La velocidad del sueño (primera parte)

No llores por un mundo que lucha, lucha por un mundo que llora. Anónimo

Yo soy como soy y tú eres como eres, construyamos un mundo donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, donde tú pueda ser sin dejar de ser tú, i donde ni yo ni tú obiguemos al otro a ser como yo o como tú. Subcomandante Insurgente Marcos



Botas

No corre la madrugada en las montañas del Sureste mexicano. Como si no tuviera prisa, se regodea en todos y cada uno de los rincones, como amante paciente y dedicada. La niebla le va de la mano, con su largo vestido de nube, y consigue asfixiar la luz más empecinada, le tiende cerco, la rodea de su nívea pared, la encierra en un aro difuso. Desde la mitad del cielo, la luna se bate en retirada. Una voluta de humo se confuende con la neblina, despacio, con la misma lentitud con la que la nube arropa, bajo el amplio vuelo de su nagua, las champas dispersas. Todos duermen. Todos menos la Sombra. Todos sueñan. Sobre todo la Sombra. Apenas extiende la mano y atrapa una pregunta.
¿Cuál es la velocidad del sueño?
No lo sé. Tal vez es... Pero no, no lo sé...
En realidad, acá, lo que se sabe, se sabe en colectivo.
Sabemos, por ejemplo, que estamos en guerra. Y no me refiero sólo a la guerra propiamente zapatista, que no acaba de satisfacer las ansias de sangre de algunos medios de comunicación y de algunos intelectuales "de izquierda", tan afectos como son, los unos a las cantidades de muertos, heridos y desaparecidos, los otros a traducir muertes en errores "por no hacer lo que yo les decía".
No sólo, también hablo de ésta a la que nosotros llamamos "IV Guerra Mundial", que se libra por el neoliberalismo y contra la humanidad. La que transcurre en todos los frentes y en todas partes, incluyendo las montañas del Sureste mexicano. Lo mismo en Palestina que en Irak, en Chechenia o en los Balcanes, en Sudán, o en Afganistán, con ejércitos más o menos regulares. La que, de la mano de éstas, el fundamentalismo de uno y otro bandos lleva a todos los rincones del planeta. La que, asumiendo formas no militares, cobra víctimas en América Latina, en la Europa Social, en Asia, en Africa, en Oceanía, en el Lejano Oriente, con bombas financieras que hacen volar en pedazos estados nacionales enteros y organismos internacionales.
Esta guerra que, según nosotros (insisto: tendencialmente), pretende destruir /despoblar territorios, reconstruir/reordenar las geografías locales, regionales y nacionales, y crear, a sangre y fuego, una nueva cartografía mundial. Esta que, en el camino, va dejando su firma de identidad: la muerte.
Tal vez la pregunta "¿Cuál es la velocidad del sueño?" debería ser acompañada de la pregunta "¿Cuál es la velocidad de la pesadilla?"
Todavía unas semanas antes de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 en España, un periodista-analista político mexicano (de ésos a los que les dan un dulce y se sueltan cantando loas ridículas) alababa la visión "de Estado" de José María Aznar.
El analista decía que, al acompañar a Estados Unidos y a la Gran Bretaña en la guerra contra Irak, Aznar había conseguido un campo promisorio para la expansión de la economía hispana, y que el único costo que tenía que pagar era el repudio de una "pequeña" parte de la población española, "los radicales que nunca faltan, incluso en una sociedad tan boyante como la española", dijo el "analista". Y más, señaló que entonces a los españoles sólo les tocaba esperar sentados a que el negocio de la reconstrucción de Irak se echara a andar, y entonces sí, a recibir carretadas de dinero. En suma, un sueño.
La realidad no tardó en pasar a cobrar la verdadera factura de "la visión de Estado" de Aznar. Esa mañana del 11 de marzo se cumplía aquello de que Irak no está en Irak, quiero decir no sólo en Irak, sino en todo el mundo. En fin, la estación de Atocha como sinónimo de pesadilla.
Pero antes de la pesadilla estaba el sueño, pero el sueño neoliberal. Con holgada anterioridad a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en territorio estadunidense, la guerra contra Irak se había puesto en marcha.
Para ir a ese inicio nada como una foto...
Suelo llano, rojizo. Se adivina duro. Tal vez arcilla o algo parecido. Una bota. Sola, sin su par. Abandonada. Sin pie que la calce. Algunos escombros esparcidos. De hecho, la bota parece un escombro más. Es todo lo que hay en la imagen, así que es el pie de foto el que aclara que se trata de Irak. ¿Fecha? 2004, septiembre.
No se alcanza a discernir si es la bota de alguien que murió, que la abandonó en la huida, o que se trata, simple y llanamente, de una bota botada. Tampoco se sabe si es la bota de un soldado estadunidense o británico, o de un combatiente de la resistencia, de un civil iraquí o de otro país.
Sin embargo, a pesar de la falta de más información, la imagen da una idea de lo que es el Irak de la "posguerra" de Bush: violencia, muerte, destrucción, desolación, confusión, caos.
Todo un programa neoliberal.
Si el falaz argumento de que la guerra contra Irak era una guerra "contra el terrorismo" se ha venido abajo, las verdaderas razones emergen ahora, más de un año después de que, ayudada por los tanques de guerra estadunidenses, fuera derribada la estatua de Hussein y un eufórico Bush se erigiera otra a sí mismo declarando el fin de la guerra. (Probablemente la resistencia iraquí no escuchó el mensaje de Bush: el número de soldados estadunidenses y británicos muertos y heridos no ha hecho sino aumentar desde que "terminó la guerra", y ahora se suman las bajas de civiles procedentes de varias naciones.)
La ideología neoconservadora en Estados Unidos tiene un sueño: construir la "disneylandia" neoliberal. En lugar de una "aldea modelo", reflejo de los manuales de contrainsurgencia de los 60, se trataba de edificar una "nación modelo". Se eligió entonces el territorio de la antigua Babilonia.
El sueño de la construcción de un "ejemplo" de lo que debe ser el mundo (siempre según los neoliberales) se nutrió de "(...) la más apreciada creencia de los arquitectos ideológicos de la guerra (contra Irak): que la codicia es buena. No buena sólo para ellos y sus amigos, sino buena para la humanidad, y ciertamente buena para los iraquíes. La codicia crea ganancias, las cuales crean crecimiento, el cual crea trabajos, productos y servicios, y cualquier otra cosa que alguien pudiera posiblemente necesitar o querer. El papel de un buen gobierno, entonces, es crear las condiciones óptimas para que las corporaciones prosigan su codicia sin fondo, de modo que, a su turno, puedan satisfacer las necesidades de la sociedad. El problema es que los gobiernos, aun los gobiernos neoconservadores, raramente tienen la oportunidad de probar lo correcto de su sagrada teoría: a pesar de sus enormes esfuerzos ideológicos, aun los republicanos de George Bush son, en sus propias cabezas, eternamente saboteados por entrometidos demócratas, obstinados sindicatos y alarmados ambientalistas. Irak iba a cambiar todo esto. En un lugar de la Tierra, la teoría finalmente sería puesta en práctica en su más perfecta e incomprometida forma. Un país de 25 millones de habitantes no sería reconstruido como era antes de la guerra: sería borrado, desaparecido. En su lugar aparecería una deslumbrante sala de exposiciones para las políticas del laissez-faire, una autopía como el mundo jamás había visto." ("Bagdad año cero. El pillaje de Irak tras una utopía neoconservadora", Naomi Klein, en Harper's Magazine, septiembre de 2004. Traducción: Julio Fernández Baralbar.)
En lugar de eso, Irak es un ejemplo sí, pero de lo que le espera al mundo entero si los neoliberales ganan la gran guerra, la IV Guerra Mundial: desempleo de casi 70 por ciento, la industria y el comercio paralizados, aumento exorbitante de la deuda externa, muros antiexplosiones por todos lados, crecimiento geométrico del fundamentalismo, guerra civil... y exportación del terrorismo a todo el planeta.
No voy a saturarlos con algo que sale a diario en las noticias: ofensivas militares de la coalición (ojo: en una guerra que "ya terminó"), movilización de la resistencia iraquí, atentados, ataques a objetivos militares y civiles, secuestros, ejecuciones, nuevas ofensivas de la coalición, nueva movilización de la resistencia iraquí, etcétera. Estoy seguro de que podrán encontrar abundante información en la prensa de todo el mundo. En castellano, sin lugar a dudas la mejor fuente es el periódico mexicano La Jornada, que cuenta entre sus colaboradores a algunos de los analistas más serios y documentados sobre el tema de Irak.
Lo cierto es que este video ya lo hemos visto antes en otras partes... y lo seguimos viendo: Chechenia, los Balcanes, Palestina, Sudán, son sólo ejemplos de esta guerra que destruye naciones para tratar de "reconvertirlas" en "paraísos"... y terminan convertidas en infiernos.
Una bota abandonada en suelos del Irak "liberado" resume el nuevo orden mundial: la destrucción de naciones, la desertificación de cualquier indicio de humanidad, la reconstrucción como el reordenamiento caótico de las ruinas de una civilización.
Hay, sin embargo, otras botas, aunque sean unas...
Botas rotas. Sí, las botas de la insurgenta Erika están rotas. En la puntera derecha, la suela está desprendida y le da a la bota un aspecto de boca insatisfecha. Los dedos no son visibles aún, así que la Erika no parece haberse dado cuenta de que sus botas, marcadamente la derecha, están rotas.
Desde los primeros días en la montaña, el mirar hacia abajo se me hizo costumbre. El calzado suele ser uno de los sueños/pesadillas del guerrillero (¿otros?: el azúcar, tener los pies secos, y otras obsesiones más bien húmedas), así que dedica a él buena parte de su atención. Tal vez por eso uno adquiere esa manía de mirar siempre a los pies del otro.
La insurgenta Erika ha venido a avisarme que ya acabaron de editar el cuento de La naranja mágica (última producción de Radio Insurgente que trata de... bueno, mejor escúchenlo). Yo le respondo que tiene rota la bota. Ella baja la mirada y me dice "tú también". Saluda militarmente y se va.
La Erika va a cambiarse porque al rato juegan futbol dos equipos de insurgentas, uno se llama "8 de Marzo", y el otro "Las Princesas de La Selva". No sé mucho de futbol pero, a mi entender, las "princesas" juegan con un estilo bastante alejado de las buenas costumbres de la corte real, y las del "8 de marzo" lo hacen como si fuera el alzamiento del primero de enero. O sea que buena parte de ellas termina en el puesto de salud insurgente. Es más, cada vez que van a jugar, las de sanidad tienen la camilla a un lado de la cancha. "Para no dar la vuelta", dicen.
Empataron. O sea que en el futbol las insurgentas empataron. Se fueron a penaltis y llegó la hora de la formación sin que desempataran. A decirme eso viene la insurgenta Erika. La Erika es como la asesora sentimental de las insurgentas, pero esta vez no viene a contarme que a una compañera "le duele su corazón" por mal de amores, sino que ya acabó el partido y ella ya se va a dar plática a los pueblos, más en concreto, a las mujeres de los pueblos. Va de civil, o sea con ropa civil. Bueno, eso dice ella. Porque yo veo que trae unas botas hechas en talleres zapatistas y que tienen grabado un "EZLN" en un costado.
"Mmh, si vas a llevar esas botas mejor lleva el uniforme completo", le digo intentando ser sarcástico. Se va la Erika. Al rato regresa con el uniforme puesto. "¿Adónde vas?", le pregunto. "Al pueblo", responde. "Pero, ¿cómo se te ocurre ir de uniforme?", le pregunto/regaño. "Pues así me dijiste", dice que le dije. Entiendo que es inútil tratar de explicar las cualidades de la ironía sutil, así que sólo ordeno: "No, ponte de civil y quítate esas botas". Se va. Al rato regresa, con ropa civil... y descalza. Yo suspiré, ¿qué otra cosa podía hacer?
No le crean a la Erika, mi bota no está rota. Está descosida, que no es lo mismo. Además, es un ojillo el que se ha desprendido, y por eso el entrecruce de las agujetas parece sistema político en el neoliberalismo, o sea que es un revoltijo y no se sabe adónde va la derecha y adónde va la izquierda. Le estoy explicando esto a Rolando cuando llega...
La Toñita Primera-Generación, o sea la Toñita I (la del beso negado porque "mucho pica", la de la tacita rota, la del olote de maíz habilitado como muñeca), tiene ya 15 años. "O sea que cumplió 14 pero entró en 15, o sea que ya va para 16", me dice su papá, un responsable zapatista de los más antiguos con nosotros.
Yo asiento, sin confesar que nunca he entendido las altas matemáticas que rigen los calendarios en las comunidades rebeldes zapatistas (después de tratar de explicarme, inútilmente, el Monarca se resigna y sólo agrega: "Creo que es porque así es nuestro modo, que de por sí es muy otro").
El papá de la Toñita I (o sea la Toñita Primera-Generación) viene para que yo la mire, porque tiene más de 10 años que la vi por última vez. Diez años no pasan en vano, así que la Toñita I no sólo no me niega un beso, sino que, sin que yo alcance a decir nada, me abraza y me estampa un beso en la acolchada mejilla del pasamontañas y se pone de todos colores (la Toñita I, no el pasamontañas). Yo no digo nada, pero pienso "Mmh, ando mal este año... y eso que no me he quitado el pasamontañas ni para bañarme".
Entonces la Toñita I saca de una su mochila unas sus botas y se las pone. Yo voy a preguntarle por qué se pone las botas después de caminar descalza seis horas desde su pueblo, en lugar de ponérselas para el camino y quitárselas al llegar, pero la Toñita I se adelanta y me pregunta si puede ir "allá" - y señala para donde están un grupo de insurgentas -. La Toñita I sabe lo que un beso, manque sea sobre el pasamontañas, puede conseguir, así que no espera la respuesta y se va.
Mientras la Toñita I corre a ver si la dejan jugar en el partido de futbol de las insurgentas, su papá me cuenta de su pueblo (al que yo siempre he llamado, cuidando de que nadie me escuche, "Cumbres Borrascosas"). He alcanzado a ver la cicatriz de un rasguño en el brazo izquierdo de la Toñita I, así que le pregunto de eso.
Me cuenta el papá de la Toñita I que un joven del pueblo quería llevársela a la letrina. (Nota: le aclaro al improbable lector de estas líneas que la letrina en algunos pueblos no sólo cumple sus olorosas funciones higiénicas, también suele ser lugar de encuentro de parejas. No son pocos los matrimonios en comunidades que tienen como origen el nada romántico sitio de la letrina. Fin de la Nota.) El caso es que la Toñita I no quiso ir a la letrina. "O sea que no era su gusto", me confirma su papá. Y entonces el muchacho la quiso obligar y entonces, "como no era su gusto" - reitera su papá -, forcejearon. La Toñita I logró escaparse pero, como luego dicen, se publicó y el asunto llegó a la asamblea del pueblo. Me cuenta su papá de la Toñita I que la querían meter a ella a la cárcel. Yo interrumpo: "¿Pero por qué, si a ella la atacaron y hasta trae rasguñado el brazo?" "Ah, Sup, es que viera cómo quedó el joven... - me dice el papá -, de plano quedó privado, y es que la Toñita es, como luego se dice, muy brava."
La Toñita I, además de un rostro agraciado, tiene un físico corpulento, o sea que... ¿cómo les explico?, bueno, para que me entiendan sólo les diré que Rolando quiere que juegue de defensa central en la selección zapatista de futbol.
"Pero el equipo de las insurgentas ya está completo", le digo a Rolando. El sólo agrega: "Acaso es para el equipo de insurgentas, yo la quiero para el equipo de los hombres". En eso pasan las de sanidad con dos insurgentas bastante golpeadas. La Toñita I está llorando porque por su culpa le marcaron dos penaltis a su equipo. Yo entiendo a Rolando y volteo hacia el papá y le pregunto. "¿No ha dicho la Toñita si quiere ser insurgenta?"
La Toñita I se quitó las botas y las puso en una su mochila. Se va con su papá, caminando descalza.
No tiene mucho que se fue cuando aparece, acompañando a su mamá... la Toñita Segunda-Generación, o sea la Toñita II.
La mamá de la Toñita II, o Segunda Generación, se llama Elena. Es teniente insurgenta de sanidad y cuenta en su haber que en enero de 1994 salvó la vida de varios insurgentes y milicianos que salieron heridos de los combates de Ocosingo. En un más que modesto hospital de campaña, Elena operó heridas de bala y extrajo pedazos de metralla del cuerpo de zapatistas. "Se nos murió un compa", dijo cuando informó. No mencionó a los más de 30 combatientes, que hoy viven y luchan en estas tierras, a los que salvó.
La Toñita II tiene tres años. "¿O sea que cumplió dos y va para cuatro?", me adelanto a la explicación de Elena. Ella ríe. Quiero decir, Elena ríe. Porque la Toñita II está pegando unos chillidos dignos de mejor causa. Y es que resulta que, asumiendo mi mirada coqueta (la número 7 de mi exclusivo "catálogo de miradas seductoras") le pedí un beso. La Toñita II ni siquiera dijo "mucho pica" (o sea que no es un versión mejorada), simplemente se echó a llorar con tal vehemencia que ya tiene a su lado a un grupo de insurgentas que le ofrecen caramelos, una bolsita con cara de conejo (aunque a mí me parece que tiene cara de tlacuache -la bolsita, se entiende-), y hasta le están cantando la del chivito, una rola que tiene inusitado éxito entre los niños y niñas zapatistas.
"No te quieren", me dice, lloviendo sobre mojado, la mayor Irma. Yo respondo: "Bah, está loca por mí", y hago como que no tengo roto el corazón.
Saliendo de la bodega, Rolando me da una de esas agujas llamadas "capoteras" y un rollo de hilo de nailon.
Ya en la champa de la comandancia general del EZLN dudo...
Si no sé cuál es la velocidad del sueño, tampoco sé si remendarme las botas o el corazón.

Desde las montañas del Sureste mexicano.
Subcomandante insurgente Marcos

(Continuará...)




Stivali

L’alba sulle montagne del Sudest messicano non corre. Come non avesse fretta, si crogiola in tutti e in ognuno degli angoli, come un amante paziente ed affezionato. La nebbia le scivola dalla mano, con il suo lungo abito di nuvola, e riesce a coprire la luce più intensa, l’accerchia, la circonda con la sua coltre di nuvola, la racchiude in un ampio circolo. Dalla metà del cielo, la luna batte in ritirata. Una voluta di fumo si confonde con la foschia, lentamente, con la stessa lentezza con la quale la nuvola, sotto l’ampio volo del suo nagua, copre le capanne sparse. Tutti dormono. Tutti meno Ombra. Tutti sognano. Soprattutto Ombra. Tende appena la mano ed afferra una domanda.
Qual è la velocità del sogno?
Non so. Forse è… Ma no, non lo so…
In realtà, qua, quello che si sa, si sa in maniera collettiva.
Sappiamo, per esempio, che siamo in guerra. E non mi riferisco solo alla guerra propriamente zapatista che non cessa di soddisfare le bramosie di sangue di alcuni mezzi di comunicazione e di alcuni intellettuali “di sinistra”, così attenti, gli uni, alla quantità di morti, feriti e scomparsi, e gli altri a tradurre i morti in errori “per non aver fatto quello che io avevo detto loro di fare”.
Non solo, parlo anche di quella che noi chiamiamo “IV Guerra Mondiale” dichiarata dal neoliberismo contro l’umanità. Quella in atto su tutti i fronti e in ogni luogo, comprese le montagne del Sudest messicano. La stessa che si combatte in Palestina e in Iraq, in Cecenia o nei Balcani, in Sudan o in Afghanistan, con eserciti più o meno regolari. Quella che il fondamentalismo dell’una e dell’altra fazione porta in tutti gli angoli del pianeta. Quella che, assumendo forme non militari, miete vittime in America Latina, nell’Europa Sociale, in Asia, in Africa, in Oceania, nel Lontano Oriente, con bombe finanziarie che mandano in pezzi interi stati nazionali ed organismi internazionali.
Questa guerra che, secondo noi (insisto: tendenzialmente) vuole distruggere/spopolare territori, ricostruire/riordinare le geografie locali, regionali e nazionali e creare, con il ferro e con il fuoco, una nuova cartografia mondiale. Quella che, sul suo percorso, continua a lasciare la sua firma: la morte.
Forse la domanda “qual è la velocità del sogno?” dovrebbe essere accompagnata dalla domanda “qual’è la velocità dell’incubo?
Ancora alcune settimane prima degli attentati terroristici dell’11 marzo 2004 in Spagna, un giornalista-analista politico messicano (di quelli a cui quando si dà un dolcetto si sciolgono in lodi ridicole) lodava la visione “dello Stato” di José María Aznar.
L’analista diceva che, affiancando gli Stati uniti e la Gran Bretagna nella guerra contro l’Iraq, Aznar aveva ottenuto una promettente possibilità di espandere l’economia spagnola e che l’unico costo che doveva pagare era il dissenso di una “piccola” parte della popolazione spagnola, “i radicali che non mancano mai, perfino in una società tanto fortunata come quella spagnola”, ha detto “l’analista”. Aggiungendo che gli spagnoli avrebbero dovuto solo aspettare comodamente seduti che l’affare della ricostruzione dell’Iraq si mettesse in marcia ed allora sì, avrebbero cominciato a riscuotere carrettate di denaro. Insomma, un sogno.
La realtà non ha tardato a passare per riscuotere il vero conto della “visione dello Stato” di Aznar. Quella mattina dell’11 di marzo si realizzava quella circostanza per cui l’Iraq non sta in Iraq, voglio dire non solo in Iraq, bensì in tutto il mondo. Alla fine, la stazione di Atocha è divenuta sinonimo di incubo. Prima dell’incubo c’era il sogno, ma il sogno neoliberista. Molto prima degli attentati terroristici dell’11 settembre 2001 in territorio statunitense, la guerra contro l’Iraq si era messa in moto.
Non c’è niente di meglio di una foto per riandare a quell’inizio…
Suolo piatto, rossiccio. Sembra essere duro. Forse argilla o qualcosa di simile. Uno stivale. Solo, senza il suo compagno. Abbandonato. Senza un piede che lo calzi. Alcune macerie sparse. In realtà, lo stivale sembra una maceria in più. È tutto quello che c’è nell’immagine, cosicché è la didascalia della foto a chiarire che si tratta dell’Iraq. La data? 2004, settembre.
Non si riesce a distinguere se è lo stivale di qualcuno che è morto, che l’ha abbandonato nella fuga, o se si tratta semplicemente e normalmente di uno stivale buttato via. Non si sa neanche se è lo stivale di un soldato statunitense o britannico, o di un combattente della resistenza, di un civile iracheno o di un altro paese.
Tuttavia, nonostante la mancanza di altre informazioni, l’immagine dà un’idea di quello che è l’Iraq del “dopoguerra” di Bush: violenza, morte, distruzione, desolazione, confusione, caos.
Tutto un programma neoliberista.
Se il falso argomento che la guerra contro l’Iraq era una guerra “contro il terrorismo” è venuto meno, le vere ragioni emergono ora, più di un anno dopo che, con l’aiuto dei carri armati da guerra statunitensi, è stata abbattuta la statua di Hussein ed un euforico Bush ne ha eretta un’altra a se stesso dichiarando la fine della guerra. (Probabilmente, la resistenza irachena non ha ascoltato il messaggio di Bush: il numero di soldati statunitensi e britannici morti e feriti non ha fatto altro che aumentare da quando “è finita la guerra”, ed ora si aggiungono le morti di civili provenienti da varie nazioni).
L’ideologia neoconservatrice negli Stati Uniti ha un sogno: costruire la “disneylandia” neoliberista. Invece del “villaggio modello”, come dettano i manuali di contro-insurrezione degli anni sessanta, si è tentato di costruire una “nazione modello”. Si è scelto allora il territorio dell’antica Babilonia.
Il sogno della costruzione di un “esempio” di quello che deve essere il mondo (sempre secondo i neoliberisti) si è nutrito della “(…) più apprezzata credenza tra gli architetti ideologici della guerra (contro l’Iraq): che l’avidità è buona. Non solo buona per loro ed i loro amici, ma buona per l’umanità e certamente buona per gli iracheni. L’avidità crea guadagni, i quali creano crescita, la quale crea lavoro, prodotti e servizi e qualunque altra cosa di cui qualcuno possa aver necessità o desiderio. Il ruolo di un buon governo, quindi, è quello di creare le condizioni migliori perché le corporations, le multinazionali, sviluppino la loro avidità senza fondo, in modo che, a turno, possano soddisfare le necessità della società. Il problema è che i governi, anche i governi neoconservatori, hanno raramente l’opportunità di sperimentare quanto sia corretta la loro sacra teoria: nonostante i loro enormi sforzi ideologici, perfino i repubblicani di George Bush, nei loro stessi vertici, sono eternamente sabotati da impiccioni democratici, sindacati ostinati ed allarmati ambientalisti. L’Iraq doveva cambiare tutto questo. In un luogo della Terra, finalmente la teoria sarebbe stata messa in pratica nella sua forma più perfetta e pura. Un paese di 25 milioni di abitanti non sarebbe stato ricostruito come era prima della guerra: sarebbe stato cancellato, sarebbe scomparso. Al suo posto sarebbe sorta una luccicante sala d’esposizione per le politiche del laissez-faire, un’utopia come il mondo non aveva mai visto”. (“Baghdad anno zero. Il saccheggio dell’Iraq dietro un’utopia neoconservatrice”, Naomí Klein, Harper’s Magazine, settembre 2004).
Invece l’Iraq è un esempio, sì, ma di ciò che aspetta il mondo intero se i neoliberisti vincono la grande guerra, la IV Guerra Mondiale: disoccupazione quasi al 70 per cento, l’industria ed il commercio paralizzati, aumento esorbitante del debito estero, muri anti-attentato ovunque, crescita esponenziale del fondamentalismo, guerra civile… ed esportazione del terrorismo in tutto il pianeta.
Non voglio sommergervi con qualcosa che quotidianamente trovate nei notiziari: offensive militari della coalizione (attenzione: in una guerra che “è già finita”), mobilitazione della resistenza irachena, attentati, attacchi ad obiettivi militari e civili, sequestri, esecuzioni, nuove offensive della coalizione, nuova mobilitazione della resistenza irachena, eccetera. Sono sicuro che potrete trovare esaurienti informazioni sulla stampa di tutto il mondo. In lingua spagnola, senza dubbio la miglior fonte è il quotidiano messicano La Jornada che conta tra i suoi collaboratori alcuni degli analisti più seri e documentati sulla questione dell’Iraq.
La cosa sicura è che questo video l’abbiamo già visto prima da altre parti… e continuiamo a vederlo: Cecenia, i Balcani, Palestina, Sudan, sono solo esempi di questa guerra che distrugge nazioni per cercare di “riconvertirle” in “paradisi”… e finiscono per essere trasformate in inferni.
Uno stivale abbandonato sulle terre dell’Iraq “liberato” riassume il nuovo ordine mondiale: la distruzione di nazioni, la desertificazione di qualsiasi segno di umanità, la ricostruzione come riordinamento caotico delle rovine di una civiltà.
Tuttavia, ci sono altri stivali, anche se pochi…
Stivali rotti. Sì, gli stivali “dell’insurgenta” Erika sono rotti. Nella punta destra, davanti, la suola è staccata e conferisce allo stivale l’aspetto di una bocca affamata. Le dita non sono ancora visibili, cosicché la Erika non sembra essersi accorta che i suoi stivali, precisamente il destro, sono rotti.
Fin dai primi giorni in montagna, guardare verso il basso è diventata per me un’abitudine. La calzatura normalmente è uno dei sogni/incubi del guerrigliero (Altri? Lo zucchero, avere i piedi asciutti ed altre ossessioni piuttosto umide), cosicché egli le dedica buona parte della sua attenzione. Forse per questo motivo si prende la mania di guardare sempre i piedi degli altri.
La insurgenta Erika è venuta ad avvisarmi che avevano appena pubblicato il racconto “L’arancia magica” (ultima produzione di Radio Insurgente che racconta di… bene, è meglio ascoltarlo). Io le rispondo che ha lo stivale rotto. Lei abbassa lo sguardo e mi dice “anche tu”. Saluta militarmente e va via.
La Erika si cambia perché tra poco giocheranno a pallone due squadre di “insurgentas”, una si chiama “8 Marzo” e l’altra “Le Principesse della Selva”. Non so molto di calcio ma, a mio parere, le “principesse” giocano con un stile abbastanza lontano dalle buone abitudini della corte reale, e quelle del “8 Marzo” giocano come si trattasse dell’insurrezione del primo gennaio [del 1994, quando l’Esercito zapatista insorse in Chiapas, ndt.]. Cioè, buona parte di loro finisce in infermeria. Ogni volta che giocano, le addette alla sanità tengono la barella a lato del campo. “Per non fare il giro”, dicono.
Hanno poi pareggiato. Cioè, le “insurgentas” hanno pareggiato giocando a calcio. Sono andate ai rigori perché continuavano a restare in pareggio. La “insurgenta” Erika viene a dirmi questo. La Erika è la consulente sentimentale delle “insurgentas”, ma questa volta non viene a raccontarmi che ad una compagna “duole il cuore” per il mal d’amore, ma che la partita è finita e lei va a parlare con il villaggio, più in concreto con le donne dei villaggi. Si presenta come civile, cioè con abiti civili. Questo è quello che dice. Perché io vedo che porta degli stivali fabbricati dall’artigianato zapatista e che hanno sul lato il marchio “Ezln”.
Mmh, se porti quegli stivali, allora tanto vale che indossi l’uniforme completa”, le dico cercando di essere sarcastico. La Erika se ne va. Dopo un momento ritorna con l’uniforme. “Dove vai?”, le domando. “Al villaggio”, risponde. “Ma come ti viene in mente di andarci in uniforme?”, le domando/rimprovero. “Perché così mi hai detto tu.”, mi dice di averle detto. Capisco che è inutile tentare di spiegare le qualità della sottile ironia, quindi le ordino: “No, mettiti in abiti civili e togliti quegli stivali”. Se ne va. Dopo un attimo ritorna con abiti civili… e scalza. Ho sospirato, che cos’altro potevo fare?
Non credete alla Erika, il mio stivale non è rotto. È scucito, e non è la stessa cosa. Si staccato un occhiello ed è per questo che l’incrocio delle stringhe sembra il sistema politico nel neoliberismo, cioè, un groviglio in cui non si sa dove va la destra e dove va la sinistra. Sto spiegando questo a Rolando quando arriva…
La Toñita Prima-Generazione, cioè la Toñita I (quella del bacio negato perché “pizzica tanto”, quella della tazzina rotta, quella dell’olote di mais promosso a bambola): ha già 15 anni. “Cioè ha compiuto i 14 ma è entrata nei 15, cioè va per i 16”, mi dice suo papà, un responsabile zapatista dei più vecchi tra noi.
Io mi siedo, senza confessare che non ho mai capito le misure matematiche che regolano i calendari nelle comunità ribelli zapatiste (dopo aver tentato inutilmente di spiegarmelo, il Monarca si rassegna ed aggiunge solo: “Credo che sia perché così è il nostro modo, che effettivamente è molto diverso”).
Il papà della Toñita I (cioè della Toñita Prima-Generazione) è venuto perché io la vedessi, perché sono passati più di dieci anni da quando l’ho vista l’ultima volta. Dieci anni non passano invano, cosicché la Toñita I non solo non mi nega un bacio, ma senza che io riesca a dire niente mi abbraccia e mi stampa un bacio sulla guancia ovattata dal passamontagna, e diventa tutta rossa (la Toñita I, non il passamontagna). Io non dico niente ma penso "Mmh, si mette male…" e non mi sono tolto il passamontagna neanche per lavarmi.
Intanto la Toñita I tira fuori dal suo zaino degli stivali e se li mette. Io sto per domandarle perché si mette gli stivali dopo avere camminato scalza per sei ore dal suo villaggio a qui, invece di metterseli per il cammino e toglierseli all’arrivo, ma la Toñita I mi precede e mi domanda se può andare “”, e indica dove c’è un gruppo di “insurgentas”. La Toñita I sa quello che si può ottenere con un bacio, anche se sul passamontagna, così non aspetta la risposta e corre via.
Mentre la Toñita I corre a vedere se la lasciano giocare nella partita di calcio delle “insurgentas”, il padre mi racconta del suo villaggio (che io ho sempre chiamato, stando attento che nessuno mi sentisse, “Cime tempestose”). Sono riuscito a vedere la cicatrice di una ferita sul braccio sinistro della Toñita I, così gli domando cos’è. Il papà della Toñita I mi racconta che un giovane del villaggio voleva portarsela nella latrina. (Nota: chiarisco all’ignaro lettore di queste righe che la latrina in alcuni villaggi non adempie solo alle sue odorose funzioni igieniche, ma suole essere anche luogo di incontro di coppie. Non sono pochi i matrimoni in comunità che hanno come origine il per nulla romantico luogo della latrina. Fine della Nota). Il caso vuole che la Toñita I non ha voluto andare alla latrina. “Cioè non le piaceva”, mi conferma suo papà. Allora il ragazzo ha cercato di obbligarla e, “dato che non le andava” – ribadisce suo papà – hanno lottato. La Toñita I è riuscita a fuggire ma, come succede, la cosa si è risaputa ed è giunta fino all’assemblea del villaggio. Il papà della Toñita I mi racconta che la volevano mettere in prigione. Io lo interrompo: “Perché, se è lei che è stata aggredita ed ha persino il braccio ferito?”. “Ah, Sup, avessi visto com’era ridotto il giovanotto… – mi dice il papà – praticamente è rimasto menomato, il fatto è che la Toñita, come si dice, è molto selvaggia”.
La Toñita I, oltre ad un viso grazioso, ha un fisico forte, cioè, come spiegarvi? Beh, per farvi capire vi dirò solo che Rolando vuole che giochi al centro della difesa nel torneo zapatista di calcio.
Ma la squadra delle ‘insurgentas’ è già al completo”, dico a Rolando. Lui aggiunge solo: “Non è per la squadra delle ‘insurgentas’, io la voglio per la squadra degli uomini”. In quel momento passano le addette alla sanità con due “insurgentas” piuttosto peste. La Toñita I sta piangendo perché per colpa sua hanno rifilato due rigori alla squadra. A questo punto capisco Rolando, mi rivolgo al papà e gli domando: “La Toñita non ha detto se vuole diventare insurgenta?”.
La Toñita I si è tolta gli stivali e li ha messi nel suo zaino. Se ne va con suo papà, camminando scalza.
Non è molto che se n’è andata quando, accompagnata da sua mamma… appare la Toñita Seconda-Generazione, cioè la Toñita II.
La mamma della Toñita II, o Seconda Generazione, si chiama Elena. È tenente “insurgenta” di sanità ed ha il merito di aver salvato la vita di diversi insorti e miliziani che, nel gennaio 1994, erano stati feriti nei combattimenti di Ocosingo [lo scontro più cruento del primo gennaio ‘94, quando l’esercito federale aprì il fuoco sugli insorti in un mercato, ndt.]. In un più che modesto ospedale da campo, Elena ha operato ferite d’arma da fuoco ed estratto pezzi di mitraglia dal corpo degli zapatisti. “Ci è morto un compa” [familiare per “compañero”, ndt.], mi diceva allora. Non menzionava gli oltre 30 combattenti che oggi vivono e lottano in queste terre: quelli che salvò.
La Toñita II ha tre anni. “Cioè, ne ha compiuti due e va per i quattro?”, mi affretto a dire prima della spiegazione di Elena. Lei ride. Voglio dire, Elena ride. Perché la Toñita II sta lanciando delle urla degne di nota. È che, con uno sguardo civettuolo [il numero 7 del mio esclusivo “catalogo” di sguardi seduttori] le ho chiesto un bacio. La Toñita II non ha neppure detto “pizzica tanto” (cioè, non è una versione migliorata), semplicemente si è messa a piangere con tale veemenza che ha già al suo fianco un gruppo di “insurgentas” che le offrono caramelle, un sacchetto con un muso di coniglio, anche se a me sembra di tlacuache [mammifero marsupiale, ndt.], il sacchetto, si capisce, e stanno persino cantandole la canzoncina del capretto, una canzonetta che gode di un inusitato successo tra i bambini e le bambine zapatiste.
Non ti vuole”, mi dice la maggiore Irma facendo piovere sul bagnato. Io rispondo: “Bah, è pazza di me”, e fingo di non avere il cuore a pezzi.
Uscendo dallo spaccio, Rolando mi dà uno di quegli aghi chiamati “da cappotto” e un rotolo di nylon.
Nella capanna del comando generale dell’Ezln rifletto dubbioso…
Se non so qual è la velocità del sogno, non so nemmeno se ricucirmi gli stivali o il cuore.

Dalle montagne del Sudest messicano.
Subcomandante insurgente Marcos


[Continua…]

2 commenti:

  1. Bel racconto, come sempre. E quanta dignità, forza e coraggio hanno queste donne zapatiste. Vivono di niente, camminano nel fango a piedi scalzi eppure potrebbero insegnare tanto a tante ragazzette italiane il cui unico scopo è arrivare in alto mostrando e vendendo il proprio corpo senza alcuna vergogna. Ciao, M.

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  2. Cara Mary,
    non aggiungo altro alle tue parole sennò mi darebbero dell'egoista-maschilista-antifemminista-qualunquista-comunista-dei nemici il primo della lista...
    Sappi però che condivido le tue parole. Le donne zapatiste hanno non solo dignità, forza, coraggio, ma sono bellissime nel loro saper essere DONNE.
    Sono tutto quello che le donne (il web in questo è vetrina) hanno smarrito da tanto tempo, scambiando libertà per irresponsabilità, emancipazione per anticonformismo, indipendenza per inconsapevolezza e... l'amore per il gioco delle coppie.
    Ciao, D.

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