Guardando l’acqua, osservò il riflesso del cielo con la luna e le stelle... E si ricordò di un racconto che aveva sentito da giovane, di una volta in cui il cielo venne a fare visita alla terra. Di certo si era trattato di un momento simile a questo, pensò tra sé e sé. E fissò a lungo, in adorazione, la luna e le stelle in fondo all’acqua e vide passargli davanti, in una danza vorticosa, la città grande e informe, con le fogne profonde e putride e giganteschi cumuli di spazzatura, gli squallidi mercati con i loro traffici e i loro rumori, gli uffici sporchi e scoloriti che brulicavano di confusione, i bei giardini di Ikoyi e le baraccopoli di Badia, Ikate, Shomolu ed Eko; e da tutti questi posti, dalle fatiscenti case di fango di Maroko, dai grandi palazzi di mattoni, dalle stradine coperte di buche e le larghe autostrade, da quella grande città, arrivava, accalcandosi, una grande folla che ondeggiava e avanzava davanti a lui. Vecchi e giovani, uomini, donne e bambini, alcuni vestiti, altri nudi, avanzavano energicamente, scandendo il ritmo sui loro tamburi, e si dirigevano verso di lui. E all’improvviso si trovò inghiottito dall’energia che sprigionavano e staccò i piedi da terra, mare e cielo si incontrarono, dove ammiccava e danzava la grande volta delle stelle.
E allora capì di essere solo uno tra la folla che avanzava con un unico scopo, e che era necessario assicurarsi che tutti - i mendicanti, gli storpi, i sordi, i muti, i deboli e i forti – arrivassero lì sani e salvi. E il suo solo sforzo non ce l’avrebbe fatta, ma sarebbe stato d’aiuto, e non poteva negarlo a quella folla, altrimenti non sarebbe potutto arrivare lì dove erano tutti gli altri. E la folla spingeva, danzando, suonando e cantando, ma il punto di unione tra terra, mare e cielo si allontanava con le grandi stelle danzanti man mano che loro si avvicinavano.
E allora capì che anche il tempo era essenziale e che la pazienza e la determinazione erano fondamentali per il raggiungimento del loro scopo finale. E mentre fluttuava in quell’enorme massa di persone, iniziò a sentire che il suo spirito si elevava...
Distolse lo sguardo dal fondo del mare, si voltò e se ne andò lentamente, mentre la luna effondeva una leggera luminosità su di lui. Le ombre della notte si stavano dileguando. E stava già sorgendo una nuova alba.
Foresta di fiori, Ken Saro-Wiwa
Mirando el agua, observó el reflejo del cielo con la luna y las estrellas... Y se acordó de un cuento que sintió de joven, de una vez en cuyo el cielo vino a visitar a la tierra. Por cierto se trató de un momento parecido a este, pensó entre si mismo. Y fijó a largo, en adoración, la luna y las estrellas al final del agua y vio pasarle delante, en una danza vortiginosa, la ciudad grande y sin forma, con las alcantarillas profundos y podridos y gigantescos cúmulos de basura, los miserables mercados con sus traficos y sus ruidos, los despachos sucios y desteñidos que hormiguearon de confusión, los bonitos jardines de Ikoyi y los chabolismos de Badia, Ikate, Shomolu y Eko; y de todo este apuestas, de las ruinosas casas de barro de Maroko, de los grandes edificios de ladrillos, de las callejuelas cubiertas de hoyos y las anchas autopistas, de aquella gran ciudad, llegó, amontonándose, una gran muchedumbre que ondeó y avanzó delante de él. Viejos y jóvenes, hombres, mujeres y niños, algunos vestidos, otros desnudos, avanzaron enérgicamente, recalcando el ritmo sobre sus tambores, y se dirigieron verso de él. Es a la improvisación se encontró tragado por la energía que emanaron y arrancó los pies de tierra, mar y cielo se encontraron, dónde guiñó y bailó la gran vez de las estrellas.
Y entonces entendió de ser solo uno entre la muchedumbre que avanzó con un único objetivo, y que fue necesario cerciorarse que todo - los mendigos, los lisiados, los sordos, los mudos, las debilidades y los fuerte - llegaran allí sanos y salvos. Y su solista esfuerzo no la habría hecho, pero habría sido de ayuda, y no pudo negarlo a aquella muchedumbre, de otro modo no sería puede llegar allí donde fueron todos los otros. Y la muchedumbre empujó, bailando, tocando y cantando, pero el punto de unión entre tierra, mar y cielo se alejó a medida que con las grandes estrellas danzantes ellos se acercaron.
Y entonces entendió que también el tiempo fue esencial y que la paciencia y la determinación fueron fundamentales para el logro de su objetivo final. Y mientras flotó en aquella enorme masa de personas, inició a sentir que su espíritu se elevó...
Apartó la mirada del lecho marino, se volvió y fue lentamente, mientras que la luna derramó una ligera luminosidad sobre de él. Las sombras de la noche estaban disipando. Y ya estaba surgiendo una nueva alba.
Selva de flores, Ken Saro-Wiwa
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