Yo, antes de ser Sup, era caballo. Sí, era un caballo de ojos tristes, ya luego me hice Sup, pero me quedó la nariz, y entonces por eso tengo la nariz grande, porque antes era un caballo de ojos tristes.
Bueno, pues cuando era un caballo conocí a una niña pequeñita, pero de a tiro pequeñita, como de este tanto. Esta niña se llamaba Diciembre, porque nació en el mes de noviembre —sí, ya sé que no se entiende, pero eso ya lo expliqué en otro cuento o historia que se llama: La flauta chueca—. Bueno, pues esta niña que era muy pequeñita estaba muy triste, o sea que como dicen los ciudadanos: estaba chipil. O sea que como que no le pasaba el día y le salían unos suspiros que parecía que tenía hipo, porque tenía mucho sentimiento —así le hacía (el sub suspira)—. No sé porqué tenía mucho sentimiento, yo de por sí —aunque antes era caballo— no entiendo a las mujeres, no importa si son pequeñitas como Diciembre, o ya de edad mayor como la doña Juanita.
La doña Juanita era su compañera de un señor muy sabedor que se llamó Antonio y que nosotros le decíamos: el viejo Antonio. El viejo Antonio se sabía muchos cuentos e historias de las montañas y de nuestros antepasados, y él me enseñó la lengua indígena y me enseñó a vivir en la montaña, y me enseñó a leer el cielo y a oler el viento, y a mirar dentro del corazón de las personas.
Muchas cosas me enseñó el viejo Antonio, algunas las aprendí y otras no muy me quedaron pegadas en el cerebro, o sea que más que caballo parecía yo burro, porque no aprendía. Pero el viejo Antonio era muy paciente y me explicaba la vuelta y vuelta hasta que llegaba bien en mi cabeza lo que me estaba enseñando.
Bueno, pues les contaba yo que me encontré con esta niña muy pequeñita que se llamaba Diciembre, porque había nacido en noviembre. Y la encontré cuando fui a tomar agua de un arroyo que está cerca de un pueblo. Ella estaba sentada en una piedra, suspirando muy triste con los pies metidos en el agua. Yo me acerqué poco a poco para hablarle, porque estaba mero donde yo tomaba agua, pero ella ni cuenta se dio. Yo tosí un poco (el Sub carraspea) para que volteara, pero ella nomás suspire y suspire (el Sub suspira). ¿Y ahora?, pensé.
Entonces me animé y le dije: "buenas tardes", porque ya era tarde. Y como era el mes de abril, pues hacía mucho calor y yo tenía mucha sed, y quería beber agua. Y la niña —que sea Diciembre— estaba mero donde yo tomaba agua. La niña no respondió, así que volví a repetir: "buenas tardes". Entonces, Diciembre, o sea la niña, volteó a verme y me dijo: “hola caballo”.
Yo me puse contento de que no le diera miedo que un caballo le dijera buenas tardes. Pero ya sé que de por sí los niños y niñas saben bien que los caballos hablamos y escribimos, y sabemos geografía, y matemáticas. Y otras cosas que enseñan en las escuelas, y que los caballos aprenden leyendo en la tierra. Porque eso casi siempre… por eso es que casi siempre los caballo andan con la cabeza hacia abajo, porque están aprendiendo la lección que está escrita en la tierra.
Bueno, pues ahí tienen que le dije a la niña —que sea Diciembre— que quería beber agua y ella estaba mero donde yo tomaba. Ella se hizo a un lado, no sin antes suspirar (nuevamente el Sub suspira). Después de que llene el tanque, le pregunté cómo se llamaba y ella me dijo que Diciembre, que es que porque había nacido en noviembre. Yo de por sí no muy entendía a los humanos porque hacen cosas muy raras, así que no trate de averiguar más de por qué si había nacido en noviembre, le habían puesto de nombre Diciembre.
Le pregunté a la niña que porqué suspiraba tanto, que si estaba triste o que si le dolía la panza o qué, porque luego no fuera a ser que estuviera enferma. Ella quiso decir algo pero sólo suspiró y empezó con un hipo, como de esos de que les da a los niños y niñas cuando tienen mucho sentimiento.
Mm…tá y ¿ahora qué hago? —pensé— y entonces me acordé de un cuento o historia que me contó el viejo Antonio cuando yo no era caballo, sino que era apenas un vientecito. Y entonces, me puse una nube en los labios, y entonces le conté a la niña —como al viento le contó el viejo Antonio— la historia de las piedras y los sueños.
Cuentan los más mayores de nuestros abuelos, que los dioses primeros, los que nacieron el mundo con su palabra, eran muy descuidados y donde quiera dejaban tiradas sus cosas. Cuentan que en los primeros días y noches del mundo, los hombres y mujeres de maíz, los originarios de estas tierras, los hechos de maíz y palabra, donde quiera se tropezaban con las cosas que los dioses dejaban en su tiradero.
Cuentan que en veces se topaban con una chancla, o con un azadón, o con una coa, que es una vara o un palo que usamos para sembrar —con ella hacemos un hoyo en el suelo y ahí ponemos la semilla del maíz—. Y entonces, preguntaban que de quién es esta chancla que está tirada en medio del camino —de por sí así hacen las mamás ¿no? que dicen: ¿de quién es está chancla? ¿no? ¿Quién dejó tirado el calzón?, eso—. Y entonces preguntaban que de quién es esta chancla que está tirada en medio del camino, y se ponían así ¿no? —así se ponen cuando se enojan, ¿no? ¿de quién es esta chancla?, verdad, utá lo conocemos bien—.
¿De quién es esta chancla?… ummh… ya lo perdí…mmh… Y rápido se veía que no era de nadie, de nadie de los hombres y mujeres de maíz porque apenas eran unos cuantos. O sea que no había mucha gente en el mundo, porque ya habría después muchas madrugadas para que los hombres y mujeres se sembraran una en el otro, para cansarse con contento y se mojaran los vientres con la vida por venir.
Entonces, como no era de nadie la chancla perdida, pues rápido sabían que seguro algún dios andaba como cojo, porque le faltaba una chancla. Y sabían quién la perdió porque el dios, en lugar de buscarla su chancla se ponía a cantar esa que dice: “y la chancla que yo tiro no la guelvo a levantar”. Y entonces ahí se quedaba botada la chancla. Pero no sólo se les caían las chanclas a los dioses, también se les caían los sueños.
Y es que los dioses primeros, los que nacieron el mundo, dormían en hamaca. Porque resulta que eran muy caminadores estos primeros dioses hacedores del mundo, y siempre llevaban una su morraleta —o sea que es como una bolsa para el mandado, pero más pequeña—, y ahí llevaban su pozol, su tortilla y su hamaca. Y ahí nomás donde les daba hambre, se paraban y se sentaban a orillas de un arroyo y lo batían su pozol con agua y lo tomaban junto con sus tortillas.
Y también, cuando les entraban las ganas de dormir, nomás buscaban dos árboles y con bejucos tendían su hamaca, y se echaban a dormir sin pena y se ponían a soñar cosas buenas. Pero luego no se acomodaban bien, y estaban a la vuelta y vuelta, como si no se hallaran de qué lado dormir. Y entonces se les caían los sueños. Y como la hamaca era tejida, pues el sueño se iba hasta el suelo. Y cuando el dios se despertaba —que no era rápido, porque mucho dormían estos dioses primeros—, nomás recogía su hamaca, la metía en su morraleta y anda vete, a seguir caminando.
Bueno, pues esos sueños no eran todos iguales, sino que unos eran sueños de colores diferentes, y otros eran de distintas formas. Y otros se rompían al caer y quedaban partidos en muchas partes. Y entonces la tierra —que sea el mundo— se llenaba de colores y formas diferentes. Y los primeros hombres y mujeres llamaron piedras a esos sueños de formas y colores distintos. Y con piedras —o sea con sueños— adornaban sus champitas —o sea sus casitas— y era bien alegre, porque en la noche parecían como lucecitas esos sueños de los dioses que se llamaban piedras.
Y había piedrotas, piedras y piedrecitas. Y los niños agarraban las piedrecitas y jugaban con ellas a la matatena, y al avión, y al bebeleche. Y hacían caminitos que brillaban en la noche. Y esos sueños que eran piedras también cantaban, y sus canciones cantaban cosas buenas y decían vida, alegría, paz. Y había unas piedrecitas, las más pequeñitas que amor no decían, sino que lo murmuraban, como si una canción cantaran al oído moreno de la tierra.
Y entonces, llegaron los poderosos —que sea los ricos y sus malos gobiernos— a hacerle mucho mal a los hombres y mujeres de maíz, a los originarios de estas tierras. Y entonces, esta gente buena, para que los ricos no se robaran los sueños hechos piedras de los dioses, los agarraron y los aventaron para arriba con mucha fuerza para que llegaran bien lejos. Y las piedras pegaban en el techo del mundo —que sea, en el cielo— y lo dejaban hoyeado —que sea con agujeros—.
Por eso es que en la noche, cuando el sol se va a dormir y se tapa con la cobija de la noche, en nuestras montañas se ven las estrellas, porque bien llena de agujeros quedó la noche —que sea, la cobija con la que se tapa el sol para dormirse—.
Pero no todos los sueños caídos de los dioses primeros, los sueños hechos piedra, se aventaron para arriba para esconderlos en el cielo, muchos quedaron en el suelo, tirados por donde quiera. Y pasó mucho tiempo y el polvo los fue cubriendo y quedaron como grises, como negros, como amarillos, como rojos, como azules, pero sin brillo por el polvo.
Y los hombres y mujeres de maíz, los originarios de estos suelos, les contaron esta historia a sus hijos e hijas. Y éstos y éstas a sus hijos e hijas, y así por muchos calendarios. Por eso es que nuestra gente, los pueblos indios, caminan mirando al suelo. Es que van buscando esos sueños hechos piedras. Y adivinan si tienen el brillo escondido. Y reconocen si es un sueño roto. Y entonces recogen la piedrecita y siguen buscando más pedacitos de ese sueño incompleto, como si fueran armando un rompecabezas con pedacitos regados por los caminos del mundo.
Y ya que lo completan el sueño que estaba roto e incompleto, escuchan su palabra hecha canto y se alegra su corazón. Por eso es también que nuestra gente no batalla para saber escuchar a otros y a otras. Como saben escuchar a las piedras, entonces bien que saben escuchar los silencios, que no son sino palabras que se rompen antes de salir, y hay que saberlos armar en el corazón colectivo que somos los pueblos indios.
Y ahí acabé de contar el cuento y vi que Diciembre, o sea la niña pequeñita, se había quedado dormida. Yo la acomode bien para que no se le cayeran los sueños y me fui. Cuando escuché que su mamá la llamaba como llaman las mamás cuando se enojan —que sea que no se acuerdan del nombre— y su mamá de Diciembre empezaba a decir los meses del año, empezando por enero. Yo me fui cuando iba por abril, que es el mes donde está el día de los niños y niñas, porque todavía le faltaban varios meses hasta llegar a diciembre.
Despacio me fui para la montaña, buscando en el suelo los pedacitos de un sueño colectivo de los pueblos indios, que cuando se arma completo dice y canta: Dignidad.
Y así pasó este cuento o historia que les conté, y que pasó cuando yo no era el Sup, sino que era un caballo y todo era más fácil. No que ahora, cuando soy el Sup, es un relajo. Porque a los compas zapatistas se les ocurrió que hay que caminar por todo el país para escuchar su corazón de toda la gente humilde y sencilla. Y no importa si son personas mayores o adultos, o jóvenes, o niños o niñas. Y aquí ando con mi mochila, y me traen de un lado a otro. Y los ciudadanos me dicen que tal parte queda aquí nomás, y no se dan cuenta que ni siquiera sé por cuál puerta entre, mucho menos dónde queda tal calle o tal colonia.
Pero en mi tierra, de donde yo vengo, sí sabemos dónde estamos. Porque sabemos dónde queda tal o cual árbol y porque leemos en el cielo y en la tierra el rumbo de nuestra gente. Y porque a veces encontramos una piedrecita y ella nos cuenta algún sueño que nos da fuerza para seguir caminando. Aunque lo tengamos que hacer otro camino, otra Campaña, otro mundo: uno mejor, más justo y más libre. Tan tan.
Subcomandante Insurgente Marcos
Yo antes era caballo de ojos tristes
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Molto bello il racconto. Bella la metafora dei sogni che cadendo a terra si trasformano in pietre che pavimentano strade e rivestono le case degli indios, e la dignità che viene vista come un sogno collettivo. La canzone sopra è dedicata a Marcos? Ciao, M.
RispondiEliminaRacconti, metafore, sogni, dignità... Noi ci ostiniamo a parlare di questo.
RispondiEliminaSì la canzone è per lui, Marcos, una persona degna. E per questo necessariamente un fantasma... come tanti.
Ciao, D.