sua raffinata intelligenza Nico, persona profondamente cubana e che aveva messo radici e convinzioni socialiste, vide l'incontro tra Fidel e il Che come essenziale per il successo dei nostri progetti.
Nel luglio del 1955 Ernesto Guevara conobbe a Città del Messico Fidel Castro Ruz, il fondatore e leader del Movimento 26 Luglio, che aveva iniziato a fare i preparativi per l'insurrezione armata contro la tirannia di Fulgencio Batista. Si unì al gruppo rivoluzionario cubano e divenne attivo nella formazione dei futuri combattenti. Da allora venne conosciuto col soprannome che sarà immortalato dalla storia: il Che.
Per noi era logico che un uomo americano dovesse unirsi alla nostra causa, e nessuno dei colleghi con cui ho discusso in quegli anni riteneva il fatto che il Che fosse nato in un altro paese potesse essergli di ostacolo nel realizzare una significativa influenza politica nel nostro. A Cuba abbiamo avuto un'eccezionale esperienza: Máximo Gómez, figura carismatica con Martí e Maceo della lotta per l'indipendenza, non era nato a Cuba. Per questo l'ascesa di quell'argentino alle più alte responsabilità di Cuba venne visto senza alcun pregiudizio nazionalista.
Molti anni dopo, ho ripensato a un episodio divertente. Nei giorni in cui il Che già stava preparando il loro viaggio definitivo "verso altre terre del mondo", senza comprendere la portata di quello che stavo dicendo, ho commentato, a proposito del generalissimo Maximo Gomez, che questi non aveva molto agito nei primi anni della Repubblica perché, in fondo, sentiva il peso di non essere nato a Cuba. Improvvisamente mi resi conto che non stavo parlando con un cubano qualsiasi, ma con il cubano Ernesto Che Guevara. Mi sentivo in imbarazzo, ma il Che mi rispose con un sorriso.
Nel 1955, Raul Castro si recò in Messico prima di Fidel per preparare il terreno ai loro sforzi libertari, lì incontrò Che Guevara e il primo colloquio venne organizzato in casa di María Antonia. Dieci anni più tardi, nella sua storica lettera d'addio a Fidel, il Che ha descritto la scena: "in questa ora mi ricordo di molte cose, di quando ti ho conosciuto in casa di Maria Antonia, di quando mi hai proposto di venire, di tutta la tensione dei preparativi. Un giorno passarono a domandare chi si doveva avvisare in caso di morte, e la possibilità reale del fatto ci colpì tutti. Poi sapemmo che era proprio così, che in una rivoluzione si vince o si muore (se è vera)".
Quei due uomini si compresero subito, ebbe inizio, immediatamente e per sempre, un'amicizia che possono dissacrare solo coloro che non sanno cosa sia onore e lealtà. Al fondo di questo rapporto era la cultura spirituale della nostra America, che si manifestava in una bella storia con caratteri da leggenda. Non si è trattato di un incontro circostanziale e leggero, ma qualcosa di profondo che ha radici antiche: i fili invisibili che legano i grandi, di cui parlava Martí.
Dopo gli eventi del 30 novembre - la rivolta di Santiago de Cuba - e del 2 dicembre - lo sbarco del Granma - seguirono diversi giorni di incertezza, perché non conoscevamo la sorte della spedizione, ma infine prendemmo contatto con Fidel, tramite Celia Sánchez. Era metà febbraio 1957, quando fummo chiamati per un colloquio con Fidel nelle vicinanze della Sierra Maestra, e lì lo conobbi personalmente, il 17 febbraio di quell'anno, quando si svolse il primo incontro tra la Sierra e il Llano. Il medico di cui mi aveva parlato Nico Lopez (che era caduto nei primi scontri), ora si trovava a Cuba è stava lottando al nostro fianco.
Fu solo dopo il trionfo della Rivoluzione che ebbi la possibilità di tornare ad incontrarlo personalmente, perché quando tornai alla Sierra, nel dicembre del 1957, non si trovava più con Fidel, in quanto gli erano stati assegnati altri compiti fuori dell'accampamento della Colonna 1, e nello scendere dalla Sierra per continuare a compiere il mio lavoro clandestino caddi prigioniero fino al trionfo della Rivoluzione.
In un solo anno il Che è diventato una leggenda basata sul suo eroismo, la sua strategia, la sua capacità di guerriglia e di passione rivoluzionaria. Insieme con Camilo [Cienfuegos, ndr] ripetè l'impresa di Maceo e Gomez, vale a dire l'invasione. Fu protagonista della battaglia di Santa Clara, un'azione che ha contribuito in modo decisivo al crollo militare della tirannia e alla vittoria rivoluzionaria del gennaio 1959.
Non soddisfatto di essere un guerrigliero di talento e senza paura, la sua vocazione intellettuale lo ha portato anche a descrivere le forme e gli stili adottati nelle azioni di guerriglia. Dalla loro analisi, scaturiva una spiegazione che si presentava come un esempio supportato dall'esperienza della lotta cubana del 1957-1958. Per lui, il guerrigliero deve avere un carattere basato sul coraggio personale, l'audacia, la capacità di manovra; si tratta della capacità di fare la guerra con il coraggio e l'astuzia necessarie a conoscere i punti deboli del nemico e colpirlo duramente.
Il guerrigliero è un agitatore e un educatore delle masse, che combatte con le armi in pugno per guadagnare posizioni ed unire il popolo nella lotta rivoluzionaria. Nel suo libro, "La guerra di guerriglia", lo concepisce come un promotore iniziale del movimento delle masse armate. Il legame tra l'azione rivoluzionaria e il movimento di massa - che Lenin definì come il piccolo motore che mette in moto il motore gigante - il rapporto tra l'avanguardia e le masse, tra l'azione di un individuo o un gruppo e il movimento sociale nel suo complesso, è lì che si trova il nodo centrale del problema rivoluzionario a tutti i livelli.
La prima cosa per il Che è il senso eroico della vita e la sua volontà disposta al sacrificio utile per l'umanità. Questo l'espose in modo semplice in risposta ad una lettera che gli aveva inviato un'ammiratrice dal Marocco, nella quale lo informava che poteva essere una sua parente. Egli rispose: "In realtà non so bene di che parte dalla Spagna è la mia famiglia (...) Non credo che siamo parenti stretti, ma se Lei è capace di tremare d'indignazione ogni qualvolta si commette un'ingiustizia nel mondo, siamo compagni, il che è più importante." [dalla lettera a Marìa Rosario Guevara, 20 febbraio 1964. Ndr]
Questo senso della vita molte volte è stato trattato con superficialità da quanti, immersi nella realtà immediata, si dimenticano della realtà stessa. Tuttavia, Martí aveva detto già che in politica il reale è ciò che non si vede. L'essenza della vocazione latinoamericana per l'eroismo, e la nostra decisione di litigare per un obiettivo trascendente, si esprimono in un realismo politico che non possono capire quanti hanno una visione superficiale e disumana della società e della storia.
Compiere perfettamente questa esigenza scientifica e culturale, e scoprire le radici sociali ed economiche del paradigma che egli rappresenta, è l'unico modo per essere fedele all'amicizia affettuosa che ci univa.

L'originalità di Che Guevara

A seguito della tragica conclusione che ha subito l'ideale socialista in Europa e nell'URSS, l'euforia conservatrice proclamò la fine della storia, il trionfo pieno e durevole del suo sistema sociale e la morte definitiva dei paradigmi etici, tuttavia l'immagine del Che continua a prendere rinnovata forza. I mali nel mondo di oggi tendono ad aggravarsi e ci minacciano col caos, la gente ha bisogno di unirsi attorno ai propri simboli per forgiare azioni collettive ed affrontare con essi le gravi sfide che hanno davanti a sé.
I miti durevoli non nascono dalla semplice fantasia, la loro forza e ragione, per consolidarsi nell'immaginario popolare, deve cercarsi in un passato che tralasciò al margine del corso storico valori irrinunciabili che sono richiesti per andare in avanti. Il peruviano José Carlos Mariátegui, figura emblematica del pensiero socialista d'America, studiò con rigore scientifico ed amore per i poveri una questione chiave della politica. Ci insegnò che i popoli sono capaci di creare solo quando fanno nascere dalle proprie viscere un mito di massa. Già Engels aveva notato, ormai più di un secolo fa, che l'incongruenza non stava nel seguire mobili ideali bensì nel non studiare, a partire da essi, le loro cause fondamentali. Questa conclusione dell'insigne compagno di Marx fu dimenticata dal cosiddetto socialismo reale. Per studiare a fondo il messaggio del Che, bisogna andare alla radice filosofica dei gravi errori commessi riguardo all'importanza dei fattori soggettivi, morali, e su cui verteva precisamente il suo richiamo essenziale.
Nei decenni successivi alla seconda guerra mondiale si rifiutò come sospetto di idealismo filosofico il senso eroico della vita, la solidarietà umana e l'amore, come se questi valori non fossero qualcosa di tanto reale che senza di essi sparirebbe ogni distinzione tra l'uomo e il regno animale. Si è trascurato di trarre le debite conclusioni dal fatto che solo in virtù della cultura e della spiritualità nasce e cresce la vita dell'uomo sulla terra.
La realtà è testarda ed esemplare e ci mostra che non c'è regime sociale durevole, tanto meno quello che aspiri a stabilire in forma universale i diritti dell'uomo, se non si riconosce la missione fondamentale della cultura, e specialmente dell'etica, nella storia umana. In esse si sintetizzano gli elementi necessari per incitare, orientare e materializzare l'azione
Ammiratore dell'impresa portentosa dell'URSS, appassionato sostenitore del fatto che l'opera iniziata da Lenin si consolidasse storicamente, dai suoi primi contatti con quel paese trasse acute osservazioni dei fenomeni preoccupanti che si presentavano nel socialismo reale. Segnalò che nell'URSS si erano prese come vere cose che teoricamente non lo erano, che erano figlie della pratica, e che era necessario rivedere quella pratica e studiare, inoltre, l'economia politica del periodo di transizione, che era un periodo nuovo e specifico. Di fronte a determinate deviazioni, si domandò cosa fosse andato storto. Immediatamente si rispose: non andare al punto di partenza. Illustrò il suo punto di vista con l'esempio di un aviatore che perda la rotta e che tenti di recuperarla in pieno volo, nel momento in cui prende coscienza del fatto, ma senza ritornare al punto di partenza: questo sarebbe all'origine di molte aberrazioni.
È evidente che non possiamo correggere gli errori senza andare alle fonti originali, qualunque sia la nostra rettifica o, perfino, la concessione che dobbiamo fare alla realtà: non è corretto ignorare l'essenza delle nostre più care aspirazioni socialiste. Questa è una lezione che la Rivoluzione cubana ha compreso.
L'originalità di Ernesto Guevara - e della Rivoluzione cubana - è che, ispirandosi al patrimonio spirituale della nostra America, assume il pensiero di Marx a partire da un impegno etico, ponendosi così la possibilità di usare i fattori soggettivi per incentivare ed orientare l'azione rivoluzionaria delle masse e della società. La cosa interessante per le idee marxiste è che, da tali prospettive, il Che si avvicinò più radicalmente al pensiero di Marx di quanto non facessero le interpretazioni marxiste prevalenti nella seconda metà del secolo XX. E poiché uno dei più sensibili scostamenti della pratica socialista nelle ultime decadi consistette nell'allontanarsi dalla sostanza umanista universale dei fautori del socialismo scientifico, la denuncia del Che contro tali deviazioni si trasformò in una chiamata di all'erta ai rivoluzionari del suo tempo affinché si tornasse sulle strade del marxismo coerente.
Venticinque anni dopo nell'URSS, si lanciò una campagna in favore dell'umanesimo, tuttavia quello che lì si propose non si collocava nella più alta espressione dell'umanesimo della cultura occidentale, cioè in Marx e Lenin. L'umanesimo del Che aveva un'altra base: quella della nostra America. La sua essenza sono le tesi terzomondiste della Rivoluzione cubana; appartiene alla famiglia dei paesi sfruttati dell'orbe; non si perde in dibattiti intellettualoidi che pretendono di convalidare vecchi artifici borghesi. Il Che segnalava l'essenza del messaggio di liberazione in modo chiaro e forte. Così fu ne "Il socialismo e l'uomo a Cuba", nel suo memorabile discorso del 11 dicembre 1964 nelle Nazioni Unite e nel messaggio alla Vertice della Tricontinentale, svoltosi a L'Avana nel 1966. La chiamata includeva il tema fondamentale e concreto dell'economia del XX secolo che dovevano affrontare quelli che abbracciavano il pensiero di Marx nel nostro tempo.
La tesi terzomondista implicava che la pratica socialista voltasse lo sguardo in modo radicale verso il Terzo Mondo. Era di una saggezza politica e di un'etica che non essendo comprese nel suo tempo, non dettero l'apporto fondamentale che erano chiamate a dare nella valutazione dei problemi che angosciavano il socialismo reale. Che tale chiamata non si ascoltasse o non potesse ascoltarsi non sottrae valore al progetto realizzato dal Che e dalla Rivoluzione cubana. Quante volte nella storia delle scienze naturali una scoperta scientifica tarda ad essere capita ed applicata? Perché non devono avere questo diritto le scienze dell'uomo, infinitamente più complesse?
Nel suo discorso di Algeri, il 24 febbraio del 1965, quella chiamata assunse caratteri drammatici e polemici. La storia, in forma di tragedia, gli avrebbe dato ragione. La cosa più triste per i rivoluzionari è che quelle realtà che chiamiamo terzomondiste erano già state abbozzate da Lenin, in maniera particolarmente concreta nei suoi ultimi scritti, quando sottolineò il ruolo rivoluzionario delle lotte patriottiche e nazionaliste che si preparavano in Oriente.
La contraddizione tra i paesi del Terzo Mondo e le oligarchie dominanti di un gruppo di paesi costituiva la sfida essenziale per i rivoluzionari del XX secolo. E benché a queste altezze le battaglie decisive siano state rinviate, abbiamo il dovere e il diritto di dire le nostre verità. Non ci sarà soluzione per tutta l'umanità senza affrontare il problema cruciale sollevato dal Che e dalla Rivoluzione cubana nella decade della Crisi di Ottobre e la battaglia della Quebrada del Yuro, senza il pensiero terzomondista di Ho Chi Minh, senza le idee esposte nella Conferenza Tricontinentale dell'Asia, Africa ed America Latina tenutasi a L'Avana nel gennaio 1966.
I processi e gli avvenimenti fondamentali del decennio degli anni sessanta sono segnati dal fatto che in tutti, con maggiore o minore coscienza, in una forma o in un'altra, è stata sollevata in termini pratici la necessità di superare lo schema creato dalla divisione del mondo in due grandi sfere di influenza, sorte dalle alleanze militari, politiche ed economiche, e dagli accordi di Yalta e Potsdam. Un'enumerazione di quei fatti - di diverso profilo politico - conferma questo punto di vista: il trionfo della Rivoluzione cubana nel 1959, la Crisi di Ottobre del 1962, la scissione del movimento comunista internazionale che produsse la rottura tra Cina e l'URSS, la guerra di liberazione di Vietnam, la guerra di liberazione dell'Angola, il crollo del sistema coloniale in Asia ed Africa, la nascita e lo sviluppo del Movimento dei Paesi Non Allineati, la crescita dei movimenti di liberazione in America Latina, e tra essi del movimento rivoluzionario sandinista, i movimenti progressisti militari in America Latina, in particolare Perù e Panama, il maggio francese, la crisi cecoslovacca e, precedentemente, le situazioni createsi in Ungheria e in Polonia...

Cultura e Socialismo

È indispensabile trarre esperienza dalla conclusione tragica che ebbe il più vasto progetto di liberazione umana intrapreso nel XX secolo, le cui cause essenziali hanno fondamenta culturali. La sottovalutazione dei fattori soggettivi, di quello che è stato chiamato sovrastruttura, ed il suo trattamento anticulturale, si trovano al centro dei gravi errori commessi. Si è trascurato che la cultura, nella sua accezione integrale, costituisce il sistema nervoso centrale di ogni civiltà.
Questo può essere compreso solo a partire da un concetto integrale ed universale di cultura e delle sue radici antropologiche. Essa confor­mava la condotta rivoluzionaria dell'autore di "La guerra di guerriglia", e si trattava di una cultura di liberazione. Al fondo della vicenda di Guevara sta la tradizione spirituale ed etica latinoamericana che stimola ed orienta verso l'azione emancipatrice dei nostri paesi e a forgiare la Repubblica morale in America, sognata da Martí e contraddistinta dal nobile ideale dell'utopia universale dell'uomo. Se il pensiero pragmatico ha impedito all'America del Nord di approdare a un'idea tanto onnicomprensiva della cultura, in quella a Sud del Río Grande germinano come aspirazione l'integrazione e la sintesi universale dei valori culturali. La cuspide di questo pensiero si trova in José Martí.
I nostri paesi, davanti all'impossibilità di raggiungere i propri obiettivi in maniera immediata, hanno sviluppato una coscienza storica circa l'importanza esemplare del lottare e morire se necessario in difesa dell'ideale. Noi latinoamericani - e lo dimostra in maniera sublime il Che - conosciamo il valore storico che ha l'esempio del sacrificio nella lotta per un'aspirazione politica, sociale e morale più alta.
Ernesto Guevara ricevette ed arricchì quell'eredità e decise di forgiare il suo carattere per assumere con la consacrazione della sua vita l'impegno che ritenne irrinunciabile di difendere il diritto dei poveri d'America, e l'aspirazione di Bolívar e Martí di integrazione morale delle patrie latinoamericane. Nel suo spirito e nella sua psicologia stanno le radici etiche e culturali di quell'eredità che lo incoraggiavano verso l'umanesimo dei poveri.
Quei sentimenti latinoamericani unirono Fidel e il Che. Se fosse stata semplicemente ribellione l'alleanza avrebbe potuto essere transitoria. Se fosse stata cultura senza ribellione sarebbe stata congiunturale. Fu nella ribellione colta che diventò solida l'unione. I legami tra il Che e la patria di Martí si fecero indissolubili: Fidel e il Che sono uniti da una stessa cultura che allaccia la passione per la giustizia e la liberazione sociale ad un sapere profondo.
Conosciamo già i limiti e le distorsioni della spiritualità umana nei sistemi sociali esistenti finora; tuttavia, attraverso le loro immense limitazioni ed aberrazioni, le classi reazionarie riescono ad imporre una "spiritualità ufficiale" per rafforzare il proprio regime di oppressione. Nelle condizioni di socialismo, invece, la vera spiritualità deve raggiungere un piano realmente umano e, pertanto, universale, cioè non ristretto a ceti sociali e gruppi privilegiati. Ma c'è di più, nel socialismo questa necessità si trasforma in un'esigenza maggiore nella misura in cui non si dispone della molla dello sfruttamento dell'uomo sull'uomo e si reclama un'esaltazione etica necessaria affinché ogni individuo partecipi e contribuisca alla realizzazione di nuove relazioni sociali. Questo - a mio giudizio - stava alla base delle preoccupazioni del Che per quanto veniva osservato nell'URSS.
Ne "Il socialismo e l'uomo a Cuba", è embriona­lmente presentata l'analisi dei fattori sovrastrutturali e soggettivi riguardanti la base materiale della società socialista. Continua ad essere, dunque, un testo centrale che i rivoluzionari contemporanei devono studiare profondamente.
In quell'opera, il Che affronta il tema cruciale della sovrastruttura ideologica, politica, morale e culturale e dei suoi rapporti con la base economica nella specificità cubana dei primi anni della Rivoluzione. Egli ha sottolineato che il socialismo era agli albori per quanto riguardava lo sviluppo di una teoria economica e politica a lungo raggio. In un'epoca in cui si insisteva sugli stimoli materiali per la mobilitazione sociale e la produzione, egli insisteva su strumenti e meccanismi di indole morale, senza dimenticare un corretto utilizzo degli incentivi materiali, soprattutto di natura sociale. Tutto quello che abbozzava - diceva - era sperimentale, perché tutto ciò richiedeva un'ulteriore elaborazione che non potè realizzare.
Il male che affliggeva il socialismo reale aveva a che fare con la crisi politico-morale che si rivelava in un deficiente sistema istituzionale, giuridico, politico e culturale. È evidente che era necessario qualcosa di più che la sola crescita delle risorse materiali. Era indispensabile promuovere la vita spirituale necessaria ad ogni civiltà, ed in maniera più profonda al socialismo. Nelle condizioni del socialismo, la spiritualità deve raggiungere un livello realmente umano e, pertanto, universale, cioè non limitato a ceti sociali e gruppi privilegiati. Ma c'è di più, nel socialismo questa è un'esigenza maggiore, dato che senza la "molla" dello sfruttamento dell'uomo sull'uomo, diventa imprescindibile una maggiore esaltazione morale. E questo si può realizzare solo se si lavora, in maniera organizzata, sulla problematica della sovrastruttura sociale. Questo stava alla base delle preoccupazioni del Che su quello che veniva osservato nell'URSS.
Nella decennio degli anni sessanta, che oggi sveglia in molti un sentimento di nostalgia, i suoi avvertimenti non sono stati ascoltati da coloro che erano obbligati a farlo, neanche si sentirono i consigli di Fidel, espressi nel suo discorso prima dei drammatici eventi della Cecos­lovacchia nel 1968. Disse allora il nostro Comandante che qualcosa era andato storto nel socialismo quando successero quelle cose. Il socialismo europeo era diventato così "reale" che ha finito per perdere negli anni Ottanta e i primi anni Novanta, tutta la realtà.
Solo nell'idea del Che circa il ruolo centrale che svolgono i fattori etici e morali nella storia, e la ricerca che intraprese rispetto a strade efficaci verso la società socialista, stanno le chiavi essenziali per comprendere i drammatici processi verificatisi in Europa dell'Est e nell'URSS.
L'insufficienza o la limitazione culturale, e soprattutto etica, ha impedito al cosiddetto socialismo reale di unire il popolo internamente ed esternamente e combattere efficacemente all'esterno i nemici irriducibili della liberazione umana.
Finché non si affronta con rigore scientifico la questione etica, e in generale della sovrastruttura e, quindi, della cultura, non si troveranno le vie efficaci per andare avanti in favore della Rivoluzione e del socialismo. Per giungere ad una politica efficace in difesa degli sfruttati bisogna capire in primo luogo la questione morale ed il suo ruolo nella lotta rivoluzionaria.
Il comandante Ernesto Che Guevara è un simbolo della migliore tradizione etica del XX secolo, e si proietta con la sua luce in questo nuovo secolo. Fu il primo che parlò della necessità di forgiare l'uomo del XXI secolo, oggi ci rendiamo conto che lui è arrivato nel bel mezzo della più profonda crisi etica nella storia della civiltà occidentale. Non si osservava una situazione simile dai tempi della caduta dell'Impero Romano.
La successiva evoluzione della vicenda potrebbe portare nel medio e lungo termine ad un collasso di proporzioni incalcolabili se non si prende coscienza e non si agisce su ipotesi di una politica basata su di una cultura etica profondamente umanistica.
Si è molto parlato di forma retorica e superficiale a proposito dell'umanesimo. Tuttavia, la civi­ltà potrebbe soccombere nelle sue proprie reti se non riprende ed assume sul serio e pienamente l'eredità spirituale di quanti possedettero sensibilità, immaginazione e talento per sognare nel corso dei secoli, cioè se non si esalta e rafforza lo spirito che incoraggiò i grandi creatori, dal mitico Prometeo fino ad Ernesto Che Guevara.
La sfida intellettuale sta nel dimostrare, con una sintesi di cultura universale, il valore scientifico della morale e dei nobili ideali nel corso reale della storia umana. Ed è precisamen­te questa sintesi quello che si trova nell'essenza della vita e nell'esempio del Guerrigliero Eroico. Le sue idee etiche furono tacciate di idealismo filosofico e di soggettivismo da coloro che, fermi alla superficie delle cose, non riuscirono a penetrare nella loro essenza. Non poterono, non vollero, non interessò loro capire che, come sottolineava Hegel, la monarchia francese del XVIII secolo era tanto reale quanto la Rivoluzione che si sviluppava nel suo seno.
Non furono in grado di comprendere in tutte le loro implicazioni, e tanto meno assumere appieno, i principi internazionalisti che sono l'essenza delle idee socialiste. Non seppero trovare le forme nuove della sua applicazione nella seconda metà del XX secolo, perché persero la visione globale che sì possedeva Ernesto Guevara. Mentre le leggi economiche stavano lavorando dentro al socialismo reale, per condurlo alla sua distruzione, quegli stessi che imputavano al Che di disattenderle, continuavano ad agire in maniera negativa o si disinteressavano di fronte agli effetti che queste producevano. Si mostrarono incapaci di assumere in maniera creativa la sfida che aveva davanti a sé il pensiero socialista nella seconda metà del XX secolo.
Lo sviluppo dell'economia mondiale rendeva impossibile la sostenibilità del bipolarismo. Coloro che nell'antica URSS tanto insistevano ad adattarsi alle leggi economiche non la pensarono così, perché avevano continuato a perdere l'essenza universale del socialismo. Bisognava creare molti Vietnam per fare avanzare il socialismo, ci disse il Che. La storia gli ha dato ragione in forma di tragedia. Risultava indispensabile superare il mondo bipolare da sinistra, lui e Fidel lo sapevano meglio di chiunque altro. E poiché tale superamento non si produsse, nelle ultime due decadi del XX secolo, il cambiamento si impose da destra. Si fece largo una concezione politica - che coniuga il tradizionalismo ed il soggettivismo delle destre estreme con i fondamentalismi del pensare dissociante di un liberalismo anarchico e selvaggio - concezione politica che pretende di stabilire su scala planetaria, e lo sta facendo, il regno del disordine e dell'arbitrio e del volontarismo.
Al culmine degli anni novanta si fecero evidenti tre importanti conclusioni, come risultato del fatto che non fosse stata la posizione del Che quella che alla fine ha prevalso: la prima è che questo cambiamento ha espresso la necessità della crescente internazionalizzazione delle forze produttive e, quindi, dell'evoluzione economica e politica del mondo; la seconda che non succedendo da sinistra, si produsse da destra; e la terza che detto cambiamento da sinistra si poteva fare solamente promuovendo la lotta di liberazione nazionale in Asia, Africa ed America Latina, appoggiandola e collegandola con le idee del socialismo, che era la sfida che il socialismo aveva davanti a sé.
Le forme di azione intraprese dal Che per la realizzazione dei suoi ideali possono essere differenti da quelli oggi richiesti, ma l'essenza del suo pensiero ha validità crescente. L'esperienza ci insegna che quando si sono impiegati "ismi" dietro il nome dei grandi si sono limitate e distorte le loro luminose idee.
La vittoria del gennaio 1959 significò l'unione del pensiero sociale più avanzato della cultura universale con l'umanesimo della nostra America. Per tale ragione, la sintesi che l'eroe guerrigliero ci rappresenta può condurre a conclusioni significative nei più diversi campi della filosofia, della cultura e dell'azione rivoluzionaria.
Il Che e la mia generazione rivoluzionaria assimilarono le verità che passo a passo andavano scoprendo gli uomini e che culminarono con l'esaltazione di quanto più avanzato nella ragione e nell'intelligenza umana. Ugualmente conservarono e svilupparono il senso della lotta e la speranza in un mondo più giusto che rimaneva viva nella tradizione spirituale della nostra America.
Assumendo quei valori ed elevandoli col suo talento, eroismo e determinazione al più alto livello, il Che si trasformò in uno dei simboli etici più importanti della storia della civiltà. Le ambizioni di alcuni che si sono presentati come dei sono state effimere, ma il simbolo che incarna il Che perdura e scintilla nelle coscienze.
Non fu solo un Don Chisciotte che imbraccia il suo scudo. In lui c'era un elemento molto particolare: la vocazione per la concettualizzazione teorica. Studiò le idee di Marx in modo autodidatta e nel bel mezzo della lotta politica e sociale, che è l'unico modo per assimilarlo radicalmente. Prima che la Rivoluzione cubana si proclamasse socialista gli domandarono, come dirigente del nostro paese, se era ammiratore di Marx, e lui rispose che come un fisico deve ammirare Newton, un lavoratore sociale deve avere nella più alta considerazione Karl Marx.
Sostenuto dalla sua etica personale e dalla sua appassionata solidarietà umana, espresse davanti ai nostri occhi l'aspirazione di trovare i nessi tra scienza e coscienza che possono rinvenirsi nell'articolazione del pensiero rivoluzionario d'Europa e d'America. Il Che che si formò come socialista sul fondamento della cultura etica ed umanista dell'America Latina, che scelse il suo mestiere di medico per amore degli uomini e per desiderio di alleviarne i dolori, che aveva parlato con indios e con gente molto povera, stava dando dall'altopiano boliviano, in uno dei paesi economicamente più depressi d'America e vicino alla sua patria piccola, l'Argentina, alla sua città natale, Rosario, una lezione che non fu capita allora da quanti avevano il potere e la tradizione per capirla nel mondo, ma quel messaggio non è morto nel cuore d'America.
Nelle tradizioni latinoamericane non si verificò l'antagonismo tra l'etica ed i principi e metodi scientifici come successe nel vecchio continente. Per questo il Che lasciò orme imperiture nel pensiero politico e sociale universale. Come pensatore, esaltò la necessità del rigore scientifico nell'analisi dei fatti politici, sociali, economici e storici. Come uomo di etica, sottolineò la necessità di insegnare col proprio esempio e crearsi da sé stessi un carattere ed un temperamento per affrontare con valore i propri nemici. Per questo, nelle sue ore finali, quando si vide senza nessuna risorsa di difesa di fronte ai suoi aguzzini, lanciò il suo ultimo ordine di combattimento: "Spara, stai per uccidere un uomo!"
Dalle profondità del suo esempio si sviluppa lo spettro vittorioso delle sue idee. La preistoria dell'uomo non è finita. La storia sta per iniziare.

Armando Hart Dávalos


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