Hemos venido desde diversos países, y estamos aquí, reunidos a la sombra generosa de Pablo Neruda: estamos aquí para acompañar al pueblo de Chile, que dice no.
También nosotros decimos no.
Nosotros decimos no al elogio del dinero y de la muerte. Decimos no a un sistema que pone precio a las cosas y a la gente, donde el que más tiene es el que más vale, y decimos no a un mundo que destina a las armas de guerra dos millones de dólares cada minuto, mientras cada minuto mata treinta niños por hambre o enfermedad curable. La bomba de neutrones que salva a las cosas y aniquila a la gente, es un perfecto símbolo de nuestro tiempo.
Para el asesino sistema que convierte en objetivos militares a las estrellas de la noche, el ser humano no es más que un factor de producción y de consumo y un objeto de uso; el tiempo, no más que un recurso económico; y el planeta entero una fuente de renta que debe rendir hasta la última gota de su jugo. Se multiplica la pobreza para multiplicar la riqueza, y se multiplican las armas que custodian esa riqueza, riqueza de poquitos , y que mantienen a raya la pobreza de todos los demás, y también se multiplica, mientras tanto la soledad: nosotros decimos no a un sistema que no da de comer ni da de amar, que a muchos condena al hambre de comida y a muchos más al hambre de abrazos.
Decimos no a la mentira.
La cultura dominante, que los grandes medios de comunicación irradian en escala universal, nos invita a confundir el mundo con un supermercados o una pista de carreras, donde el prójimo puede ser una mercancía o un competidor, pero jamás un hermano.
Esa mentirosa cultura, que cursimente especula con el amor humano para arrancarle plusvalía, es en realidad una cultura del desvínculo: tiene por dioses a los ganadores, los exitosos dueños del dinero y el poder, y por héroes a los uniformados rambos que les cuidan las espaldas aplicando la Doctrina de Seguridad Nacional.
Por lo que dice y por lo que calla, la cultura dominante miente que la pobreza de los pobres no es un resultado de la riqueza de los ricos, sino que es hija de nadie, proviene de la oreja de una cabra o de la voluntad de Dios, que hizo a los pobres perezosos y burros. De la misma manera, la humillación de unos hombres por otros no tiene porqué motivar la solidaria indignación o el escándalo, porque pertenece al orden natural de las cosas: las dictaduras latinoamericanas, pongamos por caso, forman parte de nuestra exhuberante naturaleza y no del sistema imperialista del poder.
El desprecio traiciona la historia y mutila al mundo. Los poderosos fabricantes de opinión nos tratan como si no existiéramos, o como si fuéramos sombras bobas. La herencia colonial obliga al llamado Tercer mundo, habitado por gente de tercera categoría, a que acepte como propia la memoria de sus vencedores y a que compre la mentira ajena para usarla como si fuera la propia verdad. Nos premian la obediencia, nos castigan la inteligencia y nos desalientan la energía creadora. Somos opinados, pero no podemos ser opinadores. Tenemos derecho al eco, no a la voz, y los que mandan elogian nuestro talento de papagayos. Nosotros decimos no: nos negamos a aceptar esta mediocridad como destino.
Nosotros decimos no al miedo.
No al miedo de decir, al miedo de hacer, al miedo de ser. El colonialismo visible prohibe decir, prohibe hacer, prohibe ser. El colonialismo invisible, más eficaz, nos convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser. El miedo se disfraza de realismo: para que la realidad no sea irreal, nos dicen los ideólogos de la impotencia, la moral ha de ser inmoral. Ante la indignidad, ante la miseria, ante la mentira, no tenemos más remedio que la resignación. Signados por la fatalidad, nacemos haraganes, irresponsables, violentos, tontos, pintorescos y condenados a la tutela militar. A lo sumo, podemos aspirar a convertirnos en prisioneros de buena conducta, capaces de pagar puntualmente los intereses de una descomunal deuda externa contraída para financiar el lujo que nos humilla y el garrote que nos golpea.
Y en este cuadro de cosas, nosotros decimos no a la neutralidad de la palabra humana. Decimos no a quienes nos invitan a lavarnos las manos ante las cotidianas crucifixiones que ocurren a nuestro alrededor. A la aburrida fascinación de un arte frío, indiferente, contemplador del espejo, preferimos un arte caliente, que celebra la aventura humana en el mundo y en ella participa, un arte irremediablemente enamorado y peleón. ¿Sería bella la belleza si no fuera justa?, Sería justa la justicia si no fuera bella?. Nosotros decimos no al divorcio de la belleza y de la justicia, porque decimos sí a su abrazo poderoso y fecundo.
Ocurre que decimos no, y diciendo no estamos diciendo sí.
Diciendo no a las dictaduras, y no a las dictaduras disfrazadas de democracias, nosotros estamos diciendo sía la lucha por la democracia verdadera, que a nadie negará el pan ni la palabra y que será hermosa y peligrosa como un poema de Neruda o una canción de Violeta.
Diciendo no al devastador imperio de la codicia, que tiene su centro en el norte de América, nosotros estamos diciendo sía otra América posible, que nacerá de la más antigua de las tradiciones americanas, la tradición comunitaria: la tradición comunitaria que los indios de Chile defienden, desesperadamente, de derrota en derrota, desde hace cinco siglos.
Diciendo no a la paz sin dignidad, estamos diciendo síal sagrado derecho de rebelión contra la injusticia y su larga historia, larga como la historia de la resistencia popular en el largo mapa de Chile.
Diciendo no a la libertad del dinero, nosotros estamos diciendo sía la libertad de las personas: libertad maltratada y lastimada, mil veces caída, como Chile, y como Chile, mil veces alzada.
Diciendo no al egoísmo suicida de los poderosos, que han convertido al mundo en un vasto cuartel, nosotros estamos diciendo sía la solidaridad humana, que nos da sentido universal y confirma la fuerza de fraternidades más poderosas que todas las fronteras con todos sus guardianes: esa fuerza que nos invade, como la música de Chile, y como el vino de Chile nos abraza.
Y diciendo no al triste encanto del desencanto, nosotros estamos diciendo sía la esperanza, la esperanza hambrienta y loca y amante y amada, como Chile: la esperanza obstinada como los hijos de Chile rompiendo la noche.
Eduardo Galeano
Siamo venuti da diversi paesi, e siamo qui, riuniti all'ombra generosa di Pablo Neruda: siamo qui per unirci al popolo del Cile che dice no.
Anche noi diciamo no.
Diciamo non all'elogio del denaro e della morte. Diciamo no ad un sistema che dà un prezzo alle cose e alla gente, dove chi più ha più vale, e diciamo no ad un mondo che destina alle armi da guerra due milioni di dollari al minuto, mentre ogni minuto ammazza trenta bambini per fame o malattie curabili. La bomba ai neutroni che salva le cose ed annichilisce la gente è un perfetto simbolo del nostro tempo.
Per il sistema assassino che trasforma in obiettivi militari le stelle della notte, l'essere umano non è altro che un fattore di produzione e di consumo ed un oggetto d'uso; il tempo non più che una risorsa economica; ed il pianeta intero una fonte di reddito che deve rendere fino all'ultima goccia del suo succo. Si accresce la povertà per aumentare la ricchezza, e si moltiplicano le armi che custodiscono quella ricchezza, ricchezza di pochissimi, e che tengono in riga la povertà di tutti gli altri, e si moltiplica anche, nel frattempo, la solitudine: noi diciamo no ad un sistema che non dà da mangiare né dà da amare, che condanna alla fame di cibo e molti di più alla fame di abbracci.
Diciamo no alla bugia.
La cultura dominante che i grandi mezzi di comunicazione di massa diffondono su scala universale ci invita a confondere il mondo con un supermercato o un circuito da corsa, dove il prossimo può essere una merce o un competitore, ma mai un fratello.
Questa cultura bugiarda che sfrontatamente specula con l'amore umano per strappargli plusvalore, è in realtà una cultura del disimpegno: ha per divinità i vincenti, quelli di successo pieni di soldi ed il potere, e per eroi i rambo in uniforme che gli guardano le spalle applicando la Dottrina della Sicurezza Nazionale.
Per quello che dice e per quello che tace, la cultura dominante mente sul fatto che la miseria dei poveri non è risultato dell'agiatezza dei ricchi, ma è figlia di nessuno, proviene dall'orecchio di una capra o dalla volontà di Dio che fece i poveri pigri e asini. Allo stesso modo, l'umiliazione di alcuni uomini da parte di altri non sarebbe motivo tale da suscitare la solidale indignazione o lo scandalo, perché appartiene all'ordine naturale delle cose: le dittature latinoamericane, mettiamo caso, fanno parte della nostra esuberante natura e non del sistema imperialista del potere.
Il disprezzo tradisce la storia e mutila il mondo. I potenti fabbricanti d'opinione ci trattano come se non esistessimo, o come se fossimo ombre sciocche. L'eredità coloniale obbliga il cosiddetto Terzo mondo, abitato da gente di terza categoria, ad accettare come propria la memoria dei suoi vincitori affinchè compri la bugia altrui per usarla come fosse la propria verità. Ci premiano l'obbedienza, ci puniscono l'intelligenza e ci scoraggiano l'energia creativa. Siamo pensati, ma non possiamo essere pensatori. Abbiamo diritto all'eco, non alla voce, e quelli che comandano elogiano il nostro talento di pappagalli. Noi diciamo no: ci rifiutiamo di accettare questa mediocrità come destino.
Noi diciamo no alla paura.
No alla paura di dire, alla paura di fare, alla paura di essere. Il colonialismo visibile proibisce di dire, proibisce di fare, proibisce di essere. Il colonialismo invisibile, più efficace, ci convince che non si può dire, non si può fare, non si può essere. La paura si maschera da realismo: affinché la realtà non sia irreale, ci dicono gli ideologi dell'impotenza, la morale dev'essere immorale. Davanti all'indegnità, davanti alla miseria, davanti alla bugia, non abbiamo altro rimedio che la rassegnazione. Segnati dalla fatalità, nasciamo fannulloni, irresponsabili, violenti, tonti, pittoreschi e condannati alla tutela militare. Al massimo, possiamo aspirare a trasformarci in prigionieri di buona condotta, capaci di pagare puntualmente gli interessi di un enorme debito estero contratto per finanziare il lusso che ci umilia ed il bastone che ci batte.
Ed in questo quadro di cose, noi diciamo no alla neutralità della parola umana. Diciamo no a quanti ci invitano a lavarci le mani davanti alle quotidiane crocifissioni che succedono intorno a noi. Al noioso fascino di un'arte fredda, indifferente, contemplatrice di sé allo specchio, preferiamo un'arte calda, che celebra l'avventura umana nel mondo ed è partecipe di essa, un'arte irrimediabilmente innamorata e ribelle. Sarebbe bella la bellezza se non fosse giusta?, Sarebbe giusta la giustizia se non fosse bella?. Noi diciamo no al divorzio della bellezza e della giustizia, perché diciamo sì al loro abbraccio poderoso e fecondo.
Si dà il caso che diciamo no, e dicendo no stiamo dicendo anche sì.
Dicendo no alle dittature, e no alle dittature mascherate da democrazie, noi stiamo dicendo sì alla lotta per la democrazia vera che non negherà il pane né la parola a nessuno e che sarà bella e pericolosa come un poema di Neruda o una canzone di Violeta.
Dicendo no al devastatore impero dell'avidità che ha il suo centro nel nord dell'America, noi stiamo dicendo sì a un'altra America possibile che nascerà dalla più antica delle tradizioni americane, la tradizione comunitaria: la tradizione comunitaria che gli indios del Cile difendono, disperatamente, di sconfitta in sconfitta, da cinque secoli.
Dicendo no alla pace senza dignità, stiamo dicendo sì al sacro diritto di ribellione contro l'ingiustizia e la sua lunga storia, lunga come la storia della resistenza popolare nella lunga mappa del Cile.
Dicendo no alla libertà del denaro, noi stiamo dicendo sì alla libertà delle persone: libertà picchiata e ferita, mille volte caduta, come Cile, e come Cile, mille volte in piedi.
Dicendo no all'egoismo suicida dei potenti che hanno trasformato il mondo in una enorme caserma, noi stiamo dicendo sì la solidarietà umana che ci dà senso universale e conferma la forza di fraternità più poderosa di tutte le frontiere con tutti i loro guardiani: quella forza che c'invade, come la musica del Cile, e come il vino del Cile ci abbraccia.
E dicendo no al triste incantesimo della delusione, noi stiamo dicendo sì alla speranza, la speranza affamata e matta ed amante ed amata, come Cile: la speranza ostinata come i figli del Cile che frantumano la notte.
Eduardo Galeano
quanto mi piace eduardo galeano , tu non puoi avere idea...e quanto ti ringrazio di farmelo vivere , tu non hai idea....
RispondiEliminaGRAZIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
ciao preziosissimo Paul...bello come una miniera di pietre tormaline, quarzi citrini, ametiste e malachite
ps ...e grazie della musica , delle poesie , di tutto tutto tutto
:-))))))))))
Eduardo Galeano è uno di quelli che la Revoluciòn Humanista l'hanno iniziata da tempo (e per tempo), uno di quei modelli di pensiero e comportamento cui guardare per trarre insegnamento ed esempio.
RispondiEliminaSono fermamente convinto che le frequentazioni - reali, intellettuali o virtuali - condizionino il nostro modo di vedere, sentire ed agire.
E sono convinto che, frequentando nella realtà o nel web persone degne, si riesca ad illuminare di nuovo senso e speranza la nostra vita ed il nostro "modo di viverla".
Dobbiamo essere per questo tutti grati a don Eduardo, e ai molti come lui. Perché rappresentano la voce discorde, un pensiero miliare, il sentiero di umanità da seguire nella confusione e nel mercimonio di valori, principi e ideali. Rappresentano la "possibilità" che non muore, la speranza di un futuro altro e migliore. Sono i nostri custodi di senso, gli apostoli del nostro credo. Sono quelli che ci consentono di rivendicare, ancora e sempre, il diritto alla Utopia.
Ciao, D.
Ps Ti ringrazio ancora dei complimenti, ma... non li merito e (veramente!) mi imbarazzano. Magari fossi una miniera tanto preziosa! Credimi, c'è tanto da scavare in me, e sono solo a farlo da una vita. Non ci sono da trovare tutte le gioie che dici, ma solo un piccolissimo diamante. Come tutti i diamanti non è che un pezzo di carbone grezzo che s'è fatto brillante a furia di tempo e pressione. E' ben nascosto, difficile da vedere, difficile da trovare... E' il mio cuore. Il resto è solo terra.