La historia de los sueños

En la asfixiante soledad de los primeros años de la guerrilla zapatista, un peculiar personaje hizo presencia en nuestros campamentos. Un pequeño escarabajo fumador, buen lector y mejor platicador, se dio a la tarea de aliviar las frías madrugadas de un combatiente, el Sup.
De nombre civil "Nabucodonosor", el pequeño escarabajo escogió el nombre de guerra de "Durito" por la fortaleza de su piel. Durito, como todos los niños, tiene la piel dura. Y por lo mismo Durito escogió como interlocutor primero al niño que tenemos dentro y que hemos olvidado junto a la vergüenza.
Una madrugada diez años después, casi al final del repliegue militar al que nos obligó la traición de febrero, Durito nos reencontró y volvió a tocar lo mejor que tiene el ser humano: su capacidad de asombro, su ternura, su aspiración a ser mejores... junto a los otros.
En veces detective, en veces analista político, en veces andante caballero y otras tantas como escribidor de cartas, Durito nos habla ofreciéndonos un espejo de futuro que nos muestra lo que podemos ser, los Cuentos para una noche de asfixia se inician para aliviar el pecho oprimido por lo desconocido. En ellos Durito nos abre una herida en el pecho, una herida que duele y alivia, una herida que lastima pero permite respirar mejor.
Autodenominado caballero andante y con el nuevo apelativo de "Don Durito de La Lacandona", este pequeño escarabajo decide recorrer los caminos del mundo para deshacer entuertos, socorrer doncellas, aliviar al enfermo, apoyar al débil, enseñar al ignorante, humillar al poderoso, levantar al humilde. El más grande caballero andante que en el mundo ha sido, el siempre vivo Don Durito de La Lacandona vive asombrando a las estrellas que lo descubren en las madrugadas selváticas. Las noticias de sus hazañas han dado ya la vuelta al mundo y millones de mujeres suspiran por él, miles de hombres lo nombran con respeto y cientos de miles de niños lo admiran.
Don Durito dé La Lacandona nos describe parte de sus andanzas y pensamientos, nos platica cuentos desconcertantes que tienen mil y una lecturas, que enseñan y que alivian las incontables noches de asfixia en las montañas del Sureste mexicano.
Durito cumple diez años en este mes de diciembre de 1995. Sólo espera los resultados de la Consulta Intergaláctica a la que convocó para saber si nos sigue asombrando con sus portentos o se vuelve a perder en las múltiples veredas que cruzan las montañas del Sureste mexicano.
Hoy, 25 de diciembre de 1995, saludo al más grande y mejor de los practicantes de la andante caballería, Don Durito.
Desde las montañas del Sureste mexicano,

Subcomandante Insurgente Marcos

P.D. que enseña a soñar o, lo que es lo mismo, a luchar.




El viejo Antonio afilaba su machete y fumaba en el portal de su champa. Yo dormitaba a su lado, cobijado por el aserrar de los grillos y el cansancio. Así como diez años antes y diez años después del afilado humo del cigarro del viejo Antonio, el cielo era un mar nocturno, tan grande que no se le veía fin ni principio. La luna se insinuó minutos antes. Una nube de luz marcó la punta del cerro que balcón sería para un plateado coqueteo, trampolín para una clara zambullida, plataforma para un nuevo vuelo. Un dorado filo apenas guiñó la cañada que la esperaba. Después fue el cambio del oro a la plata y de ahí al blanco nacarado. Con el velamen hinchado y remendado se lanzó hacia arriba. Navegando pasó la noche. Abajo esperaban el silencio y la nostalgia.
Diciembre, 1975, 1985, 1995. Siempre el mar abriéndose al Oriente. No llovía, pero el frío mojaba las ropas y el inquieto sueño de la duermevela de la asfixia lenta. El viejo Antonio confirmó de reojo que estaba despierto y me preguntó:
- ¿Qué soñaste?
- Nada -le dije mientras buscaba la pipa y el tabaco en la cartuchera.
- Malo entonces. Soñando se sueña y se conoce. Soñando se sabe -replicó el viejo Antonio mientras volvía a la lenta caricia de la lima sobre la lengua laminada de su machete.
- ¿Malo? ¿Por qué? -pregunté encendiendo ya la pipa.
El viejo Antonio detuvo su tallar y, después de comprobar el filo, dejó el machete a un lado. Con sus manos y labios empezó un cigarro y una historia.

La historia de los sueños

"La historia que te voy a contar no me la contó nadie. Bueno, me la contó mi abuelo pero él me advirtió que sólo la entendería cuando la soñara. Así que te cuento la historia que soñé y no la que me contó mi abuelo" el viejo Antonio estira sus piernas y se frota las rodillas cansadas. Suelta una lanzada de humo que opaca el reflejo de la luna en la acerada hoja que reposa sobre sus piernas, y continúa...
"En cada surco de piel que se nace en el rostro de los grandes abuelos se guardan y se viven los dioses nuestros. Es el tiempo de lejos que se llega hasta nosotros. Por el tiempo camina la razón de nuestros antepasados. En los viejos más viejos hablan los grandes dioses, nosotros escuchamos. Cuando las nubes se acuestan sobre la tierra, apenas agarradas con. sus manitas de los cerros, entonces se bajan los dioses primeros a jugar con los hombres y mujeres, cosas verdaderas les enseñan. Poco se muestran los dioses primeros, traen cara de noche y nube. Sueños son que soñamos para ser mejores.
"Por los sueños nos hablan y enseñan los dioses primeros. El hombre que no se sabe soñar muy solo se queda y esconde su ignorancia en el miedo. Para que pudiera hablar, para que pudiera saber y saberse, los primeros dioses enseñaron a los hombres y mujeres de maíz a soñar, y nahuales les dieron para que con ellos caminaran la vida.
"Los nahuales de los hombres y mujeres verdaderos son el jaguar, el águila y el coyote. El jaguar para pelear, el águila para volar los sueños, el coyote para pensar y no hacer caso del engaño del poderoso.
"En el mundo de los dioses primeros, los que formaron el mundo, todo es sueño. Es la tierra que vivimos y morimos un gran espejo del sueño en el que viven los dioses. Viven todos juntos los grandes dioses. Parejos están. No hay quiénes arriba y quién abajo. Es la injusticia que se hace gobierno la que descompone el mundo y pone a unos pocos arriba y a unos muchos abajo. No así en el mundo. El mundo verdadero, el gran espejo del sueño de los dioses primeros, los que nacieron el mundo, es muy grande y todos se caben parejos. No es como el mundo de ahorita que chiquito lo hacen para que los pocos se estén arriba y los muchos se estén abajo. El mundo de ahora no es cabal, no es un buen espejo que refleje el mundo de sueños donde viven los dioses primeros.
"Por eso los dioses regalaron a los hombres de maíz un espejo que se llama dignidad. En él los hombres se ven iguales y se hacen rebeldes si no son iguales. Así empezó la rebeldía de nuestros primeros abuelos, los que hoy se mueren en nosotros para que vivamos.
"El espejo de la dignidad sirve para derrotar a los demonios que reparten la oscuridad. Visto en el espejo, el señor de la oscuridad se ve reflejado como la nada que la forma. Como si fuera nada, en nada se deshace frente al espejo de la dignidad el señor de la oscuridad, el desparejador del mundo.
"Cuatro puntos pusieron los dioses para que el mundo se estuviera acostado. No porque cansado se estuviera, sino para que parejos se caminaran los hombres y mujeres, para que todos cupieran, para que nadie encima de otro se pusiera. Dos puntos pusieron los dioses para volar y estarse en tierra se pudiera. Un punto pusieron los dioses para que los hombres y mujeres verdaderos se estuvieran caminando. Siete son los puntos que dan sentido al mundo y trabajo a los hombres y mujeres verdaderos: el frente y el atrás, el uno y el otro costado, el arriba y el abajo, y el séptimo es el camino que soñamos, el destino de los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos.
"Una luna en cada pecho regalaron los dioses a las mujeres madres, para que alimentaran de sueño a los hombres y mujeres nuevos. En ellos viene la historia y la memoria, sin ellos se come la muerte y el olvido. Tiene la tierra, nuestra madre grande, dos pechos para que los hombres y mujeres aprendan a soñar. Aprendiendo a soñar aprenden a hacerse grandes, a hacerse dignos, aprenden a luchar. Por eso cuando los hombres y mujeres verdaderos dicen ‘vamos a soñar’ dicen y se dicen ‘vamos a luchar’
."
Se calló el viejo Antonio. Se calló o dormido me quedé. Sueño que sueño, sueño que sé, sueño que entiendo...
Arriba el seno de la luna regalaba leche en el camino de Santiago. La madrugada era reina y todo estaba por hacer, por soñar, por luchar.

El Sup empacando recuerdos y parque...



Nell'asfissiante solitudine dei primi anni della guerriglia zapatista, un peculiare personaggio fece la sua comparsa nei nostri accampamenti. Un piccolo scarabeo fumatore, buon lettore e migliore parlatore, si diede al compito di alleviare le fredde albe di un combattente, il Sub.
Dal nome civile "Nabucodonosor", il piccolo scarabeo scelse il nome di battaglia di "Durito" per la forza della sua pelle. Durito, come tutti i piccoli, ha la pelle dura. E per la stessa cosa ragione Durito scelse come primo interlocutore il bambino che abbiamo dentro e che abbiamo dimenticato vicino alla vergogna.
Un'alba di dieci anni dopo, quasi alla fine della ritirata militare cui c'obbligò il tradimento di febbraio, Durito ci ritrovò e tornò a toccare la cosa migliore che ha l'essere umano: la sua capacità di stupore, la sua tenerezza, la sua aspirazione ad essere migliori... vicino agli altri.
Alle volte come detective, alle volte come analista politico, alle volte come cavaliere errante ed altre ancora come scribacchino di lettere, Durito ci parla offrendoci un specchio di futuro che ci mostra quello che possiamo essere. I “Racconti per una notte di asfissia” incominciano per alleviare il petto oppresso dall'ignoto. In essi Durito c'apre una ferita nel petto, una ferita che duole ed allevia, una ferita che ferisce ma permette di respirare meglio.
Autodenominado cavaliere errante e col nuovo appellativo di "Don Durito de La Lacandona", questo piccolo scarabeo decide di percorrere le strade del mondo per disfare torti, soccorrere donzelle, portar sollievo a chi è malato, appoggiare il debole, insegnare all'ignorante, umiliare il potente, innalzare l'umile. Il più grande cavaliere errante che sia esistito al mondo, il sempre il vivo Don Durito de La Lacandona, vive stupendo le stelle che lo scoprono nelle albe selvatiche. Le notizie delle sue imprese hanno girato già il mondo e milioni di donne sospirano per lui, migliaia di uomini lo nominano con rispetto e centinaia di migliaia di bambini l'ammirano
Don Durito de La Lacandona ci descrive parte delle sue avventure e pensieri, ci narra racconti sconcertanti che hanno mille e una interpretazione, che insegnano e che alleviano le innumerevoli notti di asfissia nelle montagne del Sudest messicano.
Don Durito compie dieci anni in questo mese di dicembre del 1995. Aspetta solo i risultati della Consultazione Intergalattica che convocò per sapere se continuerà a seguirci stupendo coi suoi portenti o se tornerà a perdersi nei multipli sentieri che attraversano le montagne del Sudest messicano.
Oggi, 25 dicembre di 1995, saluto il più grande e migliore degli apprendisti dell'errante cavalleria, Don Durito de La Lacandona.
Dalle montagne del Sudeste Messicano,

Subcomandante Insurgente Marcos

P.S. Che insegna a sognare o a lottare, che è lo stesso.
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Il vecchio Antonio affilava il machete e fumava sulla porta della sua capanna. Io dormicchiavo accanto a lui, cullato dal canto dei grilli e dalla stanchezza. Come dieci anni prima e dieci anni dopo l’affilato fumo del vecchio Antonio, il cielo era un mare notturno, così grande che non se ne vedeva la fine o il principio. La Luna era apparsa pochi minuti prima. Una nube di luce indicava la cima di una collina, balcone di un’argentea civetteria, trampolino di un tuffo deciso, o forse piattaforma di un nuovo, timido volo. Un filo dorato ammiccò appena alla valle in attesa. Poi passò dall’oro all’argento, e di qui al madreperla. Con le vele gonfie e rammendate volò verso l’alto. La notte passò navigando. Di sotto attendevano il silenzio e la nostalgia.
Dicembre 1975, 1985, 1995. Sempre il mare che si apre all’oriente. Non pioveva, ma il freddo bagnava i vestiti e i sogni inquieti del dormiveglia della lenta asfissia. Con la coda dell’occhio, il vecchio Antonio confermò che era sveglio e mi chiese: “Che cosa hai sognato?”.
Niente” gli risposi mentre cercavo la pipa e il tabacco nella cartucciera.
Male. Sognando si sogna e si conosce. Sognando si sa” replicò il vecchio Antonio tornando alla lenta carezza della lima sulla lingua affilata del suo machete.
Male? E perché?” chiesi accendendo la pipa.
Il vecchio Antonio interruppe la sua opera e, dopo aver provato la lama, lasciò il machete in un angolo.
Le sue mani e le sue labbra cominciarono un sigaro e una storia.

La storia dei sogni

La storia che ti voglio raccontare non me l’ ha raccontata nessuno. In realtà me la raccontò mio nonno, ma mi avvertì che l’avrei compresa solo se l’avessi sognata. Perciò ti racconto la storia che ho sognata e non quella raccontata da mio nonno.” Il vecchio Antonio si stira le gambe e si strofina le ginocchia stanche. Con una boccata di fumo offusca il riflesso della Luna sul foglio d’acciaio che riposa sulle sue gambe e continua: “In ogni solco che compare sulla pelle dei grandi vecchi si custodisce e si protegge la vita dei nostri dèi. E’ il tempo passato che giunge fino a noi. La ragione dei nostri antenati cammina nel tempo.
Nelle parole degli anziani più anziani parlano i grandi dèi, e noi stiamo ad ascoltare. Quando le nubi toccano terra, aggrappandosi appena con le loro manine alla cima dei monti, i primi dèi scendono a giocare con gli uomini e le donne e insegnano loro cose vere. I primi dèi non amano mostrarsi, hanno volto di nube notturna.
Sono i sogni che sogniamo per essere migliori.
I primi dèi ci parlano e ci insegnano nei sogni. L’uomo che non sa sognare rimane solo e nasconde la sua ignoranza nella paura. Affinché potessero parlare, conoscere e conoscersi, i primi dèi insegnarono agli uomini e alle donne di mais a sognare, e diedero loro dei nahual perché li accompagnassero nel cammino della vita.
I nahual degli uomini e delle donne veri sono il giaguaro, l’aquila e il coyote. Il giaguaro per combattere, l’aquila per dar volo ai sogni, il coyote per pensare e non cadere nell’inganno del potente.
Nel mondo dei primi dèi, i creatori del mondo, tutto è sogno. La Terra su cui viviamo e moriamo è il grande specchio
del sogno in cui vivono gli dèi. I grandi dèi vivono tutti insieme e sono tutti uguali. Nessuno è più in alto o più in basso. A mettere disordine nel mondo è l’ingiustizia che si fa governo e mette pochi in alto e molti in basso. Non è così nel loro mondo. Il mondo vero, il grande specchio del sogno dei primi dèi, i creatori del mondo, è molto grande e tutti sono uguali. Non è come il mondo di adesso, che si restringe perché pochi possano stare in alto e molti in basso. Il mondo di adesso non è giusto, non riflette il mondo dei sogni in cui vivevano i primi dèi.
Per questo gli dèi regalarono agli uomini di mais uno specchio che si chiama dignità.
In esso gli uomini si vedono uguali e si ribellano se non sono uguali.
Così ebbe inizio la ribellione dei nostri antenati, gli stessi che oggi muoiono dentro di noi per permetterci di vivere.
Lo specchio della dignità serve a scacciare i demoni che distribuiscono l’oscurità. Visto allo specchio, il signore dell’oscurità si vede riflesso come il nulla che la compone. Come se fosse il nulla, in nulla si disfa di fronte allo specchio della dignità il signore dell’oscurità, che divide il mondo.
Gli dèi fissarono quattro punti su cui il mondo doveva poggiare. Non perché fosse stanco, ma perché gli uomini e le donne fossero alla stessa altezza, perché ci stessero tutti e nessuno si mettesse al di sopra degli altri. Gli dèi aggiunsero altri due punti, uno per volare e uno per stare sulla Terra. Un altro punto fissarono gli dèi, da cui gli uomini e le donne veri potessero partire per mettersi in cammino. Sette sono i punti che danno senso al mondo e lavoro agli uomini e alle donne veri: il davanti e il dietro, l’uno e l’altro lato, il sopra e il sotto e il settimo è la strada che sogniamo, la meta degli uomini e delle donne di mais, quelli veri.
Una Luna in ogni seno regalarono gli dèi alle future madri, perché nutrissero di sogni i nuovi uomini e le nuove donne, che possiedono la storia e la memoria.
Senza di loro, la morte e l’oblio hanno il sopravvento.
La Terra, la nostra grande madre, ha due seni, per insegnare a sognare agli uomini e alle donne.
Imparando a sognare imparano a diventare grandi, a diventare degni, imparano a lottare.
Per questo quando gli uomini e le donne veri dicono “è ora di sognare” è come se dicessero “è ora di lottare”.

Il vecchio Antonio smise di parlare, e io mi addormentai.
Lassù, il seno della Luna versava latte sul cammino di Santiago.
L’alba regnava e tutto era ancora da fare, da sognare, da lottare


El sub, che mette da parte ricordi e un giardino...

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