Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza. ¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés?
El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración?
¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla?
¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?
Según la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes?
¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?
¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. McDonald’s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?
¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?
¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de “crimen organizado”?
Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles.
Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren quince niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?
¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es?
¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes
Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial. Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.
En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo era, traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?
Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia?
¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia?
¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?
Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ese un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?
¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?
Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?
Según Lewis Carroll, la Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas: "Ahí lo tienes." - dijo la Reina - "Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final."
En El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. El murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento.
El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?
A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.
Eduardo Galeano
Voglio condividere con voi alcuni domande, mosche che mi ronzano nella testa. È giusta la giustizia? È salda sui suoi piedi la giustizia del mondo alla rovescia?
Lo "zapatista" dell'Iraq, quello che scagliò le scarpe contro Bush, è stato condannato a tre anni di prigione. Non meritava, piuttosto, un'onorificenza?
Chi è il terrorista? Lo zapatista o quello preso a scarpate? Non è colpevole di terrorismo il serial killer che mentendo inventò la guerra all'Iraq, assassinò un sacco di gente e legalizzò la tortura e la fece applicare?
Sono colpevoli i coloni di Atenco, in Messico, o gli indigeni mapuches del Cile, o i kekchíes del Guatemala, o i contadini senza terra del Brasile, accusati tutti di terrorismo per difendere il loro diritto alla terra? Se la terra è sacra, benché la legge non lo dica, non sono forse sacri anche coloro che la difendono?
Secondo la rivista Foreign Policy, la Somalia è il posto più pericoloso di tutti. Ma, chi sono i pirati? I morti di fame che assaltano barche o gli speculatori di Wall Street, che sono anni che assaltano il mondo ed ora ricevono ricompense miliardarie per i loro affanni? Perché il mondo premia coloro che lo svaligiano?
Perché la giustizia è cieca da un solo occhio?
Wal Mart, l'impresa più poderosa di tutte, vieta i sindacati. McDonald's, anche. Perché queste imprese violano, con delinquente impunità, la legge internazionale? Sarà perché nel mondo del nostro tempo il lavoro vale meno della spazzatura e meno ancora valgono i diritti dei lavoratori?
Chi sono i giusti e chi gli ingiusti? Se davvero la giustizia internazionale esiste, perché non giudica mai i potenti? Non vengono imprigionati gli autori dalle più feroci macellerie. Sarà perché sono proprio loro che hanno le chiavi delle prigioni?
Perché sono intoccabili le cinque potenze che hanno diritto di veto nelle Nazioni Unite? Questo diritto ha origine divina? Proteggono la pace quelli che fanno commercio della guerra? È giusto che la pace mondiale stia in capo alle cinque potenze che sono le principali produttrici di armi? Senza disprezzare i narcotrafficanti, non è anche questo un caso di "crimine organizzato"?
Ma non chiedono la punizione contro i padroni del mondo i clamori di quanti esigono, da tutte le parti, la pena di morte. Ci mancherebbe altro. I clamori si levano contro gli assassini che usano coltelli, non contro quelli che usano missili.
Ed uno si domanda: poiché questi giustizieri sono tanto pazzi di voglia di ammazzare, perché non esigono la pena di morte contro l'ingiustizia sociale? È giusto un mondo che ogni minuto destina tre milioni di dollari alle spese militari, mentre ogni minuto muoiono quindici bambini per fame o malattia curabile? Contro chi si arma, fino ai denti, la cosiddetta comunità internazionale? Contro la povertà o contro i poveri?
Perché i fanatici della pena capitale non esigono la pena di morte contro i valori della società del consumo che quotidianamente attentano contro la sicurezza pubblica? O per caso non invita al crimine il bombardamento della pubblicità che stordisce milioni e milioni di giovani disoccupati, o mal pagati, ripetendo loro notte e giorno che essere è avere, avere un'automobile, avere scarpe di marca, avere, avere, e chi non ha, non è?
E perché non si stabilisce la pena di morte contro la morte? Il mondo è organizzato al servizio della morte. O non fabbrica morte l'industria militare che divora la maggior parte delle nostre risorse e buona parte delle nostre energie? I padroni del mondo condannano solo la violenza quando l'esercitano gli altri. E questo monopolio della violenza si traduce in un fatto inspiegabile per gli extraterrestri, ed anche insopportabile per i terrestri che vogliamo ancora, contro ogni evidenza, sopravvivere: noi umani siamo gli unici animali specializzati nel mutuo sterminio, ed abbiamo sviluppato una tecnologia dalla distruzione che sta annichilendo, di passaggio, il pianeta e tutti i suoi abitanti.
Quella tecnologia si alimenta della paura. È la paura che fabbrica i nemici che giustificano lo spreco militare e poliziesco. Ed invece di stabilire la pena di morte, cosa accadrebbe se condannassimo a morte la paura? Non sarebbe sano finirla con questa dittatura universale degli “spaventatori” professionisti? I seminatori di panici ci condannano alla solitudine, ci proibiscono la solidarietà: si salvi chi può, si schiaccino gli uni con gli altri, il prossimo è sempre un pericolo che spia, occhio, stai attento, questo ti ruberà, quello ti violenterà, quella carrozzina di bebè nasconde una bomba musulmana e se quella donna ti guarda, quella vicina dall'aspetto innocente, è sicuro che ti contagia la peste suina.
Nel mondo alla rovescia, fanno paura perfino i più elementari atti di giustizia e buonsenso. Quando il presidente Evo Morales iniziò la rifondazione della Bolivia, affinché questo paese a maggioranza indigena smettesse di avere vergogna a guardarsi allo specchio, provocò panico. Questa sfida era catastrofica dal punto di vista dell'ordine razzista tradizionale che diceva di essere l'unico ordine possibile: Evo era, portava il caos e la violenza, e per colpa sua l'unità nazionale sarebbe esplosa, fatta in pezzi. E quando il presidente ecuadoriano Correa annunciò che si rifiutava di pagare i debiti non legittimi, la notizia produsse terrore nel mondo finanziario e l'Ecuador fu minacciato con terribili punizioni, per il fatto di stare dando un così cattivo esempio. Se le dittature militari ed i politici ladri sono stati sempre viziati dalla Banca Internazionale, non ci siamo abituati già ad accettare come fatalità del destino che il paese paghi il bastone che lo batte e l'avidità che lo saccheggia?
Ma, sarà che sono stati divorziati per sempre il buonsenso e la giustizia?
Non nacquero per camminare insieme, ben accostati, il buonsenso e la giustizia?
Non è di buonsenso, ed anche di giustizia, quello slogan delle femministe che dice che se noi, i maschi, rimanessimo incinta, l'aborto sarebbe libero? Perché non si legalizza il diritto all'aborto? Sarà perché allora smetterebbe di essere il privilegio delle donne che possono pagarlo e dei medici che possono riscuoterlo?
La stessa cosa succede con altro scandaloso caso di negazione della giustizia e del buonsenso: perché non si legalizza la droga? Per caso non è, come l'aborto, un tema di salute pubblica? Ed il paese che ha più drogati, che autorità morale ha per condannare coloro che appagano la sua domanda? E perché i grandi mezzi di comunicazione, tanto devoti alla guerra contro il flagello della droga, non ci dicono mai che dall'Afghanistan proviene quasi tutta l'eroina che si consuma nel mondo? Chi comanda in Afghanistan? Non è quello un paese occupato militarmente dal messianico paese che si attribuisce la missione di salvarci tutti?
Perché non si legalizzano le droghe una buona volta? Non sarà perché offrono il migliore pretesto per le invasioni militari, oltre ad offrire i più sugosi guadagni alle grandi banche che lavorano come lavanderie di notte?
Ora il mondo è triste perché si vendono meno automobili. Una delle conseguenze della crisi mondiale è la caduta della prospera industria dell'automobile. Se avessimo qualche resto di buonsenso, e uno spicciolo di senso della giustizia non dovremmo celebrare questa buona notizia? O per caso la diminuzione delle automobili non è una buona notizia, dal punto di vista della natura che sarà un pochino meno avvelenata, e dei pedoni che morranno un pochino meno?
Secondo Lewis Carroll, la Regina spiegò ad Alice come funziona la giustizia nel paese delle meraviglie: “Lo tengono lì.” - disse la Regina - “E' rinchiuso nella prigione, a scontare la sua condanna; ma il giudizio non incomincerà fino al prossimo mercoledì. Ed ovviamente, il crimine sarà commesso alla fine.”
A El Salvador, l'arcivescovo Óscar Arnulfo Romero provò che la giustizia, come il serpente, morde solo agli scalzi. Egli morì sparato, per denunciare che nel suo paese gli scalzi nascevano in anticipo condannati, per delitto di nascita.
Il risultato delle recenti elezioni in El Salvador, non è in qualche modo un omaggio? Un omaggio all'arcivescovo Romero e le migliaia che come lui morirono lottando per una giustizia giusta nel regno dell'ingiustizia? A volte finiscono male le storie della Storia; ma essa, la Storia, non finisce. Quando dice addio, vuol dire arrivederci.
Eduardo Galeano