Estaba ya la tarde por dejar de serlo. Había ese gris brillante que anuncia también la madrugada. El Viejo Antonio terminó de acomodar dos costales de café pergamino y se fue a sentar a mi lado. Yo esperaba la llegada de un enlace que me ayudaría a cruzar por un poblado en el que no había compañeros. El cruce debía de ser de noche. Amanecía enero y amanecía 1986. Tiempos de esconderse todavía, de ocultarnos de aquellos de los que seríamos parte luego. Yo miraba hacia occidente y, emboscado detrás del humo de la pipa, trataba de soñar una mañana diferente.
El Viejo Antonio se quedó silencio y apenas si hizo el ruido necesario para forjarse con doblador uno de esos cigarrillos que anunciaban humo e historias. Pero el Viejo Antonio no habló. Quedó mirando adonde yo miraba y esperó, paciente, a que yo hablara:"¿Hasta cuándo estaremos escondiéndonos de nuestra gente?" dije mientras la última bocanada de humo se escapaba por la cazuela de la pipa.
El Viejo Antonio carraspeó y se decidió por fin a encender el cigarro y la palabra. Despacito, como quien se alivia la esperanza, el Viejo Antonio realumbró la tarde con...
La historia de los 7 arcoiris
"Muy en el principio de los mundos que luego caminaron nuestros más grandes abuelos, los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, se bajaron a platicar con los hombres y mujeres de maíz. Era una tarde como ésta, de frío, lluvia y sol que parpadea. Se sentaron los más primeros dioses a platicar con los hombres y mujeres de maíz para hacer los acuerdos de los caminos que debían caminarse los hombres y mujeres verdaderos. Porque estos dioses, que eran los más primeros, los que nacieron el mundo, no eran mandones como los dioses que fueron llegando luego. No eran mandones los primeros dioses, buscaban el buen acuerdo entre ellos y con los hombres y mujeres de maíz. Buscaban siempre llegar al buen camino juntos, con buen acuerdo y buena palabra. Y entonces estaban esta tarde, que era de las primeras del mundo más primero, platicando los dioses más grandes con los hombres y mujeres de maíz, con sus iguales.
Acuerdo hacían de buscar los acuerdos buenos con otros hombres y mujeres, con otras lenguas y con otros pensamientos. Tenían que caminar los hombres y mujeres de maíz hasta muy lejos adentro de su corazón para buscar las palabras que otros hombres y mujeres, que otros colores, que otros corazones entendieran.
Y entonces sacaron acuerdo de los trabajos que debían hacer los hombres y mujeres de maíz para hacer un mundo bueno. Y entonces sacaron el acuerdo de que siete eran los trabajos más primeros, los más importantes para hacernos nuevos. Y hablaban los 7 primeros dioses, los que nacieron el mundo, diciendo que 7 eran los trabajos que debían cumplirse para que el mundo fuera bueno y nos hiciera nuevos. Decían los más grandes dioses que 7 debían de ser porque 7 eran los aires o los cielos que techo le ponían al mundo y así decían los dioses primeros que estos eran los siete cielos; el séptimo aire el de NOHOCHAACYUM, el gran padre Chaac. En el aire sexto los CHAACOB o dioses de la lluvia. En el quinto los KUILOB KAAXOB, los señores del yermo. En el cuarto aire los guardianes de los animales. En el aire tercero los malos espíritus. En el segundo los dioses del viento. En el primero, inmediatamente por encima de la tierra, los BALAMOB que guardan las cruces del pueblo y de las milpas. En las profundidades estaba KISIN, el dios del temblor y el miedo, el diablo.
Y también decían los primeros dioses que 7 eran los colores y 7 su número en que se contaban. Y la historia de los colores ya te la conté en otro día y la de los 7 trabajos te la cuento después si es que hay tiempo y modo que la escuches y que yo te la hable" apura el Viejo Antonio al mismo tiempo que se agota el último resplandor en su cigarro.
Después viene el silencio en el que el Viejo Antonio reforja humo y sueños. Un diminuto relámpago en el cerillo de su mano y se sigue el fuego:
"Y entonces los hombres y mujeres de maíz se estuvieron de acuerdo en cumplir con los 7 trabajos para que el mundo fuera bueno y miraron al lugar donde el sol y la luna se turnan su duermevela y preguntaron a los dioses primeros que cuánto debían caminar para cumplir esos 7 trabajos que sirven para hacer el mundo nuevo y entonces los dioses primeros dijeron que 7 veces 7 se caminaran el 7 porque así había salido el número que recuerda que no todos pueden ser pares y que siempre puede haber lugar para el otro. Y entonces los hombres y mujeres del maíz dijeron bueno y volvieron a mirar hacia la montaña que cajita era para guardar los pechos de la madre tierra por turnos, uno de día, de noche la otra. Y mirando los hombres y mujeres de maíz se preguntaron que cómo saben cuántas veces es 7 veces 7 caminar el número 7 y los dioses primeros dijeron que no lo sabían tampoco porque eran dioses primeros pero no todo lo sabían y tenían todavía que estudiarse mucho y por eso no se iban luego sino que se quedaban con los hombres y mujeres de maíz para aprenderse juntos lo nuevo. Y entonces se hicieron una reunión entre los dioses primeros y los hombres y mujeres de maíz y se pusieron a pensar juntos para juntos encontrar el buen camino que nuevo hiciera el mundo.
Y en eso estaban, o sea que pensándose, o esa que sabiéndose, o sea que hablándose, o sea que aprendiéndose, o sea que estándose cuando la lluvia se colgó en la mera mitad de la tarde sin caerse ni levantarse, nomás estando ahí y los hombres y mujeres de maíz se quedaron mirando y también los primeros dioses y ahí nomás que se empieza a pintar un puente de luz y nubes y colores y de la montaña venía el puente y al valle iba al puente y luego clarito se veía que el puente de colores, nubes y luz no iba a ninguna parte ni se venía de ningún lado sino que nomás se estaba ahí, encima de la lluvia y el mundo. Y tenía el puente de luz, colores y nubes 7 colores como franjas y entonces los dioses primeros y los hombres y mujeres de maíz se miraron otra vez y se volvieron a mirar el puente que no iba ni venía sino nomás se estaba y entonces se entendieron que el puente de colores, nubes y luz no va ni viene sino que sirve para ir o para venir y entonces se pusieron muy alegres los todos que se estaban pensándose y aprendiéndose y supieron que eso era lo bueno, ser puente para que vayan y vengan los mundos buenos, los nuevos que nos hacemos. Y rápido sacaron los musiqueros sus instrumentos y rápido se sacaron los pies los dioses primeros y los hombres y mujeres verdaderos y a bailar se pusieron porque ya estaban un poco pensándose y sabiéndose y hablándose y aprendiéndose. Y ya que se acabaron de bailarse, se reunieron otra vez y encontraron que 7 veces 7 era que 7 arcoiris de 7 colores tenían que hacerse caminando para que pudieron cumplirse los 7 trabajos principales. Y entonces ya se supieron también que terminados los 7 se seguían otros 7 porque los puentes de nubes, colores y luz no van ni viene, no tienen principio y final, no empiezan ni acaban, sino que se la pasan siempre cruzando de un lado a otro. Y así quedó el acuerdo que sacaron los dioses primeros y los hombres y mujeres verdaderos. Por eso, desde esa tarde de alegría y saber, los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos, se pasan la vida haciendo puentes, y en la muerte también se hacen puentes. Puentes siempre de colores de nubes y de luz, puentes siempre para ir de uno a otro lado, para hacer los trabajos que nacen al mundo nuevo, al que buenos nos hace 7 veces 7 se caminan el 7 los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos. Haciendo puentes se viven, haciéndose puentes se mueren..."
Se calla el Viejo Antonio. Yo me le quedo mirando y estoy a punto de preguntarle que qué tiene que ver eso con mi pregunta de hasta cuándo nos vamos a estar escondiendo, cuando una luz le renueva la mirada y sonriendo me señala hacia la montaña, a occidente. Yo me giro y veo un arcoiris que no va ni viene, que se está ahí nomás, puenteando mundos, puenteando sueños...
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
Il pomeriggio stava già per smettere di esserlo. C'era quel grigio brillante che a volte annuncia anche l'aurora. Il vecchio Antonio finì di sistemare due sacchi di caffè pergamino e si sedette al mio fianco.
Io aspettavo l'arrivo di una staffetta che mi doveva aiutare ad attraversare un villaggio in cui non c'erano compagni.
L'attraversamento doveva avvenire di notte. Sorgeva il gennaio e sorgeva il 1986. Era ancora tempo di nasconderci, di occultarci agli occhi di coloro di cui in futuro saremmo stati parte. Io guardavo verso occidente e nascosto dietro il fumo della pipa cercavo di sognare un domani diverso. Il vecchio Antonio rimase in silenzio facendo soltanto il rumore necessario per arrotolarsi con un doblador una di quelle sigarette che annunciavano fumo e storie. Ma il vecchio Antonio non parlò. Rimase a guardare nella direzione verso cui io guardavo e aspettò paziente che parlassi: "Fino a quando continueremo a nasconderci dalla nostra gente?", dissi mentre l'ultima boccata di fumo scappava dal fornello della pipa. Il vecchio Antonio si schiarì la voce e decise finalmente di accendere la sigaretta e la parola. Lentamente, come chi addolcisce la speranza, il vecchio Antonio dette nuova luce al pomeriggio con...
La storia dei 7 arcobaleni
"Proprio al principio dei mondi che i nostri avi avrebbero camminato, i più grandi dèi, quelli che crearono il mondo, i primi, scesero a parlare con gli uomini e le donne di mais. Era un pomeriggio come questo, di freddo, di pioggia, e di tremulo sole. I primi tra gli dèi si sedettero a discutere con gli uomini e le donne di mais per accordarsi su quali cammini dovessero percorrere gli uomini e le donne veritieri. Perché questi dèi, che erano i primi, quelli che crearono il mondo, non erano autoritari come gli dèi che arrivarono dopo. Non erano prepotenti i primi dèi, cercavano di andare d'accordo tra di loro e con gli uomini e le donne di mais. Cercavano di giungere al cammino migliore insieme, mettendosi d'accordo e parlando saggiamente. Dunque in quel pomeriggio, che era uno dei primi del primo tra i mondi, gli dèi più grandi stavano a parlare con gli uomini e le donne di mais, da eguali.
Si accordavano per cercare dei buoni accordi con gli altri uomini e le altre donne, di altre lingue e di altre idee. Dovevano camminare, gli uomini e le donne di mais, molto lontano dentro il loro cuore, per cercare parole che potessero essere intese da altri uomini e altre donne, altri colori, altri cuori.
Dunque stabilirono quali lavori dovessero fare gli uomini e le donne di mais per dar vita ad un mondo buono. E decisero che sette erano i primi lavori, quelli fondamentali per farne poi altri. E parlavano i sette primi dèi, quelli che crearono il mondo, dicendo che sette erano i lavori che dovevano essere compiuti perché il mondo fosse buono e ci facesse nuovi. Dicevano gli dèi più grandi che dovevano essere sette perché sette erano le arie e i cieli che davano un tetto al mondo, e dicevano i primi dèi che questi erano i sette cieli: il settimo cielo era quello di Nohochaacyum, il grande padre Chaac. Nel sesto cielo stavano i Chaacob, gli dèi della pioggia. Nel quinto i Kuilob Kaaxob, i signori del deserto. Nel quarto cielo i guardiani degli animali. Nel terzo cielo gli spiriti cattivi. Nel secondo gli dèi del vento. Nel primo, immediatamente sopra la terra, i Balamob che custodiscono le croci dei villaggi e dei campi di mais. Nelle profondità stava Kisin, il dio del tremore e della paura, il diavolo.
E dicevano anche, i primi dèi, che sette erano i colori e sette era il numero con cui si cingevano. La storia dei colori già te l'ho raccontata un giorno, quella dei sette lavori te la racconterò se ci sarà tempo e modo che tu la ascolti e che io la racconti", terminò il vecchio Antonio, nel momento in cui si consumava l'ultimo bagliore della sua sigaretta.
Giunse il silenzio in cui il vecchio Antonio ridava forma al fumo e ai sogni. Il piccolo lampo di un cerino nella sua mano e il fuoco riprese: "Dunque gli uomini e le donne di mais furono d'accordo nel fare i sette lavori perché il mondo fosse buono, e guardarono verso il luogo dove il sole e la luna si avvicendano nel loro dormiveglia e chiesero ai primi dèi quanto dovessero camminare per realizzare i sette lavori che servivano per fare nuovo il mondo. I primi dèi risposero che sette volte sette avrebbero dovuto camminare il sette, perché questo era il numero che ricordava che non tutti possono essere pari e che sempre c'è posto per un altro. Dunque gli uomini e le donne di mais annuirono e si voltarono a guardare verso la montagna, forziere che a turno custodiva i seni della madre terra, uno di giorno, l'altro di notte. E guardando, gli uomini e le donne di mais si chiesero come avrebbero saputo quante volte è sette volte sette camminare il numero sette. I primi dèi dissero che non lo sapevano neanche loro, perché erano i primi tra gli dèi ma non sapevano tutto e dovevano ancora studiare molto e per questo non se ne andavano ma rimanevano con gli uomini e le donne di mais, per imparare insieme ciò che era nuovo. Allora i primi dèi fecero un'assemblea con gli uomini e le donne di mais e insieme si misero a pensare come trovare insieme il giusto cammino che avrebbe fatto nuovo il mondo.
In ciò erano intenti, ovvero nel pensarsi, sapersi, parlarsi, impararsi, stare lì, quando la pioggia si appese proprio alla metà del pomeriggio senza cadere né salire, semplicemente restando lì. Gli uomini e le donne di mais rimasero a guardare e anche i primi dèi, e proprio lì iniziò a dipingersi un ponte di luce, nuvole e colori. Il ponte pareva venire dalla montagna e andare verso valle ma poi si vide meglio che il ponte di luce, colori e nuvole non andava da nessuna parte e non proveniva da alcun luogo ma stava semplicemente lì, sulla pioggia e sul mondo. Il ponte di luce, colori e nuvole aveva sette colori che gli facevano da frangia. I primi dèi e gli uomini e le donne di mais si guardarono e poi tornarono a guardare il ponte, che non andava né veniva ma semplicemente stava lì e allora capirono che il ponte di luce, colori e nuvole non andavano né venivano ma servivano per andare e per venire, e dunque furono molto felici tutti coloro che stavano a pensarsi e a impararsi, e capirono che quella era cosa buona, essere ponte perché vadano o vengano i mondi buoni, quelli nuovi che noi facciamo. Subito i musici tirarono fuori i loro strumenti e subito si levarono in piedi i primi dèi e gli uomini e le donne veritieri e si misero a ballare perché già iniziavano a pensarsi, sapersi, parlarsi e conoscersi. Appena finito di ballare si riunirono un'altra volta e scoprirono che sette volte sette significava che sette arcobaleni di sette colori dovevano passare durante il cammino perché potessero compiersi i sette lavori principali. E già sapevano che finiti i primi sette ne sarebbero seguiti altri sette, perché i ponti di colori, di nuvole e luce non vanno e non vengono, non hanno né un principio né un termine, non iniziano e non finiscono ma attraversano sempre da una sponda all'altra. Questo fu l'accordo che presero i primi dèi e gli uomini e le donne veritieri. Per questo, da quel pomeriggio di felicità e sapienza, gli uomini e le donne di mais, i veritieri, passano la vita facendo ponti e anche nella morte fanno ponti. Sempre ponti di colori, nuvole e luce, sempre ponti per andare da una sponda all'altra, per fare i lavori che generano il mondo nuovo, quello che ci fa buoni, sette volte sette camminano gli uomini e le donne di mais, i veritieri. Facendo ponti vivono, facendo ponti muoiono.".
Il vecchio Antonio tacque. Io rimasi a guardarlo e stavo quasi per chiedergli che cosa avesse a che fare tutto ciò con la mia domanda su quanto tempo avremmo dovuto nasconderci, quando una luce gli ravvivò lo sguardo e sorridendo mi indicò la montagna, a occidente. Io mi girai e vidi un arcobaleno che non andava e non veniva, che semplicemente stava lì, facendo ponti per i mondi, facendo ponti per i sogni.
Dalle montagne del sudest messicano
Subcomandante Insurgente Marcos
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