VI. Mirar el Azul



Ni el Centro ni la Periferia

VI. Mirar el Azul

El Calendario y la Geografìa de Memoria

Si para los de arriba, los de abajo somos sólo insectos...¡Piquémosles!”. Don Durito de La Lacandona.

No pocas veces hemos dicho que nuestro alzamiento zapatista es contra el olvido. Permítanme entonces hacer un poco de memoria. Hace unas lunas, de paso por una de las zonas del irregular territorio zapatista, nos reunimos un grupo de oficiales insurgentes y Comandantes y Comandantas para ver algunos problemas.
Uno de estos asuntos era que hace muchos años, a petición de uno de los mandos de zona, algunos pueblos habían aportado algo para levantar una cooperativa que, se les dijo, tiempo después les repondría lo que habían dado.
Por supuesto, como siempre pasa cuando hay un error, nadie se acordaba quién había hecho la solicitud, cuánto había sido lo aportado, de quien, qué había pasado con la cooperativa, etcétera. A la hora de determinar las responsabilidades llegábamos a un hoyo negro.“La problema”, dijo uno de los oficiales insurgentes, “es que nosotros no muy nos acordamos cómo mero fue. Pero los pueblos sí lo acuerdan todo y están encabronados porque no se les dan cuentas
Esa es la problema. Los pueblos no olvidan nada”.
Lo que iba a decir yo, lo dijo otro oficial: “¿Cómo que eso es la problema? Al revés, eso es nuestra fuerza. Si los pueblos olvidaran, acaso estarían en la lucha.”
Eso”, respondió el primer oficial.
Miré a los Comandantes y Comandantas. No fue necesario preguntar nada, ahí mismo me dijeron: “Queremos que la Comandancia General investiga para que se soluciona la problema”. “Ta bueno”, les dije. Di las indicaciones para que se buscara a Elías Contreras y se le pasaran todos los datos que había.
No pasaron muchos días cuando llegó el informe de Elías. En efecto, en una de esas raras temporadas de baja presión militar, el mando de zona, previendo que eso no duraría mucho, propuso que se hiciera una cooperativa para tener algo cuando volviera a apretar el cerco. El CCRI de esa zona estuvo de acuerdo y se le propuso a algunos pueblos, mismos que aceptaron. Llegó, en efecto, el tiempo de la presión militar y todo lo que había acumulado la cooperativa se envió a los pueblos que estaban recibiendo desplazados. Hasta ahí todo limpio y sin problemas. Pero… Cito parte del informa de Elías Contreras:
La problema Sup es que ni el mando ni los comités les informaron a los pueblos. Entonces ya pasaron ya unos años, no muchos pero no pocos, y los pueblos lo acordaron de eso y están pidiendo que la Comandancia General vea qué pasó para que no pasa como con los priyistas que hacen sus tarugadas y nomás no informan. Aparte te pongo mi pensamiento. Bueno Sup, pues claro te digo que como quien dice que la cagaron, porque puede que en veces no hay buena comida, o no hay ropas, o no hay medicinas, o de plano parece que no pasa el día con todas las problemas que hay, pero nunca falta la memoria.”
Se repartieron las sanciones que a cada quien tocaban, se hizo el informe a los pueblos y se dieron indicaciones para que se hiciera un censo de quienes y cuánto habían aportado y se dispuso que, del fondo de guerra, se les reintegrara lo que habían dado.
Se fueron las comisiones a los pueblos en cuestión. Al poco regresaron e informaron. Todo quedó cabal, menos en el pueblo de San Tito. Y es que un compañero, que ya es de edad, se negó a recibir la reposición de lo que había aportado. Le explicaron una y otra vez y el compa se trincó en que no recibía y no. Las comisiones pasaron tres días con sus noches y nada que lo convencían. Como ya se tenían que regresar para los otros trabajos, le dejaron al responsable del pueblo lo que le correspondía al compa, con la recomendación de que más luego lo convenciera.
Le pregunté al oficial que acompañó a la Comisión lo que había pasado. Esto fue lo que me dijo: “Es el Chompiras. No sé si te acuerda de él, Sup. Es el que ayudó a sacar a los heridos del mercado de Ocosingo, cuando aquella vez en el 94. Y luego le mataron dos hijos cuando la traición de 95. Es de los primeros que se entró en la lucha de este lado. Lo acuerda mucho al Señor Ik. Acaso dice nada. Siempre está callado. Pero, urrr, Sup, cuando le dijimos, acaso para. Hasta nos regañó. Bien que nos dijo que él tiene la memoria más grande que cualquiera de nosotros. Que pinches chamacos, nos dijo (el oficial tiene casi 30 años). Que si acaso no sabemos que el Señor Ik explicó que la lucha no acaba hasta que se acaba y entonces ya queda todo cabal. Que él no va a recibir nada porque lo dio para la lucha y la lucha no se ha terminado.”
“¿Y qué hicieron ustedes?”, le pregunté mientras encendía la pipa. “Nada, qué vamos a hacer. Salimos corriendo porque nos corretió con el machete. Y dijo que nos va a acusar contigo que no tenemos memoria. Así dijo.
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En una de las intervenciones en este coloquio, en la de Don Jorge Alonso, se nos dijo que no hay un solo enfoque para analizar la realidad, sino que hay distintas formas de aproximarse a ella. Nosotros queremos aprovechar la doble cercanía de Jean Robert y de John Berger, que algo saben de eso, para tomar esa acertada aseveración y hablar de la mirada. Más bien de dos grandes miradas y de los privilegios de la una sobre la otra. Me refiero a la mirada a los zapatistas y a la mirada de los zapatistas. Se puede achacar a su formación, a su historia, a su lucidez o a esa extraña sensibilidad que luego aparece de tanto en tanto en algunas personas, pero hay una enorme diferencia en la manera en que nos ven a nosotros, a nosotras las zapatistas, aquellas personas que trabajan directamente con comunidades indígenas y aquellas otras que nos ven desde lejos, es decir, desde otra realidad.
No me refiero a su forma indulgente o no, cuestionadora o no, definidora o no, de mirarnos. Sino a la parte nuestra que eligen para hacerlo y a la actitud con la que lo hacen. Andrés Aubry, cuya historia acá nos convoca, tenía su forma de mirarnos, es decir, elegía una parte de lo que somos para vernos. Las dos últimas veces que lo vi lo describen: En la una, en una reunión privada junto con Jérome Baschet, hablamos de libros y otros absurdos. Aubry estaba desenvuelto, elocuente, como con amigos.
En la otra, en aquella mesa redonda donde lanzó una de las críticas más severas y certeras que yo haya escuchado en contra de la academia, André volteaba una y otra vez hacia atrás, hacia sus espaldas, donde varios cientos de compañeras y compañeros, autoridades autónomas, responsables de comisiones y mandos organizativos de los 5 caracoles, escuchaban en silencio. Andrés estaba nervioso, inquieto, como ante severos jueces o sinodales. Desde el otro extremo de la mesa, lo miré y lo entendí.
Hay quien se preocupa por la valoración que en la academia se haga de sus planteamientos. A Aubry eso le tenía sin cuidado. Era la valoración de las zapatistas, de los zapatistas, lo que le preocupaba.
Era el mismo Andrés Aubry que, en aquella Marcha del Color de la Tierra del calendario de 2001, no miraba hacia los templetes que se fueron sucediendo en la geografía que recorrimos. Tampoco a las multitudes que acudían a los actos. Miraba, en cambio, a los pequeños grupos que, dispersos a lo largo de caminos y carreteras, se asomaban nomás a vernos pasar o a mandar un saludo.
Todavía cuando se estaba en el estira y afloja de concederle o no la palabra en el Congreso de la Unión a una mujer indígena sin rostro, Aubry dio con la clave de un calendario posterior cuando dijo, palabras más, palabras menos, “la marcha, no esto, la marcha allá, en las serranías, en los pequeños poblados, en quienes no hablan, van a pasar cosas”.
Andrés Aubry no nos miraba como sí lo hacen otras personas que trabajan en comunidades o con indígenas, es decir, como los perpetuos evangelizados, los eternos niños y niñas sin importar los calendarios que pasen, las hijas e hijos que avergüenzan o enorgullecen a los padres, o los espejos que de una misma, uno mismo, se cuelgan para tapar la vida propia de los otros, las otras, con quienes nos contactamos, espejos que se muestran o no dependiendo del auditorio o la coyuntura, con una especie de oportunismo de nuevo tipo. Aquellos, aquellas que escuchan alguna intervención certera o un análisis lúcido de una compañera y compañero, y, con codazos cómplices al vecino o abiertamente, dicen: “A ésa, a ése, lo formamos nosotros (así, en masculino), no los zapatistas”.
No, Aubry nos miraba como si los pueblos indios fueran un severo maestro o tutor. Como si fuera consciente de que la historia pudiera voltearse de cabeza en cualquier momento, o como si en las comunidades zapatistas ya hubiera ocurrido esto, y fueran los indígenas los evangelizadores, los maestros, y frente a ellos no valieran los doctorados en el extranjero, el alto de la pila de libros escritos, el aire descuidadamente europeo o propositivamente misionero de la vestimenta y la actitud.
Ayer aquí se dijo algo que debe haber provocado que Andrés Aubry se revolviera en la tierra que lo alberga. Se dijo que nuestros pueblos son ignorantes. No sé cómo quedamos quienes nos reconocemos como alumnos de estos pueblos “ignorantes”. Ya volveré después sobre esto. Creo, cuando lo vea se lo preguntaré, que Andrés Aubry veía la parte de los pueblos zapatistas que está vuelta hacia adentro. Como si este pueblo hubiera decidido no sólo voltear el mundo sino también su percepción, y hubiera hecho que su esencia, lo que lo define, mirara hacia dentro, no hacia afuera. Como si el pasamontañas fuera una armadura de múltiple uso: fortaleza, trinchera, espejo externo y, al mismo tiempo, cubierta de algo en gestación. En otros, otras, he reconocido esta forma de mirarnos: Ronco, Don Pablo, Jorge, Estela, Felipe, Raymundo, Carlos, Eduardo, otro, otra, nadie, por mencionar sólo a algunos. Discúlpenme si sólo aparece un nombre femenino, pero parece que en este tipo de mirada no hay cuota de género.
No todas las miradas que nos miran son tan de reconocer y agradecer como la de Aubry. También están las miradas para las que somos, ¡quién lo dijera en pleno noliberalismo!, una posibilidad de ganancia a corto, mediado o largo plazo. Las miradas del usurero político, ideológico, científico, moral, periodístico. De ellas ya hablaré después. Todos estos tipos de mirada, tan distintas unas de otras, tan diferentes a la hora de elegir la parte nuestra que miran, tienen, sin embargo, algo en común: son miradas desde fuera. Además, hay que decirlo, tienen el privilegio de ser las miradas que se difunden y se conocen en otras geografías y calendarios. Nuestra mirada, nuestro mirarlos y mirarlas, tienen en cambio el inconveniente (y al mismo tiempo la ventaja, pero de eso hablaré después) de sólo ser conocida por lo otro de afuera si ustedes lo deciden o permiten. Si nuestra mirada es de agradecimiento, de reconocimiento, de admiración, de respeto, o coincide con lo que miran, entonces sí, que se difunda, se conozca, se remarquen la sabiduría, lucidez, pertinencia.
Si en cambio es de crítica y cuestionamiento, no importan las argumentaciones y razones que se den, hay que callar esa mirada, taparla, ocultarla. Entonces se señala nuestra desubicación, nuestra intolerancia, nuestro radicalismo, nuestros errores. Bueno, no “nuestros”, sino “los errores de Marcos”, “el mal de montaña de Marcos”, “la intolerancia de Marcos”, “el radicalismo de Marcos”.
En una de las presentaciones del libro “Noches de Fuego y Desvelo” una periodista me explicaba la feroz cerrazón y la reiterada calumnia contra nuestra palabra en lugares antes abiertos y tolerantes, diciendo “es que no entienden eso de ser consecuentes”. En fin, lo que quiero señalar es que en los últimos 3 años, es la mirada de ustedes hacia nosotros la que más se ha conocido. Se han hecho fotos, películas, grabaciones, reportajes, entrevistas, crónicas, artículos, ensayos, tesis, libros, conferencias, mesas redondas con su mirada mirándonos.
No me voy a detener en señalar detalles como que algunas personas han escrito libros enteros sobre el zapatismo sin haber ido más allá de San Cristóbal de Las Casas, que algunas se presentan como que estuvieron viviendo en comunidades cuando en realidad vivían en esta fría y soberbia Jovel, o el caso extremo de Carlos Tello Díaz, que escribió una supuesta historia del EZLN con material proporcionado por los servicios de inteligencia del gobierno que, permítanme decirlo, no son nada inteligentes.
Quiero, en cambio, señalar que su mirada no sólo es desde afuera, y no sólo elige una forma de mirarnos (un enfoque, dijo Don Jorge), también elige mirar sólo una parte de lo que somos. Ayer señalé que nosotros reconocemos que no somos capaces (ni lo queremos) de abarcar todo el espectro del movimiento antisistémico en México. Me parece que su mirada mirándonos debiera reconocer que no es capaz de abarcar todo lo que fue, es, significa y representa nuestro movimiento.
No les pedimos humildad (aunque creo que a más de uno no le vendría mal recibir un taller sobre el tema), sino honestidad. La mirada de ustedes, científicos sociales, intelectuales, teóricos, analistas, artistas, es una ventana para que otras, otros, nos miren. Por lo regular no se es consciente de que esa ventana está mostrando sólo una pequeña parte de la gran casa del zapatismo, así que no vendería mal advertírselos a quienes nos miran a través suyo.
Hace unos años, una compañera ciudadana se hacía su propio recuento de la historia del zapatismo desde el 1 de enero de 1994 y decía “¡He estado en todo!”. No era cierto. En su cuenta olvidó precisar que sólo aparecían los hechos y actividades externas públicas del zapatismo.
No estaban cosas y hechos que no tienen palabras para ser descritos: la resistencia cotidiana y heroica en las comunidades, la terca paciencia de las tropas insurgentes, el callado ir y venir por nuestros territorios de los mandos organizativos. El zapatismo pues, el que sostiene y da sentido a lo que se mira, escucha, toca, gusta, habla, piensa y siente.
Sé que mi posición como Sup me da un sitio privilegiado para mirar mirándonos. Pero les soy sincero: no alcanzo a abarcar todos los detalles y, como nos confiesa el Ronco esta mañana, no dejo de asombrarme y maravillarme una y otra vez con lo poco que alcanza abarcar un corazón maltrecho, lleno remiendos y de cicatrices que, afortunadamente, no cierran.
Se los digo con ese corazón en la mano: en el zapatismo, el de la mirada no es un privilegio individual sino colectivo. Y les agrego que en nuestra mirada mirándolos a ustedes, ha habido siempre el esfuerzo por tratar de entenderlos, no de juzgarlos.
“¿Por qué?” es la pregunta que anda en nuestra mirada cuando a ustedes mira. “¿Por qué dicen eso, por qué piensan así, por qué hacen así?” La verdad es que casi siempre nuestras preguntas quedan sin respuesta, pero vaya y pase, una de cal por las que van de arena. Después de todo hay la seguridad de que con nosotras, con nosotros, siempre quedan más preguntas y dudas que certezas y respuestas.
Se los digo, pero no para pedir reciprocidad. Créanme que, en la mayoría, de sus casos, además de respeto, les guardamos gratitud. Es sólo para que miren todo lo que luego incluye, y excluye, una mirada.
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Si estoy en un error ahí lo corrigen, pero creo que fue Paul Eluard quien dijo que “Le monde est blue commme une orange”, que mi francés de sans papier traduce como “el mundo es azul como una naranja”. He visto también algunas de esas fotos que del mundo se toman desde el espacio. La tierra se mira, en efecto, azul y sí, bien podría ser una naranja. A veces, en las madrugadas que me encuentran deambulando sin reposo posible, alcanzo a treparme en una voluta de humo y, desde muy arriba, nos miro.
Créanme que lo que se alcanza ver es tan hermoso, que duele mirarlo. No digo que sea perfecto, ni acabado, ni que carezca de huecos, irregularidades, heridas por cerrar, injusticias por remediar, espacios por liberar. Pero sin embargo se mueve. Como si todo lo malo que somos y cargamos, se mezclara con lo bueno que podemos ser y el mundo entero redibujara su geografía y su tiempo se rehiciera con otro calendario. Vaya, como si otro mundo fuera posible. Vengo después acá y escucho entonces que alguien dice que nuestros pueblos son ignorantes.
Yo relleno de tabaco la pipa, la enciendo y entonces digo: ¡Carajo! ¡Qué honor el poder ser alumno de tanta y tan rica ignorancia!
Gracias de nuez.

Subcomandante Insurgente Marcos



Nè il Centro nè la Periferia

VI. Guardare l'Azzurro

Il Calendario e la Geografia della Memoria

Se per quelli in alto, noi in basso siamo solo insetti... Pungiamoli!” Don Durito della Lacandona.

Molte volte abbiamo detto che la nostra sollevazione zapatista è contro l’oblio. Permettetemi allora di andare un po’ indietro con la memoria. Alcune lune fa, percorrendo una delle zone dell’irregolare territorio zapatista, ci siamo riuniti con un gruppo di ufficiali combattenti, Comandanti e Comandante, per esaminare alcuni problemi.
Uno di questi era che molti anni fa, su richiesta di un governo di zona, alcuni villaggi avevano dato dei contributi per mettere in piedi una cooperativa che dopo un po’ di tempo, era stato detto, avrebbe loro corrisposto ciò che avevano dato.
Ovviamente, come succede ogni volta che c’è un errore, nessuno si ricordava chi aveva sollecitato la cosa, a quanto ammontavano i contributi, da parte di chi erano arrivati, come era finita con la cooperativa, eccetera. Al momento di determinare le responsabilità, siamo arrivati ad un buco nero.
Il problema” disse uno degli ufficiali combattenti, “è che noi non ci ricordiamo molto bene di come sono andate le cose. Però la gente si ricorda di tutto ed è arrabbiata perché non le diamo spiegazioni.”
Questo è il problema. Il popolo non dimentica nulla”.
Un altro ufficiale disse quello che stavo per dire io: “Come, questo è il problema? Semmai, questa è la nostra forza. Se il popolo dimenticasse, non starebbe nella lotta”.
Esatto”, rispose il primo ufficiale.
Guardai i Comandanti e le Comandante. Non fu necessario domandare niente, nello stesso momento mi dissero: “Vogliamo che il Comando Generale indaghi per risolvere il problema”. “Va bene”, dissi io. Detti indicazione di cercare Elias Contreras e di passargli tutti i dati che avevamo.
Non passarono molti giorni, quando arrivò il rapporto di Elias. In effetti, in uno di quei rari periodi di bassa pressione militare, il governo di zona, prevedendo che non sarebbe durata a lungo, propose di fare una cooperativa, per avere in mano qualcosa quando si sarebbe stretta la morsa un’altra volta. Il CCRI di quella zona era d’accordo e propose la cosa ad alcuni villaggi, ed anch’essi accettarono. Arrivò, effettivamente, il momento della pressione militare e tutto quello che aveva accumulato la cooperativa fu inviato ai villaggi che stavano accogliendo gli sfollati. Fin lì, tutto pulito e senza problemi. Però...cito parte del rapporto di Elias Contreras:
Il problema, Sub, è che né il governo né i comitati hanno informato i villaggi. Da allora sono passati alcuni anni, non molti ma neanche pochi, e i villaggi si ricordano di questa cosa e stanno chiedendo al Comando Generale di vedere cosa è successo, perché non accada come con i priisti che fanno le cose in modo rozzo e non informano. Qui, a parte, ti rimetto quello che penso io. Sub, te lo dico chiaro, hanno fatto una “cazzata”, perché può essere che a volte non ci siano cose buone da mangiare, o non ci siano vestiti, o medicine, o sembra che non passi la giornata con tutti i problemi che ci sono, però la memoria non manca mai”.
Si fece una ripartizione delle sanzioni che toccavano a ciascuno, si fece un resoconto ai villaggi e si diedero indicazioni per fare un censimento di chi aveva dato un contributo e di quanto, e si dispose che gli fosse ridato quello che aveva versato, attingendo dal fondo di guerra.
Le commissioni si recarono ai villaggi in questione. Dopo poco ritornarono e fecero il loro resoconto. Tutto era andato bene, meno che nel villaggio di San Tito. Il fatto è che un compagno, che già era in età avanzata, si era rifiutato di ricevere quello che aveva versato. Gli avevano spiegato tutta la storia più e più volte, ma il compagno si era impuntato, non avrebbe accettato e basta. Le commissioni passarono tre giorni e tre notti a cercare di convincerlo, e niente. E siccome già dovevano ritornare agli altri lavori, lasciarono la somma al responsabile del villaggio, con la raccomandazione di convincerlo.
Domandai all’ufficiale che accompagnava la Commissione cosa era successo. Questo è quello che mi disse: “Si tratta del Chompiras. Non so se ti ricordi di lui, Sub. E’ quello che aiutò a tirar fuori i feriti dal mercato di Ocosingo, quella volta nel ’94. E poi gli hanno ammazzato due figli, quando ci fu il tradimento del ’95. E’ uno dei primi che entrarono nella lotta da queste parti. Si ricorda sempre del Signor Ik. Non parla quasi mai. Sta sempre zitto. Però Sub, beh, quando gli abbiamo parlato, di colpo si è alzato in piedi. Ci ha perfino sgridato. Ci ha detto chiaro e tondo che lui ha una memoria più buona di ciascuno di noi. Maledetti ragazzini, ci ha detto (l’ufficiale ha quasi 30 anni). Che forse non sappiamo che il Signor Ik ha spiegato che la lotta non finisce, fino a quando non è finita, cioè quando già tutto va bene. Che lui non avrebbe ripreso neanche un soldo, perché lo ha dato per la lotta e la lotta non è finita”.
E voi cosa avete fatto?”, gli chiesi accendendomi la pipa. “Niente, cosa dovevamo fare. Siamo scappati via perché ci ha rincorso con il machete. E ci ha detto che si lamenterà con te perché non abbiamo memoria. Così ha detto.”
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In uno degli interventi di questa conferenza, quello di Don Jorge Alonso, ci è stato detto che non c’è solo un punto di vista per analizzare la realtà, ma che ci sono modi diversi di avvicinarsi ad essa. Noi vogliamo approfittare del fatto di avere qui, vicini, Jean Robert e John Berger, che di questo ne sanno qualcosa, per prendere in esame questa fondata affermazione e parlare dello sguardo.
O meglio di due grandi sguardi e dei privilegi di uno rispetto all’altro. Mi riferisco allo sguardo verso gli zapatisti e allo sguardo degli zapatisti. Si può attribuire alla loro formazione, alla loro storia, alla loro lucidità o a quella strana sensibilità che si rivela di tanto in tanto in alcune persone, però c’è una enorme differenza nel modo in cui ci guardano, a noi uomini e donne zapatisti, tra quelle persone che lavorano direttamente con le comunità indigene e quelle altre che ci guardano da lontano, cioè da un’altra realtà.
Non mi riferisco al fatto di guardarci in modo indulgente, critico, definitorio oppure no. Ma alla parte della nostra realtà che scelgono di vedere e all’attitudine con cui lo fanno.
Andres Aubry, la cui storia ci riunisce qui, aveva il suo modo di guardarci, cioè sceglieva una parte di quello che siamo per vederci. Le ultime due volte che lo vidi, descrivono bene il suo sguardo:
La prima, in una riunione privata insieme a Jérome Baschet, parlammo di libri e altre assurdità. Aubry era disinvolto, eloquente, come tra amici.
La seconda, in quella tavola rotonda in cui lanciò una delle critiche più severe e fondate che io abbia mai sentito contro l’accademia, Andrés si voltava ripetutamente a guardare dietro di sé, alle sue spalle, dove alcune centinaia di compagne e compagni, autorità autonome, responsabili di commissioni e governi organizzativi dei 5 Caracoles ascoltavano in silenzio. Andrés era nervoso, inquieto, come di fronte a giudici severi o al consiglio dei vescovi. Dall’altro estremo del tavolo, lo guardai e lo capii.
C’è chi si preoccupa che la propria esposizione sia apprezzata dall’accademia. Andrés Aubry non dava molta importanza a queste cose. Era l’apprezzamento delle zapatiste, degli zapatisti, quello che lo preoccupava.
Era lo stesso Andrés Aubry che, in quella Marcia del Colore della Terra nel calendario del 2001, non guardava i padiglioni che erano stati eretti, uno di seguito all’altro, nella geografia che stavamo percorrendo. E neanche tutta quella gente che assisteva alle cerimonie. Al contrario, guardava i piccoli gruppi che, dispersi lungo tutto il cammino e lungo le strade, si univano alla marcia anche solo per vederci passare o per mandare un saluto.
E quando stavamo aspettando che finisse il tira e molla, che ci facessero sapere se nel Congresso dell’Unione avrebbero concesso la parola a una donna indigena senza volto, Aubry ci diede una chiave di lettura che anticipava i calendari che sarebbero venuti in seguito, quando disse più o meno: “La marcia non è questo, la marcia è là, nelle sierras, nei piccoli villaggi, in chi non parla, lì succederanno delle cose”.
Andrés Aubry non ci guardava come fanno altre persone che lavorano nelle comunità o con gli indigeni. Non ci guardava come eterni evangelizzati, come eterni bambini e bambine (non importa che gli anni passino), come figli e figlie che fanno vergognare o inorgoglire i genitori. E neanche come specchi di sé stesso, appesi per nascondere la vita degli altri, delle altre, con cui entriamo in contatto, specchi che vengono mostrati oppure no, a seconda del pubblico o della congiuntura, con una specie di nuovo opportunismo. Come quelli, o quelle, che ascoltano l’intervento ben formulato o l’analisi lucida di un compagno o di una compagna, e danno un colpetto di gomito al vicino, o dicono apertamente: “Quella, o quello, l’abbiamo formato noi” (così, con maschilismo, con paternalismo), “non gli zapatisti”.
No, Aubry ci guardava come se i popoli indigeni fossero un maestro o un tutore severo. Come se fosse cosciente che la storia si può capovolgere in qualunque momento, o come se nelle comunità zapatiste questo fosse già successo, e fossero gli indigeni gli evangelizzatori, i maestri, e davanti a loro non valessero i dottorati all’estero, l’altezza della pila dei libri scritti, l’aria distrattamente europea o volutamente missionaria, nei vestiti e nell’attitudine.
Ieri è stato detto qui qualcosa che deve aver fatto rivoltare Andrés Aubry, nella terra che l’ha ricevuto. E’ stato detto che i nostri popoli sono ignoranti. Non so come ci sono rimasti, quelli che si considerano alunni di questi popoli “ignoranti”. Ma tornerò dopo su questo argomento. Credo, quando lo vedo glielo chiederò, che Andrés Aubry vedeva quella parte dei popoli zapatisti che è rivolta verso l’interno. Come se questo popolo avesse deciso non solo di capovolgere il mondo ma anche la propria percezione, e avesse fatto sì che la propria essenza, ciò che lo definisce, guardasse verso l’interno, non verso l’esterno. Come se il passamontagna fosse un’armatura dai molteplici usi: forza, scudo, specchio esterno e, allo stesso tempo, coperta che protegge qualcosa in gestazione.
In altri, altre, ho riconosciuto questo modo di guardarci: Ronco, Don Pablo, Jorge, Estela, Felipe, Raymundo, Carlos, Eduardo, un altro, un’altra, nessuno, per citare solo alcuni di loro. Scusatemi se compare solo un nome femminile, però sembra che in questo tipo di sguardo non ci siano quote rosa.
Non tutti gli sguardi che ci guardano ci riconoscono e ci mostrano gratitudine come quello di Aubry. Ci sono anche gli sguardi di quelli per cui siamo, chi l’avrebbe detto in pieno liberalismo!, una possibilità di guadagno a breve, medio e lungo termine. Gli sguardi degli usurai politici, ideologici, scientifici, morali, giornalistici. Di questi sguardi parlerò in seguito. Tutti questi tipi di sguardi, tanto diversi gli uni dagli altri, tanto differenti al momento di scegliere la parte di noi che stanno guardando, hanno senza dubbio qualcosa in comune: sono sguardi da fuori.
Inoltre, bisogna dirlo, hanno il privilegio di essere gli sguardi che arrivano a diffondersi e ad esser conosciuti in altre geografie e altri calendari. In cambio il nostro sguardo, il nostro guardarvi, ha l’inconveniente (e allo stesso tempo il vantaggio, di questo parlerò poi) di poter essere conosciuto dall’altro, fuori, solo se voi lo decidete e lo permettete. Se il nostro sguardo è di gratitudine, riconoscimento, ammirazione, rispetto, o coincide con quello che guardate voi, allora sì, va diffuso e conosciuto, va sottolineata la sua saggezza, lucidità, pertinenza.
Al contrario, se è uno sguardo di critica, che mette in questione, non importano le argomentazioni o le ragioni che si danno, bisogna farlo star zitto, tappargli la bocca, nasconderlo. In questo caso si mette in evidenza che siamo inopportuni, intolleranti, radicali, si mostrano i nostri errori.
Anzi, non “i nostri”, ma “gli errori di Marcos”, “la fissa per la montagna di Marcos”, “l’intolleranza di Marcos”, “il radicalismo di Marcos”.
Ad una presentazione del libro “Notti di Fuoco e Risveglio”, una giornalista mi spiegava la feroce cecità e la continua calunnia contro la nostra parola, in ambienti che prima erano aperti e tolleranti. Mi ha detto “è che non capiscono questa cosa, di far corrispondere le parole ai fatti”. Alla fine, quello che voglio evidenziare è che negli ultimi 3 anni, è il vostro sguardo nei nostri confronti quello che più si è conosciuto. Sono state fatte foto, film, registrazioni, reportage, interviste, cronache, articoli, saggi, tesi, libri, conferenze, tavole rotonde con il vostro sguardo che ci guarda.
Non mi dilungherò molto nel mettere in luce dei dettagli, come il fatto che alcune persone hanno scritto interi libri sullo zapatismo senza essersi mossi da San Cristòbal de Las Casas, e si presentano dicendo di aver vissuto nelle comunità quando in realtà vivevano in questa fredda e superba città, o come il caso estremo di Carlos Tello Dìaz, che scrisse una supposta storia dell’EZLN con il materiale fornito dai servizi di intelligence del governo che, permettetemi di dirlo, non sono per niente intelligenti.
In cambio, voglio segnalare che il loro sguardo non solo è da fuori, e non solo sceglie un modo di guardarci (un punto di vista, ha detto Don Jorge), ma sceglie anche di guardare solo una parte di ciò che siamo. Ieri ho detto che noi riconosciamo di non essere capaci (né vogliamo esserlo) di comprendere tutto lo spettro del movimento antisistemico in Messico. Mi sembra che il vostro sguardo, quando ci guarda, dovrebbe riconoscere di non essere capace di comprendere tutto ciò che è stato, è, significa e rappresenta il nostro movimento. Non vi chiediamo umiltà (anche se credo che a più d’uno non farebbe male frequentare un corso su questo tema), ma onestà. Il vostro sguardo, scienziati sociali, intellettuali, teorici, analisti, artisti, è una finestra affinché altre, altri, ci guardino.
In generale non so se è un fatto cosciente, che questa finestra sta mostrando solo una piccola parte della grande casa dello zapatismo, per questo non sarebbe male avvertire quelli che ci guardano attraverso di voi.
Alcuni anni fa, una compagna di città faceva il suo proprio racconto della storia dello zapatismo dal 1 gennaio del 1994 e diceva “Ci ho messo tutto!”. Non era vero. Nel suo racconto dimenticò di precisare che comparivano solo i fatti e le attività pubbliche dello zapatismo, quelle rivolte all’esterno.
Non c’erano quelle cose, quei fatti, che non hanno parole per essere descritti: la resistenza quotidiana ed eroica nelle comunità, l’ostinata pazienza delle truppe combattenti, il silenzioso andirivieni dei governi organizzativi nei nostri territori. In fondo, non c’era lo zapatismo, quello che sostiene e dà senso a quello che si vede, ascolta, tocca, gusta, dice, pensa e sente. So che la mia posizione come Sub mi dà un punto di vista privilegiato per guardarci. Però sono sincero di fronte a voi: non ce la faccio a comprendere tutti i dettagli e, come ci ha confessato il Ronco stamattina, non smetto di stupirmi e di meravigliarmi ogni volta, per quel poco che riesce a comprendere un cuore maltrattato, pieno di rattoppi e cicatrici che, per fortuna, non si chiudono. Ve lo dico col cuore in mano: nello zapatismo, quello dello sguardo non è un privilegio individuale, ma collettivo. E aggiungo anche che nel nostro sguardo verso di voi, c’è sempre stato lo sforzo di cercare di comprendervi, non di giudicarvi.
Perché?” è la domanda che cammina nel nostro sguardo quando guarda verso di voi.
Perché dite questo, perché pensate così, perché fate queste cose?” La verità è che quasi sempre le nostre domande rimangono senza risposta, ma va bene lo stesso, basta anche solo una risposta bianca come la calce, per tutte le altre opache come la sabbia. Dopotutto, sono sicuro che a noi rimarranno sempre più domande e dubbi, che certezze e risposte.
Ve lo dico, ma non con la pretesa di avere qualcosa in cambio. Credetemi, nella maggior parte dei casi, oltre che con rispetto, vi guardiamo con gratitudine. E’ solo perché guardiate tutto quello che include, ed esclude, uno sguardo.
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Se mi sto sbagliando, poi lo correggete, però credo che fu Paul Eluard a dire che “Le monde est blue comme une orange”, che il mio francese di sans papier traduce come “il mondo è azzurro come un arancio”. Ho visto anche alcune foto del mondo, di quelle che vengono fatte dallo spazio. In effetti, la terra si vede azzurra e, sì, potrebbe proprio sembrare un arancio. A volte, in una di quelle albe che mi vedono vagare senza riposo possibile, riesco ad arrampicarmi lungo una spirale di fumo e, da molto in alto, ci guardo.
Credetemi, quello che si riesce a vedere è così bello, che fa male a guardarlo. Non dico che sia perfetto, né finito, né che manchi di buchi, irregolarità, ferite da rimarginare, ingiustizie a cui rimediare, spazi da liberare. Però senza dubbio si muove. Come se tutto il male che siamo e sopportiamo si mescolasse con il bene che possiamo essere, e il mondo intero ridisegnasse la sua geografia, e il suo tempo rinascesse in un nuovo calendario. Come se un altro mondo fosse possibile. Poi vengo qui e sento che qualcuno dice che i nostri popoli sono ignoranti.
Io riempio di tabacco la pipa, la accendo e allora dico: Imbecille! Che onore poter essere alunno di tanta nobile ignoranza!
Grazie di cuore.

Subcomandante Insurgente Marcos


Parti precedenti:
I. Pensar el Blanco
II. Escuchar el Amarillo
III. Tocar el Verde
IV. Gustar el Café

V. Sentir el olor del Negro

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