Poesía, lenguaje y revolución

Régis Debray lo considera el mejor escritor latinoamericano. Desde antípodas políticas, Octavio Paz ha elogiado su escritura. Pero el subcomandante Marcos, jefe militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, habla con timidez de su condición de escritor. "Más fácil sería con un mate", dijo en uniforme guerrillero y pasamontañas que sólo confía al aire los ojos y parte de una nariz objeto de su autoburla constante.
La máscara no atenúa la clara emanación de juventud. Es un fenómeno raro, sin antecedentes conocidos en el mundo: su fama de escritor dimana de la prosa que vuelca en los comunicados que firma en nombre del EZLN. Son textos políticos que han llevado de la guerra de verdad, a la guerra de palabras; pero el Subcomandante les añade paseos de ficción en las posdatas. Donde ha aparecido hace meses el personaje Durito, un escarabajo que se proclama Caballero Andante de la Selva Lacandona y tiene a Marcos de escudero. Ambos dialogan ­como el Quijote y Sancho Panza­ sobre las materias más diversas y de política además. El Nobel mexicano (Octavio Paz) calificó a Durito de invención literaria memorable. La entrevista con el Subcomandante Insurgente del EZLN se realizó en el marco del Encuentro Continental Americano por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, en algún lugar de la Selva Lacandona, y allí el jefe militar zapatista reveló que siempre le ha gustado escribir.

¿Cuándo escribió su primer poema?

A los 13 años.

¿Lo recuerda?

No, hay cosas que más vale la pena olvidar.

¿No recuerda las circunstancias que lo movieron a escribirlo?

Sí, era melancólico, era sobre la vida y la muerte, medio tétrico, con la pregunta sobre el sentido de la vida que probablemente se hace todo adolescente. Yo estaba en la secundaria, como se dice en Argentina. Ya había leído poesía y ese poema debe haber sido muy parecido a los que yo leía por entonces. Me acuerdo más o menos del tema y de la circunstancia un poco existencial, o bastante existencial, de ese momento, pero no me acuerdo mero cómo iba.

¿Siguió escribiendo poesía luego?

No. Iba más al cuento, a la poesía casi nunca le entré. En aquel ámbito cultural la poesía era mucho la cuestión de la métrica, tenía que rimar y todo eso. Y entre que no me salía, que necesitaba pues un cierto manejo del lenguaje, que apenas estaba aprendiendo, y que me provocaban aversión esos chalecos, no sabía cómo entrarle. Entonces mejor le daba al cuento. Cuentos escribí bastantes. Y, por supuesto, una novela que nunca acabé. Como todos los escritores que se precian de serlo; siempre tienen una novela que nunca han acabado. Pero no, a la policía, perdón a la poesía no le entraba, a la policía tampoco.

¿Pero ha escrito poesía en los últimos años?

Escribí en el período de la montaña, los diez años que pasamos allí, sobre todo en los primeros años ­1984/1985­ que fueron muy solitarios, poesía que pretendía ser política. Tratando un poco de jugar al espejo o de ayudarnos a nosotros mismos, pues éramos una pequeña pandilla casi que quería cambiar el mundo; afirmando que sí valía la pena lo que queríamos hacer, o lo que íbamos a hacer, aunque entonces no sabíamos que lo íbamos a hacer todavía.
Nosotros organizábamos actos culturales todos los lunes de cada semana: el grupo de combatientes se juntaba en lo que llamábamos la célula cultural y se decían poemas, se cantaba, se representaban obras de teatro. El único libro que teníamos entonces ­yo era capitán­ era una antología de Miguel Hernández. Había más reuniones culturales que poemas en el libro y éste se acabó. "Escribe algo", me decían los compañeros, así que los primeros poemas que escribí en ese período eran más bien por encargo. Y eran poemas así, pues, lo rudimentario o lo acartonado que pueden ser los poemas sobre pedido.
Luego ya escribí por gusto, por ganas, algunos más, volví otra vez al cuento y a las narraciones cortas como las "Instrucciones para cambiar el mundo" o las "Instrucciones para caer y levantarse", todo eso con mucha influencia de Cortázar; uno de sus libros era el otro que yo cargaba. Pero a la poesía siempre le he tenido mucho miedo. Es como dice Durito, la distancia entre lo cursi y los sublime es delgadísima; yo le digo a Durito que no la conozco porque no he logrado cruzarla, sigo todavía del lado de lo cursi. Así que para llegar a lo sublime... Algo intenté en poesía cuando empezamos a hacer contacto con las comunidades indígenas.
El manejo del lenguaje que hacen ellos, la descripción de la realidad, de su realidad, de su mundo, tiene mucho de elementos poéticos. Eso como que removió la trayectoria cultural normal o tradicional que traía yo en literatura y empezó a producir esa mezcla que asomó en los comunicados del EZLN del 94. Era un poco como estarse debatiendo entre las raíces indígenas de un movimiento y el elemento urbano. Es lo que yo podría decir sobre esa trayectoria, pero sí, siempre me gustó escribir. No mostraba lo que hacía, por supuesto, escribía para mí mismo.

Octavio Paz dice que Durito es una invención memorable.

Eso es injusto, Durito protesta. Dice que él no es una invención, que es real y que, en todo caso, la invención soy yo.

¿Sigue leyendo poesía?

Sí, cómo no. En alguno de los comunicados cuento la historia de una niña que se murió, Paticha, explicando un poco esto de los nonatos. En realidad, eso viene de la lectura de un poema de un argentino que habla de una niña. ¿Se acuerda usted de ese poema? ¿Cómo se llama?

No sé de qué poema me habla.

Si es suyo.

Hay cosas de las que uno se quiere olvidar, usted lo dijo.

No, es bueno ese poema. Lo encontré en una antología de la poesía latinoamericana, junto con otro texto suyo. No me acuerdo cómo se llama, pero habla de una niña que, obligada por las condiciones sociales, comete un crimen.

¿Será, "María la sirvienta"?

Andale, ése era. Su estructura inspiró la forma literaria de la historia de Paticha. La historia es real, pero su presentación tiene mucha cercanía con "María la sirvienta". Y en algunas de las historias que cuento, que contamos nosotros, aparecen elementos poéticos ­digo, en mi caso­ de Miguel Hernández, del Neruda del Canto general, sobre todo, un libro que nos influyó mucho a muchos en la montaña y que también cargábamos. No conocimos poesía más reciente hasta que ya bajamos.

¿Y Pessoa?

A Pessoa lo encontramos bajando de la montaña, del 94 para acá, en libros que nos regalaban. Pero eso es nuevo. La poesía que frecuentábamos nosotros era la que se consideraba poesía social o de compromiso. Que es la que nos gustaba, porque estábamos en eso. O la más lejana de los clásicos como Shakespeare, eso sí. Pero de la poesía contemporánea sólo la que tenía contenido social; la que no, nos parecía que no servía, que era contrarrevolucionaria, pequeñoburguesa, etcétera...

¿Piensa lo mismo ahora?

Evidentemente no.

¿Y qué piensa?

Nos damos cuenta ahora de que fueron esos elementos, los no esquemáticos, los no tradicionales respecto de esa cultura de izquierda en la que nos formamos nosotros, en especial de la izquierda clandestina, la de los subterráneos, los que nos abrieron ventanas. Que lo que nos salvó como proyecto social, como proyecto político y, sobre todo, como seres humanos, fueron esas ventanas abiertas, esas supuestas "manchas" para un revolucionario cuadrado, lo que nos llevaba a nosotros a decir bromeando que para ser cuadros revolucionarios éramos bastante redondos. No respondíamos a los esquemas pues, y por lo tanto estábamos desechados.
Esa cultura, esa literatura tienen su lugar, tienen su espacio y no pueden ser catalogadas según los moldes que nos enseñaron, que poesía es la poesía revolucionaria de "Patria o muerte, venceremos" solamente, o la que describe una situación social. Hay poesía que trabaja sobre el lenguaje mismo y no le importa tanto lo que dice sino el manejo del lenguaje; hay poesía que expresa sentimientos o cuestiones vivenciales cotidianas; hay poesía de muchas clases.
¿Cómo decirlo? El esquema político con el que habíamos crecido tenía su referente o su equivalente en un esquema cultural, en un esquema ideológico e incluso en un esquema moral que marcaba qué era lo bueno y qué era lo malo: bueno es todo lo que sirva a la revolución, malo es todo lo que vaya en contra de la revolución. Y ahí no está el problema de lo bueno y lo malo, de esa manera sólo se lo está eludiendo. Y eso pasaba no con la literatura únicamente, con la música también, o sea, cuál debíamos escuchar o cuál nos debía gustar, porque de eso se trataba; de nuevo tenía que ser la música de contenido social o la música revolucionaria, como le decíamos nosotros.
Y la otra pues era música enajenante, alienante, etcétera. Aunque nos gustara, teníamos que callar y decir que la buena era la música de contenido social. Esa concepción influía hasta en las pláticas del (grupo) colectivo. El colectivo de montaña es un conjunto muy solitario, sometido a condiciones muy duras, que tiende a cerrarse, a hacerse fuerte para poder resistir, ayudándose uno a otro. Entonces la nostalgia estaba prohibida; en todo caso, manifestarla. No es que hubiera una ley, pero cuando se notaban síntomas de desmoralización en un compañero había que ayudarlo explicándole, por ejemplo, que el proletariado, por una decisión histórica, iba a asumir sus objetivos, etcétera.

Hay quien supone que ciertas cosas dejan de existir no usando las palabras que las nombran.

Sí, era una especie de realismo socialista, pero en pequeño. Estoy hablando de una columna formada por doce hombres. Doce en "las grandes fiestas", decíamos que eran cuando nos juntábamos, porque en realidad nos partíamos en unidades de cuatro. Ese esquema rígido invadía todo lo que era la vida del campamento guerrillero. No se platicaba sobre la familia, porque te llevaba eso al lugar de partida. Tampoco sobre las expectativas personales: no podía uno imaginarse en el futuro siendo un hombre común y corriente, o podía, pero no debía decirlo.
Decir, por ejemplo, finalmente cuando termine esto me voy a dedicar a ser chofer; no, cómo, te contestaban, eso es contrarrevolucionario, tienes que ubicarte en un lugar revolucionario, seguir en esto o hacerlo como el Che, irte a otro país y continuar la pelea, etcétera.

Antes evocó usted un problema que tiene que ver con lo que está expresando ahora: el del contacto con la cultura indígena. ¿Ese contacto ayudó o quizás obligó a modificar estereotipos, y no sólo desde el punto de vista de los contenidos, sino también en lo que hace a la lengua? Porque sorprende a quien visita Chiapas el castellano que hablan los indígenas, lleno de giros y concordancias desusados. Algo semejante ocurrió en Guatemala cuando los indígenas, después de más de cuatro siglos de padecer la dominación blanca, empezaron a hablar el castellano y produjeron rupturas sintácticas extraordinarias y muy enriquecedoras. ¿Qué piensa de eso? ¿Qué le ocurrió con eso?

En realidad, casi nadie toca ese tema. Nosotros advertíamos que la concepción política de lo que el EZLN era entonces chocaba con la concepción política de las comunidades indígenas y se modificaba. También hubo efectos en el quehacer cultural del EZLN, que tenía una vida cultural bastante intensa para una unidad guerrillera. No sólo nos enfrentamos con las lenguas indígenas, sino también con su manejo y con la forma de apropiación del español. Los indígenas no se apropian de conceptos, sino de palabras, y traducen su visión con un manejo del lenguaje muy rico, como decir "está triste mi corazón" por "me siento mal", o decir "me duele el corazón" y señalarse la panza, que está cerca. De pronto alguien se enfermaba y decía "me voy a morir" y al principio uno pensaba que, en efecto, se iba a morir; y cuando se lo revisaba no era más que un dolor abdominal.
Pero así se sentía. Nos encontrábamos con que los indígenas manejaban el lenguaje con mucho apego al significado de las cosas y al uso de imágenes también. Teníamos que aprender ese otro manejo del lenguaje para poder comunicarnos con ellos, y ellos con nosotros, lo que empezó a producir efectos en nuestra forma de hablar. Y de escribir. Llegó un momento en que estábamos hablando "chueco", como decíamos nosotros, a veces anteponiendo un adjetivo, otras no nombrando una cosa sino aludiéndola como una imagen, y sucedió que así cuajó nuestro modo, el modo de hablar de los zapatistas, y eso nos hizo perfectamente identificables. Claro, nadie nos andaba buscando, pero en las comunidades se sabía quién era zapatista por el modo de hablar, incluso para explicar la política y para explicar la guerra, que entonces apenas era un futuro incierto.
Muchos han percibido los efectos del contacto con las comunidades en la política y la organización de los neozapatistas, pero nadie o pocos son los que se han dado cuenta de las consecuencias del choque cultural, que sin embargo llama la atención también en el neozapatismo. Me refiero al manejo del lenguaje en relación con la política. Así lo vemos nosotros, pero es muy difícil reflexionar desde adentro, nos falta distancia y nos falta tiempo para ver cómo se da eso. Necesitamos un exterior, un outsider para poder entenderlo. Nosotros no podemos explicar qué es lo que hizo posible eso. Sabemos que lo estamos haciendo y decimos "algo pasó aquí", pero no hemos pensado todavía sobre lo que realmente ocurrió para que se produjera el zapatismo de 1994. También hay que considerar cómo entró el zapatismo en contacto con la sociedad civil, con ese México que no tenía nada que ver ni con el enemigo ni con el compañero. Ese hecho también influye en el trabajo de lenguaje del zapatismo.
Puede incluso verse cómo los comunicados del EZLN de los primeros días del 94 y los que fueron emitidos más adelante en el año dan paso a una modificación en el lenguaje que está buscando su acomodo y se está haciendo todavía. Es decir, se ha sumado otro elemento, aparte del indígena y del que procedía de la izquierda tradicional que bajó de la montaña: los dos últimos constituían ya una realidad compleja que otra vez se enfrentó con una realidad compleja, la de México. Y hay como una retroalimentación ­así lo vemos­, vamos tocando puertas, encontramos una abierta, nos metemos, tocamos otras y así; y en el lenguaje estamos tocando puertas y donde vemos que se abren, por ahí seguimos.
Por eso a veces nuestro discurso es muy repetitivo, pensamos que lo que nos resultó una vez y nos permitió hacernos entender va a volver a producir el mismo efecto. Desgraciadamente, no siempre es así. A veces produce el efecto contrario; otra vez lo mismo, se piensa, y más porque del zapatismo se espera siempre algo nuevo, más creativo, que no incurra en la reiteración, y para nosotros lo más cómodo es insistir con lo que sabemos ya que resultó.
A dos años de nuestra salida a la luz, ése es uno de los problemas que tenemos. Debemos seguir buscando dentro de nosotros mismos y dentro de las relaciones creadas un lenguaje que no nos haga perder el puente con la sociedad que logramos construir en los últimos dos años. Sabemos lo que no hay que hacer, es decir, repetirse, pero todavía tenemos que precisar lo que hay que hacer, y eso estamos probando. Por eso nos sirve mucho el contacto con gente que no viene de nuestra trayectoria, no me atrevería a decir de afuera porque es gente que está muy imbricada en el movimiento, pero que ve otras cosas, tiene otras experiencias, otra historia y ha hecho otro recorrido.
Eso nos ayuda a ver dónde podemos avanzar. Y en buena parte el futuro del zapatismo está en el lenguaje. No quiero decir que el zapatismo va a desaparecer, pero su futuro y su quehacer tienen que ver mucho con el quehacer de su lenguaje. Según sea el futuro de su palabra, será el futuro del EZLN. No, no el EZLN, del zapatismo, que hoy es mucho más amplio.

En su mensaje de la ceremonia de clausura del Encuentro Continental Americano por la Humanidad y contra el Neoliberalismo dijo usted que al zapatismo se le exige no que se parta en dos sino en muchos pedazos, en referencia a la satisfacción de unos y la preocupación de otros por sus intervenciones anteriores. ¿Deberá cambiar el lenguaje de sus comunicados para contentar a todos?

Tal vez convenga insistir en ese partirse en dos, en tres o en cuatro; unos esperan del zapatismo una guía, respuestas a cosas prácticas; otros, un pronunciamiento político; otros, algo que arranque una sonrisa; otros, algo que sea nuevo. Eso es algo, lo digo honestamente, que cada vez torna más difícil escribir, cada vez se siente más que estás escribiendo para agradar a alguien o algo, y se corre el riesgo de perder la frescura, la que teníamos nosotros antes, cuando escribíamos y al que le gustó, le gustó, y al que no, se chingó (se jodió).
Pero las presiones sobre el zapatismo, de las que hablé en la clausura del Encuentro, en cuestiones políticas, también se dan en cuanto al manejo del lenguaje. Qué es lo que se debe decir, qué expresión es machista o sexista, cuál es feminista, y sentimos como que nos empiezan a acorralar. Nosotros no nos alzamos en armas para esto, nosotros queríamos el uso de la palabra y escribíamos por gusto y no queremos perderlo. No queremos hacernos profesionales de la palabra, gente que exista para producir una mercancía, algo para el mercado, aunque ese mercado sea de izquierda, o sea progresista, o sea democrático, lo que sea. Para eso hay computadoras. Se las programa y sale lo que uno quiere.

Juan Gelman
Entrevista realizada por el diario "Página 12", Buenos Aires.



Régis Debray lo considera il migliore scrittore latinoamericano. Da antipodi politiche, Octavio Paz ha elogiato la sua scrittura. Ma il Subcomandante Marcos, capo militare dell'Esercito Zapatista di Liberazione Nazionale, parla con timidezza della sua condizione di scrittore. "Sarebbe più facile con un mate", ha detto in uniforme da guerrigliero e il passamontagna che lascia scoperti solo gli occhi e parte di un naso oggetto della sua costante autoironia. La maschera non attenua la chiara emanazione di gioventù. È un fenomeno raro, senza precedenti conosciuti nel mondo: la sua fama di scrittore sgorga dalla prosa che rovescia nei comunicati che firma a nome dell'EZLN. Sono testi politici che hanno portato dalla guerra reale, ad una guerra di parole; ma il Subcomandante vi aggiunge passaggi letterari nei poscritti. Qui è apparso mesi fa il personaggio di Durito, uno scarabeo che si proclama Cavaliere Errante della Selva Lacandona e ha Marcos come scudiero. Ambedue dialogano come Chisciotte e Sancho Panza sulle materie più diverse e inoltre di politica. Il Nobel messicano (Octavio Paz) ha definito Durito un'invenzione letteraria memorabile. L'intervista col Subcomandante Insurgente dell'EZLN è stata realizzata nella cornice dell'Incontro Continentale Americano per l'Umanità e contro il Neoliberalismo, in qualche posto della Selva Lacandona, e lì il capo militare zapatista ci ha rivelato che gli è sempre piaciuto scrivere.

Quando scrisse la sua prima poesia?

A 13 anni.

La ricorda?

No, ci sono cose che vale la pena dimenticare.

Non ricorda le circostanze che la spinsero a scriverla?

Sì, era malinconica, era sulla vita e la morte, un po' tetra, con le domande sul senso della vita che probabilmente si fanno tutti gli adolescenti. Frequentavo le scuole secondarie, come si dice in Argentina. Avevo già letto della poesia e quella mia poesia doveva essere molto simile a quelle che leggevo in quel periodo. Mi ricordo più o meno del tema e della circostanza un po' esistenziale, o abbastanza esistenziale, di quel momento, ma non mi ricordo affatto come recitava.

Continuò a scrivere poesia in seguito?

No. Andavo più sul racconto, alla poesia non mi dedicai quasi più. In quell'ambito culturale la poesia era molto una questione di metrica, doveva essere in rima e tutto il resto. E in questo non riuscivo molto, poiché era richiesta una certa maestria del linguaggio che appena stavo imparando, sicché mi provocavano avversione quei panni stretti, non sapevo come entrarci. Allora me la cavavo meglio col racconto. Racconti ne scrissi abbastanza. E, ovviamente, un romanzo che non ho mai finito. Come tutti gli scrittori che si vantano d'esserlo; hanno sempre un romanzo che non hanno mai finito. Ma no, la polizia, pardon la poesia non mi andava, e la polizia neanche.

Ma ha scritto poesia negli ultimi anni?

Ne ho scritta nel periodo della montagna, nei dieci anni che abbiamo passato lassù, soprattutto nei primi anni 1984/1985 che furono molto solitari, poesia che aveva pretese d'essere politica. Tentando un po' di giocare allo specchio o di aiutare noi stessi, perché eravamo quasi una piccola combriccola che voleva cambiare il mondo; affermando che sì, valeva la pena quello che volevamo fare, o quello che ci preparavamo a fare, benché allora ancora non sapessimo cosa ci apprestavamo a fare.
Organizzavamo delle riunioni culturali tutti i lunedì di ogni settimana: il gruppo di combattenti si univa in quello che chiamavamo la cellula culturale e si recitavano poesie, si cantava, si rappresentavano opere teatrali. L'unico libro che avevamo, quando io ero capitano, era un'antologia di Miguel Hernández. C'erano più riunioni culturali che poesie nel libro sicchè questo ben presto finì. "Scrivi qualcosa", mi dicevano i compagni, e così le prime poesie che scrissi in quel periodo erano piuttosto a comando. Ed erano poesie così, cioè, rudimentali o convenzionali come possono esserlo le poesie su richiesta.
Dopo di che ne scrissi ancora qualcuna per gusto, per voglia, e ritornai un'altra volta al racconto e alle narrazioni brevi come le "Istruzioni per cambiare il mondo" o le "Istruzioni per cadere ed alzarsi", tutto ciò con molta influenza di Cortázar; un suo libro era tra l'altro fra quelli che mi portavo dietro. Ma della poesia ho avuto sempre molto timore. Come dice Durito, la distanza tra la pacchianeria e il sublime è molto sottile; io dico a Durito che non la conosco perché non sono riuscito ad attraversarla, mi trovo ancora dalla parte del pacchiano. Cosicché per arrivare al sublime... Tentai qualcosa in poesia quando incominciammo a prendere contatto con le comunità indigene.
L'uso del linguaggio che essi fanno, la descrizione della realtà, della loro realtà, del loro mondo, ha molti elementi poetici. Questo ha come deviato la traiettoria culturale normale o tradizionale che io portavo riguardo alla letteratura ed ha fatto sì che incominciasse a prodursi quello strano miscuglio che poi venne fuori nei comunicati dell'EZLN di quel '94. Era un po' come dibattersi tra le radici indigene del movimento e l'elemento urbano. È questo è tutto ciò che potrei dire su quella scelta stilistica, ma sì, mi è sempre piaciuto scrivere. Non mostravo ovviamente quello che scrivevo, scrivevo solo per me stesso.

Octavio Paz dice che Durito è un'invenzione memorabile.

Questo è ingiusto, Durito protesta. Dice che lui non è un'invenzione, che è reale e che, in ogni caso, l'invenzione sono io.

Continua a leggere poesia?

Sì, come no. In alcuno dei comunicati racconto la storia di una bambina che morì, Paticha, spiegando un po' con questo gli inesistenti, i non-nati. In realtà, questo mi viene dalla lettura di una poesia di un argentino che parla di una bambina. Lei si ricorda di questa poesia? Come si intitola?

Non so di che poesia parla.

Ma se è sua.

Ci sono cose delle quali uno preferisce dimenticarsi, l'ha detto lei.

No, è buona quella poesia. La trovai in un'antologia di poesia latinoamericana, assieme ad un altro suo testo. Non mi ricordo come si intitola, ma parla di una bambina che, obbligata dalle condizioni sociali, commette un crimine.

Sarà "María la domestica"?

Vai, era proprio quella. La sua struttura ispirò la forma letteraria della storia di Paticha. La storia è reale, ma la sua rappresentazione ha molta vicinanza con "María la domestica". Ed in alcune delle storie che racconto, che noi raccontiamo, appaiono elementi poetici - intendo, nel mio caso, di Miguel Hernández, e del Neruda del Canto general soprattutto, un libro che influenzò molto molti di noi sulla montagna e che pure era di quelli che portavamo con noi. Non abbiamo conosciuto poesia più recente fino a quando non siamo scesi.

E Pessoa?

Pessoa lo abbiamo scoperto scendendo dalla montagna, dal 94 in qua, in libri che ci hanno regalato. Ma questa è una novità. La poesia che frequentavamo noi era quella che si considerava poesia sociale o di compromesso. Che è quella che ci piaceva, perché ci ritrovavamo in quella. O quella ancor più lontana dei classici come Shakespeare, quella sì. Ma della poesia contemporanea solo quella che aveva contenuto sociale; quella che non lo era, ci sembrava non servisse, che fosse controrivoluzionaria, piccoloborghese, eccetera...

La pensa ancora così?

Evidentemente no.

E che cosa pensa?

Ci rendiamo ora conto che furono quegli elementi, e non quelli schematici, non quelli tradizionali rispetto alla cultura di sinistra nella quale ci siamo formati, specialmente della sinistra clandestina, quella dei sotterranei, quelli che c'aprirono finestre. Quello che ci salvò come progetto sociale, come progetto politico e, soprattutto, come esseri umani, furono quelle finestre aperte, quelle supposte "macchie" per un rivoluzionario inquadrato, le stesse che ci portavano a dire scherzando che per essere quadri rivoluzionari eravamo abbastanza rotondi. Non rispondevamo agli schemi, e pertanto eravamo rifiutati.
Quella cultura, quella letteratura hanno un proprio posto, hanno un proprio spazio e non possono essere catalogate secondo gli stampi che c'insegnarono per cui la poesia è solamente la poesia rivoluzionaria di "Patria o morte, vinceremo", o quella che descrive una situazione sociale. C'è una poesia che lavora sul linguaggio stesso e non gli importa tanto quello che dice bensì il maneggio del linguaggio; c'è una poesia che esprime sentimenti o questioni esistenziali quotidiane; c'è poesia di molti tipi.
Come dire? Lo schema politico col quale eravamo cresciuti aveva il suo referente o il suo equivalente in uno schema culturale, in uno schema ideologico e perfino in uno schema morale che indicava che cosa era buono e cosa cattivo: buono è tutto quello che serve alla rivoluzione, cattivo è tutto quello che va contro la rivoluzione. Ma con ciò non si risolveva il problema del buono e del cattivo, in questo modo lo si stava solo evitando. E questo succedeva non solo con la letteratura, ma anche con la musica, cioè, quale dovevamo ascoltare o quale doveva piacerci, perché di questo si trattava; di nuovo doveva essere la musica di contenuto sociale o la musica rivoluzionaria, come dicevamo noi.
E l'altra perciò era musica estraniante, alienante, eccetera. Benché ci piacesse, dovevamo tacere e dire che quella buona era la musica di contenuto sociale. Questa concezione influiva perfino nelle conversazioni del (gruppo) collettivo. Il collettivo di montagna è un insieme molto solitario, sottoposto a condizioni molto dure che tende a chiudersi, a diventare forte per poter resistere, aiutandosi l'uno con l'altro. Allora la nostalgia era proibita; in ogni caso, manifestarla. Non è che ci fosse una legge, ma quando si notavano sintomi di demoralizzazione in un compagno bisognava aiutarlo spiegandogli, per esempio, che il proletariato, per una decisione storica, doveva assumere i suoi obiettivi, eccetera.

È come supporre che certe cose smettano di esistere non usando le parole che le nominano.

Sì, era una specie di realismo socialista, ma in piccolo. Sto parlando di una colonna formata da dodici uomini. Dodici nelle "grandi feste", come dicevamo quando ci riunivamo, perché in realtà ci spaccavamo in unità di quattro. Quello schema rigido invadeva tutto quello che era la vita dell'accampamento guerrigliero. Non si conversava sulla famiglia, perché questo ti riportava al punto di partenza. Neanche sulle aspettative personali: uno non poteva immaginarsi in futuro come un uomo ordinario, o poteva, ma non doveva dirlo.
Dire, per esempio, quando tutto questo finalmente finirà voglio dedicarmi a fare l'autista; no, che dici, ti rispondevano, questo è controrivoluzionario, devi collocarti in un'ottica rivoluzionaria, continuare in questo modo o farlo come il Che, andartene in un altro paese e continuare la lotta, eccetera.

Prima lei ha evocato un problema che ha a che vedere con quello che sta esponendo ora: quello del contatto con la cultura indigena. Quel contatto aiutò o magari obbligò a modificare stereotipi, e non solo dal punto di vista dei contenuti, ma anche in quello che si riferisce alla lingua? Perché chi ha modo di visitare il Chapas resta sorpreso dal castigliano che parlano gli indigeni, pieno di locuzioni e concordanze desuete. Qualcosa di simile successe in Guatemala quando gli indigeni, dopo più di quattro secoli di sofferenza per la dominazione bianca, incominciarono a parlare il castigliano e produssero rotture sintattiche straordinarie e molto brillanti. Che cosa pensa di questo? Che cosa accadde in proposito?

In realtà, quasi nessuno tocca quello tema. Noi allora notavamo che la concezione politica di quel che era l'EZLN sbatteva con la concezione politica delle comunità indigene e si modificava. Ci furono anche effetti nella faccenda culturale dell'EZLN che aveva già una vita culturale abbastanza intensa per un'unità guerrigliera. Non ci confrontammo solo con le lingue indigene, ma anche con il loro uso e con la forma di appropriazione dello spagnolo. Gli indigeni non si appropriano di concetti, ma di parole, e traducono la loro visione con un uso del linguaggio molto ricco, come dire "sta triste il mio cuore" per "mi sento male", o dire "duole il cuore" e indicarsi la pancia che sta vicino. All'improvviso qualcuno si ammalava e diceva muoio ed all'inizio uno pensava che, in effetti, stava per morire; e quando poi lo rivedeva non era altro che un dolore addominale.
Ma così si sentiva. Ci trovavamo con gli indigeni che maneggiavano il linguaggio con molto attaccamento al significato delle cose ed all'uso anche di immagini. Dovevamo imparare quell'altro uso del linguaggio per poter comunicare con loro, e loro con noi, cosa questa che incominciò a produrre effetti nel nostro modo di parlare. E di scrivere. Arrivò un momento in cui stavamo parlando "chueco", come dicevamo noi, a volte anteponendo un aggettivo, altre non nominando una cosa se non alludendo ad essa come a un'immagine, e accadde così che "cagliò", si formò il nostro modo, il modo di parlare degli zapatisti, e questo ci rese perfettamente identificabili. Chiaro, nessuno ci andava cercando, ma nelle comunità si sapeva chi era zapatista per il modo che aveva di parlare, perfino per come spiegava la politica e spiegava la guerra che allora era appena un futuro incerto.
Molti hanno percepito gli effetti del contatto con le comunità nella politica e nell'organizzazione degli neozapatisti, ma nessuno o pochi sono quelli che si sono resi conto delle conseguenze dello scontro culturale che tuttavia richiama anche l'attenzione sul neozapatismo. Mi riferisco all'uso del linguaggio in relazione con la politica. Questo è come noi vediamo le cose, ma è molto difficile riflettere da dentro, ci manca distanza e ci manca tempo per vedere come tutto questo si sia dato. Abbiamo bisogno di un esterno, un outsider, per poterlo comprendere. Noi non possiamo spiegare che cos'è ciò che ha reso possibile tutto questo. Sappiamo che lo stiamo facendo e diciamo "qualcosa qui sta accadendo", ma non abbiamo pensato ancora a quello che realmente è successo affinché potesse prodursi lo zapatismo del 1994. Bisogna anche considerare come lo zapatismo si sia messo in contatto con la società civile, cioè con quel Messico che non aveva niente a che vedere né col nemico né col compagno. Anche questo fatto ha avuto influenza nel lavoro sul linguaggio dello zapatismo.
Si può perfino notare come i comunicati dell'EZLN dei primi giorni del 94 e quelli che furono emessi più avanti nell'anno cedano il passo ad una modificazione nel linguaggio che sta cercando il suo impiego e si sta ancora facendo. Cioè, si è sommato un altro elemento, oltre a quello indigeno e quello di provenienza della sinistra tradizionale che scese dalla montagna: i due ultimi costituivano già una realtà complessa che si confrontò un'altra volta con una realtà complessa, quella del Messico. E si ha in questo modo la retroazione che si può vedere, continuiamo a bussare a porte, ne troviamo una aperta, ci infiliamo, tocchiamo altre e così via; e nel linguaggio stiamo bussando a delle porte e dove vediamo che si aprono, per di là continuiamo.
Per questo motivo a volte il nostro discorso è molto ripetitivo, pensiamo che quello che ci è riuscito una volta e ci ha permesso di farci capire possa tornare a produrre lo stesso effetto. Disgraziatamente, non è sempre così. A volte produce l'effetto contrario; un'altra volta la stessa solfa, si pensa, e più ancora perché dallo zapatismo ci si aspetta sempre qualcosa di nuovo, di più creativo, che non incorra nella ripetizione, e invece per noi la cosa più comoda è insistere con quello che sappiamo già aver prodotto esito.
A due anni della nostra uscita alla luce, questo è uno dei problemi che abbiamo. Dobbiamo continuare a cercare dentro noi stessi e dentro le relazioni che abbiamo creato un linguaggio che non ci faccia perdere il ponte con la società che siamo riusciti a costruire negli ultimi due anni. Sappiamo cioè quello che non bisogna fare, ripetersi, ma ancora dobbiamo precisare quello che bisogna fare, e questo è quello stiamo provando a fare. Per questo motivo ci serve molto il contatto con gente che non viene dalla nostra traiettoria, non oserei dire di fuori perché è gente che è comunque molto coinvolta nel movimento, ma che veda altre cose, che abbia altre esperienze, un'altra storia e abbia fatto un altro percorso.
Questo ci aiuta a vedere dove possiamo avanzare. Ed in buona parte il futuro dello zapatismo sta nel linguaggio. Non voglio dire che lo zapatismo sparirà, ma il suo futuro e la sua sorte devono avere molto a che vedere con la faccenda del suo linguaggio. Come sarà il futuro della sua parola, così sarà il futuro dell'EZLN. No, non dell'EZLN, dello zapatismo, che oggi è molto più ampio.

Nel suo messaggio della cerimonia di chiusura dell'Incontro Continentale Americano per l'Umanità e contro il Neoliberalismo lei disse che è giusto che lo zapatismo non si spacchi in due bensì in molti pezzi, in riferimento alla soddisfazione di alcuni e la preoccupazione di altri per i suoi interventi precedenti. Il linguaggio dei suoi comunicati dovrà cambiare per accontentare tutti?

Forse converrà insistere su quello spaccarsi in due, in tre o in quattro; alcuni si aspettano dallo zapatismo una guida, risposte a cose pratiche; altri, un pronunciamento politico; altri, qualcosa che strappi un sorriso; altri ancora, qualcosa che sia nuovo. Questo è un qualcosa, lo dico onestamente, che ogni volta diventa più difficile scrivere, ogni volta di più si avverte che stai scrivendo per piacere a qualcuno o qualcosa, e si corre il rischio di perdere la freschezza, quella che avevamo prima, quando scrivevamo e a chi piaceva piaceva, ed a chi no s'attaccava (s'incazzava).
Ma anche le pressioni sullo zapatismo, delle quali ho parlato in chiusura dell'Incontro, nelle questioni politiche si danno ancora a proposito dell'uso del linguaggio. Che cos'è che si deve dire, che espressione è maschilista o sessista, qual è femminista, e sentiamo che è come se incominciassero a rinchiuderci. Noi non ci sollevammo in armi per questo, noi volevamo l'uso della parola e scrivevamo per gusto e non vogliamo perderlo. Non vogliamo farci professionisti della parola, gente che esiste per produrre una merce, qualcosa per il mercato, benché questo mercato sia di sinistra, cioè progressista, cioè democratico, quello che sia. Per questo ci sono già i computer. Si lancia un certo programma ed esce quello che uno vuole.

Juan Gelman

Intervista realizzata per il giornale "Página 12", Buenos Aires.

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